¿Existe de verdad el judeocristianismo, tal como aducen los partidarios de Israel – por Edouard Husson
Veo con regularidad a personas que expresan su indignación por el mal uso de la noción de «judeocristianismo» al servicio de la guerra de Israel. Es una buena reacción, pero hay que saber exactamente de qué se está hablando. Propongo aquí reconstituir el sentido y el origen de varias nociones: judeocristianismo, sionismo cristiano, marcionismo, etc. El judeocristianismo existió, pero no es lo que creen hoy los defensores de Israel. Aprovechemos para preguntarnos sobre el «sionismo cristiano» y el marcionismo. Judíos, cristianos y musulmanes descienden de hecho del mismo linaje religioso: hay tres descendenciass espirituales de Abraham. ¿Cuándo pondremos fin a la mala costumbre estadounidense e israelí de intentar enfrentarlas entre sí?
Claude El-Khal, que cubre el conflicto de Oriente Próximo con tanta humanidad, nos proporciona una prueba más de que el gobierno de Netanyahu y el ejército israelí no tienen más respeto por los cristianos que por los musulmanes en la guerra actual.
Morad El-Hattab, comentando el mismo episodio, escribe
Una oportunidad para aclarar el término «judeocristianismo» utilizado indiscriminadamente desde el comienzo del conflicto.
¿Qué es el judeocristianismo?
En realidad, el término judeocristianismo tiene dos significados antiguos, uno en la investigación histórica y otro en la historia de la cultura.
+ Por lo que respecta a la historia, «judeocristianos» se refiere a los primeros seguidores de Jesús, que siguieron, al menos durante un tiempo, respetando los preceptos de la ley judía formulados en el Pentateuco (los «libros de Moisés») al tiempo que se adherían al Evangelio. El fenómeno del «judeocristianismo» existió durante varios siglos al principio de nuestra era.
+ En la historia de las ideas, el término «judeo-cristianismo» se utiliza para subrayar la fortísima influencia de la Biblia hebrea en la cultura europea que se hizo cristiana. Por supuesto, el término se acuñó en parte en los países protestantes, en oposición al «catolicismo romano», al que se acusaba de haberse paganizado en parte al convertirse en «cristianismo helénico». La noción de judeocristianismo se basa en la creencia de que Europa y luego Occidente deben más a Jerusalén que a Atenas y Roma.
Fue esta antigua referencia al «judeo-cristianismo» la que dio origen a lo que se conoce como «sionismo cristiano», la idea de que la creación del Estado de Israel y el asentamiento de parte de los judíos del mundo en «Tierra Santa» era un requisito previo para que los judíos reconocieran a Jesús como el Mesías.
Los sionistas cristianos estadounidenses justifican la violencia cometida por el Estado de Israel y las crecientes tensiones en la región por el cumplimiento del «Apocalipsis» de Juan y las grandes batallas que han de preceder al regreso triunfal de Cristo.
Ni sionismo cristiano ni marcionismo
De hecho, sería mejor que [el vocero francés del catolicismo tradicional y la tradición monárquica] Philippe de Villiers tuviera la lucidez de presentarse como un «sionista cristiano», en lugar de hablar de «judeocristianismo». Un «sionista cristiano» aliado con el «sionista [judío]» Eric Zemmour [polemista que hace lo posible para movilizar a los católicos contra los musulmanes]. Eso aclararía sus posiciones.
Al defender al gobierno israelí como lo hace, en nombre del «judeocristianismo», Philippe de Villiers olvida que él mismo es ante todo un católico, bautizado y practicante de la religión de sus padres, fieles a la Santa Iglesia Romana desde hace generaciones. El sionismo cristiano es incompatible con el catolicismo.
La visión católica del «fin de los tiempos» está muy cercana a la del judaísmo tradicional: nadie sabe cuándo (re)vendrá el Mesías. Y no hay ninguna razón para acelerar o incluso precipitar su regreso. Lo que nos separa de los judíos ortodoxos es que éstos no reconocen el mesianismo de Jesús. Por lo demás, estamos emparentados en cuestiones espirituales y metafísicas.
Por eso debemos tener cuidado con el escollo en el que caen algunos comentaristas cuando condenan el «sionismo cristiano» y rechazan de plano el Antiguo Testamento como portador de la violencia «judía». Esta tendencia ha existido a lo largo de la historia del cristianismo. Marción era un cristiano que vivía a mediados del siglo II d.C., que quería que la Iglesia rechazara el Antiguo Testamento como la manifestación de un Dios vengativo, en contraposición al Evangelio de Cristo.
¿Por qué la Iglesia ha mantenido toda la Biblia hebrea en su canon de las Escrituras?
Marción acabó negando la Encarnación, es decir, el hecho de que Jesús no sólo fuera Dios, sino también hombre. Su rechazo del Antiguo Testamento le llevó a negar la humanidad de Cristo, ya que nunca se trató de salvar a «Israel», el pueblo elegido por Dios.
La doctrina de Marción, en cambio, llevó a la Iglesia a clarificar su relación con la Escritura anterior a Cristo. Si traduzco esto a términos modernos, diría que la Biblia es un testimonio sorprendente. ¿Hemos visto alguna vez, antes de los hebreos, a un pueblo mostrar, en su «libro nacional», las turpitudes, debilidades y crueldades de sus dirigentes; los errores cometidos generación tras generación? ¿Acaso los egipcios, los chinos o los griegos atribuyeron alguna vez las desgracias que les sobrevinieron a causas internas, en lugar de recurrir a chivos expiatorios o culpar al destino?
Precisamente por eso la Iglesia, en su sabiduría, ha conservado íntegras las Escrituras: son un testimonio de la lucidez de un pequeño número, los fieles y los llamados «profetas». Los Netanyahu de aquella época siempre tropezaron con hombres de Dios atravesados en el camino para decirles la verdad. El profeta Jeremías, por ejemplo, si volviera hoy, sería calificado de «judío antisionista», acusado por los dirigentes israelíes de traicionar a «su nación».
La historia del pueblo hebreo, tal como se cuenta en el Primer Testamento, es emblemática en la medida en que muestra el camino a toda comunidad humana, instándola a permanecer fiel a los principios sobre los que se fundó y a reconocer sus errores. Si se suprime el Antiguo Testamento, se pierde la historia de la emergencia gradual, a partir de la violencia, de una comunidad humana que deja cada vez más espacio a la responsabilidad personal y a la piedad.
«Espiritualmente somos semitas» (Pío XI)
En 1938, en plena persecución nazi de los judíos, el Papa Pío XI dijo a un grupo de peregrinos belgas: «Espiritualmente, somos semitas». Se trataba, por supuesto, de una denuncia del antisemitismo nazi -tanto Pío XI como su sucesor Pío XII anticiparon, desde finales de 1938, lo que sería la persecución nazi de los judíos en los años de la guerra, y comenzaron a establecer cauces para la emigración de los perseguidos, de lo que hoy dan testimonio los archivos abiertos de la Santa Sede-.
Pero la expresión «espiritualmente somos semitas» podría tener hoy un nuevo significado. Podría recordarnos que la Revelación divina tuvo lugar en tres lenguas semíticas: el hebreo, para el pueblo del Antiguo Testamento y para los discípulos de Cristo (a quienes Jesús hablóaba en hebreo o en arameo); el árabe, para el Islam. El gran erudito Louis Massignon, destacado arabista fallecido en 1962, subrayó este fenómeno histórico: la revelación divina tuvo lugar en lenguas semíticas.
Esto nos lleva de nuevo a los límites del concepto de «judeocristianismo». Judíos, cristianos y musulmanes creen en el mismo Dios que creó el universo no por necesidad, sino por amor. Adonai, Dios Padre o Alá es el mismo Dios. La filosofía fundamental de los tres monoteísmos es la misma: la creación es obra de un Dios lleno de bondad. En segundo lugar, los tres monoteísmos difieren en la forma en que el hombre se relaciona con Dios. Pero judíos, cristianos y musulmanes somos, en efecto, los tres descendientes espirituales de Abraham, como le gustaba decir a Massignon.
Por eso los sionistas cristianos se equivocan, tanto como los partidarios de Netanyahu o los islamistas. Enfrentar a los hijos de Abraham, como quieren hacer los partidarios del milenarismo, ya sean cristianos, judíos o musulmanes, es negar la voluntad del Dios misericordioso que está en el origen de las tres revelaciones.
Tampoco tiene sentido intentar combinar dos de estos milenarismos contra el tercero, como hacen los defensores del sionismo cristiano. Judíos, cristianos y musulmanes pueden coexistir pacíficamente, siempre que todos trabajen por despolitizar la religión.
Edouard Husson, 22 de octubre de 2024