¿Es Israel un psicópata? – por Laurent Guyenot
Introducción
Hoy en día se habla mucho de los psicópatas que gobiernan el mundo. Un estudio entre altos ejecutivos de grandes empresas, publicado bajo el título Snakes in Suits (Serpientes con traje), muestra que los rasgos psicopáticos están muy extendidos entre ellos[1]. Esto se refleja naturalmente en formas colectivas de psicopatía: en The Corporation: The Pathological Pursuit of Profit and Power, Joel Bakan señaló que «el comportamiento corporativo es muy similar al de un psicópata»[2].
Entre las naciones, algunos Estados también se comportan como psicópatas. Estados Unidos es uno de ellos, con una «patología del poder» (título del libro de Norman Cousins de 1987) probablemente relacionada con el grado de psicopatía de los hombres al mando. Detrás de la máscara de cordura y moralidad que exhibe EEUU en el escenario mundial, hay un «estado profundo» movido por una insaciable sed de poder y desinhibido por cualquier conciencia moral o empatía; este estado profundo patológico controla hoy casi por completo la política exterior de EEUU.
Israel es otro Estado psicópata. La relación entre Estados Unidos e Israel es peculiar, y existen opiniones divergentes sobre su naturaleza. ¿Quién, de los dos, es la fuerza motriz? ¿Se han infiltrado topos estadounidenses y han secuestrado la política exterior de Israel, o todo lo contrario? Considero que la cuestión ha sido zanjada por los profesores Mearsheimer y Walt en su libro de 2008 The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy (y antes por Pat Buchanan en su artículo de 2003 «Whose War?»[3]): es Israel quien ha arrastrado a Estados Unidos a guerras que no eran de su interés estratégico y que, de hecho, ponen en peligro la seguridad nacional estadounidense. Fue cierto en el caso de Irak y es cierto en el caso de Siria. Los neoconservadores, la fuerza abrumadoramente dominante en el Estado profundo estadounidense desde 2001, son cripto-sionistas. Estados Unidos no controla la política exterior y colonial de Israel; ha fracasado siempre que lo ha intentado, y ahora ha dejado de intentarlo. En su lugar, como Ariel Sharon dijo célebremente un mes después del 11-S: «Nosotros, los judíos, controlamos América, y los americanos lo saben»[4]. El mismo hecho de que esta indignante declaración fuera rápidamente enterrada hace que su argumento sea evidente: porque, como Gilad Atzmon también ha dicho célebremente, «el poder judío es la capacidad de conseguir que los no judíos dejen de hablar del poder judío».
El control israelí de la mente y el corazón del pueblo estadounidense, basado en el control casi total de los principales medios de comunicación junto con operaciones psicológicas a gran escala como la del 11 de septiembre, es realmente desconcertante (quienes duden de que Israel ideó el 11-S con su red de supersayanim deberían leer mi artículo «¿Trabajo interno o trabajo del Mossad?»[5]). Pero se hace comprensible a la luz de lo que los psiquiatras llaman el «vínculo psicopático». No pretendo negar que Estados Unidos es patológico por derecho propio, incluso genéticamente. Pero aquí me concentraré en la nación que considero el psicópata más peligroso entre las naciones: Israel. El periodista israelí Gideon Levy escribió en Haaretz en 2010 que «sólo los psiquiatras pueden explicar el comportamiento de Israel» hacia los palestinos, sugiriendo «paranoia, esquizofrenia y megalomanía»[6]. Yo sugiero la psicopatía como un diagnóstico más preciso.
Aunque los especialistas debaten sobre la diferencia entre psicopatía y sociopatía, utilizaré ambos términos indistintamente. El último Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales ha optado por «trastorno antisocial de la personalidad», que tiene la ventaja, al igual que la sociopatía, de indicar que se trata de una disfunción de la capacidad de socialización.
La judeidad como sociopatía tribal
Los psicópatas son narcisistas con un enorme apetito de poder y sin conciencia moral. Incapaces de sentir empatía emocional, no sienten remordimiento por el sufrimiento que infligen a los demás. Los criterios diagnósticos de la psicopatía, enumerados por Robert Hare, incluyen la mentira patológica, la astucia y el comportamiento manipulador[7]. El psicópata no siente nada por nadie, pero ha desarrollado una gran capacidad de simulación, a veces con tendencia al histrionismo. Puede ser encantador y carismático. Aunque él mismo está inmunizado contra la culpa, aprende el arte de inducir y explotar la culpa de los demás.
La mentira está tan profundamente arraigada en su naturaleza que la cuestión de su sinceridad es casi irrelevante. La verdad no tiene valor a sus ojos, o se confunde con la versión de los hechos que a él le sirve; puede vencer a un detector de mentiras. El psicópata es incapaz de ponerse en el lugar de otra persona y, por tanto, de verse a sí mismo de forma crítica. Nunca se equivoca, y sus fracasos son siempre culpa de los demás. Seguro en cualquier circunstancia de tener razón, ser inocente y superior, considera el resentimiento de sus víctimas como «odio» sin sentido.
Aunque aquellos que han pagado el precio de ver a través de su máscara pueden juzgarle un loco de atar, el psicópata no está enfermo en el sentido tradicional. Dada su competitividad social, no se le puede considerar inadaptado desde un punto de vista cognitivo o conductual. Sin embargo, desde el punto de vista de la psicología profunda, se puede argumentar que el psicópata reprime una profunda angustia existencial, un miedo a su propia inhumanidad. Sintiéndose fundamentalmente no querible, sabe que su única oportunidad reside en la mentira y que, si los demás pudieran ver a través de él, se enfrentaría a su propia vacuidad. Como supone que los demás son tan despiadados como él, teme ser destruido si le descubren. Y, por lo tanto, debe seguir mintiendo cada vez mejor. Su obsesión por la dominación es la contrapartida de su profundo miedo a la aniquilación[8].
En El porvenir de una ilusión (1928), Sigmund Freud describió la religión, en particular el cristianismo, como una neurosis colectiva. En esta línea de razonamiento, argumentaré que la judeidad es más bien una forma de sociopatía colectiva. Esto no significa que «los judíos» sean sociópatas, sino que son víctimas de una mentalidad sociopática colectiva. La diferencia entre la sociopatía colectiva y la sociopatía individual es la misma que entre la neurosis colectiva y la neurosis individual según Freud: la participación en una mentalidad sociopática colectiva permite a los miembros de la comunidad canalizar las tendencias sociopáticas hacia el exterior de la comunidad y mantener dentro de ella un alto grado de sociabilidad[9].
La idea es fácil de ilustrar: El individuo que se siente superior a todos es un megalómano; pero Maurice Samuel es simplemente un judío comunitario cuando, en su libro Vosotros los gentiles (1924), expresa su creencia:
«de que nosotros los judíos estamos separados de vosotros los gentiles, de que una dualidad primordial rompe la humanidad que conozco en dos partes distintas; de que esta dualidad es fundamental, y de que todas las diferencias entre vosotros los gentiles son trivialidades comparadas con la que os divide a todos de nosotros»[10].
El individuo que se siente constantemente rodeado de enemigos es un paranoico; pero Leo Pinsker es un respetado precursor del sionismo por haber escrito que la judeofobia es una «enfermedad transmitida desde hace dos mil años», hereditaria e incurable, «una variedad de la demonopatía, con la distinción de que no es peculiar de determinadas razas, sino que es común a toda la humanidad»[11]. Asimismo, Josué Jehouda no tiene ninguna enfermedad mental, sino sólo una teoría etnocéntrica de la historia, cuando escribe:
«Quien sondea las profundidades de la historia universal, para obtener una visión de conjunto, descubre que desde la antigüedad hasta hoy dos corrientes opuestas se disputan la historia, penetrándola y modelándola constantemente: la corriente mesiánica y la corriente antisemita».[12]
En otras palabras, sólo cuando los judíos piensan, hablan y actúan como representantes de los judíos y en nombre de los judíos —cuando dicen «nosotros los judíos…»— su comportamiento hacia los no judíos y su concepción de las relaciones con los no judíos traicionan un patrón sociopático.
Pero cuando alguien dice «nosotros los judíos», generalmente está reproduciendo una categoría elaborada por la élite cultural judía, los levitas del pasado y del presente. La ideología dominante es la ideología de los dominantes. Y así, la psicopatía colectiva de los judíos es un paradigma cognitivo que les impone una minoría de judíos maquiavélicos influyentes para mantenerlos bajo control. «Los males de Israel son los males del liderazgo», escribió el editor judío Samuel Roth en Los judíos deben vivir: Un relato de la persecución del mundo por Israel en todas las fronteras de la civilización (1934). Culpó de todo el sufrimiento de los judíos a «la estupenda hipocresía y crueldad que nos impone nuestro fatal liderazgo».
«Comenzando por el propio Señor Dios de Israel, fueron los sucesivos líderes de Israel quienes uno a uno fueron forjando y guiando la trágica carrera de los judíos, trágica para los judíos y no menos trágica para las naciones vecinas que los han sufrido. […] a pesar de nuestros defectos, nunca habríamos hecho tanto daño al mundo si no hubiera sido por nuestro genio para el liderazgo malvado»[13].
El complejo transgeneracional de persecución-dominación
¿Qué es la judeidad? La mayoría de los judíos estarían de acuerdo con el etnohistoriador judío Raphael Patai (The Jewish Mind, 1977), en que es, antes que cualquier otra cosa, «conciencia de pertenencia»[14]. Esto equivale a decir que el judaísmo es una forma tribalista de pensar. Ahora bien, el tribalismo no es patológico en sí mismo. Pero el tribalismo judío tiene la peculiaridad de combinarse con una fuerte pretensión de universalismo. No hay disonancia cognitiva entre tribalismo y universalismo dentro del judaísmo: Los judíos se sienten universalistas no a pesar de ser judíos, sino en virtud de serlo. Por ejemplo, es enfáticamente «como judío estadounidense» que el rabino Joachim Prinz, presidente del Congreso Judío Estadounidense (y antiguo partidario de las leyes raciales nazis)[15], apoyó el movimiento por los derechos civiles de los negros estadounidenses[16]. El universalismo de los judíos es siempre, implícita o explícitamente, un universalismo judío, es decir, un universalismo tribal: una contradicción en los términos. Como autoengaño, es la expresión de una convicción irracional de que la judeidad es la esencia de la humanidad. Como mensaje a los no judíos, es una farsa de empatía grandiosa: «os queremos, humanidad, más que nadie; confiad en nosotros, sabemos lo que es bueno para vosotros». Y lo que es bueno para la humanidad es siempre, en última instancia, lo que es bueno para los judíos.
El universalismo judío significa que los judíos están en el centro del universo por derecho de nacimiento. Y es, de forma más o menos inconsciente o críptica, una fantasía y una estrategia de dominación. Como máscara de una forma extremadamente agresiva de etnocentrismo, el universalismo judío esconde el miedo a la peligrosidad potencial del resto de la humanidad, si se descubriera el fraude. Esa es la segunda paradoja del judaísmo: Los judíos proclaman a los cuatro vientos su amor universal, al tiempo que se lamentan por ser «el pueblo elegido para el odio universal»[17]. Esta curiosa fórmula de Leo Pinsker es el credo del sionismo laico, y refleja bastante bien un sentimiento muy extendido entre judíos e israelíes, como se documenta en la excelente película de Yoav Shamir Difamación (2009). «La gente cree que la Shoah [Holocausto] ha terminado, pero no es así. Continúa todo el tiempo», proclamó típicamente Benzion Netanyahu, padre del primer ministro israelí, antes de la elección de su hijo en 2009[18]. La victimización se ha convertido en la esencia de la identidad nacional israelí, según Idith Zertal, profesora de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Israel se ha transformado:
«en una zona crepuscular ahistórica y apolítica, donde Auschwitz no es un acontecimiento del pasado sino un presente amenazador y una opción constante. Por medio de Auschwitz —que se ha convertido a lo largo de los años en la principal referencia de Israel en sus relaciones con un mundo definido repetidamente como antisemita y siempre hostil— Israel se hizo inmune a la crítica e impermeable a un diálogo racional con el mundo que le rodea»[19].
Dominar, por miedo a ser exterminado. Y dominar cada vez más para salvaguardarse del resentimiento que despierta la propia dominación. Tal es el círculo vicioso psicopático en el que están enredados los judíos por la paranoia comunitaria. La única opción que les ofrece su élite cognitiva es: Jerusalén como capital del mundo, o volver al Holocausto. Una encuesta de Pew Research de 2013 mostró que, a la pregunta «¿Qué es esencial para ser judío?», «Recordar el Holocausto» ocupa el primer lugar para el 73% de los encuestados. Le sigue «Preocuparse por Israel»[20]. Michael Walzer recuerda: «La persecución es tan esencial para la identidad judía que, cuando no existe, hay una necesidad urgente de hacer que exista. Hay que mantener en la mente de los judíos un miedo obsesivo al antisemitismo, porque es el pegamento que mantiene unida a la comunidad, lo único capaz de resistir el efecto disolvente de la asimilación»[21].
Yosef Hayim Yerushalmi ha demostrado en Zakhor: Historia judía y memoria judía (1982) que el mandato de «recordar» y «no olvidar» está en el corazón del judaísmo. Esto, dice, hace de los judíos un pueblo fundamentalmente ahistórico: eligen el mito en lugar de la historia[22]. El impulso de recordar es tal que «el trauma del Holocausto se transmite genéticamente» por «herencia epigenética», según un equipo de investigadores dirigido por Rachel Yehuda, del Hospital Monte Sinaí de Nueva York[23]. El fenómeno es quizá comprensible a la luz de la teoría sociológica de la memoria de Maurice Halbwachs, autor de Sobre la memoria colectiva: «La mayoría de las veces, cuando recuerdo, son otros los que me espolean; su memoria acude en ayuda de la mía y la mía se apoya en la suya»[24]. También se pueden extraer algunas ideas de la psicología transgeneracional, el desarrollo más interesante del psicoanálisis. Ivan Boszormenyi-Nagy habla de «lealtades invisibles» que nos conectan inconscientemente con nuestros antepasados. Estas lealtades, que moldean nuestro destino en gran medida de forma inconsciente, se basan en sistemas de valores que varían de una cultura a otra[25]. Vincent de Gaulejac cree en «la existencia de un pasado genealógico que se impone al sujeto y estructura su funcionamiento psíquico»[26]. Tales consideraciones nos ayudan a comprender las tensiones psicológicas que se apoderan de todo judío que lucha por romper con la judeidad; ninguna comunidad cultiva un sentimiento más poderoso de lealtad ancestral. Las ideas no fluyen en la sangre, pero cada persona lleva dentro de sí a sus antepasados, de un modo misterioso y en gran medida inconsciente.
El paradigma del Holocausto, que hoy sostiene la identidad judía, se construye en torno a un inquebrantable sentido de inocencia y justicia propia, una incapacidad de autoexamen característica de los trastornos más graves de la personalidad. A sus propios ojos, los judíos no tienen ninguna responsabilidad por la hostilidad de los gentiles hacia ellos. Su élite representativa les recuerda constantemente esta inocencia[27]. Sin duda, hay excepciones, como Samuel Roth, ya citado[28], o el periodista francés Bernard Lazare, en su Antisemitismo, su historia y sus causas (1894)[29].
Hoy, algunos israelíes lúcidos están preocupados por la inmersión de su país en la patología colectiva. Yehoshafat Harkabi, subdirector de inteligencia militar, escribió en 2009:
«Deslumbrado por su santurronería, Israel no puede ver el caso de la otra parte. El fariseísmo anima a las naciones, al igual que a los individuos, a absolverse de todos los fallos y a librarse de la culpa de todos los percances. Cuando todo el mundo es culpable menos ellos, desaparece la posibilidad misma de autocrítica y superación…»[30].
La proyección psicológica, o desplazamiento de la culpa, es un proceso por el que uno niega sus propios impulsos negativos atribuyéndoselos a otros. Todos somos propensos a hacerlo en momentos de crisis personal. Pero sólo las personas con una enfermedad mental profunda lo hacen todo el tiempo. Tal es el caso de Israel, un país con cientos de cabezas nucleares apuntando a Irán, cuyos dirigentes siempre han negado tener arsenal nuclear alguno, mientras instan histriónicamente al mundo a hacer algo respecto al supuesto programa militar nuclear de Irán destinado a borrar a Israel de los mapas. Sería risible si Israel fuera simplemente un paranoico. Pero Israel es el psicópata entre las naciones, y eso significa una tremenda capacidad para manipular, intimidar, corromper moralmente, conseguir lo que quieren y dejar tras de sí un reguero de miseria.
Laurent Guyenot, 7 de mayo de 2018
Fuente: http://thesaker.is/is-israel-a-psychopath/
Traduccion ASH para Red Internacional
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NOTAS
[1] Paul Babiak and Robert Hare, Snakes in Suits: When Psychopaths Go to Work, HarperCollins, 2007. Los autores son entrevistados en el interesante documental I Am Fishead (2011).
[2] Joel Bakan, The Corporation: The Pathological Pursuit of Profit and Power, Free Press, 2005. Vea tambié el documental del mismo título.
[3] Pat Buchanan, «Whose War?», The American Conservative, March 24, 2003, en www.theamericanconservative.com/articles/whose-war/
[4] Sharon hablando con Shimon Peres el 3 de octubre de 2001, según informa BBC News: www.veteranstoday.com/2014/01/11/burying-sharon/.
[5] https://redinternacional.net/2018/06/14/dossier-11-de-septiembre-una-operacion-que-se-organizo-desde-adentro-o-una-operacion-del-mosad-por-laurent-guyenot/
[6] Gideon Levy, «Only Psychiatrists Can Explain Israel’s Behavior», Haaretz, 10 de enero de 2010, en www.haaretz.com.
[7] Robert Hare, Without Conscience: The Disturbing World of the Psychopaths Among Us, Guilford Press, 1993.
[8] Para una visión psicoanalítica de la psicopatía, Paul-Claude Racamier, Le Génie des origines. Psychanalyse et psychose, Payot, 1992.
[9] «Los creyentes devotos están protegidos en alto grado contra el riesgo de ciertas enfermedades neuróticas; su aceptación de la neurosis universal les ahorra la tarea de construirse una personal» (Sigmund Freud, El porvenir de una ilusión, Hogarth Press, 1928, p. 76).
[10] Maurice Samuel, You Gentiles, New York, 1924 (archive.org), p. 12.
[11] Leon Pinsker, Auto-Emancipation: An Appeal to His People by a Russian Jew (1882),en www.jewishvirtuallibrary.org/jsource/Zionism/pinsker.html.
[12] Josué Jehouda, L’Antisémitisme, miroir du monde, Éditions Synthesis, 1958, p. 185.
[13] Samuel Roth, Jews Must Live: An Account of the Persecution of the World by Israel on All the Frontiers of Civilization, 1934, (archive.org).
[14] Raphael Patai, The Jewish Mind, Wayne State University Press, 1977, p. 25. «Para mí, ser judío», dice el filósofo francés Alain Finkielkraut, «es sentirse implicado, preocupado, a veces comprometido por lo que hacen otros judíos. Es un sentimiento de pertenencia, de afiliación» (en YouTube, «Juif? Selon Alain Finkielkraut»).
[15] Citado en Israel Shahak, Jewish History, Jewish Religion: The Weight of Three Thousand Years, Pluto Press, 1994, p. 86.
[16] Seth Berkman, «Los judíos que marcharon sobre Washington con Martin Luther King», Forward.com, 27 de agosto de 2013. El discurso de Prinz está en www.joachimprinz.com/images
/mow.mp3.
[17] Leon Pinsker, Auto-Emancipation: An Appeal to His People by a Russian Jew, 1882, en www.jewishvirtuallibrary.org/jsource/Zionism/pinsker.html.
[18] Citado en Alan Hart, Zionism: The Real Enemy of the Jews, vol. 3: Conflict Without End?, Clarity Press, 2010, p. 364.
[19] Idith Zertal, Israel’s Holocaust and the Politics of Nationhood, Cambridge University Press, 2010, p. 4.
[20] «A Portrait of Jewish Americans», en www.pewforum.org.
[21] Michael Walzer, «Toward a New Realization of Jewishness», Congress Monthly, Vol. 61, No. 4, 1994, p. 4, citado en Kevin MacDonald, Separation and Its Discontents: Toward an Evolutionary Theory of Anti-Semitism, Praeger, 1998, kindle 2013, e. 4675–86
[22] Yosef Hayim Yerushalmi, Zakhor: Jewish History and Jewish Memory (1982), University of Washington Press, 2011.
[23] Tori Rodrigues, «Descendants of Holocaust Survivors Have Altered Stress Hormones», Scientific American, 1 de marzo de 2015, en www.scientificamerican.com.
[24] Maurice Halbwachs, On Collective Memory, Chicago, The University of Chicago Press, 1992, translated from Les Cadres sociaux de la mémoire (1925), Albin Michel, 1994, p. 2.
[25] Ivan Boszormenyi-Nagy, Invisible Loyalties: Reciprocity in Intergenerational Family Therapy, Harper & Row, 1973, p. 56.
[26] Vincent de Gaulejac, L’Histoire en héritage. Roman familial et trajectoire sociale, Payot, 2012, pp. 141–147.
[27] El intelectual judío francés André Neher: «Somos inocentes, y sentimos aún más profundamente que somos inocentes cuando se nos acusa. […] Es esta inocencia de la que debemos ser conscientes en la actualidad, y que nunca, nunca debemos negar, en ninguna circunstancia» (citado en Hervé Ryssen, Las Esperanzas planetarianas, SND Editories, 2022, p. 319).
[28] Samuel Roth, Jews Must Live, 1934: «No hay un solo caso en que los judíos no hayan merecido plenamente el amargo fruto de la furia de sus perseguidores».
[29] Si «esta raza ha sido objeto de odio por parte de todas las naciones en medio de las cuales se ha asentado, […] debe ser necesariamente que las causas generales del antisemitismo han residido siempre en el propio Israel, y no en quienes lo antagonizaban» (Bernard Lazare, El antisemitismo, su historia y sus causas (1894), en archive.org, p. 8).
[30] Alan Hart, Zionism: The Real Enemy of the Jews, vol. 2: David Becomes Goliath, Clarity Press, 2009, pp. 42–49.