Negando la negación del Holocausto – por Thomas Dalton
El 8 de abril se anunció que Canadá pronto se unirá a un ilustre club: el de las naciones ilustradas del mundo que han decidido prohibir la llamada negación del Holocausto. Dependiendo de cómo se interprete la ley, actualmente hay 18 naciones que prohíben explícitamente la “negación del Holocausto” (entre ellas Alemania, Austria, Francia, Israel, Italia, Polonia, Hungría y Rusia) o que prohíben genéricamente la “negación del genocidio” (Suiza y Liechtenstein). Canadá sería entonces la decimonovena nación en este cuadro de honor de la obsecuencia.
La acción de Canadá se produce poco después de que la Asamblea General de la ONU aprobara el 22 de enero de 2022 una resolución relacionada, A/76/L.30, que “condena” dicha negación. (La resolución se aprobó “por consenso”, lo que significa que no se emitieron votos afirmativos reales. Evidentemente, ningún país tuvo el valor de exigir una votación nominal).
El texto del proyecto de ley de Canadá aparentemente no está disponible -parece que será enterrado en un proyecto de ley de gastos más amplio- pero la resolución de la ONU tiene algunas observaciones interesantes. En primer lugar, define el Holocausto como un acontecimiento “que tuvo como resultado el asesinato de casi 6 millones de judíos, de los cuales 1,5 millones eran niños”. Esto es notable porque codifica en el derecho internacional la infame cifra de “6 millones”, una cifra que está condenada a desaparecer, dada la escasez de pruebas. Además, no conozco ninguna fuente para el “millón y medio de niños”, pero la falta de pruebas nunca ha detenido a nuestras intrépidas autoridades en el pasado, y seguramente no lo hará en este caso.
La resolución pasa a describir lo que entiende por negación del Holocausto:
“La negación del Holocausto se refiere al discurso y la propaganda que niegan la realidad histórica y el alcance del exterminio de los judíos por los nazis y sus cómplices durante la Segunda Guerra Mundial. … La negación del Holocausto se refiere específicamente a cualquier intento de afirmar que el Holocausto no tuvo lugar, y puede incluir la negación pública o la puesta en duda del uso de los principales mecanismos de destrucción (como las cámaras de gas, los fusilamientos masivos, el hambre y la tortura) o la intencionalidad del genocidio del pueblo judío.”
Como es habitual, esa formulación es una combinación de ambigüedad y falta de sentido. En primer lugar, ningún revisionista afirma que el Holocausto “no tuvo lugar”, si por ello debemos entender que nadie, ningún judío, murió realmente. Ningún revisionista pone en duda que se produjeran fusilamientos masivos de judíos, ni que muchos judíos sufrieran hambre y “torturas”. Sin embargo, sí cuestionan específicamente la idea de que se utilizaran cámaras de gas homicidas para asesinar a masas de personas, y sí ponen en duda la intencionalidad real de Hitler y otros líderes nacionalsocialistas de matar literalmente a los judíos.
Esto requiere un poco de elaboración. En cuanto al primer punto, las cámaras de gas Zyklon-B (cianuro) como instrumentos de asesinato en masa se enfrentan a un gran número de problemas técnicos importantes, incluyendo
(a) la inviabilidad de un gaseamiento rápido y masivo;
(b) el peligro personal para los supuestos gaseadores;
(c) la imposibilidad de eliminar el gas y los gránulos de Zyklon después del gaseamiento; (d) la imposibiliadad de eliminar los cadáveres empapados de gas;
(e) la imposibilidad de eliminar las masas de cadáveres en un tiempo razonable.
Peor aún con las llamadas cámaras de gas a base de “escape de gasóleo”, que supuestamente mataron a unos 2 millones de judíos, el doble que las infames cámaras de Zyklon. (Si esto es nuevo para usted, le recomiendo investigar un poco.) Estas cámaras supuestamente se basaban en motores diesel rusos capturados para producir el fatal gas de monóxido de carbono. Sin embargo,
(a) los motores diésel en realidad producen muy poco CO, demasiado poco como para matar a masas de personas en un tiempo razonable;
(b) los motores diésel no pueden bombear los gases de escape en habitaciones selladas y “herméticas”; y
(c) los cadáveres de los supuestos campos en que se practicaba esta actividad no mostraban ningún signo de envenenamiento por CO, a saber, una coloración rosada o roja brillante de la piel.
Si los defensores tradicionales del Holocausto se tomaran en serio la defensa de su punto de vista, empezarían por abordar estas cuestiones obvias. En cambio, las ignoran y se refugian en los recursos legales.
En cuanto a la cuestión de la intencionalidad, las palabras reales de Hitler, Goebbels y otros importan. A menudo hablaban de la Vernichtung (“destrucción”) o de la Ausrottung (“desarraigo”) de los judíos, pero estos términos no requieren el asesinato en masa de las personas en cuestión. Lo sabemos porque, en primer lugar, los alemanes utilizaron estos mismos términos durante años, décadas, en público, mucho antes de que nadie afirmara que había comenzado un “Holocausto”; claramente, se referían a poco más que a acabar con el dominio judío en la sociedad y a expulsar a la mayoría de los judíos de la nación. En segundo lugar, los alemanes utilizaron sistemáticamente otro tipo de lenguaje que pedía explícitamente la deportación, la evacuación y la expulsión masiva de los judíos -limpieza étnica quizás, pero no asesinato masivo-. En tercer lugar, tenemos innumerables ejemplos de otros líderes occidentales, desde Bush hasta Obama y Trump, que han hablado públicamente de forma similar de “destruir” o “aniquilar” a sus enemigos (normalmente árabes o musulmanes) sin que esto implique el asesinato en masa. Las palabras duras siempre han jugado a favor de los políticos, y los alemanes no fueron diferentes.
La resolución de la ONU continúa con algunos detalles sobre la definición de negación:
La [D]istorsión y/o negación del Holocausto se refiere, entre otras cosas, a:
(a) Esfuerzos intencionados para excusar o minimizar el impacto del Holocausto o sus elementos principales, incluyendo a los colaboradores y aliados de la Alemania nazi,
(b) La minimización flagrante del número de víctimas del Holocausto en contradicción con fuentes fiables,
(c) Intentos de culpar a los judíos de causar su propio genocidio,
(d) Declaraciones que presentan el Holocausto como un acontecimiento histórico positivo,
(e) Intentos de difuminar la responsabilidad por el establecimiento de campos de concentración y de exterminio ideados y operados por la Alemania nazi echando la culpa a otras naciones o grupos étnicos.
Cuatro de estos puntos – “excusar o minimizar el impacto”, “culpar a los judíos”, “presentar el Holocausto bajo una luz positiva” e “intentar difuminar la responsabilidad”- son prácticamente irrelevantes para el revisionismo serio. Los revisionistas serios, como Germar Rudolf, Carlo Mattogno y Jurgen Graf, entre otros, prácticamente nunca discuten estas cosas. Se centran en cuestiones mucho más pragmáticas: la inviabilidad de los planes de gaseo masivo, la falta de cadáveres u otras pruebas físicas, la ausencia de pruebas fotográficas o documentales que demuestren el asesinato en masa y las numerosas incoherencias lógicas de los testigos y supervivientes. Pero nuestros finos tradicionalistas del Holocausto nunca plantean estas problemáticas, porque saben que no tienen respuesta.
De los cinco puntos, sólo el (b), “minimización burda del número de víctimas”, es relevante, es decir, el cuestionamiento de los “6 millones”. Pero, ¿qué cuenta como “burda minimización”? ¿Cuentan los “5 millones”? Si así fuera, el célebre (y fallecido) investigador ortodoxo Raul Hilberg se vería rápidamente empañado con la etiqueta de “antisemita”; el hecho de que no haya ocurrido sugiere otra definición. ¿Y los “4 millones”? Si es así, el investigador Gerald Reitlinger está en problemas, pues durante mucho tiempo defendió que habían muerto unos 4,2 millones de judíos. ¿Cuentan los “3 millones”? ¿O “2 millones”? ¿O “lo sabremos cuando lo veamos”? Para que conste, los revisionistas serios estiman hoy que alrededor de 500.000 judíos murieron en total a manos de los nazis -la mayoría de ellos debido al tifus contraído en los diversos campos, muchos en fusilamientos variados en el frente oriental, y prácticamente ninguno en “cámaras de gas homicidas”.
Entonces, ¿qué quiere exactamente la ONU del mundo? Como leemos en el texto,
“La ONU rechaza y condena sin reservas cualquier negación del Holocausto como acontecimiento histórico, ya sea en su totalidad o en parte;
- Insta a todos los Estados miembros a rechazar sin ninguna reserva cualquier negación o distorsión del Holocausto como acontecimiento histórico, ya sea en su totalidad o en parte, o cualquier actividad con este fin;
- Elogia a los Estados miembros que se han comprometido activamente a preservar los lugares que sirvieron como campos de exterminio nazi, campos de concentración, campos de trabajos forzados, lugares de matanza y prisiones durante el Holocausto…
- Insta a los Estados miembros a que desarrollen programas educativos que inculquen a las generaciones futuras las lecciones del Holocausto para ayudar a prevenir futuros actos de genocidio…
- Insta a los Estados miembros y a las empresas de medios de comunicación social [!] a que adopten medidas activas para combatir el antisemitismo y la negación o distorsión del Holocausto por medio de las tecnologías de la información y las comunicaciones, y a que faciliten la denuncia de esos contenidos;
- Pide al programa de divulgación de las Naciones Unidas sobre el Holocausto, así como a todos los organismos especializados pertinentes de las Naciones Unidas, que sigan elaborando y aplicando programas destinados a contrarrestar la negación y la distorsión del Holocausto…
Por supuesto, si deseamos designar la pérdida de unos 500.000 judíos como “holocausto”, adelante. Pero será mejor que nos limitemos a los hechos y los argumentos. Recurrir a las prohibiciones legales equivale a admitir la derrota.
Ninguno de estos puntos se le escapó a un columnista judío del Boston Globe, Jeff Jacoby. Se animó a escribir un breve artículo de opinión titulado “Es un error prohibir la negación del Holocausto” (24 de abril 2022). Cita al Ministro de Seguridad Pública de Canadá, Marco Mendicino: “No hay lugar para el antisemitismo y la negación del Holocausto en Canadá”. A pesar de estar de acuerdo con esta opinión, y a pesar de “despreciar” a los negadores del Holocausto, Jacoby se opone a la ley pendiente. Y explica por qué, aunque no sin antes mostrar una ignorancia vergonzosa y una superficialidad espantosa.
En primer lugar, nos informa de que los “negacionistas” del Holocausto (nunca se define semejante concepto) son “despreciables antisemitas y mentirosos descarados”, que rebosan “odio a los judíos” y tratan de “rehabilitar la reputación de Hitler”. Intentan refutar “el crimen más exhaustivamente documentado de la historia” insistiendo en que “nunca ocurrió”. Esas personas merecen “toda la oblicuidad y el desprecio” que uno pueda reunir, dice. Calificar tales afirmaciones de injustificadas y azarosas es una incomprensión de primer orden; la dependencia aquí de los ataques ad hominem es un signo seguro de una inminente vaciedad de la argumentación.
Pero, aun así, Jacoby se opone a las leyes anti-negación por dos motivos. En primer lugar, dichas leyes van en contra del espíritu de la Primera Enmienda (libertad de expresión y de prensa). Más ampliamente, señala con razón que “es peligroso facultar al Estado para castigar las ideas”. De hecho, “cualquier gobierno que pueda criminalizar la negación del Holocausto esta semana puede criminalizar otras opiniones la próxima”. Sin embargo, no se menciona un punto clave: ¿Cómo es que en Canadá, una minoría del 1% de los judíos canadienses es capaz de imponer una ley que les beneficia específicamente? Uno pensaría que, en Canadá, una minoría judía del 1% tendría, digamos, la mitad de influencia que la minoría del 2% de los judíos estadounidenses. Pero está claro que no es así. Los judíos canadienses están a punto de imponerse una vez más.
La segunda razón de Jacoby para oponerse a esas leyes es que, como he señalado antes, equivalen a una “rendición intelectual”. Cita al vástago del Holocausto Deborah Lipstadt para decir que tales leyes implican que uno es incapaz de construir un argumento racional en defensa del punto de vista tradicional. Y esto, de hecho, es cierto. Basta con mirar cualquier relato tradicionalista del Holocausto, incluso del académico más erudito. Mire cualquier comentario sobre la negación del Holocausto. Ninguno abordará las cuestiones básicas que he citado anteriormente. Ninguno mencionará un solo libro revisionista reciente, o un solo investigador activo, como Rudolf, Mattogno o Graf. Ninguno examinará o refutará un solo argumento revisionista relevante. Ninguno proporcionará un desglose, por causas, de los infames “6 millones” de muertos. Estos son hechos reveladores.
Por su parte, Jacoby obviamente no tiene respuesta. Todo lo que puede hacer es hacer afirmaciones planas y sin fundamento: “nunca hubo un genocidio más meticulosamente registrado por sus autores… ni más exhaustivamente descrito por los estudiosos y los supervivientes”; “un inmenso océano de pruebas atestigua el horror del Holocausto”. De forma poco inteligente, intenta utilizar las “pruebas visuales… de hambre, crueldad y bestialidad” del general Eisenhower para defender su punto de vista. Pero esto falla; como probablemente él no sabe, las memorias de posguerra de Eisenhower, Cruzada en Europa (1948), de 550 páginas, no tienen ni una sola referencia a ningún Holocausto, cámaras de gas o Auschwitz. Un solo párrafo del libro (p. 439) afirma únicamente que los judíos “habían sido golpeados, hambrientos y torturados”. No se menciona en absoluto el asesinato en masa, el exterminio, el gaseado, el crematorio o algo parecido. Eisenhower no es un buen testigo para la defensa. (Por si sirve de algo, ni Churchill ni De Gaulle mencionaron en sus memorias de posguerra Auschwitz, las cámaras de gas o el exterminio. Ike no era una anomalía).
Pero, ¿importa realmente todo esto? ¿Qué importancia tiene el Holocausto? dirán algunos. De hecho, es enormemente importante. El Holocausto es el eje del poder judío. Es la razón de ser del Estado de Israel. Es la herramienta de culpabilidad número uno utilizada contra los blancos en todo el mundo. Y es la encarnación del narcisismo judío. Cuando esa historia se desmorone, todo el edificio judeocrático puede caer también. Nunca debemos subestimar el poder del revisionismo del Holocausto; los judíos ciertamente no lo hacen.
Una última reflexión: Me alegra saber que Jeff Jacoy cree en la libertad de expresión. Es una lástima que no tenga sentimientos igualmente fuertes sobre la apertura y la honestidad, sobre los muchos problemas que plantea la historia del Holocausto, y sobre un lobby judío global que es capaz de imponer leyes, prohibir libros, e imponer una cultura de cancelación a cualquiera que no le guste. Eso sí que sería un artículo de opinión que valdría la pena leer.
Thomas Dalton, 30 abril 2022
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El doctor Thomas Dalton es autor o editor de varios libros y artículos sobre política, historia y religión, con especial atención al nacionalsocialismo en Alemania. Entre sus obras se encuentran una nueva serie de traducciones de Mein Kampf, y los libros Eternal Strangers (2020), The Jewish Hand in the World Wars (2019), y Debating the Holocaust (4ª edición, 2020). ¡Recientemente ha editado una nueva edición de la obra clásica de Rosenberg Myth of the 20th Century y un nuevo libro de caricaturas políticas, Pan-Judah! Todos ellos están disponibles en www.clemensandblair.com . Véase también su sitio web personal www.thomasdaltonphd.com .
Traduccion Red Internacional
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