El 14 de noviembre de 2018, la renuncia de Avigdor Lieberman al cargo de ministro de Defensa del gobierno de Benyamin Netanyahu abría una gravísima crisis política en Israel, haciendo necesaria la convocación anticipada de elecciones legislativas. Pero esas elecciones no han dado nacimiento a una nueva mayoría en el parlamento israelí. Ya transcurrieron las 5 semanas reglamentarias sin que Netanyahu lograra constituir un nuevo gobierno, así que habrá nuevas elecciones legislativas en Israel el 17 de septiembre.
Lieberman dimitió cuando Netanyahu impuso un acuerdo con Qatar, acuerdo que implicaba un alto al fuego con el Hamas y que el emir de Qatar asumiera directamente el pago de los salarios de los funcionarios palestinos en la franja de Gaza.
En la escena internacional, nadie reaccionó a lo que parece la anexión de Gaza por parte de Qatar y su separación de los demás territorios ocupados palestinos. Para Lieberman, aquel acuerdo significaba organizar una dictadura de la Hermandad Musulmana a las puertas de Israel. Muchos interpretaron todo aquello como una forma de preparación del «Trato del Siglo» de Jared Kushner y Donald Trump. Sin embargo, hoy parece que Estados Unidos tenía previsto poner Gaza bajo el control de Egipto y no de Qatar.
Durante la campaña electoral, Avigdor Lieberman desplegó poco a poco nuevos argumentos sobre la eliminación de la disposición que exime del servicio militar a los estudiantes de las yeshivas [1], argumentos basados en el rechazo de la forma de orden impuesto por las costumbres y normas colectivamente conocidas como el «Código de Ley Judía» (Halajá) y de los privilegios religiosos. Ese tema no es nuevo, pero nunca había alcanzado tanta importancia como ahora, llegando incluso a impedir que Benyamin Netanyahu lograra formar un nuevo gobierno.
Lieberman es un inmigrante. Llegó a Israel desde Transnistria (un territorio ex soviético) y logró reunir a los judíos rusoparlantes para crear, en 1999, el partido político laico Israel Beytenu, o sea “Israel, nuestra casa”. Más de un millón de inmigrantes soviéticos llegaron a Israel después de la adopción, en 1974, de la enmienda estadounidense Jackson-Vanik, que amenazaba con aislar económicamente a la Unión Soviética si ese país no permitía que los judíos soviéticos emigraran a Israel. Aquellos inmigrantes rusoparlantes son legalmente judíos (todos tienen algún abuelo judío) pero no son obligatoriamente judíos en el plano religioso (o sea, de madre judía). La creación del partido de Lieberman fue financiada por Michael Cherney, un oligarca uzbeko vinculado al entonces presidente ruso Boris Yeltsin.
Antes de crear su partido, Lieberman era conocido sólo como empleado del Likud. Fue director general de ese partido antes de convertirse en jefe del equipo de trabajo del primer ministro Netanyahu, pero sin tratar de obtener ningún cargo a través de elecciones. Lieberman es un ex guardia de seguridad de club nocturno y habla con un fuerte acento ruso. Ante un interlocutor, siempre empieza por mirarlo con prepotencia y por amenazarlo… antes de tratar de negociar con él.
En octubre de 2003, Michael Cherney financió un extraño congreso en el hotel King David de Jerusalén [2]. El objetivo de aquel encuentro era unir a los políticos israelíes rusoparlantes –como Lieberman– a los discípulos estadounidenses del filósofo Leo Strauss (mayoritariamente ex colaboradores de un coautor de la enmienda Jackson-Vanik) y a sus aliados «cristianos» (aliados sólo en el sentido de que eran contrarios al ateísmo soviético) en Estados Unidos. Era evidente que tenían para ello un amplio respaldo de parte de la administración de George Bush hijo, que no tenía intenciones de permitir que aquella minoría se desplazara hacia la órbita del nuevo jefe del Kremlin, Vladimir Putin. Toda la derecha israelí de aquella época, comenzando por el propio Benyamin Netanyahu, participó en aquel encuentro.
Aquel “congreso” desarrolló una tendencia que se ha impuesto en algunos círculos: la teopolítica, que no es otra cosa que la creencia según la cual la paz mundial es posible… únicamente si se concreta primeramente en Israel. Un gobierno mundial impedirá toda guerra y tendrá su sede… en Israel. En Francia, esa es la tesis de Jacques Attali, mentor del actual presidente francés Emmanuel Macron.
En 2003, Avigdor Lieberman no tenía ningún problema con los religiosos, con tal de que estos compartiesen o apoyasen su nacionalismo israelí, e incluso pactó una alianza con el partido Tkuma [3]. En aquella época, Lieberman tampoco vacilaba ante la mezcla de ideas políticas y religiosas. Sus amigos discípulos de Leo Strauss [4], que habían pasado por la oficina del senador Jackson, decían sin complejos que el episodio nazi había demostrado la debilidad de las democracias y que, para evitar un nuevo Holocausto, los judíos tenían que implantar una dictadura. En el Pentágono, los amigos “cristianos” de Lieberman [5] habían concebido una alianza de todos los judíos y de todos los cristianos –los «judeo-cristianos» [6]– para luchar contra el comunismo ateo.
Las ideas de Avigdor Lieberman son harto conocidas y él siempre ha profesado las mismas. Dice que hay que saber a quién y a qué se profesa lealtad. Los palestinos están divididos entre nacionalistas palestinos y nacionalistas islamistas –estos últimos no luchan por un Estado palestino sino por la umma, que es toda la comunidad de creyentes del islam– y no logran ponerse de acuerdo para convivir entre palestinos. ¿Cómo esperar entonces que logren vivir con judíos europeos? Palestinos y judíos son dos pueblos diferentes. En nombre del realismo, Lieberman se opone por ende al plan de la ONU de creación de un Estado binacional e incluso considera imposible que los «árabes de 1948» que cuestionan la existencia de Israel puedan conservar la nacionalidad israelí.
Debido a su agresiva manera de expresarse, Avigdor Lieberman es visto a menudo como un racista. En 2001, Lieberman se planteaba la posibilidad de bombardear la represa de Asuán para doblegar a Egipto. En 2003, decía estar dispuesto a ahogar a los presos palestinos en el Mar Muerto, etc. Pero esas declaraciones estruendosas no son fruto de su ideología sino de su carácter fundamentalmente alardoso y truculento. En 2004, Lieberman calificaba al palestino Mahmud Abbas de «diplomático terrorista», pero en 2008 el mismo Lieberman catalogaba a Benyamin Netanyahu como «mentiroso, tramposo y crápula».
Durante su trabajo como ministro, Lieberman nombró numerosos altos funcionarios de origen etíope, así como beduinos y drusos. Su único objetivo es que tener la ciudadanía israelí implique ser leal al Estado de Israel. Una personalidad de izquierda como el ex jefe del estado mayor de la aviación israelí, el general Eitan Ben Eliyahu, asegura que Lieberman no es un extremista, lo que sí es ese ferviente partidario del «Gran Israel» que se llama Benyamin Netanyahu.
A fin de cuentas, la cuestión que se plantea no es saber si Lieberman es o no de extrema derecha, ni cuál será su futuro personal sino qué fuerzas lo han llevado romper la alianza que mantenía con Netanyahu desde los años 1990, y también la que había anudado en 2003 con los grupos religiosos. Tengamos en cuenta que todo eso se produce en el contexto del «Trato del Siglo», constantemente anunciado, aún no revelado pero ya en vías de aplicación.
El proyecto de Kushner y Trump plantea resolver el conflicto israelo-palestino favoreciendo el desarrollo económico de los árabes y teniendo en cuenta sus derrotas sucesivas. Moscú ha declarado «inaceptable» la manera como Washington se plantea desconocer el Derecho Internacional. Desde la Conferencia de Ginebra realizada en junio de 2012, Rusia busca asentarse en el Medio Oriente y adquirir cierta influencia (compartida con Estados Unidos) sobre Israel. Lieberman es un individuo culturalmente mucho más cercano del Kremlin que de sus socios de la Casa Blanca y el Pentágono.