Hay que quitarse el sombrero ante el increíble míster Browder! El mes pasado [mayo de 2016] impidió la proyección del film El efecto Browder en el Parlamento Europeo [1] y ha logrado retirar varios artículos de diversos sitios web estadounidenses. Esta misma semana convirtió en una verdadera batalla la proyección en Estados Unidos de ese film crítico sobre su historia personal.
https://americaneveryman.com/2017/08/01/russian-tv-the-browder-effect-full-documentary/
¡Ni hablar de libertad de expresión para los enemigos de Browder! Sus abogados están al acecho y amenazan con costosos procesos a quien se atreva a escarbar en los sórdidos asuntos de este personaje. Sus esbirros reescribieron el artículo sobre él en Wikipedia, liquidando hasta las discusiones sobre el tema [2]. A pesar de cientos de posts, no quedó absolutamente nada que se salga de la versión oficial. No abundan los poderosos que hayan logrado borrar sus huellas a tal extremo.
A pesar de eso, la suerte, siempre veleidosa, está volviéndose en contra de míster Browder.
¿Quién es este hombre tan extremadamente influyente? ¿Hombre de negocios, político, espía? Según el Jewish Chronicle, el magnate judío nacido en Estados Unidos William Felix “Bill” Browder se considera el enemigo número 1 de Putin. Para Browder, Putin «no es amigo de los judíos», es un «asesino a sangre fría» y hasta un «dictador criminal, que en nada difiere de Hitler, Mussolini o Kadhafi». Más exactamente, Browder es el hombre que ayudó a desatar la nueva guerra fría entre Occidente y Rusia. Claro, las raíces ya estaban ahí. Pero él las hizo florecer. Si Estados Unidos y Rusia no han llegado aún a intercambiar disparos de armas nucleares, no es Bill Browder el culpable: él ha hecho todo lo posible por lograr que llegaran a esos extremos. Y lo ha hecho por una razón particularmente válida: el cruel seguidor de Hitler que es Vladimir Putin ha afectado a Browder donde más duele, en la billetera. ¿O será que existe otra razón más poderosa?
William Felix “Bill” Browder es nieto del dirigente comunista estadounidense Earl Browder [3]. Llegó a Rusia en el momento de mayor debilidad de ese país, después del derrumbe de la URSS, y reunió una fortuna colosal gracias a una serie de transacciones oscuras. Ese tipo de fortuna no aparece por obra y gracia del Espíritu Santo. Como cualquier oligarca, Browder fue implacable para garantizar su enriquecimiento personal.
Y acabó encontrándose en el camino de Vladimir Putin, que era –y sigue siendo– muy tolerante con los oligarcas… mientras respeten las leyes. El problema es que los oligarcas no serían oligarcas si les pareciera fácil respetar las leyes. Algunos trataron de burlarlas. Así fue como Jodorkoski fue a parar en la carcel mientras que Berezovsky y Gusinsky tuvieron que acabar exilándose. La posición de Browder era diferente, era el único oligarca judío en Rusia que no se había tomado el trabajo de obtener la nacionalidad rusa. Se le prohibió la estancia en suelo ruso, se ordenó la realización de auditorías a sus empresas… y los resultados estuvieron lejos de ser satisfactorios.
Como usted han podido ciertamente imaginar, en sus empresas se descubrieron enormes fraudes fiscales. Browder creía que mientras le lamiera las botas a Putin, lograría escapar a un final desagradable y podría seguir defraudando el fisco. Estaba equivocado. Putin no es títere de nadie. En Rusia, ser adulón no garantiza impunidad y Browder había sido demasiado ambicioso. Había cometido dos errores imperdonables.
Los rusos temían que los extranjeros compraran todo por unas pocas migajas, aprovechándose de las tasas de interés favorables y de la escasez de capital nacional. Para evitarlo, las acciones de las firmas más seguras, totalmente rusas, como Gazprom y otras, se negociaron exclusivamente entre ciudadanos rusos. Los extranjeros tenían que pagar más. Utilizando intermediarios que fingían comprar para sí mismos, Browder compró grandes cantidades de acciones [reservadas a los rusos] y estaba a punto de hacerse con el control del petróleo y del gas de Rusia. Pero Putin se había dado cuenta de que Browder estaba actuando a favor de los intereses de grandes compañías petroleras extranjeras, para reeditar las hazañas de Jodorkovsky.
El segundo error de Browder fue haber sido demasiado ambicioso. En Rusia, los impuestos son muy bajos. Pero Browder no quería pagar absolutamente nada, así que contrató a Magnitsky, un experto en impuestos que aprovechó lagunas del código fiscal ruso para evitar todo pago de impuestos. Magnitsky instaló empresas de fachada en varias zonas francas de Rusia, como la bucólica República de Kalmukia, pequeña, budista y autónoma, a la que se le garantizaba la no existencia de impuestos como medio de favorecer su avance económico y de reducir allí el desempleo. Pero las empresas de Browder no trajeron nada de avance económico, ni crearon empleos. Eran empresas que sólo existían en papeles y que su propietario rápidamente declaró en quiebra.
Otro truco de Magnitsky fue crear empresas dirigidas por impedidos físicos, igualmente exentos del pago de impuestos. En el documental El efecto Browder, algunas de esas personas, a menudo analfabetas e intelectualmente limitadas, hablan al realizador del film de que habían firmado documentos sin haber podido leerlos y de las modestas sumas de dinero que habían percibido por permitir que millones de dólares transitaran a través de sus cuentas bancarias.
Míster Browder no niega esas acusaciones. Él dice que evitar el pago de impuestos no es un crimen. Hay mucho que leer sobre los pequeños trucos de Magnitsky y Browder y sobre como atacaron diversas firmas usando a los accionistas minoritarios y utilizando otras argucias.
Pero los métodos de Magnitsky acabaron por llamar la atención y acabó siendo arrestado. Diez meses después, en 2009, Magnitsky murió en la cárcel. Su patrón, Browder, estaba fuera de Rusia y emprendió su campaña contra ese país, con la esperanza de compensar sus pérdidas. Afirmó que Magnitsky era su abogado y que había descubierto acciones fraudulentas y robos entre miembros del gobierno y que por eso había sido encarcelado y torturado hasta la muerte [4].
El Congreso estadounidense se apresuró a adoptar la ley conocida como Magnitsky Act, primera salva de la nueva guerra fría. Según ese texto, cualquier ciudadano ruso puede ser declarado culpable de la muerte precoz de Magnitsky y de apropiación de los bienes de míster Browder. A partir de la adopción de la Magnitsky Act es posible apoderarse de cualquier propiedad rusa y congelar cuentas bancarias rusas, sin tener que cumplir la menor formalidad jurídica y sin previo aviso. Los rusos consideraron esto escandaloso –sobre todo porque habían depositado unos 500 000 millones de dolares en bancos occidentales– y tomaron medidas de respuesta, lo cual conduce a la actual situación.
El impacto de la Magnitsky Act fue en realidad mínimo: unos 20 millones de dólares congelados y prohibiciones de entrada a Estados Unidos contra una decena de personas no muy importantes. Mucho más grande fue el efecto sicológico: las élites rusas se dieron cuenta repentinamente de que podían perder su dinero y sus residencias en cualquier momento, pero no en la Rusia de Putin –considerado un discípulo de Satanás– sino en el Occidente libre que ellos habían escogido como eventual refugio. La Magnitsky Act abrió el camino a la confiscación de las cuentas rusas en Chipre, a las sanciones que siguieron a la reincorporación de Crimea a Rusia y a la plena implementación de la nueva guerra fría.
Todo eso fue muy triste para Rusia, algo así como el primer desencanto de un adolescente, en su historia de amor con Occidente. Pero, en mi opinión, ha sido finalmente saludable. Un trago de guerra fría –pero bien fría, con mucho hielo, por favor– es bueno para la gente común, mientras que lo contrario, una alianza ruso-estadounidense, favorece sólo a las élites.
La peor época para la gente del pueblo, en Rusia, fueron los años 1988-2001, cuando los rusos estaban enamorados de Estados Unidos. Los oligarcas se apoderaron de todo lo que pudieron… para revenderlo a Occidente, y a cambio de migajas. Compraban residencias en la Florida mientras que Rusia se caía a pedazos. Malos tiempos aquellos para el mundo entero, por cierto. Estados Unidos invadía Panamá y Afganistán sin encontrar oposición, Irak fue condenado a muerte, Yugoslavia fue bombardeada y desmembrada.
Con el regreso a la guerra fría volvimos también a una especie de normalidad. Los rusos detuvieron el ímpetu destructor de Estados Unidos contra Siria, los funcionarios rusos aprendieron a apreciar la belleza de Sochi, en vez de irse a Miami. Sólo por eso, Browder tiene el mérito de figurar entre las fuerzas que siempre quieren el mal y que, a pesar de todo, acaban provocando algo bueno, lo cual no quiere decir que el gobierno ruso estuviese satisfecho con la ducha fría.
Los rusos no reconocen ningún error o motivo político que justifique tener que negociar con Browder. Ellos dicen que Magnitsky no era abogado sino experto en impuestos, que fue arrestado y juzgado por cuestiones de evasión fiscal y que murió en la cárcel de muerte natural. Nadie les hizo caso, hasta que se solicitó a Browder comparecer bajo juramente, en Estados Unidos. ¡Imposible! Durante 2 años varios magistrados le enviaron citaciones para hacerlo comparecer… pero Browder corre mucho. Hay videos muy cómicos que lo muestran corriendo delante de la policía estadounidense, en Nueva York.
Algo de sentido común logró infiltrarse en algunos cerebros estadounidenses. La publicación estadounidense The New Republic llegó a plantearse la siguiente interrogante: Si Browder era realmente víctima de persecución en Rusia y había preferido la justicia estadounidense para hacer valer la verdad, ¿por qué se negaba con tanto empeño a comparecer ante un tribunal estadounidense?
Aparece entonces Andrei Nekrasov, cineasta ruso disidente que había rodado varios films consideradas altamente críticos contra el gobierno ruso. Según Nekrasov, el FSB [5] había organizado atentados con bombas en Moscú para justificar la guerra de Chechenia. Nekrasov había condenado la guerra de Rusia contra Georgia, en 2008, lo cual le valió ser condecorado por las autoridades georgianas. Este realizador no ponía en duda la versión occidental sobre el caso Browder-Magnitsky y había decidido hacer un documental sobre el noble hombre de negocios estadounidense y el bravo abogado ruso que luchaba por los derechos humanos. Las organizaciones y parlamentarios europeos aportaron el presupuesto para el documental, con la esperanza de utilizarlo para denigrar a Putin y glorificar al mártir Magnitsky.
Sin embargo, mientras hacía su documental, Nekrasov se dio cuenta de que todo lo que favorecía a Browder se basaba… en las declaraciones del propio Browder, que carecían de bases concretas. Al cabo de complejas investigaciones, Nekrasov llegó a conclusiones muy diferentes y, según su documental, Browder es un estafador que trata de evadir las leyes y Magnistsky era su cómplice en una serie de actividades injustificables.
Nekrasov incluso descubrió una entrevista que Magnitsky había concedido cuando ya estaba en la cárcel. En esa entrevista, Magnitsky declara temer que Browder ordene asesinarlo para garantizar su silencio y usarlo como chivo expiatorio. De hecho, Browder trató de comprar al periodista que había entrevistado a Magnitsky para que “limpiara” las declaraciones de su ex cómplice. El hecho es que Browder fue el principal beneficiado con la muerte de Magnitsky, mientras que los investigadores estaban satisfechos con la cooperación del difunto.
Nekrasov no encontró prueba alguna de que Magnitsky hubiese tratado de investigar malversaciones supuestamente realizadas por miembros del gobierno [ruso], es que Magnitsky estaba demasiado ocupado escondiendo sus propios “arreglos” en materia de evasión fiscal. En vez de confirmar sus ideas preconcebidas sobre todo el asunto, Nekrasov acabó haciendo un documental sobre todo lo que había descubierto.
El poderoso míster Browder logró impedir la proyección del documento en el Parlamento Europeo. Pero en Washington se encontró con otro tipo de gente. A pesar de las amenazas de Browder, el film se proyectó en Estados Unidos, donde fue presentado por el mejor periodista de investigación del país, Seymour Hersch, quien, ya cerca de los 80 años, sigue siendo una persona que no acepta compromisos. Hay que reconocer que no hay en el mundo país más cercano que Estados Unidos a la libertad de expresión.
¿Qué hace a Browder tan poderoso? Que invierte en los políticos. Es probablemente una cualidad única entre los judíos: invierten más que nadie en contribuciones para ciertos personajes. Los árabes prefieren gastar en caballos y jets, a los rusos les gustan las inversiones en el sector inmobiliario, a los judíos les gustan los políticos. La televisión rusa NTV reportó que Browder financió generosamente a la gente que se dedica a elaborar las leyes estadounidenses y aportó pruebas sobre las transferencias de dinero: las estructuras de Browder entregaron un centenar de miles de dólares –oficialmente– a senadores y miembros de la Cámara de Representantes para que aprobaran la ley Magnitsky.
Sumas mucho más importantes fueron distribuidas a través de los hermanos Ziff, hombres de negocios judío-estadounidenses súper ricos, según revelaron los investigadores en dos artículos publicados en Veteran News Network y en el Huffington Post. Esos dos artículos fueron retirados de ambos sitios web, pero es posible verlos en la memoria caché. Esos artículos revelan el nombre del principal beneficiario de la generosidad de Browder: se trata del senador Ben Cardin, un demócrata de Maryland. Ben Cardin es el motor de la Magnitsky Act, al extremo que ese texto es designado a menudo como «Cardin Act». Ben Cardin es un fervoroso partidario de Hillary Clinton y preconiza una buena guerra fría. Es además miembro eminente del lobby o grupo de presión israelí.
El caso Browder es un coctel preparado en las alturas de la clase judía más opulenta, a golpe de dinero, con espías, políticos y crimen internacional. Casi todos los personajes implicados resultan ser judíos, no sólo Browder, los hermanos Ziff y Ben Cardin. Hasta su enemigo, el beneficiario de la estafa que –según Browder– acabó apoderándose de sus bienes en Rusia, es otro hombre de negocios judío, Dennis Katsiv –parcialmente absuelto por un tribunal de Nueva York ya que «combatir a Putin no basta para convertirlo a uno en santo».
Browder comenzó obteniendo acceso a los ricos, bajo el patrocinio de Robert Maxwell, un tan rico como deshonesto hombre de negocios judío de nacionalidad checa que adoptó un nombre escocés. Maxwell malversó millones de dólares de los fondos de pensiones de su propia empresa antes de morir en misteriosas circunstancias a bordo de su yate, en medio del Atlántico. Según Ari Ben Menash, de la inteligencia militar de Israel, Maxwell fue durante años agente del Mossad. También dijo que Maxwell pagó a los israelíes, refiriéndose al caso de Mordechai Vanunu. Vanunu fue secuestrado [por Israel] y pasó muchos años en las cárceles israelíes (18 años en una primera condena). [6]
Geoffrey Goodman escribió que Maxwell «fue ciertamente utilizado, de manera totalmente consciente, como doble agente este-oeste. Ese arreglo incluía la transmisión de información a los servicios secretos israelíes, con los que había ido vinculándose cada vez más hacia el final de su vida».
Después de Maxwell, Browder adoptó como amo a Edmond Safra, banquero judío muy rico, de origen libanés, quien también desempeñó un papel en la partida entre el este y el oeste. Safra puso en manos de Browder los fondos que necesitaba para su fondo de inversiones. El banco de Safra era el improbable depositario del préstamo del FMI –ascendente a 4 000 millones de dólares– a Rusia… y en ese banco desapareció ese dinero. Las autoridades rusas dicen que Browder estuvo implicado en ese «robo del siglo», por ser muy allegado a Safra. El nombre del banquero estuvo vinculado al Mossad. Como temía por su vida, Safra se había rodeado de matones del Mossad, bien entrenados. De nada le sirvió pues murió en medio de atroces sufrimientos cuando uno de sus guardaespaldas incendió su residencia.
El tercer oligarca judío con el que Browder se vinculó fue Boris Berezovsky, el hombre que decidía quién llegaba a ser parte de las altas esferas del poder en la Rusia de Boris Yeltsin. Berezovsky también murió, en su cuarto de baño –una constante en ese medio. Al parecer fue un suicidio. Berezovsky había sido muy activo en el mundo de la política, apoyaba a todo el que estuviera en contra de Putin en Rusia. Pero meses antes de su muerte había pedido autorización para regresar a Rusia y había logrado cierto progreso en sus negociaciones con las autoridades rusas.
El jefe de la seguridad de Berezovsky, Serguei Sokolov, había viajado a Rusia con ciertos documentos que su difunto jefe había preparado para favorecer su regreso. Esos documentos señalan que Browder había sido agente de los servicios de inteligencia occidentales, empezando por la CIA y, años más tarde, del MI6. Su nombre de código era «Solomon» porque trabajaba para el banco de inversiones Salomon Brothers. Su actividad financiera [7] era sólo una cobertura para sus verdaderos proyectos, que consistían en recoger datos económicos y políticos sobre Rusia y librar la guerra económica contra Rusia. Esta revelación figura en el documental hoy convertido en fuente de escándalo, El efecto Browder, que el canal de televisión Rusia-1 transmitió el 13 de abril de 2016, donde se señala que en realidad Browder no corría tras el dinero y que sus actividades en Rusia, aunque le reportaban ganancias, eran más bien de carácter político.
Aunque plantea algunas dudas de orden lingüístico sobre esos documentos, Gilbert Doctorow llega a una conclusión razonable:
«la intensidad del trabajo de Bill Browder y la época en que se dedicaba a la adopción de sanciones anti-rusas en Europa no eran en nada compatibles con el comportamiento de un hombre de negocios de categoría internacional en el más alto nivel. Me pareció claramente que detrás tenía otro objetivo. Pero en aquel momento nadie podía llegar y sugerir que el tipo era un estafador, un ejecutor de agencias de inteligencia. Sea cual sea el veredicto final sobre los documentos presentados en el film El efecto Browder, estos plantean interrogantes sobre Browder que deberían haber salido a la luz hace muchos años en los grandes medios occidentales, si los periodistas les hubiesen prestado atención. Evgueni Popov, el realizador, merece ser tomado en serio por haber planteado esas interrogantes, aunque sus documentos exijan investigaciones más profundas antes de que podamos llegar a respuestas definitivas.» [8]
No sabemos si Browder es o fue un espía. Pero no deberia sorprendernos que lo fuera en la medida en que estuvo muy vinculado a Maxwell, Safra y Berezovsky, financieros que tenían muy sólidos vínculos con el mundo de la inteligencia.
Míster Browder quizás ha sobrestimado su propia utilidad. Desató la guerra fría. Ahora ha llegado el momento de contenerla en límites saludables y de evitar un desastre nuclear o una desenfrenada carrera armamentista. Esa es la tarea que esperamos del próximo presidente de Estados Unidos, Donald Trump.