La Propaganda de la Superpoblación – por Peter Koenig
“Las guerras son horribles. Lo único bueno de las guerras es que ayudan a reducir la población mundial.”
Estas fueron las palabras que me lanzó a la cara hace poco una persona a la que consideraba cercana. Me quedé anonadado; le pregunté qué quería decir.
–Bueno, ¿no crees que el mundo está superpoblado?
Me parecía increíble que alguien a quien yo respetaba pudiese pensar así. Bien podían ser los pensamientos de la gente común que vivía en mi barrio. Tuve que abrir los ojos a una realidad que había ignorado hasta entonces: los pensamientos secretos y los sueños de las personas; quizás los pensamientos de los grandes grupos empezaban a desvelarse. Pensamientos que solo se expresan en un entorno de familiaridad, o tal vez ‘bajo la influencia de’, que suele ser cuando las verdades más interiores saltan a la primera plana.
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La superpoblación es una egocéntrica fantasía occidental. El confortable mundo occidental tiene miedo de verse obligado a compartir algunos de sus excesos con los pobres subhumanos de los llamados países en desarrollo de Asia, África y América latina, los continentes que, sin prisa y sin pausa, están emergiendo después de haber sido expoliados durante cientos de años por precisamente aquellos mismos colonialistas occidentales que hoy claman contra la superpoblación y financian guerras en todo el mundo como una nueva forma de colonialismo.
Según la Organización Mundial de la Alimentación de Naciones Unidas (FAO, por sus siglas en inglés) el actual potencial agrícola del mundo podría alimentar hasta a 12.000 millones de personas; las únicas condiciones son que los alimentos no estén sujetos a la especulación y que sean distribuidos adecuadamente. Pero no es así. Quienes especulan con los alimentos de origen vegetal en Estados Unidos y Europa tienen el poder de fijar los precios mediante el hambre –controlan literalmente quién puede vivir y quién debe morir–.
Según el Banco Mundial, el 80 por ciento del alza de los precios de los alimentos indujo la hambruna de 2008-2009 que ocasionó la muerte de dos millones de personas en Asia y África. Hace tres semanas, en los últimos días de febrero, el gobierno suizo recomendó a sus votantes que rechazaran la iniciativa de los socialistas contra la especulación con los alimentos: “si prohibimos la especulación, los especuladores abandonarán Suiza y conseguirán sus beneficios económicos en cualquier otro país”. Con el dominante pensamiento neoliberal el lema es: ‘Profit über alles, para la ética no hay lugar’. Ciertamente, el pueblo suizo cumplió y rechazó la iniciativa con un margen cercano al 67 por ciento. Los centros financieros suizos de Zurich y Ginebra controlan a algunos de los mayores especuladores con los alimentos en el mundo. El obsceno negocio ligado a las prácticas especulativas de la Place Finance Suisse* está vivo y goza de buena salud.
Los pensamientos y los deseos ocultos de reducción de la población y guerras lejanas son muy probablemente el resultado inconsciente de décadas de espantosa propaganda occidental que ha buscado de uno u otro modo la aceptación popular de que las guerras son necesarias, de que la guerra es algo normal, de que la guerra es algo que la gente ha tenido desde “el comienzo”. ¿Desde el comienzo de qué? Con toda certeza, desde el comienzo de la atrozmente violenta y movida por la codicia era judeocristiana, hace unos 6.000 años.
La guerra es la quintaesencia de nuestra existencia occidental, la última búsqueda del poder universal. Y la guerra es esencial para la supervivencia de nuestro sistema económico occidental basado en el crecimiento. La guerra crea la necesidad de nuevas guerras y conflictos armados: la guerra impulsa una feroz espiral de dependencia del conflicto. En nuestras economías occidentales hemos creado una dependencia de la guerra tan burda que, por ejemplo, la economía estadounidense (sic) no podría subsistir sin la guerra. Las guerras matan y destruyen; la reconstrucción crea crecimiento. Las matanzas en masa ayudan a disminuir la población mundial, un objetivo clave de la flor y nata de la elite, como los Rockefeller, financieros de organizaciones semiclandestinas como la Sociedad Bilderberg.
La justificación de conflictos y masacres interminables es precisamente lo que los medios occidentales están transmitiendo cada día: terror que debe ser combatido con guerras. Si no existe suficiente terror para dar racionalidad a la guerra, debe ser fabricado mediante operaciones con bandera falsa. Occidente ha perfeccionado la tecnología de construcción de falsas identidades; ha conseguido tanta credibilidad que las masas piden a gritos más protección policial y militar, tanta credibilidad que las masas quieren más guerras lejanas, en lugares de ultramar, más guerras para su protección, para la protección de su comodidad; tanta credibilidad que las sociedades occidentales renuncian de buen grado a sus derechos civiles a cambio de más protección policial y militar. Como ejemplo de esto, recordemos los “ataques terroristas” de enero y noviembre de 2015 en París. El presidente Hollande está tratando de introducir en la constitución francesa un Estado de Emergencia permanente. Hasta ahora, esos intentos han sido bloqueados en el Parlamento.
La propaganda, tanto ahora como en ese momento, difunde el miedo. Cuando el hombre tiene miedo es más vulnerable y puede ser manipulado con más facilidad.
Peter Koenig, 14 marzo 2016