La izquierda europea quiere recuperar al pueblo – por Luis Rivas

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La extrema izquierda europea busca soluciones para recuperar los votos que perdieron en beneficio de la extrema derecha. El debate interno ha estallado por la postura a adoptar con la inmigración, aunque no sea este el único asunto en discusión.

Las fuerzas políticas europeas a la izquierda de la socialdemocracia agonizante se plantean, por fin, la pregunta que durante lustros han preferido dejar debajo de las alfombras: “¿Qué hemos hecho mal para haber perdido el apoyo de las clases populares?”

Hasta hace poco, los votantes que dan su apoyo a formaciones consideradas nacionalpopulistas o de extrema derecha, como término equivalente a un insulto, no eran sino “fascistas”, a los que la crisis causada por las puertas abiertas a la inmigración masiva en 2015 les valía otro epíteto, “xenófobos”.Pero un simple estudio sociológico al alcance de un estudiante de primer año de universidad ya demostraba hace años que entre los nuevos votantes de los partidos execrados por la moral de izquierda se encontraban miles de ciudadanos que tradicionalmente, de abuelos a nietos, habían confiado su esperanza en organizaciones de izquierda, y, especialmente, en los partidos comunistas.

En Francia, donde la saga Le Pen forma parte del escenario político desde los años 70, los debates sobre cómo frenar el auge del Frente Nacional, ahora bautizado Reagrupación Nacional, han dejado afónicos a políticos, intelectuales y universitarios, sin que ninguno haya encontrado, hasta el momento, la solución. Cuando la derecha tradicional ha intentado pescar en aguas del FN o RN, la izquierda se levantaba en armas verbales para denunciar el delito de “lepenización”.La izquierda francesa, desde la más radical hasta el Partido Socialista, han navegado lejos de la realidad y han pagado las consecuencias. La literatura que hoy —desde Estados Unidos hasta Europa— denuncia la ceguera de la izquierda y el distanciamiento de la “intelligentsia” con lo que antes se llamaba el pueblo, fue ya objeto de debate en Francia hace más de 20 años.

Pero en esa época, la izquierda no se llegó a plantear que cuestiones como la inmigración, o la delincuencia, por ejemplo, pudieran ser motivo de preocupación de los que sufrían sus consecuencias: las clases populares, los más pobres, que, además de ser ignorados por la “gauche caviar” de los barrios ricos, eran tachados de xenófobos cuando intentaban salir corriendo de sus barrios de protección social ante el choque cultural que los nuevos llegados al país iban a protagonizar. Y los llamados “petits blancs”, los blancos pobres, no solo eran despreciados, sino que veían cómo sus vecinos eran mimados por las ayudas sociales que ellos habían dejado de recibir hace años, sin que las necesidades fueran diferentes, después de décadas de duro trabajo. El menú de insultos iba acompañado de una guarnición indispensable: el patriotismo, el soberanismo, la defensa de las tradiciones culturales o religiosas eran también símbolos de esa peste ideológica que contaminaba el país ideal del catecismo progre.

Hoy, La Francia Insumisa, la formación más votada de la izquierda francesa, también vive sacudida por el debate sobre la actitud a adoptar para que el pueblo no cambie de extremo. Y el asunto de la inmigración y sus consecuencias electorales también protagonizan las discusiones. Djordje Kuzmanovic, consejero para asuntos internacionales y de Defensa del jefe del partido, Jean Luc Melenchon, provocó la polémica cuando señaló en una entrevista que “la buena conciencia de la izquierda impide pensar de forma concreta la manera de reducir o eliminar los flujos migratorios”. Kuzmanovic fue desautorizado por Melenchon, que se apresuró a manifestar que las declaraciones de su correligionario eran personales y no representaban ni a él ni a su partido. Kuzmanovic pasa por ser el “candidato patriota” de LFI. Un elemento necesario ahora más que nunca dentro de un partido político, aunque entre en contradicción con camaradas forofos del “no borders”.Pero no se trata ya de un simple dilema entre pro y antiinmigrantes, sino en subrayar que los seis millones de parados franceses y el aumento de la desigualdad pueden hacer reconducir un debate que aleja el foco de atención de los votantes.

En Alemania, donde el partido Alternativa para Alemania (AfD), se ha instalado con estruendo en el escenario electoral, una parte de la izquierda, miembros de la formación Die Linke (La Izquierda), han optado por luchar en el mismo terreno que la llamada extrema derecha. Aufstehen (En pie) es la organización que Sahra Wagenknecht lidera sin frenos ideológicos para criticar la inmigración masiva provocada por la Canciller Angela Merkel en 2015. Oskar Lafontaine, uno de los fundadores de Die Linke no oculta que la batalla de En Pie se dirige a recuperar a muchos votantes del nacionalpopulismo: “AfD se ha convertido en el partido de los trabajadores y de los desempleados. Eso debe hacernos prensar en qué hemos fallado”.

El simple hecho de abordar el asunto de la inmigración como una de las causas de la desafección popular origina las mismas tiranteces que en los países vecinos. El politólogo Wolfgang Streeck se preguntaba en el semanario Die Zeit este verano si “puede uno ser considerado xenófobo por ver a los inmigrantes como competidores para la obtención de empleos, plazas en las guarderías o viviendas de protección social”.

“La tiranía de lo políticamente correcto”

Una reflexión similar ha provocado un seísmo ideológico dentro de la izquierda española. Políticos como Julio Anguita, exsecretario general del Partido Comunista Español, y profesores como Manuel Monereo —considerado padre espiritual del líder de Podemos, Pablo Iglesias— han destacado algunos puntos del programa social del nuevo Gobierno italiano, y, en especial, “su capacidad para conectar con las víctimas de la globalización”.

En un artículo publicado a mediados de septiembre junto al profesor de Derecho Héctor Cuenca, Anguita y Monereo afirman que el auge de los partidos populistas de extrema derecha en Europa es “el reflejo del fracaso de la izquierda a la hora de entender a su pueblo, defender la soberanía popular y la independencia nacional”.En el mismo documento se denuncia la “tiranía de lo políticamente correcto” y el “elitismo cultural”, y se subraya que “englobarlo todo bajo la etiqueta de fascismo puede ser cómodo para evitar cierta fatiga intelectual, pero nada aporta al conocimiento de la realidad”.

La urgencia para recuperar el apoyo electoral y hacer frente al populismo de derecha empieza a hacer reaccionar a la izquierda europea, embriagada durante los últimos años con la defensa de las diversidades y el multiculturalismo como ejes programáticos. Pero ese filón parece agotado. Quizá porque dejaba fuera del paraíso de la globalización a una creciente masa de trabajadores precarios y a millones de desempleados en toda Europa. Pero no solo. También por el temor de los pueblos a perder una identidad cultural propia. Uno de los muchos tabúes de la doctrina oficial de las izquierdas ahora en crisis. Una preocupación hasta ahora solo de “fachas”.

Luis Rivas, 27 septiembre 2018
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