La Guerra Mundial contra la Muerte – por Israel Shamir

La locura estacional se ha apoderado de la humanidad toda. Algún día, se le recordará como una nueva caza de brujas, pero a escala global. La historia de las brujas de Salem se había cernido sobre un poblado de una remota colonia británica, pero el confinamiento a causa del coronavirus dio al traste con la economía mundial, arruinó a millones, recluyó a tres mil millones de personas en sus casas, causó incontables suicidios y miseria. Podría compararse con la primera guerra mundial, en la cual Occidente, entonces en la cumbre de sus conquistas históricas, se precipitó hacia la autodestrucción por razones tan endebles que ninguno de los actores contemporáneos pudo siquiera explicarlas de manera convincente.

Toda esta locura se ve alimentada por el miedo a la muerte. La muerte, ese acontecimiento normal para nuestros antepasados, una transformación pacífica, una vez que el cuerpo inerte yace para descansar en el cementerio después de que el alma ha partido hacia el Creador, se ha vuelto lo peor que le pueda pasar al hombre, un desastre del que se debe huir a toda costa, porque ya no hay más allá, ya no hay Creador a quien entregar el alma, sólo vale el aquí y ahora. Se han embarcado en una guerra contra la muerte[1], tal como apunta nuestro colega C.J. Hopkins. Al tratar de escapar de la muerte, la humanidad se ha infligido una herida mortal.

No es ninguna coincidencia que Suecia, el único país occidental con un espíritu sano, no haya participado en la primera ni en la segunda guerra mundial, así como tampoco en la terrible autodestrucción por el coronavirus. Escribo estas líneas desde Suecia, donde escuelas y jardines de infantes siguen con su curso normal, y donde los padres no enloquecen por el contacto con sus irritantes adolescentes; las tiendas y los bares siguen abiertos, las iglesias siguen celebrando misas y otros servicios, y la gente sigue libre de vagar por los parques y abundantes bosques. Basta con comparar a Suecia con su gran vecino: los suecos pasan ahora 43% más tiempo en los parques que de costumbre, mientras que en Alemania la gente pasa 50% menos.

Los alemanes corren el riesgo de que los multen: 500 euros si visitas a tus parientes o amigos; lo mismo si tres o más personas salen juntas; lo mismo si te paras a menos de seis pies de distancia  de una persona; 75 euros si te cachan sin una Ausweis[2]. Los suecos no necesitan permisos y gozan de libertad para hacer visitas y socializar.

La sociedad alemana se está derrumbando. Cada uno teme ver a otros. Los niños desarrollan la adicción a los videojuegos. La soledad se propaga más rápido que el virus. Esta nueva generación de alemanes (y de europeos, en general) será una generación de hikikomori[3], de ermitaños, de reclusos sociales. En Japón, hay cientos de miles de gente joven y no tan joven que se aíslan de la sociedad. Ahora, esta enfermedad social se está expandiendo y probablemente le aseste el golpe de gracia a una Europa destruida por las oleadas de migrantes, el neoliberalismo, la corrección política y el delirio por lo homosexual y transgénero.

La unión sexual del hombre y la mujer se ha visto minada por la guerra que la sociedad ha librado contra la ‘masculinidad tóxica’, por la imposición del ‘sexo seguro’, la facilidad con la que se puede llevar a cualquiera ante los tribunales por supuestos casos de acoso y violación. El final del pacto hombre-mujer se acerca, y la próxima generación escuchará horrorizada la historia de Adán y Eva. Pero, ¿dónde la escuchará? Las iglesias están cerradas, las misas están prohibidas. En su intento por derrotar a la muerte, la humanidad se ha entregado a la muerte.

Los alemanes parecen haber olvidado las palabras de su gran poeta, Goethe:

Und so Lang du das nicht hast,

dieses Stirb und Werde,

bist du nur ein trüber Gast

auf der dunklen Erde

En español:

Mientras no hagas tuya la consiga:

muere y deviene,

sólo serás un turbio huésped

en la tierra oscura

O mejor aún:

¡Muere y deviene!

 

Al final, Europa sufrirá miles de bancarrotas y suicidios. Las empresas pequeñas y medianas de Suecia sobrevivirán, mientras que las alemanas perecerán. Suecia sobrevivirá a la crisis como un Estado democrático, tal como sobrevivió a dos guerras mundiales; mientras que Alemania, Francia e Italia se dirigen hacia una dictadura estilo 1984, según la obra de Orwell, en sus propias tierras arruinadas; sin embargo los últimos usuarios de Pornhub seguirán pegados al internet mientras la promoción dure[4].

Este colapso masivo ni siquiera es necesario desde el punto de vista médico. El coronavirus es peligroso, pero tampoco es la peste. La tasa de mortalidad en Suecia se mantiene normal según la temporada; no se aplican muchos tests y no han impuesto el confinamiento, aunque a la gente se le ha pedido que mantenga las distancias y que se lave las manos. Las reuniones de más de cincuenta personas están prohibidas. Hay mucha menos gente en las calles que de costumbre, pero Suecia no se deja vencer por el pánico. ¿Hay suecos muriendo? Sí, por supuesto, pero tampoco eran inmortales antes del virus.

Las muertes relacionadas al Covid-19 en Suecia se cuentan en 40 por millón de habitantes, tres veces menos que en Francia y dos veces la tasa de Alemania, a pesar de que estos dos países tienen una severa política de confinamiento. Dado que en años recientes Suecia, junto a todos los demás Estados occidentales, se ha dedicado a combatir la muerte per se, manteniendo con vida a mucha gente muy enferma o ancianos, incluso con medios excesivos, podríamos esperar que esta temporada sea peor de lo que es. Como para cualquier enfermedad infecciosa, las grandes ciudades son más peligrosas que los pueblos de campo, y los asilos de ancianos son la peor trampa mortal. Suecia no tiene ciudades grandes como Nueva York o Londres, pero hay gente muy mayor que probablemente sucumba ante el virus.

Me siento orgulloso de los políticos suecos, de los socialdemócratas en el poder que mantienen la antorcha de la libertad encendida a pesar de la enorme presión que ejercen los medios de comunicación occidentales. Los principales diarios de los Maestros del Discurso, The New York Times y The Guardian, publican casi todos los días artículos que profetizan el apocalipsis en Suecia, pero mientras tanto, el primer ministro sueco resiste a las voces alarmistas. Los medios suecos no se derriten por el pánico, y eso ayuda. No sé cuánto tiempo podrán los suecos resistir esta presión; o si los enemigos de la libertad intentarán imponer un cambio de régimen o invadir Suecia para someterla, pero es un riesgo que vale la pena.

Incluso en Estados Unidos, la gente comenzó a captar la verdad: la crisis del coronavirus es una crisis mediática, como tantos otros acontecimientos recientes. El 11 de septiembre y la subsiguiente guerra contra el terrorismo es uno de ellos. Desde este incidente único (y aún misterioso), no ha habido ataques terroristas islámicos en EE.UU. Inusuales ataques individuales en Europa han sido perpetrados por gente trastornada por la guerra US contra el terrorismo. Más gente ha fallecido por la caída de muebles dentro de sus departamentos que por terroristas islámicos, pero el precio que los americanos y la gente del Medio Oriente han tenido que pagar por esta guerra ha sido tremendo, porque los medios masivos crearon una gigantesca ola de pánico.

Lo mismo se puede decir de la pandemia del coronavirus. Hasta el popular Los Angeles Times ha señalado[5] que “la gripe ha afectado a 36 millones de estadounidenses desde septiembre, matando a un estimado de 22,000[6], de acuerdo con el CDC (Centers for Disease Control and Prevention), pero tales muertes pasan casi todas desapercibidas”. El virus es real, y es mortal para la gente cuyas vidas dependen de la medicina más avanzada, pero no lo es para el resto de la población. De vez en cuando, los medios causan sensación con el caso de un joven o hasta de un niño que ha fallecido a raíz del coronavirus. Nunca mencionan que el joven padecía de leucemia (como en el caso del entrenador de fútbol español, Francisco García[7]), o que el niño había nacido con una discapacidad que le imposibilitaba vivir autónomamente. La gente enferma es simplemente la más propensa a morir por el virus.

Los rusos han sido una gran decepción. Han renunciado a su independencia y se han sometido. Fue un espectáculo impresionante: durante unas semanas, los medios rusos a favor del gobierno (y hasta blogueros) se burlaban de las políticas de confinamiento en Occidente. Utilizaban todos los argumentos que los disidentes occidentales del coronavirus empleaban. Y después, de un día para otro, todo cambió. No por el número de muertes – Rusia tiene 34 muertes por coronavirus en total, un número infinitamente pequeño –, sino por la presión. Aunque Putin se negó a imponer el confinamiento o medidas similares, permitió a los gobernadores de las provincias tomar las medidas necesarias según las circunstancias locales. Moscú y San Petersburgo lo hicieron con deleite.

No sólo impusieron el confinamiento, sino también grandes multas por andar en la calle sin una Ausweis; por conducir el coche, por pasear a tu perro a más de cien metros de la puerta de tu casa. Bloquearon los parques, limitaron la venta de alcohol y cerraron los puestos de venta de tabaco. Ahora, la vida en las principales ciudades rusas se ha vuelto tan restrictiva como en cualquier otro lugar del planeta-prisión, pero planean ir más allá con la introducción de un código QR, en los teléfonos móviles, para las personas autorizadas a salir de su propio domicilio. Se dice que Putin está en contra, pero Serguéi Sobyanin, el alcalde de Moscú, insiste en su implementación. Como era de esperarse, el pro-demócrata Financial Times[8], el periódico que dio su apoyo a Obama y Clinton, ahora respalda a Sobyanin contra Putin.

Las iglesias están cerradas; los cristianos, en este país tan practicante, tienen prohibido acudir a las celebraciones: no hay comunión, ni liturgia. Incluso en los días de Stalin, durante la segunda guerra mundial, cuando las tropas alemanas se situaban a unas millas del Kremlin, a los moscovitas se les permitió ir a la misa de noche para comulgar, pero ahora no.

Los medios rusos y los blogueros apoyaron de forma absoluta este cambio radical. La oposición liberal y pro-occidental lo vio con buenos ojos, porque se trata de la manera moderna y occidental correcta de hacer las cosas, mientras que los partidarios de un autoritarismo de derechas lo aprobaron porque les gustan las restricciones. Resulta triste decirlo pero los rusos, ese pueblo formidable, no tienen verdaderas convicciones. Estuvieron a favor del comunismo hasta que se les dijo que lo dejaran, y lo dejaron de inmediato. Estuvieron a favor de Putin y de la independencia, pero cuando sintieron que Putin estaba perdiendo la batalla por su país en el plano interno, entonces cambiaron de inmediato su visión de las cosas.

Ahora, la mayoría de los medios rusos y los blogueros dice que Putin había demostrado debilidad al no imponer el confinamiento, y al autorizar al alcalde de Moscú, Serguéi Sobyanin, para que lo hiciera por su cuenta. Habrían preferido que el gran hombre de Rusia los pusiese él mismo bajo arresto domiciliario. Suena estúpido, pero pienso que es bueno comprender lo que pasa en realidad.

Para los rusos, es de nuevo el año 1991, el colapso del mundo al que estaban acostumbrados, el mundo de las vacaciones en el extranjero, en Turquía y Egipto, en Francia y España, el mundo de los cafés chics y las barberías. El nuevo mundo es tan autoritario y amenazador como los tiempos sombríos de la ocupación alemana con sus innumerables prohibiciones, pero intentan sobrevivir.

Quizás acontezca otro cambio radical, ya que el confinamiento es muy difícil para los rusos con sus departamentos tan pequeños. Si se prolonga, se espera un estallido de conflictos familiares y violencia. Las familias rusas modernas suelen trabajan y sólo se juntan por la noche. Ahora, tienen que verse las 24 horas del día, lo cual podría ser demasiado. Pero así, tal vez, Putin pueda llegar como el salvador, el que los rescate de su cautiverio.

Pero el peor lugar, en estos tiempos de tinieblas, es Israel. Vencieron a la muerte y, al mismo tiempo, vencieron a la vida, la otra cara de la moneda. Israel tiene muy pocas muertes relacionadas con el coronavirus. Los fallecidos son gente de más de ochenta años, habitantes de asilos de ancianos. No hay escuelas abiertas, ni jardines de infantes. A la gente se le ha prohibido salir a la calle. El Mossad y la policía rastrean, en todo momento, cada movimiento.

Y la guerra contra la muerte es la guerra contra Dios. Las iglesias se encuentran cerradas por decreto gubernamental, incluso la venerable Iglesia de la Resurrección también llamada Iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén. Las mezquitas están cerradas también, hasta la mezquita de Al-Aqsa. El principal ataque del régimen sionista ateo es contra los judíos más practicantes de su religión. Sus efectivos militares soldaron las puertas de las sinagogas usando las técnicas adquiridas durante la Intifada palestina, cuando bloquearon la entrada a las tiendas árabes en la vieja ciudad de Jerusalén.

Enviaron a sus mejores combatientes[9], las unidades de comando, para apartar a hombres mayores de 80 años de sus familias y de sus casas; se llevaron a estos judíos ancianos y religiosos, y los recluyeron en hoteles confiscados para el confinamiento. La principal ciudad de los judíos ortodoxos, Bnei Brak, está sitiada y puesta bajo bloqueo como la Franja de Gaza[10]. Sus vecinos sionistas de la ciudad de Ramat Gan exigen rodear la ciudad de Bnei Brak con un muro para que los judíos religiosos no se atrevan a escapar. Los adolescentes ortodoxos desafían valientemente a la policía y al ejército, llamándoles “¡Nazis!” y tosiéndoles en la cara. Los hombres van y rezan en sinagogas subterráneas, consiguiendo que sus vecinos devotos del bien común superior los denuncien, como en la época de Ana Frank. Esta represión de los judíos creyentes probablemente sea la peor en muchos años de turbulenta historia judía.

El judaísmo tiene muchos defectos, sin duda, pero la devoción de los judíos por su fe, su firmeza y su voluntad de rebelarse en vez de someterse constituyen un buen ejemplo para el mundo. Me siento orgulloso de estos rebeldes ortodoxos, con sus atuendos medievales, que defienden su derecho a rezarle a Dios y que le plantan cara a las poderosas fuerzas armadas de Israel, tal como sus conciudadanos, los palestinos, quienes enfrentaron al mismo ejército en la mezquita Al-Aqsa.

Cuando son buenos, los judíos son muy buenos. Y cuando son mala gente, suelen ser muy malos. Y los judíos ateos suelen entrar en la segunda categoría. Se extreman en su deseo de vivir, y por eso su guerra contra la muerte es total, como el bombardeo de Dresden. Israel es tal vez la única nación del mundo donde a los mayores de 90 años se les conecta a la fuerza a un respirador artificial. El precio a pagar es el confinamiento total; pero este confinamiento permite a los bancos subir sus tasas de interés y obliga a los desempleados a seguir pagando sus exorbitantes alquileres a sus ausentes propietarios.

En Estados Unidos, hay dos fuerzas que combaten entre sí sobre la respuesta al virus. Los financieros y los industriales, el viejo o el nuevo dinero, Hollywood o el rust belt, el cinturón industrial del país… los nombres varían. Parece que ambas serán derrotadas, como Inglaterra y Alemania perdieron ambas en la segunda guerra mundial. El presidente Trump quiere salvar a su país, y nos acordaremos de ese gran gesto, cuando se negó a ponerse el cubrebocas, pero no es lo suficientemente fuerte hoy para realizar los cambios necesarios.

No sé si todavía sea posible algún retorno hacia un poco de normalidad, o si el mundo de ayer ha muerto para no volver jamás a resucitar. Pero antes de caer en esta lúgubre distopia, queda todavía una oportunidad. La sombría Cuaresma está a punto de llegar a su fin, y la Pascua se acerca. Podría ser el tiempo ideal para terminar con todas estas restricciones por el coronavirus y devolverle a la gente la libertad de caminar sobre la hermosa tierra que Dios nos ha dado. Respecto a la guerra contra la muerte, el presidente Trump y el presidente Putin podrían declarar que la han ganado, al permitir que la gente se reúna en sus iglesias y al declarar que Cristo ha resucitado, y que la muerte ha sido derrotada en su propio juego.

Israel Shamir, 6 de abril de 2020

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Traducción: Daniel Osuna

Contacto del autor Israel Shamir: adam@israelshamir.net

Publicación original en inglés: The Unz Review

Publicacion original en español: Red Internacional

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NOTAS/REFERENCIAS

[1] Artículo disponible en inglés: https://www.unz.com/chopkins/the-war-on-death/

[2] Nota del Traductor: identificación, en alemán. Uno de los malos recuerdos que dejó la ocupación alemana en Europa durante la segunda guerra mundial.

[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Hikikomori

[4] Nota del Traductor: el autor hace referencia aquí a las cuentas premium gratuitas que Pornhub ha ofrecido a Italia y después a España para “pasar” el tiempo y “entretenerse” en esta cuarentena. Ver: https://hipertextual.com/2020/03/pornhub-premium-gratis-espana-coronavirus-covid

[5] Disponible en inglés: https://www.latimes.com/science/story/2020-03-22/coronavirus-outbreak-nobel-laureate

[6] Disponible en inglés: https://www.cdc.gov/flu/weekly/index.htm

[7] Disponible en inglés: https://www.independent.co.uk/sport/football/european/francisco-garcia-death-coronavirus-malaga-spain-football-coach-leukaemia-a9404566.html

[8] Disponible en inglés: https://www.ft.com/content/05fbbf49-913d-48ec-acdc-1f47c774317a

[9] Disponible en hebreo: https://www.ynet.co.il/articles/0,7340,L-5706752,00.html

[10] Ver en español: https://itongadol.com/israel/coronavirus-israel-comenzo-el-cierre-del-barrio-ortodoxo-de-bnei-brak

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