El año ha empezado mal en cuanto a abusos sexuales a mujeres se refiere. En lo poco que llevamos de 2019 han surgido numerosas “manadas” que han acosado e incluso violado a varias de ellas. Una de las últimas, el caso de unos chavales de 14 y 15 años que obligaron a tener relaciones sexuales a una niña de apenas 12 años si no quería que distribuyesen fotos suyas desnuda. Una auténtica salvajada perpetrada por unos mocosos desalmados y egoístas que apenas se afeitan.
Cada vez son más los casos y cada vez de más jóvenes. Ante esto, ha salido la ministra de turno diciendo que había que invertir más tiempo y dinero en la educación sexual de las nuevas generaciones. ¿Les suena familiar esta cantinela? Es decir, más dinero a organizaciones afines y más adoctrinamiento en materia sexual.
Actuall depende del apoyo de lectores como tú para seguir defendiendo la cultura de la vida, la familia y las libertades.
Les cuento el caso de unos conocidos míos, cuya hija de 11 años tuvo que asistir a unas sesiones de educación sexual en su colegio (perteneciente a una congregación religiosa, por cierto). La cría en cuestión sigue viviendo en un mundo de princesas y muñecas -lo siento por los políticamente correctos, pero esta niña ni juega al fútbol ni con camiones-, y no tenía ni la más remota idea –ni curiosidad- por los temas relacionados con el sexo.
Una de las primeras preguntas que les hicieron a los críos que asistían a esa clase de adoctrinamiento sexual fue que si ya se habían masturbado. La niña cuenta que las amigas se miraron entre sí. “¿Qué si nos hemos masturqué?”, preguntó una de ellas. Así que los comisarios del adoctrinamiento sexual se dedicaron a instruir a críos de 11 años sobre las diversas formas del auto placer. Pisotearon la inocencia de estos niños y les introdujeron en un mundo que no conocían y que no era necesario que conocieran aún. Y sin el conocimiento pleno de sus padres.
A su hermano, de 14 años le impartieron una instrucción más avanzada y emplearon el clásico ejemplo del plátano y el condón para mostrarles el correcto uso del profiláctico. El chico, sanamente ingenuo para su edad, descubrió ese día que se podía acostar con una chica –o con otro chico- con sólo dos condiciones: que los dos se encontraran “preparados” y que usaran un preservativo. Teniendo eso claro, no había restricciones de ningún tipo: solamente había que dejarse llevar y disfrutar del momento.
¿Qué demonios hace un perfecto desconocido preguntándole a una cría de 11 años si se masturba? Como ocurre en un ambiente aparentemente sano como es un colegio y se trata de un “experto en la materia” (en realidad, un comisario de adoctrinamiento sexual), a muchos les parece normal. Pero piensen en esta situación: ¿Qué ocurriría si un desconocido se encontrara con su hija de esa edad por la calle y le preguntara si se masturba? Sin duda, acabaríamos en la comisaría más cercana denunciando al tipo en cuestión por pervertido y pederasta.
A los chicos se les ha enseñado que el sexo es para el placer, para gozar sin compromisos y sin barreras; que hemos dejado atrás todas esas enseñanzas medievales de que el sexo es pecado y de que hay que llegar virgen al matrimonio y les hemos explicado que es algo perfectamente natural que no tiene consecuencias. Se les ha dicho también que “hay que experimentar” y se han derribado todas las barreras, temores y tabús, porque queríamos “ser libres de prejuicios”.
Se ha cosificado al sexo y, por tanto, se ha cosificado al otro, convirtiéndole en una pieza necesaria para darme placer. Y así hemos llegado a tener jóvenes caprichosos, egoístas, hedonistas, que no admiten un “no” por respuesta y que quieren todo y lo quieren en el momento. No toleran la espera ni la paciencia, y la fidelidad, la entrega, el respeto, el amor y la generosidad se han convertido en valores anticuados, caducos, apolillados y propios de sus abuelos. Ellos están para sentir, para experimentar, para aprovechar el momento y para mirarse el propio ombligo. Hemos banalizado el sexo, con lo que hemos regalado, en algunos casos, unas cerillas a unos pirómanos.
Y de aquí a los casos de abusos sexuales hay un paso. Ven a la chica como una presa. Se ufanan de su falsa masculinidad, que no es más que vulgaridad y chabacanería. La acosan y no soportan un no. La fuerzan hasta conseguir lo que quieren. Abusan de ella y no la ven como una persona, sino como un trozo de carne que me da placer.
Todo les ha sido dado: han vivido hasta el momento como los reyes de su casa, como caprichosos niños malcriados a quienes nunca nadie ha osado ponerles límites. Por tanto, ¿por qué va esta guarra a decirme que no? No lo tolero: es mía y dispongo de ella como me dé la gana, por más que se niegue.
¿Cómo podemos haber banalizado el sexo de este modo, convirtiéndolo en un juguete y desligándolo de todo compromiso, correspondencia y entrega, y sorprendernos después de que algunos crucen todas las barreras y cometan atrocidades? ¿De verdad hemos pensado que el sexo no es más que un juego sin mayores consecuencias del que puedo disponer a mi plena apetencia?
Qué idea, además, tan pobre. No han enseñado a los jóvenes a amar, a entregarse, a ser fieles, a quererse, a respetarse, es decir, a ser plenos, a sacar la mejor versión de sí mismos y, llegado el momento, a disfrutar del sexo con la persona amada, sino, simplemente, a ponerse la goma y a gozar. Qué horizontes tan mediocres.
Pues eso es lo que algunos han conseguido: regalarles cerillas a unos pirómanos. Y después se sorprenden de que el monte acabe ardiendo.
Álex Navajas, 18 enero 2019
Fuente