La revista se ha esforzado por presentar el escándalo como un caso único que imputan al periodista, dejando al margen la responsabilidad del medio. ¿Engañan porque a su vez son engañados?, ¿nadie en la redacción se dio cuenta de los 55 engaños?, ¿no leen lo que publican?, ¿los demás medios tampoco se dieron cuenta?
En la explicación de este fraude hay un pequeño gran fallo: Relotius también ha escrito numerosos artículos para otras publicaciones alemanas y suizas “de prestigio”, empezando por Die Welt, Die Zeit, Tageszeitung, Süddeutsche Zeitung y Frankfurter Allgemeine Zeitung, y llegando incluso al Swiss Weltwoche, portavoz de los neonazis del Partido Popular Suizo.
Hay otro segundo gran fallo: por contar mentiras Relotius recibió casi una docena de premios periodísticos “de prestigio” que no le han retirado para levantar el menor ruido posible.
Lo más interesante es que Der Spiegel confiesa que publicó los artículos fraudulentos de Relotius porque eran “demasiado buenos para ser ciertos”, es decir, porque eran funcionales a la ideología dominante, porque cuadraban con las explicaciones oficiales y con las campañas de intoxicación, por ejemplo sobre las guerras de Irak y Siria. Dentro de una campaña de mentiras, otra mentira más pasa desapercibida.
Para justificar la intervención imperialista en Oriente Medio, Relotius inventó un cuento de terror sobre dos “jóvenes cachorros” secuestrados, torturados y entrenados por el Califato Islámico, el típico reportaje periodístico que sirve para encubrir la invasión militar de Siria e Irak y los padrinos que mueven los hilos tras el espantajo denominado “Califato Islámico”.
Las invenciones de Relotius sintonizan con una marejada de desinformación que dura ya 15 años, desde que Colin Powell, secretario de Estado de Estados Unidos, pronunció su infame discurso en la ONU sobre las armas de destrucción masiva en poder de Sadam Hussein. Aquel discurso basado en falsedades fue ampliamente reproducido en todo el mundo sin que absolutamente nadie rechistara.
Lo que en 2003 sirvió para invadir un país, sirve hoy para justificar la guerra más sangrienta de este siglo, y si aquella guerra no ha terminado, las mentiras tampoco.
Así está hoy la libertad de expresión. En la década de los setenta del pasado siglo, Bob Woodward y Carl Bernstein fueron aclamados como héroes por revelar el escándalo de Watergate. Por el contrario, ahora Julian Assange y Edward Snowden, que han expuesto crímenes incomparablemente más graves del imperialismo estadounidense, se han tenido que marchar al exilio, mientras a los periodistas farsantes, como Relotius, les conceden premios.
Señores cazadores de bulos: el bulo son Ustedes. ¿No buscaban noticias falsas? Aquí tienen unas cuantas bien gordas, aunque no proceden de una humilde red social sino de los monopolios informativos más importantes de Alemania y Suiza, esos que gozan de tanto prestigio.
Aquí tienen el mayor venero de fraudes informativos: las grandes cadenas de comunicación. La hipócrita campaña contra las noticias falsas no va a confundir a nadie. No es más que un pretexto para imponer la censura en internet, dirigida especialmente contra las pequeñas publicaciones progresistas e independientes.