La generosidad y los gestos humanitarios tienen límites; los que imponen el realismo político y, sobre todo, los que dictan los expertos en comunicación. Pedro Sánchez, jefe del Gobierno español, sorprendió a Europa el pasado 17 de junio aceptando acoger a los más de 600 refugiados del barco Aquarius, que Italia y Malta habían rechazado.
Casi dos meses más tarde, España no cierra sus puertos a los desamparados en el mar, pero el gesto humanitario y mediático no se hará de la misma manera.
Otro barco de otra ONG desembarcaba este 9 de agosto en un muelle de Algeciras, en el extremo sur de la península ibérica, a 87 personas que no disfrutarán de las ventajas ofrecidas a los rescatados en el Aquarius. Se acabaron los permisos de residencia de 45 días y, especialmente, el estatus de refugiado automático. Los que lleguen a partir de ahora en naves de ONG serán tratados como los que arriben en patera.
Es un cambio que pone en evidencia, a pesar de las críticas de organizaciones humanitarias y ONG que viven de ello, la necesidad de abordar el tema de la inmigración con la responsabilidad que requiere un asunto de Estado, lejos de la demagogia y del oportunismo político.
El Gobierno de Sánchez aprovechó políticamente la acogida al Aquarius por necesidades de cohesión en la heterogénea coalición parlamentaria que le sustenta. Sin excluir absolutamente un gesto de humanidad, los Gobiernos de Europa y los del Meditarráneo en particular saben que el problema de la migración —una “amenaza” en palabras de Sánchez— no se soluciona con posturas ni deja de tener consecuencias para el país receptor de refugiados.
Negar que la acogida del Aquarius y de los barcos que le siguieron provoca un efecto llamada entre los candidatos al salto desde África es vivir en otro planeta. Las redes mafiosas que trafican con los migrantes están tan al corriente de la actualidad como cualquier Ministerio de Asuntos Exteriores de un Estado, y sus “expertos” anticipan con mucha antelación los movimientos políticos de los Gobiernos.
Cuando Grecia dejó se ser la puerta de entrada a Europa, Italia se convirtió en la tierra de llegada de los migrantes africanos y mediorientales. Cuando el nuevo Gobierno italiano dijo basta, España tomó el relevo. Por supuesto, es fácil caer en el alarmismo y utilizar políticamente el caso, pero no por ello conviene cerrar los ojos a la realidad. Y la prueba es que el Estado español, que ya hacía frente al asunto, vive ahora, bajo nuevo Gobierno, un recrudecimiento del problema.
La superioridad moral que se pretende blandir con algunos gestos político-humanitarios se vuelven bofetadas con efecto búmeran. Ni el Gobierno de España ni el de ningún país de Europa saben cómo solucionar la “amenaza” migratoria de la que habla Sánchez. Y cada semana se lanzan propuestas más o menos pintorescas como la del responsable de relaciones exteriores de Pedro Sánchez, Josep Borrell, que propone un “Erasmus africano”, mediante el cual, por cada ciudadano africano devuelto a su país, Europa debería acoger un estudiante de ese continente y darle estudios durante tres años. Borell parece estar convencido de que un ciudadano africano que ha estudiado tres años en Europa estará personalmente comprometido a volver a su país y desarrollar allí los conocimientos adquiridos en el mundo “desarrollado”.
Los responsables europeos no saben cómo manejar el asunto de la migración africana. Para algunos, los que llegan de África sorteando penalidades y torturas “son los más fuertes” y se merecen, por tanto, una acogida positiva. Un tipo de selección que, salvando las distancias, no es muy diferente a la de los compradores de esclavos que optaban por los más musculosos y sanos, previo chequeo de la dentadura.
Otros ‘expertos’ piensan que los que consiguen entrar en el Viejo Continente representan a las clases medias de África, “porque los pobres no pueden pagar 3.000 euros a un guía”. Pero la incipiente clase media africana tiene precisamente más posibilidades de entrar a formar parte de la elite del país, y, si no lo consigue o sus expectativas son más amplias, mantiene contactos en países europeos con las redes de nacionales que le van a ayudar a obtener un visado, además de una ayuda económica. Y si son los representantes de las futuras élites, otros en Europa denuncian el “robo de cerebros”.
España, que sale con dificultades de una grave crisis económica y social, responde con escasos recursos al fenómeno migratorio proveniente del sur. Pero no es diferente al resto de sus vecinos europeos. El mismo ministro Borrell declaraba a un diario alemán que los españoles están vacunados contra la xenofobia y el nacionalismo tras el franquismo.
¿A Italia se le consideraba un país racista y xenófobo antes de sufrir las consecuencias de la llegada de más de 600.000 migrantes? ¿Son los italianos racistas ahora por haber votado a quienes aprovecharon las preocupaciones de la gente más humilde ante el desprecio de las élites progresistas? ¿Los suecos eran racistas antes de permitir la llegada de 120.000 migrantes desde 2015 y decir que ya no era posible aceptar ni uno más? Alemania, campeona de Europa, con Austria y Suecia en acogida de refugiados, ¿son países xenófobos?
Cualquier ciudadano europeo o de cualquier continente comienza a preocuparse con un asunto como el de la migración cuando esta se convierte en un fenómeno masivo y sin control.
La canciller alemana, Angela Merkel, es la primera invitada en el refugio vacacional de Pedro Sánchez. A Merkel se la considera en Europa como la responsable de la crisis de la migración, la peor que ha vivido la Unión Europea en toda su historia. Dentro de su país, su política de apertura de fronteras creó las condiciones para el desarrollo del partido Alternativa para Alemania (AfD), que le ha robado votos a su derecha, ha entrado en el Bundestag con 92 diputados y apunta a convertirse en la segunda fuerza política del país, por encima de los socialdemócratas. Pocas lecciones y consejos puede dar la canciller.
El ‘Estado providencia sin fronteras’ es una entelequia absurda e inviable. En la actualidad europea, las élites cosmopolitas se enfrentan con los nacionalpopulistas por su diferente visión de la inmigración. O si se quiere, una izquierda que ha perdido buena parte del voto blanco obrero aplaude la llegada de migrantes y refugiados, mientras la derecha pierde apoyo ante las ganancias de los populistas de derecha, que han hecho de la identidad uno de sus caballos de batalla… ganadores.
La izquierda y la extrema izquierda tienen el apoyo, en este terreno, de los ultraliberales de la economía, para quienes la migración es un hecho beneficioso. Y para ofrecer otro punto de vista en este debate, viejos luchadores sindicales recuerdan que la inmigración masiva favorece la pérdida de derechos de los trabajadores y la bajada de salarios generalizada.
En España se acusa fácilmente de “fascista” y de “racista” al que sugiere controlar los flujos migratorios y hacer efectivo un control de las fronteras. Pero es lo que muchos líderes de izquierda dicen en Europa desde hace décadas. Fue el ministro de François Mitterrand, el socialdemócrata Michel Rocard, quien acuñó la frase, “Francia no puede acoger toda la miseria del mundo”. Fue en 1988, y Francia estudiaba en ese momento la petición de asilo de 38.000 demandantes. Hoy son 180.000 al año y el Frente Nacional es el segundo partido de Francia, muy por encima de la derecha tradicional.
Luis Rivas, 9 agosto 2018