{"id":6277,"date":"2018-11-12T00:36:14","date_gmt":"2018-11-12T00:36:14","guid":{"rendered":"https:\/\/redinternacional.net\/?p=6277"},"modified":"2019-01-01T20:01:25","modified_gmt":"2019-01-01T20:01:25","slug":"la-quiebra-de-la-autoridad-por-javier-benegas","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/redinternacional.net\/2018\/11\/12\/la-quiebra-de-la-autoridad-por-javier-benegas\/","title":{"rendered":"La quiebra de la Autoridad – por Javier Benegas"},"content":{"rendered":"
<\/p>\n
Es cierto que a Donald Trump<\/strong> lo que le pierde no es tanto la raz\u00f3n o sinraz\u00f3n como las formas. La \u00faltima demostraci\u00f3n tuvo lugar durante una rueda de prensa, donde el presidente de los Estados Unidos cay\u00f3, una vez m\u00e1s, en la trampa de la provocaci\u00f3n de ese agitador profesional que es Jim Acosta<\/strong>, corresponsal de la CNN.<\/p>\n Ocurre que hoy en d\u00eda muchos periodistas han devenido en activistas. Y abusan de su posici\u00f3n y del \u201csagrado\u201d derecho de informar, olvidando con toda intenci\u00f3n que, por muy sagrado que sea su oficio, en democracia existe una jerarqu\u00eda que deben respetar.<\/p>\n Se llame Barack Obama o Donald Trump, un presidente encarna una autoridad que no es arbitraria ni proviene, como suced\u00eda en tiempos pret\u00e9ritos, de la divinidad, sino que emana de los ciudadanos y su derecho, este s\u00ed sagrado, de elegir a sus gobernantes.<\/p>\n As\u00ed, cuando Acosta interpela a Trump de manera chusca no est\u00e1 faltando al respeto a un tipo que, en ocasiones, puede resultar bastante antip\u00e1tico, est\u00e1 faltando a los electores. Exactamente lo mismo cabr\u00eda decir si el presidente fuera un dem\u00f3crata, y un corresponsal de la Fox emulara a Jim Acosta.<\/p>\n Pero, volviendo al principio, a Trump lo que le pierde son sobre todo las formas, no la raz\u00f3n. En realidad, para neutralizar a alborotadores como el corresponsal de la CNN, bastar\u00eda con que el viejo principio de Autoridad prevaleciera. As\u00ed Trump no tendr\u00eda que hacer aspavientos ni sobreactuar para recordarle a alguien que \u00e9l es el presidente y todo lo que eso significa.<\/p>\n Ya en la Roma cl\u00e1sica identificaron los dos aspectos fundamentales en que debe basarse el equilibrio del poder: la \u201cpotestas\u201d y la \u201cauctoritas\u201d.<\/p>\n La auctoritas significa literalmente autoridad. Es un poder no vinculante pero socialmente reconocido. Se basaba en el prestigio personal y otorgaba al sujeto una capacidad moral. Quien estaba investido de auctoritas era obedecido, no porque ostentara el poder, sino porque sus decisiones se consideraban sabias y justas.<\/p>\n Por el contrario, la potestas era el poder formal<\/strong>. Las decisiones de quien estaba investido por la potestas eran obligatorias, no porque fueran sabias y justas, sino porque lo dec\u00eda la Ley.<\/p>\n A Trump lo que le faltar\u00eda es la auctoritas, no la potestas. Sin embargo, hay que reconocer que no lo tiene nada f\u00e1cil. Los Estados Unidos de hoy no se parecen demasiado a la antigua Roma; tampoco a los Estado Unidos de hace apenas unas d\u00e9cadas, cuando el com\u00fan hac\u00eda gala de un respeto exquisito a la autoridad.<\/p>\n Hoy, sin embargo, proliferan los personajes como Jim Acosta, tipos que se niegan a reconocer la autoridad de un presidente cuando \u00e9ste no encaja con sus preferencias. Y muchos ciudadanos son propensos a resistirse a la autoridad. Cada vez hay m\u00e1s sucesos en los que, por ejemplo, un simple conductor, se enfrenta a la polic\u00eda porque considera que ninguna persona, por m\u00e1s que vaya de uniforme, tiene derecho a sancionarle.<\/p>\n Algunos, incluso, terminan siendo reducidos a la fuerza por resistirse a atender una solicitud tan elemental como identificarse en un control policial. Lo llamativo es que no se trata de delincuentes, sino de personas corrientes, padres y madres sin antecedentes, que ven en una simple comprobaci\u00f3n de identidad una agresi\u00f3n injustificada a su Yo. \u201c\u00bfPero c\u00f3mo se atreve este uniformado a ordenarme que me identifique?\u201d<\/em><\/p>\n Estas neurosis, junto al p\u00e9simo ejemplo de personajes populares como Jim Acosta, nos advierten de que el principio de Autoridad se desvanece definitvamente. Una circunstancia que, lejos de suponer una mayor libertad, anticipa la desvertebraci\u00f3n de la sociedad y la emergencia del abuso de poder y de la arbitrariedad.<\/p>\n Explicaba Joseph Epstein<\/strong> que, en un momento determinado de la historia, la sociedad dej\u00f3 de ver la adolescencia como una fase transitoria de la vida, esa etapa que todos deb\u00edan dejar atr\u00e1s. En su lugar, se comenz\u00f3 a idolatrar la juventud, a otorgarle un elevado estatus moral. Esta adoraci\u00f3n a la juventud y a \u201clo nuevo\u201d convirti\u00f3 la adolescencia, no en una fase transitoria de la persona, sino en una condici\u00f3n permanente.<\/p>\n Este cambio cr\u00edtico suele situarse en las d\u00e9cadas de los 60 y 70, pero los indicios apuntan a que el proceso de trasformaci\u00f3n se inicia en el periodo de entreguerras. Ya Stefan Zweig describ\u00eda en El mundo de ayer. Memorias de un europeo<\/em> (1941) el s\u00fabito cambio de mentalidad<\/strong> que tuvo lugar en el periodo que medi\u00f3 entre la primera y segunda guerra mundial<\/p>\n \u201cLa generaci\u00f3n entera decidi\u00f3 hacerse m\u00e1s juvenil, todo el mundo, al contrario del mundo de mis padres, estaba orgulloso de ser joven; de pronto desaparecieron las barbas, primero entre los m\u00e1s j\u00f3venes y, luego, entre los mayores, que imitaban a los primeros para no parecer viejos. La consigna era ser joven y vigoroso (las negritas son m\u00edas) y dejarse de apariencias dignas y venerables. Las mujeres tiraron a la basura los cors\u00e9s que les apretaban los pechos, renunciaron a las sombrillas y los velos, porque ya no tem\u00edan al aire y al sol, se acortaron las faldas para poder mover mejor las piernas cuando jugaban a tenis y ya no se avergonzaban de dejarlas al descubierto y exhibirlas. Los hombres llevaban bombachos, las mujeres se atrevieron a montar a caballo como los hombres, nadie se tapaba ni se escond\u00eda de los dem\u00e1s. El mundo se hab\u00eda vuelto no s\u00f3lo m\u00e1s bello, sino tambi\u00e9n m\u00e1s libre.\u201d<\/em><\/p>\n En un principio, tal y como Zweig lo percibi\u00f3, esta transformaci\u00f3n supuso m\u00e1s libertad. La sociedad se liber\u00f3 de las reglas que hab\u00edan atenazado a las generaciones precedentes. Y no s\u00f3lo los j\u00f3venes, tambi\u00e9n los adultos se dejaron llevar por el viento de la posmodernidad, creyendo que la negaci\u00f3n de \u201clo viejo\u201d asegurar\u00eda la paz y que al erradicar el viejo principio de Autoridad\u00a0desaparecer\u00eda cualquier autoritarismo<\/strong>. Pero pronto descubrir\u00edan su error. La liquidaci\u00f3n del principio de Autoridad no supuso una paz permanente, sino la emergencia de totalitarismos que ocuparon su lugar.<\/p>\n Fue Hannah Arendt, <\/strong>en Entre el pasado y el futuro<\/em> (1954), quien arroj\u00f3 luz sobre este suceso. En opini\u00f3n de Arendt, el principio de Autoridad que vertebraba a la sociedad (cuya expresi\u00f3n primordial era la autoridad de los padres, es decir, de la familia tradicional) hab\u00eda servido hist\u00f3ricamente como modelo para muchas formas de jerarqu\u00eda y de gobierno.<\/p>\n Por lo tanto, al remover el viejo orden y eliminar todo lo que era \u201cviejo\u201d, esta comprensi\u00f3n y aceptaci\u00f3n de la autoridad desapareci\u00f3. Y todas las met\u00e1foras com\u00fanmente aceptadas en las relaciones de autoridad perdieron su valor. As\u00ed, para Arendt, ya no estamos en condiciones de saber qu\u00e9 es verdaderamente el principio de Autoridad, mucho menos acatarlo<\/strong>.<\/p>\n La mayor\u00eda de los sucesos sociol\u00f3gicos que los polit\u00f3logos hoy no saben c\u00f3mo interpretar consisten en la confrontaci\u00f3n de dos visiones antag\u00f3nicas: de un lado un adanismo cuya expresi\u00f3n es un creciente infantilismo, y del otro la recuperaci\u00f3n del principio de Autoridad<\/strong>.<\/p>\n Como apuntaba Marcel\u00a0Danesi<\/strong>, nuestra \u00e9poca vive en\u00a0el espejismo de una fuente de la juventud <\/strong>al alcance de todos. Una alucinaci\u00f3n incompatible con la figura de la autoridad encarnada en el \u201cviejo sabio\u201d (los abuelos, los padres, los maestros\u2026), aquella autoridad primordial que la comunidad aceptaba t\u00e1citamente, sin violencia ni coacci\u00f3n. Hoy se pretende hacer ver la autoridad como una imposici\u00f3n o, peor a\u00fan, como una agresi\u00f3n a nuestro Yo.<\/p>\n As\u00ed, en lugar de pedir consejo a los padres, abuelos y maestros, muchos buscan consuelo en los pol\u00edticos, en los medios de comunicaci\u00f3n, en los psic\u00f3logos, en los libros de autoayuda\u2026. Sin embargo, ellos no pueden sustituir la figura del \u201cviejo sabio\u201d, porque jam\u00e1s dir\u00e1n la verdad, aquello que la gente no quiere o\u00edr<\/strong>. Al contrario, tratar\u00e1n de confortarnos, nunca de contravenirnos. Por eso el mundo parece volverse cada vez m\u00e1s peligrosamente infantil<\/strong>. Y por eso est\u00e1 en curso una fuerte confrontaci\u00f3n que personajes como Acosta y Trump caricaturizan, pero tambi\u00e9n escenifican con inquietante claridad.<\/p>\nLa \u201cauctoritas\u201d<\/h2>\n
La posmodernidad y el fin de \u201cun mundo viejo\u201d<\/h2>\n
La quiebra de la Autoridad<\/h2>\n