{"id":5873,"date":"2018-09-25T00:30:32","date_gmt":"2018-09-25T00:30:32","guid":{"rendered":"https:\/\/redinternacional.net\/?p=5873"},"modified":"2019-01-01T20:02:29","modified_gmt":"2019-01-01T20:02:29","slug":"la-institucionalizacion-del-odio-por-javier-benegas","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/redinternacional.net\/2018\/09\/25\/la-institucionalizacion-del-odio-por-javier-benegas\/","title":{"rendered":"La institucionalizaci\u00f3n del odio – por Javier Benegas"},"content":{"rendered":"
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El odio es un sentimiento corrosivo que suele perjudicar sobre todo a quien lo siente, porque neutraliza la capacidad de raciocinio, atrapando a la persona en un resentimiento permanente que le impide superar sus fobias o pasar p\u00e1gina.<\/ins><\/p>\n Afortunadamente, el odio suele ser tambi\u00e9n una\u00a0pulsi\u00f3n \u00edntima<\/strong>, que se oculta tras el velo del pudor. Esto significa que una cosa es odiar y otra muy distinta que los malos sentimientos nos dominen, convirti\u00e9ndonos en seres peligrosos para los dem\u00e1s. As\u00ed pues, la gran mayor\u00eda de las personas convive con sus odios y sus fobias de manera silenciosa.<\/p>\n Antes, mientras el odio no desembocara en un acto reprobable, la sociedad aceptaba el \u201cderecho a odiar<\/strong>\u201d, entre otras razones, porque los sentimientos, buenos o malos, forman parte del \u00e1mbito privado<\/strong> de la persona. Y, qui\u00e9n m\u00e1s, qui\u00e9n menos, todos albergamos malos sentimientos en alg\u00fan momento de nuestra vida sin que por ello provoquemos una tragedia.<\/p>\n Hay individuos que odian a los perros y, sin embargo, no se dedican a patearlos. Simplemente tratan de evitarlos. Otros, por ejemplo, odian a los ni\u00f1os, pero en su inmensa mayor\u00eda no act\u00faan como psic\u00f3patas. Si acaso tuercen el gesto cuando un cr\u00edo pasa corriendo por su lado alborotando.<\/p>\n Que existan excepciones, odios que derivan en actos que deben ser castigados, no es m\u00e1s que la confirmaci\u00f3n de que la inmensa mayor\u00eda de los sujetos restringe sus odios al \u00e1mbito de las emociones \u00edntimas, sin que nadie los sufra salvo ellos mismos.<\/p>\n El odio s\u00f3lo se convierte en un sentimiento conflictivo cuando pasa a convertirse en el motor de nuestras acciones. A\u00fan as\u00ed, la p\u00e9rdida de autocontrol de un individuo no representa una amenaza generalizada. Lo verdaderamente peligroso es cuando el odio se colectiviza<\/strong> y no s\u00f3lo domina a un sujeto sino a un grupo. Entonces deja de ser un sentimiento de impacto limitado y se transforma en una amenaza para la sociedad.<\/p>\n Los odios y las fobias colectivas pueden traducirse en discriminaciones<\/strong>, como suced\u00eda en los Estados Unidos con el racismo<\/strong>, que durante mucho tiempo mantuvo vigente un sistema legal que separaba a los blancos de los negros, hasta que el movimiento por los derechos civiles reverti\u00f3 la situaci\u00f3n. Pero puede ser a\u00fan peor. El odio colectivo puede convertirse en motor de la acci\u00f3n pol\u00edtica y degenerar en asesinatos sistem\u00e1ticos y genocidios, como sucedi\u00f3 en la Alemania nazi<\/strong>.<\/p>\n Fue precisamente la traum\u00e1tica experiencia del nazismo lo que llev\u00f3 a las sociedades modernas a desarrollar una hipersensibilidad hacia los sentimientos individuales. Hoy se piensa que los sentimientos no son inocuos, sino que tienden a trascender el \u00e1mbito privado y propagarse, generando tarde o temprano graves conflictos. De esta forma, los sentimientos han dejado de ser privados para convertirse\u00a0en un asunto de inter\u00e9s p\u00fablico<\/strong>.<\/p>\n Borrar la l\u00ednea que separaba el sentimiento \u00edntimo<\/strong> del odio colectivo<\/strong>\u00a0supuso el fin del \u201cderecho a odiar\u201d. Un derecho no escrito que no se basaba en la tolerancia del odio, sino en la comprensi\u00f3n de que es imposible prohibir los sentimientos<\/strong>, mucho menos legislarlos.<\/p>\n Hoy, por el contrario, se tiende a vincular los que sentimos con potenciales delitos colectivos, como si las fobias particulares desembocaran inevitablemente en futuros cr\u00edmenes colectivos. Y el odio individual se ha convertido en un precrimen<\/strong>\u00a0que debe ser evitado mediante leyes que controlen los sentimientos.<\/p>\n Lamentablemente, cuando las leyes dejan de juzgar hechos objetivos y se aventuran a valorar si un sentimiento es potencialmente peligroso, cualquier expresi\u00f3n es susceptible de ser considerada delito<\/strong>. Que lo sea o no queda a expensas de interpretaciones volubles que pueden criminalizar o no una misma manifestaci\u00f3n, dependiendo del rol que se le adjudique a cada una de las partes. As\u00ed, por ejemplo, una afirmaci\u00f3n racista puede ser delito si la profiere un blanco contra un negro, pero no si es a la inversa.<\/p>\n Esta transformaci\u00f3n de las leyes objetivas en otras subjetivas no es casual, ha sido promovida por grupos que usan el \u201ccontrol de los odios<\/strong>\u201d como una forma de imposici\u00f3n ideol\u00f3gica. As\u00ed, la criminalizaci\u00f3n de los sentimientos de manera arbitraria restringe el derecho a la libertad de expresi\u00f3n, pero casi siempre en una \u00fanica direcci\u00f3n.<\/p>\n La cruzada contra los malos sentimientos tambi\u00e9n sirve para generar shocks culturales<\/strong>. Empobrece el lenguaje, al convertir numerosas palabras, refranes y dichos populares en usos susceptibles de ser interpretados como incitaciones al odio<\/strong>, aunque no haya en su utilizaci\u00f3n intenci\u00f3n alguna de promover el odio contra nadie; figuras como el sarcasmo<\/strong> o la iron\u00eda<\/strong> se vuelven peligrosas, porque la sagrada cruzada de los buenos sentimientos no entiende de sutilezas literarias, mucho menos de entrecomillados; tambi\u00e9n impone la autocensura<\/strong>, porque los individuos terminan temiendo, y con raz\u00f3n, ser acusados de incitar al odio por el simple hecho de expresar sus discrepancias.<\/p>\n Pero de todos los efectos el peor es la legitimaci\u00f3n de un odio inverso<\/strong>. Y es que, al final, se da la paradoja de que la cruzada contra los malos sentimientos no nos hace mejores, muy al contrario, nos convierte en individuos d\u00e9biles<\/strong>, victimistas y extremadamente irascibles, seres incapaces de afrontar por s\u00ed solos el menor de los conflictos y para los que odiar al presunto xen\u00f3fobo, hom\u00f3fobo o mis\u00f3gino se convierte en una obligaci\u00f3n moral que debe ser compartida<\/strong>. De esta forma, el m\u00e1s destructivo de los odios, el colectivo, se institucionaliza.<\/p>\nEl \u201cderecho a odiar\u201d<\/h2>\n
El odio colectivo<\/h2>\n
Legislar los sentimientos<\/h2>\n
La imposici\u00f3n ideol\u00f3gica<\/h2>\n
El shock cultural<\/h2>\n