{"id":5363,"date":"2018-09-01T20:25:50","date_gmt":"2018-09-01T20:25:50","guid":{"rendered":"https:\/\/redinternacional.net\/?p=5363"},"modified":"2018-09-01T20:25:50","modified_gmt":"2018-09-01T20:25:50","slug":"orden-y-sumision-como-imagenes-del-paraiso","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/redinternacional.net\/2018\/09\/01\/orden-y-sumision-como-imagenes-del-paraiso\/","title":{"rendered":"Orden y sumisi\u00f3n como im\u00e1genes del Para\u00edso"},"content":{"rendered":"

\"5785\"<\/strong><\/em><\/p>\n

“Hoy estamos en el cenit de ese prohibicionismo aparentemente bien justificado, en la pleamar de una sociedad en la que, con la excusa de protegernos, los Estados, con la ayuda de sindicatos de inquisidores, pretenden imponernos toda clase de formas de conducta”<\/strong><\/em><\/p>\n

Los esfuerzos humanos por lograr una existencia satisfactoria y pac\u00edfica han conducido muchas veces al desastre, porque, desgraciadamente no es dif\u00edcil encontrar una causa defendible y alguna especie de bien tras cualquier acci\u00f3n miserable<\/strong>. Si esto resulta cierto en el caso de la conducta individual, la vida colectiva presenta ejemplos mucho m\u00e1s claros de la amenaza que supone el empe\u00f1o de tantos por imponer un orden inobjetable, por acabar con las lacras de la existencia.<\/ins><\/p>\n

El problema es que muchos pretenden que nos entreguemos a cualquiera, o a muchas, de esas cruzadas, sin hacernos siquiera un par de preguntas muy elementales, la primera, saber si es siquiera posible eliminar ese mal que queremos combatir; la segunda, si, caso de poder lograrlo, no dar\u00edamos lugar a consecuencias indeseadas<\/strong> y, posiblemente, peores que el mal supuestamente erradicado.<\/p>\n

Los Estados crecen, y eso satisface las ambiciones de todos los pol\u00edticos, precisamente, en la medida en que se dotan de medios para moralizar la existencia, a su antojo<\/p><\/blockquote>\n

En sociedades muy militantes<\/strong>, como la nuestra, abundan los convencidos y disponen cada vez de medios m\u00e1s poderosos para someter a todo el mundo a sus particulares concepciones del Bien, a sus respectivos absolutos. Los Estados crecen, y eso satisface las ambiciones de todos los pol\u00edticos<\/strong>, precisamente, en la medida en que se dotan de medios para moralizar la existencia, a su antojo, y en esa campa\u00f1a incesante vinculan a multitudes inmensas que abrazan irreflexivamente la idea de que al impedir la realizaci\u00f3n de cualquier tipo de Mal se logra un avance definitivo, indiscutible, aunque sea al precio de limitar cada vez m\u00e1s los \u00e1mbitos de libertad<\/strong> y sus riesgos.<\/p>\n

La conducta humana est\u00e1 presidida, aunque muchos pretendan olvidarlo, por un tipo de indeterminaci\u00f3n, a la que se suele llamar libertad, que, con enorme frecuencia, produce un desasosiego que, en sus formas m\u00e1s graves, conduce a los individuos a abrazar esa clase de convicciones en las que la capacidad real de decidir ya no juega ning\u00fan papel<\/strong>, en las que la libertad ha desaparecido por completo al someterse, supuestamente, a un Bien superior que hace innecesaria y disfuncional cualquier libertad.<\/p>\n

Dostoievski<\/strong> sintetiz\u00f3 magistralmente esta situaci\u00f3n en la dram\u00e1tica escena del Gran Inquisidor, una met\u00e1fora del poder sin l\u00edmites que supone que la libertad es un peso demasiado insoportable para todos, especialmente cuando se considera no al individuo sino a la sociedad en su conjunto, un entorno sin el que no podemos ser humanos pero que siempre trata de achicarnos con el benem\u00e9rito prop\u00f3sito de protegernos de nosotros mismos.<\/p>\n

Dostoievski acert\u00f3\u00a0a subrayar el valor de la sumisi\u00f3n, esa cadena invisible que nos da un tipo de libertad infinitamente menos problem\u00e1tica que la verdadera<\/p><\/blockquote>\n

El gran escritor acert\u00f3 a subrayar el valor de la sumisi\u00f3n<\/strong>, esa cadena invisible que nos da un tipo de libertad infinitamente menos problem\u00e1tica que la verdadera, que esa tensi\u00f3n, que puede ser insoportable para las multitudes, de no tener absoluta certeza ni sobre el bien ni sobre el mal. La literatura pol\u00edtica est\u00e1 llena de testimonios de c\u00f3mo esa renuncia a la libertad personal<\/strong> y al pensamiento cr\u00edtico<\/strong> se ha adue\u00f1ado de los criterios de la mayor\u00eda y ha hecho posibles los reg\u00edmenes totalitarios, el nazismo y la barbarie y el desastre de tantos experimentos m\u00e1s o menos comunistas.<\/p>\n

La desconfianza en lo que puedan hacer los dem\u00e1s, y la certeza en la bondad de lo que cada cual hace es el caldo de cultivo de esa renuncia colectiva a la libertad, de esa aceptaci\u00f3n gustosa de una sumisi\u00f3n que no puede ser sino creciente. As\u00ed se hacen realidad esas dos amargas certezas que expresa el Gran Inquisidor, y eso que cuando Dostoievski escrib\u00eda, el panorama no era ni lejanamente comparable al tempor\u00e1neo: que para la sociedad humana no existe ni ha existido nunca nada m\u00e1s insoportable que la libertad<\/strong>, y que no existe preocupaci\u00f3n m\u00e1s constante y atormentadora que la de buscar cuanto antes ante quien inclinarse.<\/p>\n

Claro es que, ante este panorama, y como da la sensaci\u00f3n de que se puede escoger, muchos prefieren sentir la libertad del Inquisidor<\/strong>, defender con ardor la causa que somete a otros siendo un agente distinguido del programa general de sumisi\u00f3n, en lugar de resignarse a ser, simplemente, uno m\u00e1s entre todos los sometidos, aunque esa condici\u00f3n sea perfectamente aceptable para la mayor\u00eda. Esto explica la incre\u00edble pasi\u00f3n que muchos ponen en obligar a otros a comportarse conforme a su peculiar idea del Bien, ignorando algo esencial en la tradici\u00f3n occidental: que cualquier bien carece de sentido si no se hace libremente<\/strong>, que no hay otra libertad que la de conciencia.<\/p>\n

Hannah Arendt<\/strong> vio el origen de esta noci\u00f3n de libertad en San Pablo<\/strong> y San Agust\u00edn<\/strong>, porque los cristianos descubrieron una clase de libertad que no ten\u00eda relaci\u00f3n con la pol\u00edtica, que se experimentaba como algo que se da en una pugna con uno mismo, y al margen de la interacci\u00f3n con el resto de los hombres.<\/p>\n

En la medida en que se me pueda obligar a \u201cgritar siempre con los dem\u00e1s\u201d, por emplear la expresi\u00f3n de Orwell, dejar\u00e1 de existir en la pr\u00e1ctica cualquier tipo de libertad<\/p><\/blockquote>\n

En la filosof\u00eda pol\u00edtica apenas hay espacio para considerar esa clase radical de libertad, en la medida en que lo que parece importar es la mera libertad negativa, el que no se me impida hacer lo que quiero. Pero hay ah\u00ed una trampa mortal, porque precisamente en la medida en que se pueda manipular mi querer, en la medida en que se me pueda obligar a \u201cgritar siempre con los dem\u00e1s\u201d, por emplear la expresi\u00f3n de Orwell<\/strong>, dejar\u00e1 de existir en la pr\u00e1ctica cualquier tipo de libertad, la libertad se convertir\u00e1 en una mera ilusi\u00f3n a la que se combatir\u00e1, incluso, en nombre de la ciencia, de un determinismo universal<\/strong>.<\/p>\n

De este modo carecer\u00e1 de sentido la visi\u00f3n de que la libertad consiste en que los dem\u00e1s puedan hacer cosas que no me gusten (Hayek<\/strong>), porque el progreso moral<\/strong> se entender\u00e1 como un proceso en que los gustos han de coincidir forzosamente con el Bien, con lo que todos consideran que lo es y, por consiguiente, cualquier discrepancia, cualquier diferencia, cualquier disidencia, ser\u00e1 vista como una trampa y un enga\u00f1o, como una traici\u00f3n.<\/p>\n

Marcuse<\/strong> criticaba en los sesenta a las sociedades occidentales como aquellas en las que se ha establecido una ausencia de libertad \u201csuave, razonable y democr\u00e1tica\u201d, pero temo no podr\u00eda siquiera sospechas hasta qu\u00e9 punto puede llegar la inquina de quienes quieren prohibir que los dem\u00e1s hagan un tipo de cosas que ellos consideran no pueden hacerse.<\/p>\n

Vivimos en una sociedad que pretende haber exorcizado la culpa y la responsabilidad, pero que impone un n\u00famero creciente de credos y mandatos<\/p><\/blockquote>\n

Hoy estamos en el cenit de ese prohibicionismo<\/strong> aparentemente bien justificado, en la pleamar de una sociedad en la que, con la excusa de protegernos y promover bienes supuestamente indiscutibles, los Estados, con la ayuda de sindicatos de inquisidores<\/strong> pretenden imponernos toda clase de formas de conducta que son mucho menos indiscutibles de lo que se supone. Vivimos en una sociedad que pretende haber exorcizado la culpa y la responsabilidad, pero que impone un n\u00famero creciente de credos y mandatos que har\u00edan palidecer a cualquier catecismo casuista.<\/p>\n

La gran paradoja es que la sociedad act\u00faa en nombre de la libertad colectiva<\/strong>, pero reprime cada vez m\u00e1s las menudas libertades de cada cual, y, sobre todo, trata de eliminar radicalmente cualquier idea de que pueda existir una \u00e9tica y un bien que est\u00e9n al margen de lo que impone el Estado y la legislaci\u00f3n, la idea de que pueda existir una \u00e9tica libre que no se reduzca a obedecer los caprichos de la autoridad de turno, ese pre\u00e1mbulo mortal a vivir como si la sumisi\u00f3n fuese el don que caracteriza la estancia en el Para\u00edso.<\/p>\n

J.L. Gonz\u00e1lez Quir\u00f3s, 31 agosto 2018<\/p>\n

Fuente<\/a><\/p>\n

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