La ‘izquierda ilusa’ o Los agentes involuntarios de la Orden Imperial – por Jean Bricmont

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Hubo un tiempo, a principios de la década de 1970, en que muchas personas, incluido yo mismo, pensaban que todas las “luchas” de aquella época estaban relacionadas: la Revolución Cultural en China, las guerrillas en América Latina, la Primavera de Praga y los “disidentes” de la Europa del Este, mayo del 68, el movimiento de los derechos civiles [estadounidense], la oposición a la guerra de Vietnam y los nominalmente socialistas movimientos anticoloniales en África y Asia. También pensábamos que, por analogía con la Segunda Guerra Mundial, los regímenes “fascistas” de España, Portugal y Grecia solo podrían ser derrocados por medio de la lucha armada, muy probablemente prolongada.

 

Ninguna de estas suposiciones era correcta. La Revolución Cultural no tenía nada que ver con los movimientos antiautoritarios en Occidente, los disidentes de la Europa del Este en general eran procapitalistas y proimperialistas, y a menudo de una manera fanática, las guerrillas latinoamericanas eran una quimera (excepto en América Central) y los movimientos de liberación nacional eran exactamente eso: con bastante acierto, su objetivo era la liberación nacional y se denominaban a sí mismos socialistas o comunistas solo por el apoyo que les ofrecían la Unión Soviética o China. Los regímenes “fascistas” del sur de Europa se transformaron ellos mismos sin ofrecer una resistencia importante y no digamos ya una lucha armada. Muchos otros regímenes autoritarios siguieron el ejemplo: en la Europa del Este, en América Latina, en Indonesia, África y ahora en parte del mundo árabe. Algunos se desmoronaron desde dentro, otros después de unas pocas manifestaciones.

Me acordé de todas esas ilusiones juveniles cuando leí una petición “en solidaridad con los millones de sirios que han estado luchando por la dignidad y la libertad desde marzo de 2011”, cuya lista de signatarios verdaderamente incluye a las figuras más destacadas de la izquierda occidental. La petición afirma que “[…] La revolución en Siria es una parte fundamental de las revoluciones del norte de África, pero es también una extensión de la revuelta zapatista en México, el movimiento de los sin tierra en Brasil, las revueltas europeas y norteamericanas contra la explotación neoliberal, y un eco de los movimientos por la libertad en Irán, Rusia y China”.

Los signatarios piden, por supuesto, que Bashar al-Assad abandone inmediatamente el poder, lo cual se supone es la única “esperanza para un sistema unificado, libre, e independiente en Siria”. También afirman que Rusia, China e Irán “han mantenido su apoyo al régimen a pesar de la masacre de personas”, a pesar de que “supuestamente eran amigos de los árabes”; reconocen que “EE.UU. y sus aliados del Golfo, han intervenido en apoyo de los revolucionarios”, pero les acusan de haberlo hecho “con un claro y cínico interés propio” y tratando de “aplastar y subvertir el levantamiento”. No está claro cómo cuadra esto con la siguiente línea del texto que afirma que “las potencias regionales y mundiales han dejado el pueblo sirio solo”.

El resultado final de la petición consiste en una grandiosa afirmación de “solidaridad” de “intelectuales, académicos, activistas, artistas, ciudadanos interesados y movimientos sociales”, “con el pueblo sirio para enfatizar la dimensión revolucionaria de su lucha y para evitar las batallas geopolíticas y guerras de poder que tienen lugar en su país”. ¡Nada menos!

Merece la pena analizar la petición al detalle porque resumen muy bien todo lo que hay de erróneo en la corriente principal del pensamiento de izquierda actual, e ilustra y explica por qué no hay izquierda en Occidente. El mismo tipo de pensamiento dominó el pensamiento de la izquierda occidental durante las guerras de Kosovo y Libia, y en cierto modo durante las guerras de Afganistán (“solidaridad con las mujeres afganas”) e Iraq (“estarán mejor sin Saddam”).

En primer lugar, es muy dudosa la manera de presentar los hechos acerca de Siria. No soy un experto en Siria, pero si el pueblo está tan unido en contra del régimen, ¿cómo es que este ha resistido durante tanto tiempo? Ha habido relativamente pocas deserciones en el ejército o entre el personal diplomático y político. Dado que la mayoría de los sirios son sunníes y que constantemente se describe al régimen como uno que se basa en el apoyo de la “secta alauita”, algo debe de brillar por su ausencia en el relato acerca de Siria.

A continuación, nos guste o no, las acciones de “Rusia, China e Irán” en Siria han sido acordes con el derecho internacional, a diferencia de las de “Estados Unidos y sus aliados del Golfo”. Desde el punto de vista del derecho internacional, el actual gobierno de Siria es legítimo y responder a su petición de ayuda es perfectamente legal, mientras que armar a los rebeldes no lo es. Por supuesto, las personas de izquierda que firman la petición probablemente pondrían objeciones este aspecto del derecho internacional porque favorece a los gobiernos por encima de los insurgentes. Pero imaginemos el caos que se crearía si en todo el mundo cada gran potencia armara a los rebeldes que le pareciera. Se podría deplorar la venta de armas a “dictaduras”, pero Estados Unidos no está en posición de dar lecciones al mundo en este aspecto.

Por otra parte, “Rusia y China” son quienes, por medio de su votación en la ONU, impidieron otra intervención estadounidense, como la de Libia, a la que la izquierda occidental se opuso con muy poco entusiasmo, si es que se opuso. De hecho, dado que Estados Unidos utilizó la Resolución de la ONU sobre Libia para llevar a cabo el cambio de régimen que no había autorizado la Resolución, ¿no es natural que Rusia y China sienta que se les tomó el pelo en Libia y digan: “¡nunca más!”?

La petición considera los acontecimientos en Siria como una “extensión de la revuelta zapatista en México, el movimiento de los sin tierra en Brasil, las revueltas europeas y norteamericanas contra la explotación neoliberal, y un eco de los movimientos por la libertad en Irán, Rusia y China”, pero tienen cuidado de no relacionarlos con los gobiernos antiimperialistas en América Latina ya que estos gobiernos están completamente en contra de las intervenciones exteriores y defienden el respeto de la soberanía nacional.

Por último, ¿qué debería hacer cualquier persona que crea que la salida “inmediata” de Bashar al-Assad llevaría a una “Siria libre, unificada e independiente”? ¿Acaso los ejemplos de Iraq y Libia no son suficientes para arroja algunas dudas sobre estos optimistas pronunciamientos?

Esto nos lleva al segundo problema de la petición, que es su tendencia al romanticismo revolucionario. La izquierda occidental actual es la primera en denunciar a los regímenes “estalisnistas” del pasado, incluidos los de Mao, Kim Il Sung o Pol Pot. Pero, ¿olvidan que Lenin luchó contra el zarismo, Stalin contra Hitler, Mao contra el Kuomintang, Kim Il Sung contra los japoneses y los dos últimos, así como Pol Pot lucharon contra Estados Unidos? Si la historia debe enseñarnos algo es que luchar contra la opresión no te convierte necesariamente en un santo. Y dado que se han echado a perder tantas revoluciones violentas en el pasado, ¿qué razón hay para creer que la “revolución” en Siria, cada vez más dominada por religiosos fanáticos, emergerá como un ejemplo deslumbrante de libertad y democracia?

Ha habido repetidas ofertas de negociación por parte tanto de “Rusia, China e Irán” como del “régimen de Assad” tanto con al oposición como con sus patrocinadores (“Estados Unidos y sus aliados del Golfo”). ¿No habría que dar una oportunidad a la paz y a la diplomacia? El “régimen sirio” ha modificado su constitución, ¿por qué estar tan seguro de que esto no puede llevar a un “futuro democrático”, mientras que una revolución violenta sí puede? ¿No habría que dar una oportunidad a la reforma [política]?

Con todo, el principal defecto tanto de esta petición como de llamamientos similares de la izquierda intervencionista humanitaria en el pasado es ¿a quién están hablando? Los rebeldes en Siria quieren la mayor cantidad de armas sofisticadas posible; ninguno de los firmantes de la petición se las puede proporcionar y resulta difícil ver cómo lo puede hacer la “sociedad civil global y no [a] los gobiernos ineficaces y manipuladores”. Esos rebeldes quieren que los gobiernos occidentales les proporcionen esas armas y no les podría preocupar menos lo que piense la izquierda occidental. Y esos gobiernos occidentales apenas saben que existe siquiera la izquierda. Y aunque lo supieran, ¿por qué iban a escuchar a personas que no tiene un apoyo popular serio y, por ello, no tienen medios de presionar a los gobiernos? La mejor prueba de ello es la causa a la que muchos de los firmantes han dedicado parte de sus vidas: Palestina. ¿Qué gobierno occidental presta atención alguna a las reivindicaciones del “movimiento de solidaridad con Palestina”?

Solo porque la petición no tenga efecto en Siria no quiere decir que no tenga efecto tout court. Debilita y confunde lo que queda de los sentimientos en contra de la guerra al poner el acento en que “nuestra” prioridad debe ser gestos vacíos de solidaridad con una rebelión a la que ya apoya militarmente occidente. Una vez conseguida esta manera de pensar, se hace psicológicamente difícil oponerse a la intervención estadounidense en los asuntos internos de Siria ya que la intervención es precisamente lo que desean los revolucionarios a los que debemos “apoyar” (al parecer, a diferencia de los signatarios, no se han dado cuenta de que Occidente desea “aplastar y subvertir el levantamiento”). Por supuesto, quienes defienden la petición dirán que ellos no “apoyan” a los extremistas más violentos en Siria, pero, entonces, ¿a quién están apoyando exactamente y cómo? Por otra parte, la falsa impresión de que las “potencias [regionales y] mundiales han dejado al pueblo sirio solo” (aunque, de hecho, hay un flujo constante de armas y de yihadistas a Siria) proviene en parte del hecho de que Estados Unidos no es tan demente como para arriesgarse a una Guerra Mundial dado que Rusia para decir en serio lo que dice en este caso. Parece que a los signatarios nunca se les ocurre que podemos estar al borde de una Guerra Mundial.

Quienes defienden la petición probablemente dirán que “nosotros” debemos denunciar tanto al imperialismo estadounidense como a los regímenes opresivos contra los que se “revuelve” el pueblo. Pero esto no hace sino mostrar la profundidad de su error: ¿por qué reivindicar hacer dos cosas a la vez cuando uno no es capaz de hacer ninguna de las dos, siquiera parcialmente?

Si estas peticiones son peores que no hacer nada, ¿qué debería hacer entonces la izquierda? En primer lugar, ocuparse de sus propios asuntos, lo que significa luchar en casa. Esto es mucho más duro que expresar una solidaridad que no significa nada con personas de países lejanos. Y, ¿luchar por qué? La paz a través de la desmilitarización de Occidente, una política no intervencionista y situar la diplomacia, no las amenazas, en el centro de las relaciones internacionales. Casualmente, los libertarios y la derecha paleoconservadora defienden una política no intervencionista. La izquierda utiliza constantemente este hecho sumando a la invocación de la historia previa a la Segunda Guerra Mundial (la guerra civil española, los Acuerdos de Munich) para dar mala fama al antiintervencionismo.

Pero es ridículo: en realidad no se resucita constantemente a Hitler y Occidente no se enfrenta a ninguna amenaza militar seria. En la situación actual, recortar los costes del Imperio es una preocupación perfectamente legítima de los ciudadanos estadounidenses.

De hecho, sería perfectamente posible establecer una amplia coalición de derecha e izquierda de personas que se oponen al militarismo y al intervencionismo. Por supuesto, dentro de esta coalición se podría seguir estando en desacuerdo sobre el matrimonio homosexual pero, aún siendo esta una cuestión importante, quizá no debería impedirnos trabajar juntos en cuestiones que también pueden parecer importantes a algunas personas, como la paz mundial, la defensa de la ONU y del derecho internacional, y el desmantelamiento de las bases del imperio estadounidense. Además, no es improbable que se pudiera ganar a una gran parte del público estadounidense a favor de estas posturas si se establecieran unas campañas continuas y bien organizadas para persuadirle.

Pero, por supuesto, el espíritu de la petición va exactamente en la dirección contraria, hacia más implicación e intervenciones de Estados Unidos. Sin duda muchos de los signatarios se consideran a sí mismos antiimperialistas y defensores de la paz, y algunos de ellos han desempeñado un papel importante en la oposición a anteriores guerras de agresión estadounidenses. Pero no parecen haberse dado cuenta de que las tácticas del imperialismo han cambiado desde los tiempos de los movimientos de liberación nacionales. Ahora que ha terminado la descolonización (con excepción de Palestina,), Estados Unidos ataca a los gobiernos, no a los movimientos revolucionarios, que considera que son demasiado independientes. Y para hacerlo utiliza una variedad de medios que son similares en sus tácticas a los movimientos revolucionarios o progresistas del pasado: la lucha armada, la desobediencia civil, O“N”Gs financiadas por el gobierno, revoluciones de colores, etc.

El último ejemplo de estas tácticas es el intento por parte de los gobiernos occidentales de utilizar a la comunidad lesbiana-gay-bisexual-transexual (LGBT) como soldados de las tropas de asalto contra Rusia y los Juegos de Invierno, en un intento transparente de desviar la atención del público del embarazoso asunto de que en el caso Snowden es Rusia y no Estados Unidos quien está del lado de la libertad. Es de temer que la izquierda intervencionista humanitaria se suba al carro de esta nueva cruzada. Sin embargo, como ha señalado Gilad Atzmon con su habitual estilo ligeramente provocativo, es poco probable que esto beneficie en algo a la comunidad LGBT en Rusia ya que este tipo de apoyo permite a sus oponentes tildarlos de portadores de influencia extranjera. No es una buena idea para una minoría, sea de la parte del mundo que sea, ser considerada como agentes de una potencia extranjera y, menos aún, de un gobierno tan odiado por su arrogancia y su intervencionismo como el actual gobierno estadounidense. Y, por cierto, las personas que piden el boicot de los Juegos de Invierno en Rusa no pusieron ninguna objeción a celebrar los Juegos Olímpicos en Londres, lo que implica que, para ellos, tomar medidas en contra de los homosexuales es un crimen grave mientras que las guerras en Afganistán e Iraq son meros deslices.

Las personas que sucumben a las ilusiones del romanticismo revolucionario o que se ponen de parte del supuesto desvalido, independientemente de la agenda del desvalido, están siendo engañadas por las tácticas del imperialismo actual. Pero aquellas personas que aspiran a un orden mundial más pacífico y más justo, y que creen que una condición previa para este orden es el debilitamiento del imperialismo estadounidense, ven fácilmente a través de este camuflaje. Estas dos diferentes visiones del mundo dividen tanto a la derecha como a la izquierda: intervencionistas liberales y neoconservadores en un lado, libertarios, paleoconservadores e izquierdistas tradicionales en otro, y eso puede llamar a alianzas nuevas y heterodoxas.

Jean Bricmont, 14 de agosto de 2013

 

Fuente original : Counterpunch

Fuente Traduccion al espanol


JEAN BRICMONT enseña física en la Universidad de Louvain en Bélgica. Es el autor de Humanitarian Imperialism. Se puede contactar con él en Jean.Bricmont@uclouvain.be

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