El Libro Verde de Muamar el- Gadafi : El libro que cambió un país – por Xavier Bartlett

 

“La democracia tradicional que prevalece dota al miembro parlamentario de una sacralidad e inmunidad que le son negadas al resto del pueblo. Los parlamentos, por tanto, se han convertido en un medio para saquear y usurpar la autoridad del pueblo.”

 

Como continuación del anterior artículo sobre la Libia reciente, comentaré en esta entrada el contenido del famoso Libro Verde de Muamar el-Gadafi, que fue publicado en 1975, a los pocos años de llegar al poder. El libro está dividido en tres tomos o bloques temáticos (la democracia, el socialismo y la sociedad), en los cuales se recoge su proyecto político e ideológico para Libia, que en cierto modo sería extensible al mundo árabe e incluso –en muchos aspectos– a todo el planeta. Por otro lado, como podremos comprobar a través de las citas de este texto[1], la visión de Gadafi era una apuesta por un modelo de sociedad que deja a los países occidentales en muy mal lugar, y sólo hay que mirar a nuestra caótica actualidad para apreciar cuán acertado estuvo Gadafi en sus análisis de hace más de 40 años.

Lo que más me ha sorprendido al leerlo es que –aparte de cierto lenguaje formal “izquierdista”– no es un típico manual socialista o comunista con lemas altisonantes, medidas centralizadoras y continuas apelaciones al estado o al partido. Es evidente que el ideario de Gadafi llevaba la etiqueta de “socialista” por cuanto rechazaba el capitalismo occidental, pero si se lee atentamente se observa un claro distanciamiento de los planteamientos ideológicos marxistas, así como de las políticas socioeconómicas típicas del bloque comunista, que en realidad eran una forma de macro-capitalismo de estado, en tanto que el individuo no tenía ningún poder ni autonomía, se supeditaba al estado y al partido, y carecía de voz y libertad. De hecho, el libro propugna la consolidación de un espacio propio entre el capitalismo y el marxismo, lo que popularmente se ha llamado “Tercera Vía” (y que Gadafi denominaba Tercera Teoría Universal), en que se apela directamente al pueblo.

En efecto, en el Libro Verde se puede apreciar un tono popular –que algunos podrían calificar de “populista”– centrado en reivindicar la libertad y la soberanía de cada individuo y de las pequeñas comunidades. Para definir su modelo, Gadafi apelaba nada menos que a la ley natural y a la tradición como ejes de su política y daba todo el poder a la representación directa y genuina del pueblo a través de asambleas y comités del pueblo, en un sistema que podríamos denominar “comunalista”. En este contexto, la primera parte del libro es un demoledor ataque contra la idea occidental de “democracia”, a la que califica de farsa o fraude, por cuanto sus mecanismos no representan al pueblo y están basados en estructuras impuestas, como los parlamentos y los partidos políticos (a los que tachaba de “archienemigos del pueblo”). Algunas de sus apreciaciones son muy directas e inequívocas acerca del modelo occidental y de la posición de privilegio de la casta política:

“La democracia tradicional que prevalece dota al miembro parlamentario de una sacralidad e inmunidad que le son negadas al resto del pueblo. Los parlamentos, por tanto, se han convertido en un medio para saquear y usurpar la autoridad del pueblo.”

Y sobre el sistema democrático, las elecciones y la captación del voto, Gadafi hacía un retrato descarnado de cómo funcionaban en realidad las cosas:

“Bajo tales sistemas, el pueblo es la víctima cuyos votos se disputan las facciones competidoras explotadoras, que embaucan al pueblo en circos políticos externamente ruidosos y frenéticos, pero interiormente ineficaces e irrelevantes. En todo caso, el pueblo es seducido para permanecer en largas y apáticas colas silenciosas a fin de depositar sus papeletas, de forma parecida a como se tira un papel usado a la papelera. Esta es la democracia tradicional que prevalece en todo el mundo, ya sea representada por un partido, dos partidos, varios partidos o un sistema sin partidos. Queda claro así que tal representación es un fraude.”

Giovanni Leone Taking Oath of Office
Parlamento occidental (Italia): Gadafi  consideraba el parlamentarismo como una estafa al pueblo

Gadafi consideraba –con un sentido común que muy pocos parecen tener en Occidente– que el sistema de partidos es una estafa y una forma de dictadura, en que prevalece el interés de la parte sobre el todo. Según sus palabras, “una sociedad gobernada por un partido es similar a una gobernada por una tribu o secta”. Además, su juicio iba más allá y le daba un severo varapalo a la idea comunista de la prevalencia de un solo partido de clase (trabajadora, se entiende), pues con gran visión afirmaba que en la práctica tal partido se convertía en un substituto de la clase hasta llegar a ser hostil a esa clase que reemplaza, hecho fácilmente demostrable vista la experiencia comunista a lo largo del siglo XX. Su valoración sobre el sistema de partidos nos transporta a la realidad más cotidiana de nuestras sociedades occidentales:

“La existencia de muchos partidos intensifica la lucha por el poder, y trae como consecuencia que se descuide cualquier logro para el pueblo y cualquier plan socialmente beneficioso. Tales acciones son presentadas como justificación para socavar la posición del partido gobernante de manera que el partido en la oposición pueda reemplazarlo. En su lucha, los partidos rara vez recurren a las armas, sino que más bien denuncian y denigran las acciones de unos y de otros. Esta es una batalla que inevitablemente se entabla a expensas de los intereses vitales, más elevados, de la sociedad. Algunos, si no todos, de esos intereses más elevados caen víctimas de la lucha por el poder entre aparatos de gobierno, porque la destrucción de esos intereses apoya el argumento de la oposición contra el partido o partidos gobernantes. A fin de gobernar, el partido de la oposición debe derrotar el aparato de gobierno existente.”

En cuanto a los plebiscitos o referendos, a los que algunos apelan por estas tierras con ánimo exaltado, Gadafi dejaba bien clara su verdadera naturaleza, propia de un sistema dictatorial:

“Los plebiscitos son un fraude a la democracia. Los que votan , o no, en realidad no expresan su libre albedrío, sino que más bien son silenciados por la concepción moderna de la democracia, ya que sólo les es permitido decir o no.”

Nasser_Gaddafi_1969
Gadafi y el líder egipcio Nasser

En definitiva, en lo que serían los fundamentos del ejercicio del poder, Gadafi apostaba por un país regido por la representación directa del pueblo a través de las citadas asambleas y comités del pueblo, agrupados en un congreso general y bajo la premisa fundamental de que la democracia es la supervisión del pueblo por el pueblo. Asimismo, les concedía total capacidad de decisión y operación, por lo cual en Libia no había propiamente administración estatal o gubernamental. En lo referente a la ley, Gadafi era conservador, tradicional y nacionalista, y abogaba por la ley natural de la tradición, con una fuerte influencia de las costumbres y la religión. Desde su punto de vista, todo ordenamiento debía girar en torno al individuo y a la familia, en vez de al estado, al que una vez más demonizaba, como se puede apreciar en este párrafo:

“Según la ley natural, la raza humana es el individuo y la familia, pero no el estado. La raza humana no tiene ni relaciones ni ninguna otra cosa que hacer con el estado, que es un sistema artificial político, económico y en ocasiones militar.”

Asimismo, despreciaba el concepto de “constitución” por ser una ley artificial carente del respaldo de la fuente natural (la tradición). Sobre este punto concreto, afirmaba lo siguiente:

“El método por el que una modalidad específica de gobierno busca dominar al pueblo queda recogido en la constitución. El pueblo se ve forzado a aceptar en virtud de las leyes que se derivan de tal constitución, que a su vez es producto de las tendencias dentro de los instrumentos de gobierno particulares.”

Pero lo más significativo en su diferencia con Occidente es su visión del poder judicial. Así, Gadafi no creía que ningún grupo o persona pudiera supervisar las leyes; tal responsabilidad sería de la sociedad en su conjunto. Si se produjera una desviación de la ley natural, los propios organismos populares actuarían para reconducir la situación sin recurrir ni a la violencia ni a las revoluciones.

En lo referente al segundo bloque, centrado en la economía, Gadafi examinaba la situación del sistema materialista basado en el dinero y el salario, y concluía que dicho sistema era totalmente injusto e ineficaz para los productores (trabajadores), tanto en un régimen “capitalista” como en uno “comunista”. Su dictamen era concluyente:

“¿Por qué reciben un salario los trabajadores? Porque llevan a cabo un proceso productivo en beneficio de otros que les contratan para producir un cierto producto. En tal caso, no consumen lo que producen, más bien están obligados a entregar su producto a cambio de un sueldo. De ahí, la norma oral de que quien produce lo consume. Sin embargo, los asalariados, por mucho que mejoren sus salarios, son una especie de esclavos. Los asalariados no son sino esclavos de los amos que los emplean. Son esclavos temporales, y su esclavitud dura lo que dura el trabajo para obtener el salario de su empleador, ya sea éste un individuo o el estado.”

Frente a este escenario, el líder libio apostaba por abolir el sistema asalariado y regresar a los modos económicos tradicionales en que el pueblo es el protagonista y responsable de la producción, pero no para la obtención de beneficios monetarios o excedentes inútiles sino para cubrir las necesidades de la población. Así pues, planteaba un socialismo natural en que existiría una igualdad entre todos los componentes de la producción y no habría clases o personas privilegiadas que acaparasen riqueza:

“La explotación del hombre por el hombre y la posesión por parte de algunos individuos de más riqueza general de lo que necesitan, es una desviación manifiesta de la ley natural, y el inicio de la distorsión y corrupción en la vida de la comunidad humana. Anuncia el comienzo de la sociedad de explotación.”

oil-refinery
Las industrias y recursos básicos debían ser controlados por el pueblo

Asimismo, Gadafi rechazaba el concepto de “trabajar para otro” o de “pagar/cobrar a otro” (por ejemplo, era contrario a cualquier forma de alquiler) y encontraba indecente algunas situaciones de servicio[2] a otros, como el caso de los empleados domésticos. Según su filosofía económica, la producción en los diferentes sectores había de ser un sistema equilibrado orientado a cubrir las necesidades e incidía en que el ser humano carece de libertad si sus necesidades son controladas por otros agentes, lo que ocurre en nuestros modernos países democráticos, en que o bien el estado o bien las grandes corporaciones controlan las fuentes principales de recursos (incluidas las necesidades básicas). De ahí que el Libro Verde abogase por la socialización de bienes como la vivienda, el agua, la tierra, la comida, el vestido, los medios de transporte, etc. Esto no significaba la expropiación o estatalización de los bienes de las personas, sino que tales bienes –en posesión particular asociada– debían servir para satisfacer las necesidades personales, familiares y de la comunidad en su conjunto. El objetivo final de esta política debía ser la eliminación del concepto de beneficio e incluso del dinero en sí mismo.

Este ideario se podría resumir en la siguiente declaración:

“La aspiración de la nueva sociedad socialista es crear una sociedad que sea libre porque es feliz. Esto sólo puede lograrse satisfaciendo las necesidades materiales y espirituales del hombre, y ello a su vez surge liberando las carencias del control de otros.”

Para concluir, la tercera parte estaba dedicada específicamente a los aspectos sociales, que desde su óptica se convertían en aspectos más bien patrióticos. En este ámbito, Gadafi volvía a mostrarse radicalmente nacionalista y tradicional, y hoy sería perseguido por oponerse a la globalización y a la corrección política imperante, e incluso –según los criterios más progresistas– se le podría etiquetar como defensor de la derecha más rancia. Así, el coronel libio incidía en la dignidad o la lucha nacional como motor de la historia, y creía que los pueblos que perdían su unidad y orgullo nacional estaban condenados a la destrucción. De hecho, algunas de sus visiones sobre la nación recordaban a las proclamas de dictadores nacionalistas, aludiendo a ideas-fuerza como el origen común –o el destino común– de un pueblo, o la necesidad de un aglutinante nacional en forma de una religión o creencia compartida. En todo caso, siempre debía existir una cohesión social en torno a la nación:

“El factor de unidad de cualquier grupo es un factor social; en el caso del hombre es el nacionalismo. Por esta razón, las comunidades humanas luchan por su propia unidad nacional, la base de su supervivencia.”

Para lograr dicha cohesión, Gadafi recurría una vez más a los valores tradicionales árabes –en contra de clásicos idearios marxistas– y, como hemos señalado, daba un papel preponderante a la religión (una única religión para el pueblo era lo adecuado, a su juicio), a la tribu, a la familia, al matrimonio, etc. En realidad, su estructura social ideal era una especie de pirámide jerárquica de estamentos: individuo, familia, tribu y nación. Sobre esta estructura, destaca en particular su férrea defensa del papel armónico de la familia en la sociedad libia. Desde su punto de vista, la familia conforma al individuo y lo desarrolla en su plenitud, por lo cual “cualquier situación, posición o procedimiento que resulte en la dispersión, decadencia o pérdida de la familia es inhumano, innatural y opresivo”. Así pues, esta postura choca frontalmente con las modernas políticas que quieren imponerse en todo el mundo y que tienden a la destrucción de la familia tradicional.

mujer_trabajo
La mujer según Gadafi: emancipada y tradicional a la vez

Aparte de esto, en el Libro Verde se defendía la emancipación, igualdad y dignidad de la mujer en una sociedad tremendamente patriarcal. No obstante, Gadafi concedía una importancia básica al papel ancestral de la mujer como pilar de la familia y la sociedad. En este sentido, dignificaba la maternidad, se oponía a “las intervenciones deliberadas en contra de la concepción”, y defendía la crianza de los hijos en el seno de la familia (en especial, bajo la tutela de la madre), llegando a aborrecer los sistemas de guardería, a los que comparaba despectivamente con “granjas avícolas”. Esta visión enlazaría bastante con la tradición árabe-islámica, frente a la visión occidental que sólo contempla la liberación de la mujer a partir de su adscripción al trabajo y del abandono de su rol materno. El siguiente párrafo –que tal vez ahora quedaría asignado a la derecha más reaccionaria europea– es altamente significativo:

“La madre que abandona su maternidad contradice su papel natural en la vida. Debe tener sus derechos asegurados, y en condiciones que no sean coercitivas ni opresivas y adecuadas a su papel natural. Así puede ella cumplir con su papel natural en condiciones naturales. Si la mujer es obligada a abandonar su papel natural en relación a la concepción y a la maternidad, cae víctima de la coerción y la tiranía. Una mujer que necesita trabajar, queda incapacitada para llevar a cabo su función natural, no es libre y está obligada a trabajar por necesidad, y cuando hay necesidad, la libertad está latente.”

Y véase qué decía Gadafi hace décadas sobre el igualitarismo feminista imperante hoy en día:

“Así pues, abandonar los papeles naturales de hembra y macho en la vida sólo puede ocurrir bajo condiciones antinaturales contrarias a la libertad, y son una amenaza a la supervivencia. En consecuencia, debe darse una revolución mundial que ponga fin a todas estas condiciones materialistas que obstaculizan a las mujeres de interpretar su papel natural en la vida, y las conducen a desempeñar labores de hombres a fin de alcanzar igualdad de derechos.”

En fin, más parece que Gadafi tuvo que hacer aquí un fino encaje de bolillos para conciliar la reivindicación “socialista” de la mujer con las costumbres e idiosincrasia de la sociedad tribal libia anclada en la conservadora tradición islámica. Esto se debió probablemente a que quizá la población libia no estaba preparada para cambios tan fuertes en poco tiempo, pero no deberíamos descartar las propias convicciones de Gadafi, que era un hombre de extracción relativamente humilde y educado en las mismas raíces y valores tradicionales que el resto del pueblo.

Por otra parte, Gadafi dedicó unos párrafos a la importancia de la raza negra en el futuro del mundo y pronosticó que –dado su inmenso poder demográfico y la ausencia de control natal– los negros iban a ser preponderantes y se tomarían revancha de la esclavización a la que habían sido sometidos por los blancos. Esto iba a ser inevitable, en su opinión, ya que los países desarrollados estaban entrando en una decadencia demográfica a causa de la planificación familiar, la presión del trabajo y las restricciones al matrimonio. Dicho esto, no hay más que ver cómo ha funcionado el tema de la creciente inmigración africana en Europa en los últimos 30-40 años para constatar que Gadafi sabía muy bien de lo que hablaba. Y más bien no se trataría de visiones “proféticas”.

Y ya al final de su discurso, sobre el tema de la educación, Gadafi lanzaba un dardo envenenado al concepto moderno de educación y escolarización obligatoria, nacido de la Revolución Francesa. Sus propias palabras no dejan lugar a dudas:

“La educación, o el aprendizaje, no es necesariamente ese plan de estudios rutinario ni esos temas clasificados en los libros de texto que los jóvenes están obligados a aprender durante horas especificadas, mientras están sentados en filas de pupitres. Este tipo de educación prevaleciente ahora en todo el mundo está dirigido contra la libertad humana. Educación controlada por el estado, de la que los gobiernos alardean siempre que son capaces de obligarla en sus jóvenes, es un método de supresión de la libertad. Es una anulación obligatoria del talento del ser humano, así como un dirigir coercitivamente las elecciones del ser humano.”

Gadafi, empero, no pensaba en eliminar las escuelas ni la educación, sino en transformarlas completamente para que la sociedad proporcionase –de forma gratuita– una educación libre y diversa adaptada a las capacidades, tendencias y deseos de cada individuo. En este campo, Gadafi creía en la libertad de ofrecer una educación laica, pero también religiosa o de cualquier otro tipo, siempre que no hubiese una voluntad de monopolizar o prohibir el conocimiento.

A modo de conclusión, podríamos decir que Gadafi planteó en el Libro Verde una doctrina híbrida entre un ideal libertario y el nacionalismo más puro, siendo éste último factor el que predominaba en la práctica. El militar libio conocía su pueblo y sus costumbres y sabía que lo que uniría a la población en torno a él sería un panarabismo libio, basado en un sentido de independencia y orgullo que aquel país apenas había tenido en siglos. De este modo, construyó su ideario a partir de valores humanos tradicionales propios de las gentes humildes, pastores y beduinos, y desdeñó la democracia occidental por falsa y dictatorial, pero sobre todo por no casar con la idiosincrasia local. En realidad, se trataba de rechazar todo lo que significase influencia, colonización o dominio procedente de las potencias capitalistas, que a su juicio no habían traído nada bueno a sus paisanos (y no se equivocaba en ello).

La tragedia de Gadafi, y esto ya es una interpretación personal, es que tal vez creyó que podía ir por libre con su modelo nacionalista. Así, en un contexto en que los intereses occidentales se mantuvieron incólumes en África tras la pantomima del llamado proceso descolonizador, él quiso retar a Occidente con su revolución, con el objetivo de obtener la soberanía real de su pueblo sobre los poderes globales que controlan el mundo. No voy a juzgar ahora qué hizo bien ni qué hizo mal y si pudo llegar a creerse un mesías o un líder carismático, pero todo apunta a que esa independencia y ese desafío continuo a tales poderes le acabaron pasando una factura extraordinariamente onerosa. Todo ello, desde luego, suponiendo que no ejerciera de actor principal en un drama global que otros ya habían escrito para el escenario de Oriente Medio. Quedaría por saber si le explicaron el final de la obra.

Xavier Bartlett 26 junio 2019

Fuente


[1] Para evitar confusiones o falsas impresiones he optado por emplear profusamente las citas literales del texto de Gadafi, pues así trasmito directamente la visión del líder libio sin filtro alguno y dejo que su discurso hable por sí mismo. De otro modo, muchas de las cosas podrían parecer no creíbles o tergiversadas, dada la imagen tópica que aún se tiene del propio Gadafi y de su régimen.

[2] “Servicio” proviene del término latino servus, esto es, “esclavo”.

Print Friendly, PDF & Email