Pearl Harbor: 75 años de ignominia y mentiras – por Xavier Bartlett

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Hace escasos días se ha celebrado en los EE UU con toda la pompa y ceremonia debida el 75º aniversario de la incursión japonesa a la base naval de Pearl Harbor (Hawai), que sacudió la opinión pública estadounidense –que todavía se aferraba a una complicada neutralidad[1]– y se convirtió en la espoleta que propició la entrada de los EE UU en la Segunda Guerra Mundial. Ahora, con el beneficio de la visión retrospectiva, podemos apreciar sin dificultad que entre este luctuoso suceso y los ataques a las torres gemelas de Nueva York del 11-S existen evidentes paralelismos y, de hecho, tras el supuesto atentado islámico radical, muchos periodistas y políticos se refirieron a este ataque como un “nuevo Pearl Harbor”, dado que también en 2001, como en 1941, los norteamericanos fueron atacados a traición en su territorio nacional con un balance final de miles de muertos. Está de más decir que lo que vino después, con las guerras en Afganistán, Oriente Medio y otros lugares, fue la consecuencia directa de la respuesta americana a ese ataque, una vez obtenida la excusa y justificación perfecta para emprender una guerra mundial contra quienes los EE UU (y la llamada Comunidad Internacional) considerasen enemigos de la libertad, la democracia y la civilización.

Pero, puestos a ver más semejanzas, es muy llamativo observar que la mayor potencia mundial en lo político, económico y militar se dejó sorprender otra vez inocentemente en el corazón del país, en este caso por unos pocos terroristas fanáticos. Lógicamente mucha gente ya formuló entonces preguntas incómodas: ¿Cómo pudo ser atacado el centro de Nueva York? ¿Y el Pentágono? ¿Nadie sabía nada? ¿Ni los servicios de inteligencia, ni el ejército, ni el gobierno? ¿Y la seguridad nacional? ¿En manos de quién estaba? ¿Qué clase de medidas de alerta y respuesta tenían las Fuerzas Armadas de los EE UU para estos casos? Y nuevamente saltaron las sospechas de que algo extraño había sucedido, algo que estaba fuera de toda lógica… Y en efecto, la historia se repite.

El contexto político de los años 30 en Asia y el Pacífico era bastante inequívoco. Japón llevaba ya muchos años mostrando una actitud imperialista en la región y tras derrotar a Rusia en 1905, se veía con capacidad para extender sus dominios en un vasto continente que estaba controlado o tutelado por las potencias occidentales. Así, los japoneses procedieron a la invasión de China y otros territorios ante la relativa pasividad internacional (algo muy parecido a lo que se permitió a Hitler en Europa). No obstante, como es obvio, la tensión internacional en la zona fue en aumento y más aún cuando Japón se alió con las potencias totalitarias europeas a través de acuerdos políticos para reforzar su posición. No hay que olvidar que Japón disponía entonces de un potente ejército, pero sobre todo de una Marina moderna y muy desarrollada, y era de todo obvio que tal poderío había sido creado para estar a la altura de la otra gran potencia naval del Pacífico: los Estados Unidos.

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Memorando McCollum

Ya en 1940, con la guerra en Europa desatada, la situación era bastante crítica y quedaba poca duda de que el gobierno de EE UU consideraba a Japón su potencial enemigo y en consecuencia se preparó para un eventual enfrentamiento mediante una serie de medidas. Esta estrategia preventiva quedó plasmada en un documento datado en octubre de 1940 llamado “memorando McCollum”, nombre tomado del oficial de inteligencia naval de Extremo Oriente Arthur McCollum, que lo redactó a modo de recomendaciones. En resumen, se trataba de ocho propuestas que incluían movimientos políticos y militares destinados a provocar directamente a los japoneses a fin de que estos tomaran la iniciativa de cometer un acto de guerra, lo que sin duda doblegaría la poca predisposición o incluso rechazo del pueblo americano a entrar en una guerra mundial[2]. Así pues, ese año tuvo lugar un importante despliegue naval americano en el Pacífico, y por orden del presidente Franklin Delano Roosevelt la flota de guerra se trasladó de la costa oeste a Hawai. Asimismo, Pearl Harbor, la principal base americana en el Pacífico, se convirtió en un nido de espías japoneses sin que las autoridades americanas entorpecieran sus actividades ni evitaran la filtración de información clave.

Así pues, llegados a 1941, se puede decir que entre las dos potencias ya existía un clima de “guerra fría” que tenía muy difícil solución a menos que alguna de las partes diera pasos de conciliación, cosa que parecía bien lejos de la realidad política del momento. De hecho, a mediados de año los EE UU, que tenían fuertes intereses en el Pacífico, pasaron de las amenazas a un severo embargo comercial, en especial orientado a negar recursos petrolíferos a Japón, lo que ponía contra las cuerdas la expansión política, económica y militar del Imperio japonés. Todo apuntaba pues a un acción inminente por parte de Japón pese a que por vía diplomática se intentaban mantener las formas y alcanzar algún tipo de acuerdo.

A partir de aquí es cuando muchos autores –bastantes de ellos norteamericanos– han puesto de manifiesto que la situación creada ya estaba bastante preparada y planificada y que el gobierno del presidente Roosevelt estaba bien al corriente de lo que se avecinaba y no hizo nada por evitarlo. Se podría aducir ahora que los conspiracionistas ven fantasmas por todas partes y que estas teorías son sólo fruto de mentes calenturientas. Sin embargo, décadas de rigurosa investigación han sacado a la luz una cadena de hechos que no puede ser pasada por alto y que si bien no pueden demostrar que hubo conspiración para una ataque del tipo “falsa bandera”, dejan sobre la mesa demasiadas pruebas de que el ataque fue una maniobra bien ejecutada por ambas partes, cada uno en su papel (unos muy eficaces y los otros bastante inoperantes) y que el objetivo último se cumplió: dejar sobre el terreno tal destrucción y mortandad que sería imposible que la opinión pública americana se mantuviera impasible ante tanto horror. Había que movilizar a las masas para que apoyaran una larga guerra en dos frentes, y éste era el modo de conseguirlo.

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Hundimiento del acorazado USS California

En fin, si pasamos a los hechos, la historia oficial se ha centrado en relatar el desarrollo del ataque, cuyo triste resultado fue la muerte de más de 2.400 hombres y el hundimiento de los buques principales de la flota americana del Pacífico. En este discurso largamente repetido se deja claro que la respuesta al ataque fue valiente pero mínima, dando la impresión de que las defensas americanas habían sido sorprendidas por completo, aun cuando el clima pre-bélico, como ya se ha expuesto, era más que notorio en esas fechas. No obstante, en la actualidad existe una extensa bibliografía sobre las múltiples “anomalías” de la incursión japonesa y el conocimiento explícito de la operación por parte de Franklin D. Roosevelt. Sólo a modo de muestra vale la pena aportar los siguientes datos, por orden cronológico, sobre los sucesos registrados y contrastados:

1) Ya en la década de 1930, altos mandos de la Marina norteamericana habían avisado de la inadecuada protección de Pearl Harbor frente a un ataque aéreo, como se había podido comprobar mediante dos ejercicios simulados, uno en 1932 y el otro en 1938. De hecho, el almirante James Richardson había objetado gravemente contra el posible desplazamiento de la flota a Pearl Harbor, dado que los barcos estarían muy expuestos tanto a ataques aéreos como a ataques con torpedos, aparte de otros problemas de tipo logístico. Las protestas del almirante Richardson fueron tan insistentes que provocaron su inmediata destitución, pero su sucesor, el almirante Husband Kimmel, reincidió en las mismas objeciones.

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Vista aérea de la base naval de Pearl Harbor en 1941

2) Los Servicios de Inteligencia estadounidenses ya habían descifrado todos los códigos de comunicación japoneses a finales de 1940 y habían acumulado bastante información sobre posibles objetivos japoneses en Pearl Harbor. En efecto, los americanos no sólo habían descifrado el código diplomático secreto (llamado en clave “Purple”) sino también los códigos de la Marina japonesa. Hasta 1979 la NSA[3] no reveló que por aquellas fechas ya se habían descifrado nada menos que 2.413 mensajes japoneses que trataban de los objetivos militares y su localización en Pearl Harbor. La situación era tan crítica que en noviembre de 1941 los servicios norteamericanos de interceptación y descifrado de mensajes trabajaban las 24 horas del día y dedicaban el 85% de su tiempo a las comunicaciones japonesas. Y aunque pueda parecer increíble, los máximos responsables militares navales y terrestres en Pearl Harbor, el almirante Kimmel y el Teniente General Short, no tuvieron acceso a la información descifrada para preparar una defensa adecuada.

3) El 27 de enero de 1941 el embajador americano en Tokio, Joseph Green, comunicó a Washington que un ministro peruano había recogido información de varias fuentes acerca de que, en caso de estallar las hostilidades entre Japón y EE UU, Pearl Harbor sería atacado por sorpresa con la máxima fuerza.

4) En marzo de 1941 un informe de la Marina americana predecía que en el hipotético supuesto de que Japón atacase a los Estados Unidos, lo haría primero en Pearl Harbor, al amanecer y sin previo aviso.

5) En julio de 1941 un agregado militar en Japón informó sobre ejercicios aéreos sobre la bahía de Ariake, una bahía muy parecida a Pearl Harbor. Ese mismo mes, un agregado militar estadounidense en México recibió información fidedigna acerca de la construcción en Japón de submarinos de bolsillo diseñados para atacar Pearl Harbor.

6) El 10 de agosto de 1941 un agente doble británico denominado “Triciclo” advirtió al FBI de los detalles del ataque pero no fue tenido en cuenta porque la información que aportaba era demasiado completa y precisa para ser auténtica. Asimismo, el miembro del Congreso Martin Dies comunicó al presidente Roosevelt que el objetivo japonés era Pearl Harbour y le adjuntó el plan de ataque estratégico con el mapa correspondiente, pero fue del todo ignorado.

7) En septiembre de 1941 un agente coreano informó a Eric Sevareid, un periodista de la CBS, que Japón se estaba preparando para atacar Pearl Harbor antes de las fiestas navideñas. El senador Guy Gillette dio crédito a esta información y la trasladó al Departamento de Estado, al Ejército y la Marina, y al mismo presidente Roosevelt.

8) El 24 de septiembre fue interceptado un mensaje de la Inteligencia naval japonesa al cónsul japonés en Honolulu en que se le pedía que detallara la disposición de los barcos de guerra en Pearl Harbor. Dicho mensaje nunca llegó a las autoridades de Pearl Harbor.

9) El 16 de octubre F. D. Roosevelt humilló al embajador japonés Nomura y rehusó reunirse con el Premier japonés, el príncipe Konoye, lo que permitió que el partido belicista del general Tojo se hiciera con el poder en Japón.

10) El 13 de noviembre el embajador alemán en EE UU, no adicto a la ideología nazi, avisó al espionaje americano de que los japoneses iban a bombardear Pearl Harbor.

11) El día 23 de noviembre, el almirante Kimmel, sin informar a la Casa Blanca, decidió enviar una fuerza naval de 46 buques a patrullar al norte de Hawai, pero apenas los funcionarios del gobierno se enteraron de tal medida, se obligó a regresar a todos los barcos a Pearl Harbor. Asimismo, dos días después, el cuartel general de la Marina estadounidense ordenó a Kimmel que trasladase todo el tráfico marítimo comercial a rutas más al sur, dejando libre el Pacífico norte para la flota japonesa.

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W. Churchill

12) El 25 de noviembre, Winston Churchill le envió a Roosevelt una seria advertencia sobre un posible ataque japonés para finales de la primera semana de diciembre. Ese mismo día, Roosevelt confesó al Secretario de Guerra Henry Stimson que Pearl Harbor sería atacado próximamente y que había que asegurar que los japoneses diesen ese primer golpe para involucrar al pueblo americano en la guerra. Al día siguiente, se dio la orden a los portaaviones de abandonar la base y se envió un ultimátum al gobierno japonés para que retirara sus tropas de China e Indochina.

13) El 29 de noviembre el FBI interceptó un mensaje del embajador especial en Washington, Saburo Kurusu, destinado al ministerio de Asuntos Exteriores de su país, en que el diplomático requería saber cuándo sería la “hora cero”, porque de no conocer esa información no podría conducir las negociaciones en curso. Kurusu obtuvo de Japón una clara respuesta: “8 de diciembre en Pearl Harbor” (el día 7, según el horario americano). Ese mismo día, el Secretario de Estado Cordell Hull le dijo al periodista de United Press Joe Leib que el ataque japonés se produciría el 7 de diciembre.

14) Durante los primeros días de diciembre, el mando naval de EE UU interceptó diversas comunicaciones por radio japonesas procedentes de la flota que avanzaba hacia Hawai[4]. Asimismo, los radiolocalizadores americanos habían detectado a los buques de guerra japoneses y habían determinado que se dirigían a Pearl Harbor. Tales informaciones eran conocidas por el presidente Roosevelt.

15) El 4 de diciembre, a partir de ciertos mensajes descodificados por los holandeses, Elliott Thorpe, un agregado militar en Java, alertó sobre los planes de ataque japoneses. El Departamento de Guerra americano cesó a Thorpe inmediatamente.

16) El día 5 de diciembre la Marina norteamericana interceptó un mensaje en que se requería a las embajadas japonesas –en todo el mundo– que destruyesen sus libros de códigos de comunicación, lo que es síntoma de guerra inminente. Ese mismo día las autoridades japonesas dieron instrucciones a todos sus buques mercantes de regresar a puerto.

17) La mañana del 6 de diciembre, un día antes de la incursión, Roosevelt recibió la primera de trece partes de un mensaje codificado japonés en que se presentaba una declaración formal de guerra por parte de Japón.

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Avión japonés sobre Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941

Finalmente, el 7 de diciembre a primera hora de la mañana la base de Pearl Harbor, a pesar de disponer de instalaciones de radar, fue tomada completamente por sorpresa por una gran oleada de aviones procedentes de portaaviones y tanto los barcos como los aviones americanos, agrupados o apiñados en espacios reducidos, fueron presa fácil para los atacantes nipones. Ahora bien, los buques más poderosos de la flota americana, los portaaviones, se salvaron de la catástrofe porque casualmente estaban realizando maniobras lejos de Pearl Harbor. Estos portaaviones fueron decisivos en los primeros encuentros navales entre Estados Unidos y Japón, y permitieron revertir el curso de la guerra a partir de la batalla de Midway.

Las personas fallecidas se elevaron a 2.403 (la gran mayoría militares) y los heridos a 1.178. Resultaron hundidos o gravemente dañados 18 buques de guerra, entre ellos cinco acorazados[5]. También se perdieron 353 aviones de caza y bombardeo, casi todos ellos en tierra. Los japoneses, a su vez, sufrieron escasas bajas: 29 aviones y cinco submarinos de bolsillo. Y lo más sangrante es que fueron los propios mandos de Pearl Harbor, Kimmel y Short, los que fueron acusados de negligencia[6] ante su incapacidad de detectar el ataque y enfrentarse a él.

En suma, queda muy poca duda de que las principales instituciones civiles y militares norteamericanas, así como el propio presidente Roosevelt, sabían muy bien lo que iba a acontecer y no hicieron nada para salvar la vida de sus compatriotas. Y por supuesto, ni Roosevelt ni sus colaboradores más cercanos eran estúpidos; como el mismo presidente dijo una vez: “En política, nada ocurre por accidente. Si ocurre, puedes apostar a que ha sido planeado de ese modo.” En efecto, todo fue una jugada bien premeditada y efectuada, con un coste asumible (“el fin justifica los medios”), para obtener un resultado lo suficientemente contundente para implicar a los EE UU en el conflicto mundial con el beneplácito de la sociedad americana, a la que se siguió azuzando a lo largo de la guerra con una tenaz propaganda que incidía machaconamente en un mensaje: “¡Recordad Pearl Harbor!”

Fuente

 

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REFERENCIAS


[1] En la práctica, la neutralidad era sólo formal, pues el gobierno norteamericano ya venía ayudando a los aliados desde el principio de la guerra mediante el envío de armas y suministros.

[2] Incluso pese a los hundimientos de buques americanos por submarinos alemanes, la mayoría de americanos eran reacios a entrar en guerra, ya que el sentimiento de aislacionismo era muy fuerte, y más aún tras las pérdidas de la Primera Guerra Mundial. De todas formas, Roosevelt buscó provocar a Alemania congelando sus activos en EE UU, enviando destructores a los ingleses e incluso atacando a submarinos alemanes con cargas de profundidad.

[3] National Security Agency, organismo de defensa nacional.

[4] Hasta tiempos recientes, siempre había prevalecido la versión oficial de que la flota japonesa había mantenido un estricto silencio de radio, lo cual es falso, según el investigador Robert Stinnet.

[5] Es de reseñar, empero, que tales buques ya estaban obsoletos en 1941 y que su hundimiento no era tan grave como podría parecer pues ya se estaban haciendo planes para reponerlos por unidades más modernas. Dicho de otro modo, la pérdida militar en Pearl Harbor no fue vital, aunque de cara a la opinión pública se magnificó. El rearme americano a gran escala empezó a los pocos meses del ataque, pasando de pocos y antiguos recursos a una maquinaria de guerra nunca vista antes en mar y en tierra.

[6] Se llegó a realizar una investigación oficial, bajo la dirección de la llamada Comisión Roberts, que examinó los hechos y exoneró a Washington, haciendo recaer todas las culpas sobre Kimmel y Short por “abandono del deber”.

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