¿Qué es el Genocidio Blanco?

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Con el ascenso de la ultraderecha viene la teoría del Genocidio Blanco “que sostiene que la inmigración masiva, la integración racial, el mestizaje, las bajas tasas de fertilidad, el aborto, la violencia organizada y el exterminio, están siendo promovidos en países predominantemente blancos para convertirlos deliberadamente en poblaciones de minorías blancas y, por lo tanto, hacer que los blancos se extingan a través de la asimilación forzada.”

Algunos liberales e izquierdistas descartan el genocidio blanco como “teoría neonazi, de la ultraderecha, nacionalista y supremacista blanca.” Otros, sin embargo, como Roberto H. Hernández, profesor adjunto del Departamento de Estudios Chicanos en la Universidad Estatal de San Diego, y George Ciccariello-Maher, profesor asociado de política y estudios globales en la Universidad de Drexel, reclaman con vigor el Genocidio Blanco.

Para Hernández, el genocidio blanco es la clave de la supervivencia de la Tierra. En sus palabras: “El genocidio blanco no sólo sería bueno, es necesario e incluso inevitable.” En Nochebuena, Maher publicó: “Todo lo que quiero para Navidad es el genocidio blanco.” José Ángel Gutiérrez, activista chicano y profesor universitario, afirmó sin rodeos: “tenemos que eliminar al gringo. Y lo que quiero decir con esto es que si la cuestión adquiere los ribetes más serios y desagradables, tenemos que matarlo.” Kamau Kambon, ex profesor de Estudios Afroamericanos, también promovió la Solución Final al Problema de los Blancos: “Tenemos que exterminar a los blancos de la faz de la Tierra.”

Este es el tipo de degenerados racistas que están enseñando o, mejor dicho, adoctrinando a los jóvenes en el mundo occidental, infectando sus mentes con virus liberales e izquierdistas. Solo la raza blanca puede ser sometida a estereotipos y calumniada con impunidad porque, como sostienen los izquierdistas y liberales, solo los blancos pueden ser racistas, no así los no blancos. Para algunos, los blancos reciben lo que se merecen. Distribuyeron su racismo y su imperialismo durante más de dos mil años, desde la época de los romanos hasta la de los estadounidenses. Y entonces aplicarían aquello de que el que las hace las paga.

Sin embargo, no se trata de borrar a los blancos de la faz de la tierra sino de hacerles comprender que los poderosos de entre ellos no pueden seguir tratando a la gente de color como si fueran animales. Es decir, como si los negros fuesen infrahumanos, como si los indígenas estuviesen desprovistos de alma y como si los asiáticos fuesen inferiores. El genocidio de los blancos por medio de la reducción demográfica podría ser una posibilidad eventual. Sin embargo, los genocidios físicos y culturales reales cometidos por los blancos son una realidad histórica y contemporánea.

Los blancos o más exactamente las personas de ascendencia europea, sufren una desaceleración demográfica pronunciada. En Europa, América del Norte, Australia o Nueva Zelanda, son más los blancos ― constituyentes mayoritarios de la población ― que fallecen que los que nacen. Sin embargo, no se puede culpar a los inmigrantes de la baja procreación de la gente blanca. La inmigración masiva estaría acelerando ese proceso de disminución, pero nunca se la presentó como un medio para exterminar a los blancos. Sí se la presentó como un movimiento para mantener a la glotona máquina capitalista comiendo, produciendo y contaminando. Simplemente, todo el duro trabajo que ello entraña no podía ser realizado por una población blanca materialista y envejecida con poco interés en tener más de uno o dos hijos por familia. Convertir a los inmigrantes de otras razas y etnias en chivos expiatorios no es la solución. La gente de color no es el problema. El problema es el capitalismo global, que nos victimiza a todos.

Mientras que los nacionalistas blancos se quejan de que sus líderes políticos no fomentaron la inmigración europea, la llegada de más blancos a lugares como Canadá, Europa Occidental y Australia no habría resuelto el problema. Porque los europeos del Viejo Mundo tienen una tasa de fertilidad aún más baja que los del Nuevo Mundo. En lugar de traer inmigrantes de Europa, los amos del orden mundial capitalista trajeron millones de personas de Asia, África y otros lugares, donde la gente tradicionalmente da lugar a familias más numerosas. A las élites globales no les importan los individuos, las comunidades o las naciones: solo les importan sus ganancias. Para esas élites los seres humanos son simplemente una herramienta de trabajo, un medio para un fin.

Por más demonizados que sean los inmigrantes y/o refugiados por los medios de comunicación corporativos controlados por los globalistas, se dirigieron y dirigen al mundo occidental en búsqueda de una vida mejor. No para abrumar a los blancos o buscar su exterminio. Por lo tanto, no es justo culpar a los inmigrantes de un Genocidio Blanco cuando el Suicidio Blanco (representado por su baja tasa de natalidad) fue puesto en marcha por ellos mismos y por los cálculos de los líderes políticos y económicos, principalmente blancos. Está más que claro que en el tema del Genocidio Blanco ―o más bien del Suicidio Blanco― ni la izquierda ni la derecha tienen un análisis totalmente correcto.

Los seres humanos, en su conjunto, deberían preocuparse colectivamente por la difícil situación de los europeos, caucásicos o blancos, del mismo modo que deberían preocuparse por las personas de otras razas y etnias. La humanidad está formada por familias, comunidades, tribus, grupos étnicos, razas, nacionalidades, religiones y culturas, todos los cuales tienen el derecho inherente a existir. Promover el Genocidio Blanco es tan repugnante como promover el Genocidio Negro. Celebrar el fin de los blancos es como celebrar el fin de los romanos, los cherokees, los choctaws, los Creeks, los seminoles, los quechuas, los aymaras, los armenios, los asirios, los yezidis, los rohingyas y los judíos. Es despreciable y deleznable. Es infrahumano, inhumano.

Si para los globalistas la diversidad llevará, en última instancia, a la desaparición de las razas, los idiomas, las culturas, las fronteras y las religiones, entonces es en realidad una palabra clave para el genocidio. No solo de la raza blanca sino de todas, porque la verdadera diversidad no significa que todos lleguemos a ser iguales, sino que permanezcamos diferentes y distintos, con diversos grados de entrelazamiento e intercambio en todos los niveles. La diversidad, en un grado moderado, contribuye a la dinámica de un país. Cuando la diversidad sirve para promover la integración, es positiva. Sin embargo, si la diversidad significa que las minorías se convierten en mayorías y que la población del país o continente del caso sea sustituida por personas de otros países o continentes, entonces, en opinión de los nacionalistas, es destructiva y perjudicial. Es el colonialismo inverso. Lo mismo puede decirse si el objetivo final de la diversidad resulta en la homogeneización humana: la creación de una sola raza, idioma, cultura y cosmovisión. Y esto es negativo.

Para los nacionalistas, Europa debería ser para los europeos, África para los africanos y Asia para los asiáticos; los europeos no deberían ser reemplazados por los norafricanos, africanos de otras latitudes o personas de Oriente Medio; los canadienses no deberían ser reemplazados por los provenientes de la llamada Indias Orientales (Asia). Al mismo tiempo, los nacionalistas creen que los árabes y bereberes del norte de África no deberían ser reemplazados por africanos negros y que los africanos negros no deberían ser reemplazados por los chinos. Desde el punto de vista de los que se resisten a la globalización, las naciones tienen el derecho y la obligación de gestionar la composición racial, étnica, lingüística y religiosa de sus países de manera responsable para garantizar la integración, la solidaridad social y la estabilidad. Si se lleva mil alemanes a París, eventualmente se convierten en franceses: se integran. Sin embargo, si se lleva un millón de alemanes a París, entonces esta se alemaniza. Lo mismo se aplica a cualquier otro grupo étnico o nacional. Solo se trata de sentido común.

Resulta irónico que lo que afirman los nacionalistas y los antiglobalistas respecto a que son reemplazados por otras razas, denuncian como negativas las mismas acciones que sus antepasados europeos cometieron contra los habitantes aborígenes de las Américas, las Islas del Pacífico y Oceanía. Gran cantidad de los mismos fueron exterminados y reemplazados. Los nacionalistas y los antiglobalistas pueden denunciar el Gran Reemplazo que supuestamente está teniendo lugar en el mundo occidental. Es decir, que los grupos raciales, étnicos, lingüísticos y culturales tradicionales están siendo lentamente suplantados por inmigrantes de distintas partes de África, el Oriente Medio y Asia.

Pero el Gran Reemplazo real fue el genocidio de los aborígenes de las Américas, a conciencia o no. En todo caso, lo que está ocurriendo en Europa debería llamarse el Pequeño Reemplazo. Es más, el verdadero Gran Reemplazo implicó el exterminio físico de casi 100 millones de seres humanos. Tengamos en cuenta que se trata de una cifra no fácil de calcular, pues algunos hablan de una cantidad muy superior y otros de una inferior. Es decir, la cifra dada sería un promedio. Y ese exterminio se produjo en un planeta que para 1800 albergaba a 1.000 millones de seres humanos. Actualmente alberga unos 7.000 millones. O sea que, si se realizase hoy día un exterminio parecido, significaría el asesinato de casi 700 millones de personas. Mientras que el Pequeño Reemplazo que se está produciendo en Europa es en gran medida no violento e incluye la llegada de millones de refugiados políticos, religiosos y económicos, que huyen de la violencia impuesta a sus países por los gobiernos occidentales y las élites mundiales.

Canadá, Estados Unidos, Europa, Australia y Nueva Zelanda se enfrentan a serios desafíos. El genocidio blanco puede ser descartado por los liberales y los izquierdistas como una teoría conspirativa. Sin embargo, la reducción demográfica de ascendencia europea es una realidad. Aunque no sucederá de la noche a la mañana, y el proceso podría durar medio siglo ― período bastante corto en términos históricos ―, las personas de ascendencia europea se convertirán en una minoría aún más pequeña en el mundo y pueden desaparecer. A menos que se tomen medidas concretas para evitar su extinción.

El caso de Canadá es desconcertante para los nacionalistas. Como nación, Canadá se fundó sobre tres culturas: la de las Primeras Naciones, la de los Inuits y la de los Métis. Y a ello se agregó la francesa y la británica. Hasta la aparición del Primer Ministro Pierre-Elliot Trudeau, que introdujo una política de multiculturalismo oficial en los años setenta y ochenta, se esperaba que los inmigrantes en Canadá se integraran o asimilaran a una de estas comunidades y adoptaran uno de los dos idiomas oficiales: inglés o francés. Para los nacionalistas, este multiculturalismo de ingeniería social, promovido por los partidarios de un único gobierno mundial, ha erosionado la identidad nacional de Canadá y sus lenguas y culturas oficiales.

Este multiculturalismo globalista contrasta con el modelo tradicional y orgánico de multiculturalismo propuesto por el Profeta Muhammad ― la paz y las bendiciones sean con él―, el cual fue defendido por las autoridades musulmanas en la España islámica y el Imperio Otomano. Significa diversidad y heterogeneidad, en oposición a lo obligadamente igual; antielitismo en oposición a elitismo; nacionalismo en oposición a globalismo. Y aunque Estados Unidos no es una nación oficialmente multicultural, sus líderes, incluido el presidente Bill Clinton, han descrito el fin de una cultura europea dominante como “la tercera gran revolución de Estados Unidos.” Los políticos europeos ― como Joschka Fischer, ex ministro de Asuntos Exteriores y vicecanciller de Alemania ― también revelaron que “Alemania debe ser contenida desde fuera y heterogeneizada desde dentro por medio de un ingreso (de inmigrantes) ‘diluido’, por así decirlo.” Insinuó que Alemania, al igual que otras naciones occidentales mayoritariamente blancas, estaba siendo debilitada tanto interna como externamente por poderes no elegidos.

Los marcadores de identidad incluyen la raza, la etnia, el idioma, la cultura, la historia, el sexo y la religión. Vinculan a las comunidades. Reúnen tropas para la guerra. Si la mayoría de los estadounidenses se convirtieran en mexicano-estadounidenses, ¿qué tan dispuestos estarían a hacer la guerra contra México? Si la mayoría de los estadounidenses se convierten en hispanos, y el español se introduce como segundo idioma, y quizás eventualmente como único idioma oficial, ¿quién los detendrá? Si la mayoría de los estadounidenses son mexicoamericanos y deciden fusionar a Estados Unidos y México, ¿quién los detendrá? Si la mayoría de la Columbia Británica en Canadá se convierte en china y se celebra un referéndum en apoyo de la anexión a china, ¿quién los detendrá? Si la mayoría de los europeos se convierten en musulmanes, ¿cómo podrían los europeos librar una guerra contra los musulmanes? Para los nacionalistas y antiglobalistas, la utopía secular multicultural es una distopía: es un complot para debilitar la determinación humana colectiva y controlarla, manipularla y dominarla de manera más fácil.

El nacionalismo no es racismo si su objetivo es la autopreservación de todas las naciones. Si la diversidad es algo tan bueno, argumentan los nacionalistas, ¿por qué solo se impone a las personas de ascendencia europea? Sin fronteras, idioma y cultura, ninguna nación es soberana. Para los nacionalistas, lo que sucede en Europa, América del Norte y Oceanía se compara con la caída del Imperio Romano. Sienten que están bajo asedio e invadidos por bárbaros. Los franceses sienten que están siendo colonizados por aquellos que colonizaron. Los españoles sienten que deben luchar por la Reconquista una vez más.

En la década de 1980, la ciudad de Brampton en la provincia de Ontario (Canadá), estaba compuesta principalmente por personas de ascendencia europea. Para 2011 las minorías visibles representaban dos tercios de la población: el 40% se componía de personas de la subregión oriental de Asia, siendo el 20% de ellas sijs. Los antiguos canadienses de Brampton, cuyos antepasados estuvieron en el país durante siglos, representaban solo el 26% en 2016. Con una población de 234.445 habitantes en 1991 y de 521.315 en 2011, la ciudad cuenta ahora con casi 600.000 residentes. Entre el 70 y el 80% son parte de las minorías visibles. La mayoría de estas nació en el extranjero y se identifican principalmente con su país de origen y no con su país de adopción.

Observó Noreen Ahmed-Ullah, hablando de Brampton: “A veces me pregunto si vivo en la India o en Canadá.” Como hindú tiene derecho a hacer tales observaciones. Un canadiense de cualquier otra raza o etnia sería condenado como racista por afirmar lo obvio. Si Brampton era una comunidad próspera, segura, de clase media y predominantemente caucásica, ahora sus habitantes de las Indias Orientales la etiquetan de gueto. No son solo los canadienses de ascendencia europea quienes se sienten desplazados. Un negro dijo a a Noreen Ahmed-Ullah: “He estado aquí por más tiempo [que los hindúes] y ya me siento como un extraño.”

Brampton no es la excepción en Canadá. Tomemos, por ejemplo, la transformación de la ciudad de Toronto. Una vez fue el centro comercial de los blancos de habla inglesa. Ahora es un centro urbano de minorías visibles que llegan al 51,5% de su población. En el caso de Montreal, en tanto el 70% de la población sigue siendo de ascendencia europea, el 30% pertenece a minorías visibles. Y el 80% de estas son alófonas, es decir, no hablan francés ni inglés como lengua materna. En el caso de Quebec, aunque el 57% de los habitantes de Montreal habla francés en la casa, el futuro de la lengua francesa y de la cultura franco-canadiense depende de la integración exitosa de sus inmigrantes. Si bien viven en una ciudad y provincia mayoritariamente francófona, muchos inmigrantes en Montreal y Quebec prefieren aprender el idioma inglés.

Algunos inmigrantes insisten en mantener sus culturas e idiomas de origen en lugar de sentirse atraídos por los polos anglocanadiense o francocanadiense. No se integran en el tejido canadiense. Los departamentos de enseñanza del francés están cerrando en todo Canadá y son reemplazados por la enseñanza del hindi o urdu. ¿Será esta la nueva división en Canadá, es decir, hindúes que hablan hindi frente a musulmanes que hablan urdu? ¿Será esa la nueva dicotomía que reemplazará a la actual dada por los protestantes de habla inglesa frente a los católicos de habla francesa? El caso de Vancouver es aún más exasperante para muchos nacionalistas canadienses. Según Eric Kaufmann, profesor de la Universidad de Londres, siete de cada 10 residentes de Vancouver serán minorías visibles dentro de dos décadas. En cuanto a Canadá en su conjunto lo será el 80% de su población, frente al 20% actual. Y dejará de ser blanca en menos de cien años. Para los nacionalistas, esto es motivo de preocupación, ya que representa un cambio fundamental en el tejido del país e invariablemente alterará su cultura y políticas.

Como sugieren las estadísticas y las proyecciones demográficas, la raza blanca corre el riesgo de extinguirse y se convertirá en minoritaria en América del Norte, Australia, Nueva Zelanda y Europa ―su continente de origen― para el año 2050. Los europeos pronto serán minorías en sus grandes ciudades. Los inmigrantes representan actualmente el 29% de la población de Ámsterdam, el 35% de Bruselas, el 37% de Londres, el 39% de Mannhein y el 42% de Lausana. Los nacionalistas europeos preguntan: ¿Es esto deseable y aceptable? ¿Cómo se sentiría el pueblo de la India si sus fronteras se abrieran a una inmigración china prácticamente ilimitada hasta el punto de que los chinos empezaran a convertirse en la mayoría del país?

Escribe Martin Collacott, ex embajador canadiense en Asia y Oriente Medio: “Si Canadá continúa en su camino actual, nos convertiremos en uno de los primeros y quizás el único país del mundo en permitir voluntariamente que su población sea reemplazada en gran medida por personas de otros lugares. ¿Es esto lo que los canadienses quieren para sus hijos y descendientes? Casi seguro que no. Y, sin embargo, estamos dejando que suceda a través de una combinación de ignorancia deliberada, codicia política y financiera y un exceso de corrección política.”

La situación descrita por Martin Collacott, sin embargo, es precisamente lo que los europeos que se asentaron en Canadá, Estados Unidos y el resto de las Américas hicieron a sus habitantes aborígenes. Si estos llamados nacionalistas blancos de las Américas, Europa y Oceanía quieren un poco de solidaridad, pueden empezar por mostrar cierta simpatía por las poblaciones aborígenes a las que desplazaron y reemplazaron. Si corrigiesen las injusticias del pasado podrían obtener beneficios. Pero para ello su nacionalismo no debe ser una tapadera patriótica para el racismo y el supremacismo, un anhelo nostálgico de colonialismo y la pretensión de un imperialismo renovado y revitalizado. Para muchos aborígenes, los europeos robaron sus tierras solo para regalárselas a asiáticos y orientales.

El actual primer ministro de Canadá Justin Trudeau ha proclamado recientemente que el país puede convertirse en “el primer estado post-nacional,” ya que “no existe una identidad central ni una corriente dominante en Canadá.” Sus comentarios fueron aplaudidos por los agentes intelectuales del Nuevo Orden Mundial. A pesar de los designios de los globalistas, Canadá sigue siendo un país. Trate de decir a las Primeras Naciones que no tienen identidad. Intente decirles a los Inuits y a los Métis que no tienen identidad. Pruebe de decirles a los quebequenses, a los acadianos y a otros canadienses franceses que no tienen identidad. Quebec es una cultura y una nación muy distinta dentro de Canadá o, de ser necesario, fuera de ella.

Aunque Pierre Elliot Trudeau era un peón dispuesto de los globalistas, finalmente expresó sus dudas sobre el multiculturalismo en la década de 1990. Sin embargo, su hijo Justin Trudeau está muy comprometido en el intento de matar al Canadá bilingüe y bicultural. En cuanto a los nacionalistas y los antiglobalistas, se trata de una política que lleva al genocidio. Según dicen, puede que sea más lento y aceptable que las cámaras de gas, pero conlleva un genocidio étnico, lingüístico y cultural. Los nacionalistas y los antiglobalistas afirman que Rusia, dentro de medio siglo y solo si continúa resistiendo a los secularistas capitalistas globalistas, puede ser el último país blanco que quede en el mundo.

Con los millones de inmigrantes y refugiados que fluyen hacia América del Norte y Europa Occidental, los europeos finalmente están obteniendo el desamparo al que llevan sus políticas. Sin embargo, no todos los blancos que viven hoy en día pueden ser considerados responsables de las acciones de sus antepasados. Ninguna civilización puede alegar inocencia absoluta. Y si bien a los aborígenes les parece bien que los blancos disminuyan en número y entienden que los cambios demográficos son naturales y se producen gradualmente a largo plazo, los nacionalistas y los antiglobalistas argumentan que la actual sustitución de la población es artificial y orquestada. Es decir, forma parte de una estrategia globalista, capitalista, concebida por el conde Richard von Coudenhove-Kalergi (1894-1972), un francmasón austro-japonés.

Kalergi argumenta en su libro “Praktischer Idealismus” (“Idealismo Realista”) ―publicado en la década de 1920― que una sociedad multicultural racial y étnicamente diversa, en la que se elimine la soberanía nacional, la autodeterminación y carezca de una identidad común, podía ser controlada con gran facilidad por un consejo de élites no electas. No solo pidió la destrucción de las naciones europeas sino también el genocidio deliberado de la raza caucásica del continente europeo a través de la migración masiva y el mestizaje. Escribió:

El hombre del futuro será mestizo. Las razas y clases de hoy desaparecerán gradualmente debido a la desaparición del espacio, el tiempo y los prejuicios. La raza Eurosiática-Negroide del futuro, similar en su apariencia a la de los antiguos egipcios, reemplazará la diversidad de los pueblos con una diversidad de individuos….

Aunque Kalergi reconoció los logros de la raza europea, no deseaba conservarla ni fortalecerla sino más bien debilitarla y destruirla mezclándola con africanos y asiáticos, para facilitar el dominio total de las élites mundiales. Más que una reliquia del pasado, los nacionalistas sostienen que las ideas de Kalergi ―un maníaco genocida racista supremacista― sirven de inspiración para los globalistas.

Kalergi, el antepasado intelectual de la Unión Europea que soñaba con un gobierno unificado bajo el control de las élites globalistas, es celebrado y venerado por los líderes occidentales. El Premio Coudenove-Kalergi, también conocido como el Premio Carlomagno, fue creado para honrar a quienes promueven su plan. Se ha concedido a personalidades como Angela Merkel, Herman Van Rompuy (ex Primer Ministro de Bélgica y primer Presidente permanente del Consejo Europeo), Tony Blair, Henry Kissinger, el Papa Francisco y Martin Schulz (Presidente del Parlamento Europeo entre 2012 y 2017).

Según los antiglobalistas, el Plan Kalergi está vivo hoy en día y es adoptado por la Unión Europea y las Naciones Unidas. Se llama Migración Forzada y Reemplazo de Población. Según los tradicionalistas ―que creen en estados-naciones fuertes y soberanos― se llama socavar a las naciones occidentales haciéndolas más multiculturales y así más fáciles de manipular. La Migración de Reemplazo no es una teoría conspirativa, sino que fue promovida por las Naciones Unidas desde el año 2000 y se la sigue promocionado hoy en día como una solución a la disminución y el envejecimiento de la población en el mundo occidental (https://www.un.org/esa/population/publications/migration/ migration.htm). Los globalistas no quieren fortalecer a las familias europeas: simplemente quieren sustituirlas por no europeos.

Por mucho que los nacionalistas y los antiglobalistas se opongan a la inmigración masiva, rara vez buscan soluciones racionales. La tasa de natalidad aborigen se ha disparado, creciendo un 20% entre 2006 y 2011. Si se oponen tanto a traer extranjeros al país, ¿por qué no apoyan el crecimiento de los pueblos indígenas? ¿Por qué invertir en inmigrantes y refugiados cuando se puede invertir en ciudadanos canadienses, ciudadanos canadienses nativos?

Los inmigrantes cuestan a Canadá 23 mil millones de dólares al año. Eso es para un cuarto de millón de recién llegados. En contraste, el presupuesto canadiense para 2018 destinó 4.700 millones de dólares a los pueblos indígenas para los próximos cinco años. Eso es menos de mil millones por año para un millón y medio de canadienses aborígenes. ¿Qué tan justo y equitativo es eso? Este no es un argumento que propondrán la mayoría de los nacionalistas pues están esos a los que les disgustan tanto los indígenas como los inmigrantes no europeos. Y a algunos de ellos les desagradan principalmente los musulmanes.

¿Por qué algunos nacionalistas y antiglobalistas son tan hostiles a los musulmanes? ¿Es simplemente porque son racistas y xenófobos? Tal estereotipo no sirve para nada pues la gente de la derecha ya no puede ser pintada con el mismo pincel que la de la izquierda. El problema con la mayoría de los musulmanes es su falta de madurez política y entidad. Han sido esclavos, sirvientes y soldados de los imperialistas europeos durante siglos, cosa que sigue igual en gran medida. Pueden haber sido emancipados físicamente, pero muchos de ellos permanecen esclavizados psicológicamente.

¿Cuál es, entonces, el papel principal de los inmigrantes musulmanes en lugares como Canadá? Según Justin Trudeau, el actual primer ministro de Canadá, los musulmanes deberían estar a la vanguardia de la lucha contra los llamados canadienses blancos racistas que se niegan a ser reemplazados por inmigrantes que pertenecen a minorías visibles.

Para los nacionalistas, los musulmanes y la mayoría de los inmigrantes están siendo desplegados como ejércitos, fuerzas de conquista, ocupación y colonización, por parte de las élites globalistas. Y como si eso fuese poco, los inmigrantes son en gran medida inconscientes o ignorantes del papel que desempeñan en los juegos geopolíticos. Después de todo, muchos de ellos están huyendo de sus países como resultado de las guerras creadas por las mismas fuerzas que los usan.

Para los nacionalistas, el peligro surge cuando las minorías se convierten en mayorías en las que antes eran naciones preponderantemente europeas. Podrían convertirse en la mayoría. Pero nunca tendrán las llaves que hacen a la autoridad de mando. Solamente están allí porque son más fáciles de controlar que las personas a las que reemplazaron, es decir, los europeos con conciencia de clase, con derechos adquiridos, educados y empoderados.

Se dice que la mayoría gobierna. Sin embargo, como argumentan los nacionalistas y los antiglobalistas, a la mayoría de los canadienses, estadounidenses, europeos, australianos y neozelandeses nunca se les preguntó si querían ser reemplazados por minorías visibles de Asia, Oriente Medio y África. La cuestión nunca se sometió a referéndum. Nunca preguntaron a los ingleses, franceses o canadienses nativos cómo se sentían. Lo mismo puede decirse de los europeos. Aparentemente, eso era parte del plan. Como dijo Jean Monnet, el padre fundador de la Unión Europea, en 1952, “las naciones de Europa deben ser guiadas hacia el superestado sin que su gente entienda lo que está sucediendo.”

Para Frans Timmermans ―vicepresidente de la Comisión de la Unión Europea que ahora se presenta para ocupar la presidencia― la total destrucción de Europa es “cuestión del destino”:

 “La diversidad se percibe ahora en algunas partes de Europa como una amenaza. La diversidad conlleva desafíos. Pero la diversidad es el destino de la humanidad. No va a haber, ni siquiera en los lugares más remotos de este planeta, una nación que no vea la diversidad en su futuro. Hacia allí se dirige la humanidad. Y aquellos políticos que buscan vender a sus electores una sociedad compuesta exclusivamente por personas de una misma cultura, están tratando de delinear un futuro basado en un pasado que nunca existió. Por lo tanto, ese futuro no llegará nunca”.

Si esto es diversidad, es decir, el fin de las culturas nacionales, entonces diversidad es en realidad una palabra clave para el genocidio racial, étnico, cultural, lingüístico y religioso. Y si esta llamada diversidad, producida por las migraciones forzadas, representa el destino del mundo, ¿por qué solo se está imponiendo en el mundo desarrollado, en América del Norte, en Europa occidental, en Nueva Zelanda y en Australia? Cuando los europeos se instalan en África, el Medio Oriente, Asia y las Américas, son condenados como colonialistas. Cuando los extranjeros invaden Europa por millones, se le llama diversidad. ¿Por qué se espera que el mundo occidental tenga fronteras abiertas y el resto del mundo no? ¿Los árabes, africanos y asiáticos tienen fronteras abiertas? ¿Están dispuestos a ser abrumados y superados numéricamente por los extranjeros? No, la mayoría de las naciones del mundo, incluidas las naciones desarrolladas como China y Japón, permiten poca o ninguna inmigración. Y a pesar de tener cierta diversidad interna, insisten en tener una fuerte identidad nacional compartida por todos.

Como explican los nacionalistas, los políticos ―siguiendo las órdenes de los globalistas― permitieron que millones de inmigrantes y refugiados entraran a las naciones occidentales para asegurar su continua reelección, haciendo difícil y eventualmente imposible que los conservadores y nacionalistas pusieran fin a la inmigración. Los nacionalistas explican que cuando la mayoría de los votantes apoyan la inmigración y las sociedades sin fronteras, es imposible elegir a políticos que se oponen a la inmigración o que aboguen por un enfoque razonado y mesurado que no ponga en peligro los intereses nacionales, la seguridad y la estabilidad.

Desafortunadamente, según los analistas, el diálogo democrático ni siquiera es una opción, ya que los llamados defensores de la libertad de expresión tratan de censurar a los opositores al globalismo y acusan a todos ellos, sin excepción, de ser supremacistas blancos, racistas, fascistas y neo-nazis. En realidad, la mayoría de los antiglobalistas son, simplemente, conservadores, tradicionalistas y nacionalistas. O sea que los que defienden opiniones odiosas y violentas han caído en una trampa tendida por los globalistas. En otras palabras, no logran comprender las complejidades geopolíticas.

Los nacionalistas dicen que los globalistas violan, saquean y rapiñan el planeta, particularmente el continente africano, el Oriente Medio y América Latina. Por medio de distintas iniciativas envían a millones de migrantes a Estados Unidos, Canadá y Europa Occidental. El objetivo es suplantar a los nacionales y destruir a la clase media “privilegiada” porque es difícil de manejar debido a su educación y a que disponen de cierta cantidad de riqueza. Para ello convertirían en mayoría a una muchedumbre multicultural y multirracial que, a pesar de su supuesta propensión a la criminalidad, es más fácil de controlar y manipular puesto que carece de conciencia social, agudeza política e influencia económica. Según el análisis nacionalista, los globalistas destruyen la diversidad del ecosistema planetario. Pero sí se valen de la diversidad para destruir el mundo occidental.

Sin embargo, los enemigos de los nacionalistas antiglobalistas no son los refugiados y los inmigrantes sino algunos miembros trasnochados de la ultraderecha, con lo que pasan a ser víctimas y cómplices involuntarios de una jugada muy endemoniada. Los verdaderos enemigos son las élites mundiales que han destruido y devastado el mundo desarrollado, dedicándose a convertir el primer mundo en el tercer mundo. Los nacionalistas en lugar de quejarse de los refugiados, deberían quejarse de las guerras y terribles situaciones sociales que los crean. Tanto los ciudadanos occidentales como los refugiados son víctimas de los mismos señores globalistas.

Los globalistas están en guerra con la humanidad en su conjunto. Intentan eliminarla o esclavizarla en una gran medida. Se preocupan solamente por ellos y nada más que por ellos. Tienen el objetivo impuesto de concentrar toda la riqueza en sus aterradoras manos. En su visión nefasta, el único propósito del resto de la humanidad es servirles para seguir enriqueciéndose. Por consiguiente, en esta lucha no hay lugar para el racismo, los prejuicios y la discriminación. No es una guerra sectorial sino una guerra que abarca toda la raza humana: es una guerra socio-política y económica de proporciones planetarias.

El mundo no se enfrenta, simplemente, al llamado “genocidio blanco.” Se enfrenta al “genocidio humano.” Toda la humanidad está en peligro. ¿Qué diferencia hay si el mundo occidental se vuelve multirracial y todos comparten la misma cosmovisión cultural secular? La mayor amenaza para el mundo occidental y para el mundo en su conjunto no es la afluencia de inmigrantes y refugiados. Lo es el lavado de cerebro que ha tenido lugar a escala planetaria, la relativización de la religión, la pérdida de la identidad colectiva, la erosión y erradicación de la moral tradicional y la destrucción de la familia. Reemplazar a miles de millones de europeos con miles de millones de africanos, asiáticos y personas provenientes de Oriente Medio que han sufrido un lavado de cerebro, producirá los mismos resultados: un planeta lleno de esclavos endeudados y trabajadores con contratos de servidumbre.

Por lo tanto, tengan cuidado con los antisemitas, porque son los que han mordido el cebo de los globalistas. Se tragaron todo: el anzuelo, el sedal y el plomo. Entre los globalistas hay gente de todas las razas, religiones, nacionalidades y etnias. Se trata de personas que públicamente profesan ser judías, cristianas, musulmanas y budistas. Pero lo que dicen creer contradice sus acciones y convicciones luciferinas.

Cuidado con las barbies como Lauren Southern y otras llamadas “tradicionalistas” que usan su atractivo sexual para denunciar el globalismo y el Gran Reemplazo, al mismo tiempo que abrazan el racismo y la islamofobia. Los intelectuales, activistas y periodistas serios no se sienten obligados a desfilar en camisetas sin mangas y pantalones cortos. Esa gente sirve a los planes de distracción del globalismo. Quieren que los disidentes se concentren en los musulmanes, los identifiquen como el enemigo, apunten a los inmigrantes o a cualquiera, excepto a las verdaderas élites mundiales.

Los globalistas quieren que los sujetos semiconscientes culpen a las víctimas en vez de a los victimarios. La población en general no es el enemigo. Los enemigos son el uno por ciento de la misma, es decir, las élites globales. Estas son las que enfrentan a razas y religiones entre sí y se aprovechan del caos, la muerte y la destrucción que causan. En lugar de apelar al nacionalismo, que lleva a algunos al racismo, los antiglobalistas deberían apelar al humanismo y reunir a toda la humanidad en contra de los que son sus enemigos.

En la lucha contra el Nuevo Orden Mundial, el Islam verdadero, tradicional y civilizador no está de su lado. Los que están de su lado son los takfiritas-wahhabitas-salafistas ―llamado “islamismo radical”―, quienes no tienen nada de musulmanes. Esos terroristas poseen la ideología creada, apoyada y desplegada al servicio de los globalistas desde la destrucción del Imperio Otomano hace un siglo. Si el Islam es demonizado por los medios corporativos y las corporatocracias que pretenden ser estados-naciones soberanos, es porque representa una amenaza a sus designios planetarios.

El verdadero Islam no es el problema sino parte de la solución. Sin embargo, hasta ahora sólo una minoría de musulmanes ha aprovechado el verdadero potencial socioeconómico y político del Islam. La mayoría, por desgracia, ha sucumbido al hipnotismo del humanismo secular y el liberalismo. Algunos han sucumbido al atractivo del llamado “Islam radical” y su prometida utopía. Esos musulmanes que huyen de los incendios provocados por la Bestia, se dirigen directamente a la guarida del mismo Monstruo.

¿Qué se necesitaría para salvar a Europa y a las naciones de mayoría europea de las Américas y Oceanía? Se necesitarían medidas radicales y revolucionarias: el fin de la inmigración masiva, lo cual significará el fin de las guerras de beneficios y del debilitamiento y destrucción deliberados de los estados-naciones; el retorno a los valores religiosos y familiares tradicionales, incluido el énfasis en la procreación y el cese del capitalismo salvaje, inmoral, parasitario e insaciable. Es decir, significará exterminar al Dragón y sustituirlo por una economía moral, sostenible y mixta, comprometida con la armonía ecológica. ¿Algo de esto es factible? Dios lo sabe mejor que nadie. E incluso si se tomaran medidas drásticas, algunos demógrafos y científicos sociales advertirían que llegan veinte años tarde.

En cuanto a los cínicos, el daño ya está hecho. El daño es irreparable. El liberalismo está minando con gran efectividad la identidad colectiva y la cohesión de la comunidad. Los globalistas están en camino de barrer las democracias nacionales y reemplazarlas con un superestado secular “multicultural,” con una religión mundial, gobernado por una élite no elegida. Dado que los globalistas hace tiempo abandonaron las identidades nacionales, están decididos a convertir el Primer Mundo en el Tercer Mundo. Sólo un frente unido consistente ―que no esté formado por supremacistas blancos, fascistas e islamistas radicales, sino por seres humanos preocupados y creyentes de todas las razas, etnias, culturas, lenguas y religiones― tiene la oportunidad de frenar al globalismo y sus políticas e incluso, quizás, detenerlo.

Sic semper evello mortem tyrannis. (Así siempre llevo la muerte a los tiranos).

Jean-François Paradis, Canada, 15 enero 2019

Fuente

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