Los ángeles custodios de las causas justas no paran de inventarse enemigos o resucitarlos del pasado. Necesitan relatos heroicos en los que aparecer como resistentes a regímenes racistas, heteropatriarcales y totalitarios que solo conocen por el cine o la televisión. Son batallas ganadas antes de empezar, combates sin riesgo que, sin embargo, proporcionan a nuestros héroes un impagable beneficio: saberse del lado del Bien.

Demasiado tiempo sin guerras. Demasiado tiempo sin conflictos verdaderamente serios. Demasiado aburrimiento, quizá. El paraíso socialdemócrata carece de épica. Y por eso hay que inventarla, aunque resulte al fin ñoña, cacofónica y de malísima calidad: caballeros de cartón piedra contra dragones de papel.

Pero hoy nada escapa a la producción en serie, tampoco la épica. Los nuevos misioneros antifascistas y, por ende, antibelicistas, anticapitalistas, antimachistas, antirracistas y partidarios de todo lo bueno, reparten el Mal en latas con apertura de anilla y perfectamente etiquetadas, sin cafeína ni calorías para mayor gloria del consumidor: sentarse con las piernas abiertas es una imperdonable ofensa contra las mujeres; la bandera de España es de fachas; decir que en Cataluña se intentó dar un golpe de Estado es crispar; y manifestarse en Alsasua por la libertad y en solidaridad con los guardias civiles que fueron agredidos, es una intolerable provocación.

No hay que confundirse: el Mal es ese (solamente ese), y no otro. Lo repiten una y otra vez, con semblante serio en los informativos o entre carcajadas en los programas de humor.

Como el pícaro curandero que induce la enfermedad y nos vende el remedio, la vanguardia revolucionaria de la bondad universal no solo empaqueta, etiqueta y distribuyen el Mal, también lo combate:

Ortega Lara, que estuvo secuestrado por ETA casi dos años, es recibido por un grupo de manifestantes en Murcia con la frase “que vuelva al zulo”. Los antisistema con chalet de lujo han decidido que necesitamos esos dos minutos de odio que Orwell nos presentó en su imprescindible novela 1984. Y quien dice dos minutos dice dos horas, dos días, dos años…  Convertir el odio en hábito lejos de ser un vicio es la nueva virtud. Los santos nuevos rectifican así a los antiguos: odia y haz lo que quieras.

Un ciudadano es multado por un poema. El verso más polémico tiene solo dos palabras: “inquieta bragueta”. Si vislumbras en el rítmico escrito cierto ingenio o gracejo, eres un machista potencialmente peligroso. En un futuro cercano hablar bien del Mal se convertirá en delito y la metáfora y la metonimia estarán definitivamente proscritas.

Antiespecistas crispados se manifiesta a las puertas de un famoso bar de Madrid con el lema “no es jamón, es cerdo muerto”: los mataderos municipales son campos de exterminio; sus trabajadores, torturadores nazis; y los que comemos carne, cómplices del asesinato en masa.

La guerra de guerrillas continúa. Mañana habrá más valerosos actos de la resistencia, aderezados con múltiples velitas encendidas y con el Imagine de John Lennon sonando de fondo.

El Bien es imparable, pronto será obligatorio. El Mal está a punto de desaparecer. Pero… ¿y si el Mal no fuera ese?

Jesús Palomar, 21 noviembre 2018

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