Serbia y la OTAN, entre los bombardeos del ayer y las presiones del hoy

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La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) mató a más de 2.500 civiles en Yugoslavia “para proteger al pueblo serbio contra (el entonces presidente Slobodan) Milosevic”. Así justifica, 19 años después, el secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltemberg, los bombardeos masivos sobre objetivos civiles y militares.

Stoltenberg no podía evitar en su reciente visita a Belgrado volver a referirse a la operación ‘Fuerza Aliada’ que la OTAN llevó a cabo en 1999, contraviniendo todas las convenciones internacionales y sin la autorización de la ONU.

Por supuesto, el máximo jefe de la organización militar siempre se defiende diciendo que en ese momento él no trabajaba para la Alianza, pero esta vez, la justificación podría hacer reír, si no fuera por la tragedia vivida por los civiles serbios.

Casi 20 años y una capa de silencio entre los responsables políticos y mediáticos de los países que participaron en la ofensiva no pueden hacer olvidar en Serbia las consecuencias del primer conflicto provocado en Europa después de la Segunda Guerra Mundial.

A los miles de muertos “necesarios” para poder “liberarlos” de Slobodan Milosevic, hay que añadir los más de 10.000 heridos, muchos de los cuales siguen hoy haciendo frente a las enfermedades provocadas por el uso de armas químicas sobre territorio serbio. Ese polvo amarillo, esas sustancias en forma de piedras cristalinas que los testigos presentaron en su día, transmitieron el cáncer a cientos de personas que continúan luchando en los tribunales internacionales para que su condición sea reconocida.

Volver la vista atrás es obligado cuando el propio jefe supremo de la OTAN debe justificar cada vez que visita Belgrado lo que disfrazado de “intervención humanitaria” fue más tarde ejemplo de acción militar en otras latitudes, como Irak o Libia.

La operación ‘Fuerza Aliada’ fue también un ejemplo de campaña de propaganda coordinada entre Washington y sus aliados europeos en la OTAN.

La Alianza Atlántica estaba comandada, recordemos, por el socialista español, Javier Solana. Londres, París y Berlín construyeron lo que hoy se llama un relato que desde el inicio hasta el final comprendía lo que actualmente se conoce como noticias falsas, aunque se escribe en inglés.

Armas químicas y noticias tóxicas

Difícil es ser acusado de inventar teorías conspirativas cuando tenemos a personajes como Henry Kissinger, quien confesó a la prensa británica, en el mismo año 1999, que el llamado acuerdo de Rambouillet, en teoría un plan de paz entre serbios y kosovares, fue una “provocación a la parte serbia para justificar los bombardeos“.

Kissinger

 

 

Y así fue; pues el apartado militar del acuerdo fue ocultado a la opinión pública europea, a la que se explicó simplemente que Belgrado rechazaba un plan que en realidad estipulaba una ocupación pura y simple de la, en ese momento, República Federal de Yugoslavia, donde no solo las fuerzas militares de la OTAN podrían moverse libremente, sino que, además, estarían por encima de las leyes soberanas locales. Evidentemente, el proyecto estaba escrito para obligar a Belgrado a no firmarlo.

El gobierno alemán de la época, dirigido por el socialdemócrata Gerhard Schroeder, tuvo también que explicar a su oposición en el Bundestag las razones por las que se había ocultado a la ciudadanía el contenido militar del acuerdo. Era un punto sensible para Alemania, pues por primera vez desde la derrota nazi, su aviación participaba en una guerra con los aviones Tornado, violando su propia Constitución.

El ministro alemán de Defensa en ese gobierno, Rudolf Scharping, necesitó también construir una campaña de intoxicación para justificar su colaboración en el lanzamiento de bombas sobre lo que quedaba de Yugoslavia. El llamado plan ‘Caballo de Hierro’, pergeñado por el agit-prop de la Bundeswehr, aseguraba que las tropas de Milosevic preparaban una masiva limpieza étnica de kosovares en la entonces provincia serbia.

En un libro publicado en Alemania un año después de los bombardeos, un general de brigada alemán, Heinz Loquai, escribió que el plan ‘Caballo de Hierro’ fue inventado simplemente para justificar la participación alemana en la guerra.

En paralelo y en coordinación con las mentiras de Schoeder, Scharping y el representante de Asuntos extranjeros alemán, el siempre progresista, Joschka Fischer, el presidente norteamericano, Bill Clinton, azuzaba a su parroquia acusando a Milosevic de genocidio e invocaba al ejemplo de Churchill contra Hitler para justificar el ataque.

Otro socialdemócrata, a la manera británica, Tony Blair, quien puso al servicio de la OTAN a su equipo de propaganda, prometía que “Milosevic y su genocidio horrible será derrotado”.

En Francia, el presidente Jacques Chirac y su jefe de gobierno, el socialista Lionel Jospin, lo tuvieron más fácil. La intoxicación es mucho más sencilla en este país, donde los periodistas sirven de fácil correa de transmisión de los dirigentes y cuya agencia estatal de prensa, France Presse, utiliza su monopolio para transmitir a los medios los mensajes oficiales bajo la apariencia de la independencia y la objetividad.

Entre las joyas periodísticas de la época, en el libro “Les diables sont dechainés” (Los demonios desencadenados), el médico y coronel francés, Patrick Barriot, ofrecía una selección sabrosa. En uno de los canales de la televisión estatal, un periodista comparaba a los paramilitares albano-kosovares del UCK (Ejército de Liberación de Kosovo) con los resistentes franceses contra la ocupación nazi. En el semanario de la izquierda progresista de salón, la “gauche caviar”, Le Nouvel Observateur, se escribía, “Milosevic purifica. Cada uno tiene su método. En Serbia deben faltar cámaras de gas”. En Le Monde, autoproclamado “diario de referencia”, se asimilaba también a los kosovares con los judíos bajo el nazismo.

Y quien en Francia osara poner en duda el discurso oficial era tratado ipso facto de “revisionista”, como le ocurrió a Regis Debray y a otros casos aislados dentro del periodismo.

​Entre las maniobras de lavado de cerebro a la opinión pública europea pasará también a la historia la falsa matanza de ciudadanos kosovares en Racak, en la que colaboraron también expertos de la Unión Europea, cuyo informe final “se perdió”, quizá, entre las toneladas de papeles que deglute la burocracia europea.

Sin OTAN no hay UE

Ahora, 19 años más tarde, Jens Stoltenberg visita Belgrado en su campaña de ampliación de la Alianza que dirige bajo la autoridad de Estados Unidos. De las repúblicas que componían la antigua Yugoslavia, solo Serbia se resiste, de momento, a integrar la OTAN. El resto, o forman parte o están en el proceso de integración.

La exprovincia serbia de Kosovo, cuya independencia sigue siendo no reconocida por países europeos como Grecia, Chipre, Rumania, Eslovaquia y España, tiene prometido también su entrada en la organización militar. De hecho, Kosovo es ya una base militar norteamericana en el patio trasero de Europa.

A Serbia se le hace ver que será rodeada por miembros de la OTAN y su postura de neutralidad será cada día menos soportable.

Y es así porque entre las condiciones no escritas para ser aceptado en la Unión Europea, se sugiere firmar antes la entrada en la alianza militar occidental. En la nueva guerra fría que enfrenta a Estados Unidos y sus aliados con Rusia, es complicado mantenerse al margen y mucho más difícil ser sospechoso de rusofilia. Neutralidad es quijotismo, sobre todo cuando pasar por el aro de las imposiciones lleva incluida la promesa de una lluvia de dólares y euros.

Luis Rivas, 11 octubre 2018

Sputnik

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