Suiza aprueba criminalizar la ‘homofobia’ y la ‘transfobia’ – por Candela Sande

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Dado que en el lenguaje común de los medios y las denuncias públicas se considera ‘homofobia’ toda opinión contraria a la práctica homosexualidad o incluso a su hegemonía cultural y política, tenemos ya la tríada: una opinión que es una enfermedad mental y un delito.

El Consejo Nacional (una de las dos cámaras, todavía le queda aprobarse en la otra) helvético ha aprobado, con el aplauso de los grupos LGBT y por una mayoría de casi dos tercios, una medida que criminalizará la “homofobia” y la “discriminación”.

El Código Penal suizo ya castiga con penas que van desde multas a tres años de cárcel la “incitación al odio contra una persona o un grupo por motivos de afiliación racial, étnica o religiosa”, y ahora la nueva medida añade a esta tríada la “homofobia”.

“La homofobia no es una opinión”, declara en el diario suizo Le Temps el consejero Mathias Reynard, autor de la propuesta. “Es un delito”.

Estoy confusa, a ver si ustedes pueden ayudarme. Stonewall aparte, el gran hito en la revolución LGBT fue la exclusión de la homosexualidad como condición incluida en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría en los años setenta, tras una considerable presión. Y, años después, lograron que la ‘homofobia’ ocupase su lugar.

Es decir, que la ‘homofobia’, una amenaza que vemos día sí y día no presentada como una verdadera epidemia, es una enfermedad, como la gripe o la esquizofrenia. Pero Reynard nos dice que no, que es un delito, y como tal se castiga en todo Occidente, y ahora en Suiza.

¿En qué quedamos? ¿O es que ahora se va a ir a la cárcel por ser paranoico o bipolar? Se me dirá que no es un crimen en sí misma, sino un agravante, algo que convierte un delito corriente y moliente en un ‘crimen de odio’.

Pero eso, lejos de tranquilizarme intelectualmente, me asombra casi más. Si alguien comete un delito -injurias, agresiones-, lo normal en una sociedad civilizada es que se le castigue. Pero si lo hace bajo el influjo de un enfermedad mental, un condición psiquiátrica, una de dos, o se ignora la motivación o constituye un atenuante. Lo hemos visto en mil películas de juicios, ¿verdad?, cuando el abogado trata de que se declare enajenado a su defendido para evitar la pena o reducirla.

Y ahora viene Reynard, a quien supongo acorde con las líneas generales del movimiento LGBT, y me dice que es un delito. Una enfermedad que es un delito. Dado que en el lenguaje común de los medios y las denuncias públicas se considera ‘homofobia’ toda opinión contraria a la práctica homosexualidad o incluso a su hegemonía cultural y política, tenemos ya la tríada: una opinión que es una enfermedad mental y un delito.

¿Dónde he visto yo eso antes? ¡Ah, sí: en la Unión Soviética! Allí, una opinión contra las innegables bondades del socialismo, expresada en público o delante de un delator ocasional, podía llevar al Gulag como delito o al manicomio como delirio evidente.

Es el totalitarismo blando del que tantas veces les he hablado, el que nos lleva a un régimen de silencio y destruye la libertad de expresión sin necesidad de una Gestapo o un KGB. Porque, cuando eliminamos toda la hojarasca retórica, toda la verborrea acumulada, lo que queda es que hay cosas que, por ley, no se pueden pensar.

Considerar que la homosexualidad es una anomalía, aunque sea obvio que lo es desde un punto de vista estadístico o evolutivo, es un opinión. Digamos que es una opinión errónea; digamos, incluso, que es una opinión odiosa y, como tal, ofensiva. Pero si la libertad de expresión no protege dar opiniones erróneas -¿decidido por quién?- o que alguien pueda considerar odiosas o que puedan ofender a alguien, no es libertad de opinión, es consagración del conformismo.

Y esa es la realidad que no se quiere ver: que hemos llegado al punto en que gente perfectamente racional y que se considera impecablemente democrática ve correcto, casi obvio, que existan opiniones que no se puedan expresar en público sin la correspondiente sanción.

La homofobia no existe, o es tan minoritaria como la aracnofobia. Una no oye calificar de ‘homóbos’ a gente que muestre en absoluto un “miedo o aversión irracional” a las personas homosexuales por el hecho de serlo. Y, sin embargo, es lo que han hecho y es en general lo que hace la ‘progresía’ con quienes no están de acuerdo con ellos: no discutirles, sino diagnosticarles.

De ahí que todo sean, de repente, ‘fobias’. El apego a lo propio por encima de lo ajeno ya no es una condición natural del ser humano, observada en todos los pueblos y en todas las épocas, sino una ‘fobia’, la ‘xenofobia’, palabras que no se eligen al azar sino que pretenden transmitir lo que siempre ha transmitido el sufijo “fobia”: una enfermedad, algo irracional a lo que no hay que responder con argumentos, sino con medicinas.

Y, ahora, también la cárcel. No sé, en algún momento habrá que decir “¡basta”, digo yo.

Candela Sande, 11  octubre 2018

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