Asia central, geoestrategia en el centro del mundo

Asia central va adquiriendo el protagonismo que merece. Los istanes, que a muchos cuesta ubicar, son antiguas repúblicas soviéticas donde la modernización democrática ha quedado en un segundo plano mientras que la económica, encaminada hacia la explotación de los recursos naturales, cobra fuerza.
Mapa de Asia Central en 1780 de M. Bonne. Fuente: Wikimedia.

Los cinco istanes

Rodeados por Rusia, China, Irán y Afganistán encontramos los cinco países que componen Asia central: Kazajistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguistán y Tayikistán. La Historia de estos países como los conocemos hoy empieza en 1991, con la desintegración de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la división en cinco repúblicas definidas por las fronteras de los años 20, que no tuvieron en cuenta etnias, geografía ni lenguas. La ignorancia de estos aspectos, junto con la depresión económica que acarreó el fin del mundo bipolar, dio paso a tensiones fronterizas, conflictos étnicos y a la dependencia mutua debido a la ausencia de diversificación productiva y económica. Con más de 68 millones de habitantes y una superficie de unos cuatro millones de kilómetros cuadrados, es una región poco poblada ⎯16,9 habitantes por km²⎯ y también una zona de paso, tal y como lo fue en tiempos de la antigua Ruta de la Seda.

Fecha de las distintas Repúblicas soviéticas.
La República de Kazajistán destaca por ser el mayor productor de uranio del mundo y también por su superficie ⎯es el noveno país del mundo en extensión territorial—. La República Kirguisa, igual que la de Tayikistán, es un país montañoso sin salida al mar que posee y comparte una de las zonas más fértiles de la región: el valle de Fergana. Es en esta zona donde existen más tensiones territoriales debido al conflicto de intereses entre kirguisos, tayikos y uzbekos. Por su parte, Turkmenistán es un país seco, pero con importantísimas reservas de gas, y la República de Uzbekistán alberga las aguas del mar de Aral, aunque solo el 9% de la superficie del país es cultivable, con lo que el valle de Fergana se convierte en un punto estratégico.


La élite no comparte

Asia central es una región rica en recursos naturales. Alberga copiosas reservas de uranio, una de las zonas más fértiles en un territorio predominantemente montañoso y seco y destacables reservas de petróleo y gas, sobre todo en las zonas cercanas al mar Caspio. Pero, en su conjunto, las repúblicas centroasiáticas también se caracterizan por tener una población empobrecida y por ser un lugar donde el respeto por los derechos humanos es, cuando menos, dudoso. En referencia a los aspectos económicos, la riqueza se acumula en las manos de las élites mientras el resto de la ciudadanía tiene dificultades para encontrar un trabajo y son frecuentes las situaciones de explotación laboral, como sucede en las plantaciones de algodón uzbekas, todo lo cual redunda en más pobreza. Los derechos medioambientales también están en entredicho debido a la sobreexplotación de los recursos naturales, como ejemplifica la progresiva desaparición del mar de Aral para mantener los cultivos de algodón y extraer hidrocarburos del subsuelo. Del mismo modo, los derechos políticos y civiles están en una posición crítica, sobre todo en Turkmenistán y Uzbekistán. En concreto, la desigualdad de género y en el acceso a servicios sociales acaban dibujando un contexto poco optimista: las mujeres cobran 2,5 veces menos que los hombres y, aun así, tienen una menor probabilidad de ser contratadas. Por otro lado, el limitado acceso a los servicios sanitarios hace que las muertes relacionadas con el VIH se hayan triplicado en los últimos años. Estos datos demuestran que los recursos naturales abundantes, la localización estratégica o ser el punto de conexión entre el mundo oriental y el occidental desde la época medieval no han garantizado un desarrollo sostenible.

Las cinco repúblicas ostentan el dudoso honor de tener algunos de los índices de percepción de la corrupción más altos entre 180 países estudiados. En Turkmenistán —posición 167 ⎯, con un respeto por los derechos políticos y civiles equiparable a Corea del Norte, la corrupción está en todas partes, los sobornos están en el orden del día y solo el 20% de los beneficios generados por los recursos naturales retornan al Estado. En Tayikistán y Uzbekistán, dos Estados oligárquicos y autoritarios, la situación es similar, a pesar de algunas tímidas reformas en la primera. De mayor calado han sido las medidas en Kirguistán para reducir la corrupción, limitar su impacto en la economía y garantizar la división de poderes; Kazajistán también ha emprendidos reformas, aparte de la inauguración de la escuela anticorrupción de Almaty y la condena en marzo de 2018 a su ministro de Economía por corrupción. Además, los kazajos podrán presumir de ser el primer país centroasiático en ocupar un asiento —como miembro no permanente— en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Particularidades aparte, se puede establecer una descripción común para los cinco istanes: son antiguas repúblicas soviéticas situadas entre Europa y Asia, lo que las convierte en lugares de paso fundamentales para el transporte de mercancías y materias primas; además, albergan importantes recursos naturales, sobre todo minerales. En cambio, el agua y la tierra cultivable son bienes limitados y motivo de disputa en la región. Por otro lado, Rusia ha sido tradicionalmente uno de sus principales socios comerciales, a la que en la actualidad se le suma China. Por último, el mantenimiento en el poder durante décadas, las irregularidades denunciadas en distintos comicios y las reformas constitucionales para atribuir más poderes a los presidentes hacen que se pueda afirmar que su nivel democrático es bajo.


En el corazón del mundo

La localización de estos cinco países explica y da argumentos para creer la teoría del heartland, definida en 1904 por Halford J. Mackinder. El político y geógrafo inglés afirmaba que quien controlara la zona de Asia central tenía muchas probabilidades de controlar el resto de Asia y Europa y obtener una posición privilegiada para dominar el mundo. Efectivamente, la Guerra Fría hizo realidad la lucha entre dos potencias: una terrestre y geoestratégica ⎯URSS⎯ y una marítima y tecnológica ⎯EE. UU.⎯, pero los acontecimientos llevaron a que la primera acabara desmembrándose en 1991 y, con ella, la teoría del heartland. Con regímenes autoritarios y corruptos dirigiendo las antiguas repúblicas soviéticas y Rusia sumida en una profunda crisis, la plaza de potencia terrestre quedaba vacante de nuevo. Las últimas décadas han posicionado a China como la gran candidata a ocupar el trono —si no lo está haciendo ya— debido a su crecimiento e influencia económicos mediante inversiones en infraestructuras y préstamos por todo el mundo.

A pesar de la riqueza de la región, las previsiones que establecen a China como la gran potencia mundial junto a Estados Unidos indican que posiblemente Asia central no será la región dominante que predijo Mackinder. Pero es evidente que es y será una zona geoestratégica donde muchas potencias jugarán sus cartas, como lo hicieron Rusia y Gran Bretaña en el siglo XIX con el “Gran Juego”, ya que conecta Europa con Asia —y esto es vital— y además está desarrollando su capacidad para distribuir sus abundantes recursos naturales en múltiples direcciones, como el gigante chino, la superpoblada India o la modernizada Europa. Entre estos recursos destaca el petróleo, que se encuentra sobre todo en el subsuelo del mar Caspio y es motivo de disputa entre los países que lo rodean —aunque en 2015 el 60% de las reservas eran explotadas por compañías occidentales, como Chevron o Shell—. Por otro lado, desde su territorio los oleoductos y gasoductos llevan energía a Europa, Rusia y China, entre otros. Entre las rutas de abastecimiento destacan el oleoducto de 1.000 km que va desde Atasu —Kazajistán— hasta Alashankou —China—, el que conecta con el puerto ruso de Novorosíisk y el gasoducto que conecta los yacimientos del mar Caspio con Pakistán e India.

La nueva Ruta de la Seda: recuperar lo bueno del pasado

Más allá de los gasoductos y oleoductos, las conexiones comerciales para el transporte de mercancías a través de Asia central se incrementarán considerablemente en los próximos años. En 2014 China, a través del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, impulsó el proyecto “Un cinturón, una ruta” ⎯conocido también como la “nueva Ruta de la Seda”⎯ con el objetivo de crear un corredor terrestre y uno marítimo para transportar materias primas y productos manufacturados desde el gigante asiático al resto del mundo. La ruta por tierra se dirige hasta Ámsterdam atravesando Asia central, según la antigua Ruta de la Seda, mientras que por mar llegará hasta Venecia desde el sudeste asiático y la costa oriental africana. Por su magnitud, parece ser que la ruta no será completamente operativa hasta dentro de unos años y después de llegar a acuerdos sólidos con los países implicados, aunque las inversiones en ellos ya son una realidad. China quiere así crear y fortalecer vínculos con estos países y potenciar su influencia en Asia y Europa mediante la construcción de infraestructuras diversas y la colaboración en ámbitos como el energético, el financiero o el tecnológico.

Extensión del proyecto “Un cinturón, una ruta”. Fuente: UNAV
Este proyecto implicará a ni más ni menos que el 62% de la población mundial y más del 30% del PIB mundial y ofrecerá infraestructuras que respondan a las necesidades actuales de eficiencia y apertura del mercado. Para China supondrá una fórmula para diversificar las fuentes de acceso a la energía y distribuir con más facilidad la sobreproducción, además de favorecer la internacionalización de su moneda, mientras que para la región centroasiática el comercio y las infraestructuras podrían facilitar el progreso económico y una mayor actividad comercial, lo que propiciará un ambiente más estable y menos vulnerable a situaciones violentas. Por el contrario, para países como India, Japón o Australia implica una amenaza que acerca más el momento del desplazamiento definitivo del centro de gravedad hacia Asia-Pacífico y, en concreto, China. Por este motivo, Japón procura mantener el posicionamiento del Banco Asiático de Desarrollo e India ha dado el último empujón al Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur, iniciado en 2000 y que desde 2018 conecta Bombay con San Petersburgo. Con esta ruta, los indios pretenden ofrecer una alternativa a la nueva Ruta de la Seda y transportar mercancías hacia Europa y Rusia vía Irán. En cualquier de los casos, pese a la competencia entre potencias para posicionarse como potencia terrestre, el camino hacia Europa siempre atraviesa las fronteras centroasiáticas, con la ventaja estratégica que ello les supone.


El terrorismo a las puertas

Las ex repúblicas soviéticas, por sus recursos y por tener una población mayoritariamente musulmana, también son estratégicas para el reclutamiento de combatientes para el Dáesh. Se calcula que, de los 30.000 o 40.000 yihadistas extranjeros, cerca de 5.000 combatientes provenían de alguna de las cinco repúblicas y habían viajado a Irak y Siria hasta finales de 2017. Algunos incluso llegan a tener cargos altos dentro de la organización, como el tayiko Gulmurod Khalimov. Entre las cinco repúblicas destaca Uzbekistán, fronteriza con Afganistán y cuna del Movimiento Islámico de Uzbekistán. El Gobierno uzbeko es tan opaco que no publica datos referentes a ingresos o pobreza, lo que sugiere que las cifras no son precisamente optimistas; muy probablemente, esta necesidad es la que mueve a muchos uzbekos ⎯y a otros procedentes de las demás repúblicas centroasiáticas⎯a emigrar, principalmente hacia Rusia, en busca de trabajo, donde viven en condiciones de vulnerabilidad y sin ninguna protección civil o laboral. Estas situaciones de explotación y discriminación podrían explicar que caigan en redes de radicalización, ya que sus creencias mayoritarias o su localización no explican per se el mayor número de combatientes.

En los últimos años, los regímenes de carácter autoritario centroasiáticos señalan el yihadismo como la gran amenaza, de la misma forma que lo hacen Estados Unidos, los países europeos o Rusia. Aunque los presidentes de Kirguistán, Uzbekistán y Tayikistán no toleran ninguna otra forma de práctica del islam que no sea la promovida por el Gobierno, desde 2011 han aumentado los incidentes violentos y las detenciones y condenas a supuestos miembros de células terroristas para evitar en lo posible que las fuerzas islamistas puedan ejercer su poder en el valle de Fergana, una zona empobrecida y conservadora dividida entre los tres países y fronteriza con Afganistán, pero también fértil, con reservas de gas y cultivos de algodón, que siguen teniendo un peso importante en sus economías pese a su insostenibilidad. Pensándolo fríamente, cabe preguntarse qué busca el Dáesh en una región donde hay en juego intereses rusos, chinos y europeos. Lo que sí es cierto es que, dando visibilidad a la amenaza, los Gobiernos centroasiáticos pueden argumentar su intolerancia frente a prácticas del islam que no sigan sus premisas y adoptar duras medidas ante los intentos de radicalización. Rusia, por su parte, aprovecha para fortalecer su presencia militar en la zona como estrategia de influencia en otros campos y Estados Unidos justifica sus bases militares a las puertas de Afganistán en un territorio con importantes recursos.

Proyecciones imprevisibles

Con recursos de interés a escala mundial y localizada en una posición estratégica, Asia central ha resultado ser un caldo de cultivo para posibles conflictos donde urgen transformaciones políticas, sociales y económicas para frenar las diversas amenazas. En primer lugar, hay que subrayar que, aunque los sentimientos nacionalistas no estén arraigados, los recursos naturales abundantes en un territorio con unas fronteras determinadas de manera poco lógica pueden causar tensiones, desde la gestión de los recursos hídricos hasta los hidrocarburos. Seguramente por este motivo son cada vez más visibles las potencias extranjeras en la región. Por una parte, está la presencia militar de los estadounidenses y los rusos, especialmente en Uzbekistán y Kirguistán. Por otro lado, aumenta la presencia económica y política: los estadounidenses ofrecen cooperación militar y técnica para evitar que las infraestructuras crucen únicamente territorios “antiestadounidenses” como Irán; Rusia procura seguir siendo el socio principal de los Estados centroasiáticos, ofrece oportunidades laborales a una población empobrecida e impulsa proyectos integracionistas como la Unión Económica Euroasiática, y China invierte en proyectos colosales como la nueva Ruta de la Seda para posicionarse como el nuevo amigo fiel con proyectos que podrían traducirse en una mayor estabilidad en la zona gracias al progreso económico y la mayor actividad comercial.

Aun así, es necesario un cambio para democratizar las instituciones y asegurar un desarrollo más equilibrado. La ausencia de reivindicaciones propias de independencia tras la caída de la URSS hizo que quienes asumieron el poder ⎯y siguen manteniéndolo⎯ fueran las mismas élites que dominaron la región durante los años soviéticos. Esto ha llevado a la consolidación de instituciones excluyentes. Sin un cambio en la concentración de poder y, por lo tanto, sin responder a las necesidades de la ciudadanía, el surgimiento de movimientos fundamentalistas islámicos, en especial en el valle de Fergana, seguirá siendo una amenaza. El autodenominado Estado Islámico recluta principalmente en regiones empobrecidas y en vías de desarrollo. En los países de Asia central, con niveles de pobreza crecientes —sobre todo después de la crisis financiera de 2008 y especialmente en Tayikistán⎯, una inseguridad alimentaria preocupante y cada vez mayores desigualdades por motivos étnicos, de sexo o edad, se dan las condiciones ideales para que un discurso de violencia y radicalismo arraigue. Para frenar el islamismo radical en la región y el incremento de la violencia ⎯que podría llegar a la intervención de potencias occidentales con intereses en la zona⎯, deben aprovecharse las oportunidades que brindan las importantes reservas de recursos naturales, su posición geoestratégica en el mundo e inversiones como la nueva Ruta de la Seda o el Corredor Internacional Norte-Sur, sin dejar de asegurar el cumplimiento de los derechos humanos, dar paso al pluralismo político y evitar los desequilibrios territoriales que existen hoy en la región.

Gemma Roquet, 27 septiembre 2018
Fuente
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