En la ciencia también, la disidencia se paga muy cara

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La inteligencia humana es uno de los grandes misterios cuyos secretos la ciencia no ha conseguido desvelar del todo. No es ya llegar a una definición satisfactoria de la inteligencia misma, sino como gradarla. Sabemos que estamos ante alguien inteligente, pero muchas veces no podemos explicar bien por qué, ya que la inteligencia es un conjunto de rasgos no precisamente fáciles de categorizar, cuantificar y cualificar.

Lo que si se ha observado es que entre los hombres hay más variabilidad que entre las mujeres, es decir, que hay más idiotas y más genios. A este fenómeno los científicos han dado en llamarlo Gran Hipótesis de la Variabilidad Masculina. No es algo nuevo. Charles Darwin ya lo observó en sus estudios del mundo natural hace más de un siglo. El padre de la teoría evolucionista apreció que hay más variabilidad en un sinnúmero de especie tan dispares entre sí como los pavos, los salmones, las avispas o los primates.

En nuestra especie también se da esa peculiaridad. Los varones están sobre representados en los extremos de la tabla cuando se categorizan variables como la inteligencia, el peso al nacer o en pruebas de aptitud como la lectura o las matemáticas. Eso llevado al mundo real se traduce en que hay más premios Nobel entre los varones, pero también más asesinos.

Los datos están ahí para quien quiera echarles un vistazo. Desde que empezase a entregarse el premio Nobel allá por 1901 se han concedido un total de 896 galardones. Sólo 49 los han ganado mujeres, un 5,4%. De esos 49, 31 correspondieron a las categorías de Literatura, Paz y Economía, que son los Nobel más políticos, menos atados a méritos concretos fácilmente objetivables como la química, la física o la medicina.

Podríamos pensar que esta diferencia tan grande se debe a que las mujeres no han tenido acceso a la educación superior. Pero esto no es todo cierto, al menos desde la segunda mitad del siglo XX en los países del primer mundo, que son lo que copan el 98% de los Nobel concedidos desde su fundación.

Una relación similar encontramos en la población reclusa. En 2017 había en España 58.814 personas encarceladas, de las cuales 54.449 eran hombres y 4.365 mujeres, es decir, el 8%. Porcentajes similares encontramos en otros países como Estados Unidos, Alemania o Francia.

Hasta aquí todo correcto. Todos sabemos que hay más presos que presas y que los ganadores de premios Nobel suelen ser hombres. Lo que los científicos se preguntan es por qué. Theodore Hill, un prestigioso matemático estadounidense del Instituto Tecnológico de Georgia, se puso hace un tiempo a investigar este tema. Junto a Sergei Tabachnikov, profesor de Matemáticas de la Universidad del Estado de Pensilvania, presentó un argumento matemático basado en principios biológicos y evolutivos para explicarlo.

Hecho esto Hill y Tabachnikov pensaron en publicar sus conclusiones con un paper científico en la revista Mathematical Intelligencer dentro de una sección llamada “Punto de vista”, en la que suelen abordarse temas controvertidos y abiertos al debate. El manuscrito fue sometido a varias revisiones y finalmente aceptado para su publicación en abril de 2017.

Todo perfectamente normal, así es como funciona el trabajo académico y las publicaciones científicas. Tan seguros estaban que Tabachnikov se permitió incluso difundir un avance en su sitio web para que sirviese de cebo a la espera de que la revista lo llevase en la edición antes de final de año.

Ahí comenzó el drama. Una asociación de la Universidad de Pensilvania llamada Women in Mathematics montó un tercer grado a Tabachnikov acusándole de apoyar “un conjunto de ideas muy controvertido y potencialmente sexista”. A partir de aquí el asunto enloqueció. Empezaron a volar los correos electrónicos y las denuncias. Como guinda, la National Science Foundation (NSF) solicitó a los autores que su nombre fuese eliminado de inmediato del apartado de agradecimientos.

Al parecer la presidenta de Women in Mathematics había escrito una carta a NSF acusando a los autores de “promover ideas pseudocientíficas”. Ese mismo día la editora jefe de Mathematical Intelligencer, Marjorie Wikler Senechal, les comunicaba que rechazaba el artículo a pesar de haberlo aceptado para su publicación tras cumplimentar todos los trámites un año y medio antes. La razón que dio a los autores era que le habían advertido varios colegas que la publicación “provocaría reacciones extremadamente fuertes“.

A cambio les propuso participar en una mesa redonda para debatir sobre el tema, pero ni eso al final pudo ser porque la caza de brujas hacia Hill y Tabachnikov elevó tanto la temperatura que un asunto académico entre matemáticos terminó en una campaña en Facebook contra los autores del paper. Algo simplemente inaudito en el aséptico y ordenado mundo de las matemáticas.

Hill, ya retirado y sin miedo a quedarse desempleado, publicó el artículo de marras el pasado 28 de agosto. Sólo lo firma él, Tabachnikov se ha caído de la autoría por razones que son fáciles de entender. El paper, alojado como un PDF en el Archivo de Matemáticas Online está disponible aquí. Juzgue el lector si es digno de semejante persecución.

Una abracadabrante historia como esta, que de por sí merecería un reportaje en televisión, ha pasado desapercibida. No es la primera, no será la última, es simplemente una más. La academia en Estados Unidos hoy tiene que lidiar con esto. Los investigadores agachan la cabeza y continúan su camino confiando en que la turba no se fije en ellos.

La corrección política, que ya ha hecho estragos en el periodismo y los estudios de humanidades, se está adueñando de áreas donde, más que opinar, se exponen tesis científicas debidamente fundamentadas. El estudio de Hill y Tabachnikov, en el que no entro porque carezco de los conocimientos matemáticos para entenderlo, no pretende ser una verdad absoluta. Es una simple hipótesis científica expuesta respetando escrupulosamente la metodología que le es propia a la ciencia. No hay nada censurable, si sus conclusiones no son ciertas la comunidad matemática puede falsarlas empleando la misma vía.

Pero no ha sucedido eso. Se ha politizado un asunto porque simplemente no gustó a dos profesoras cuando leyeron un avance de un artículo que aún no se había hecho público. En lugar de esperar y luego rebatirlo han empleado tácticas matoniles y de puro agit-prop, como amenazar veladamente a la NSF (entidad muy generosa con las becas a la investigación) y a la revista Mathematical Intelligencer.

Han convertido, en definitiva, en político algo que no lo era. No han podido evitar su publicación porque Internet es muy grande. De hecho ahora se leerá mucho más de lo que lo hubiese hecho en un simple journal para matemáticos, pero el aviso está ahí.

Antes de meterse en camisas de once varas los que vengan detrás de Hill saben a lo que se exponen. Saben de antemano que hay ‘no-go zones‘ en la ciencia, áreas enteras que están vedadas y en las que uno sólo puede aventurarse por su propia cuenta y riesgo. Hill es ya un profesor emérito de 75 años con la jubilación resuelta. Tabachnikov, un matemático ruso emigrado a Estados Unidos, es más joven y todavía depende de la universidad para poder pagar las facturas. Esta y no otra es la advertencia. El que cuestione los dogmas se verá en problemas primero y luego con la muerte profesional y civil.

No tratan ya de jibarizar el debate, sino directamente de eliminarlo. Lo han conseguido en el ámbito mediático, donde la disidencia se paga muy cara. Están ahora con el académico. Cuando la intimidación y la censura provienen de las mismas instituciones que deben alentar la investigación y el debate es que algo muy importante está muriendo.

Fernando Díaz Villanueva, 10 septiembre 2018

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