Consolidación del sultán Erdogan y ascenso del ultranacionalismo otomano – por Alfredo Jalife-Rahme

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Turquía votó en 2017 por un giro del sistema parlamentario a uno eminentemente presidencial. Su reciente elección en la primera vuelta otorga amplios poderes constitucionales a Recep Tayyip Erdogan, con una fenomenal participación del 87%, en especial en el corazón rural ultranacionalista de Turquía.

El analista turco Murat Yetkin pregunta si “Erdogan está encadenado al partido ultranacionalista del Movimiento Nacionalista (MHP), de extrema derecha conservadora y euroescéptica que encabeza el académico economista Devlet Bahceli”.

Es evidente que sin el 11,2% del ultranacionalista MHP, Erdogan no hubiera podido conseguir la mayoría solamente con su partido gobernante, Justicia y Desarrollo (AKP), que obtuvo el 42,4%: los dos juntos sumaron una mayoría del 53,6% —esto sin contar la fractura del MHP con el nuevo partido IJI (Bueno), que obtuvo entre el 7,3% (a nivel presidencial) y el 10% (en el Parlamento) de los votos—.

 

Más allá de las disensiones internas, estaríamos hablando de más del 20% de un voto ultranacionalista cuando el mundo se ‘desglobaliza’ por doquier y se reorienta al camino nacionalista.

El nuevo Erdogan no oculta la nostálgica megalomanía del anterior imperio otomano de proclividad irredentista, hoy país ‘pivote’ de gran relevancia geopolítica como cruce de Europa y Asia: “Turquía ha decidido tomar el lado del crecimiento, desarrollo, inversiones, enriquecimiento y ser un país con reputación, honorable e influyente en todas las áreas del mundo”.

Al portal Breitbart, cercano al presidente Trump, le disgustó el resultado electoral: aduce que los “autócratas del mundo felicitaron a Recep Erdogan”, como por ejemplo los presidentes Maduro de Venezuela y Putin de Rusia.

Pone de relieve que las nuevas reformas constitucionales le concederán al sultán “el poder de disolver el Parlamento, establecer decretos ejecutivos y declarar el estado nacional de emergencia”, además de “nombrar los puestos principales del Gobierno e interferir en el poder judicial”.

Para Breitbart, todos los que son rivales de EEUU son “autócratas”, y sintetiza una lista de los líderes que felicitaron a Erdogan: el presidente iraní, supuestamente elegido por su pueblo, Hasán Rohaní; el presidente palestino Mahmud Abbas; Haidar Aliyev, presidente de Azerbaiyán; el emir de Catar, Al Thani, y el presidente de Uzbekistán, Mirziyoyev.

Breitbart omite la felicitación de la canciller Angela Merkel de Alemania, donde habitan entre dos y tres millones de turcos.

Las otras felicitaciones de los supuestos ‘autócratas’, con la excepción notable del presidente de Venezuela, forman parte de las nuevas relaciones geopolíticas que mantiene Turquía con Rusia y con Irán.

Turquía, una potencia de primer orden en Oriente Medio con un conspicuo intervencionismo militar en Siria e Irak, ha mantenido su indeclinable solidaridad con Palestina y ha llegado a chocar diplomáticamente con Israel.

 

El país otomano mantiene una base militar poco publicitada en Catar, nada coincidentemente enemigo del restante de las otras cinco petromonarquías del Consejo de Cooperación del Golfo, hoy dislocado, y que encabezan militarmente Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.

Las relaciones de Erdogan con los mandatarios de Azerbaiyán y Uzbekistán son más que normales para cualquiera que conozca mínimamente los alcances ‘otomanos’ en la región del Turkestán, que los persas definen como la región de origen turco-mongol que va del mar Caspio pasando por Asia Central hasta Xinjiang: la provincia islámica suní de China.

Un punto vulnerable de Turquía serán sus finanzas con las que los ‘globalistas’ amenazan con desestabilizar al sultán con el fin quizá de tenerlo en jaque para que no rompa con EEUU ni con la OTAN ni se acerque demasiado a Rusia.

 

The Financial Times (26.06.18), rotativo ‘globalista’ vinculado a la banca Rothschild, expone la “angustia de los inversionistas” sobre la deuda turca y la política antiortodoxa desde el punto de vista monetarista/centralbanquista de Erdogan. Turquía ostenta una inflación superior al 12% y una devaluación de la lira turca del 20%, concomitante a la caída de la bolsa de Estambul de otro 20% cuando el incremento de los precios del petróleo y “el ambiente desfavorable de los mercados emergentes en general ha agudizado sus desequilibrios económicos”.

The Financial Times advierte también que el “crecimiento económico a ultranza” de Erdogan deberá ser yugulado, ya que de otra forma enfrentará “una crisis de desequilibrio de pagos” y una “posible intervención del FMI”. ¡Ni más ni menos que la reciente ‘argentinización’!

Otra fórmula del Financial Times consiste en “apretar las políticas monetarias y fiscales lo suficiente para reducir los desequilibrios, aún a expensas del crecimiento, que sería muy costoso en términos políticos”. ¿Qué tanto es “suficiente”?

 

EEUU y la OTAN, fuera de las ominosas presiones financieras de la City y Wall Street, no cuentan con muchas cartas en sus manos después de que Washington orquestara su fallito golpe de Estado contra Erdogan, lo cual fue considerado como un grave error por el exasesor de Seguridad Nacional de Carter, el recién fallecido Zbigniew Brzezinski, quien confesó que “EEUU estuvo detrás del golpe fallido en Turquía”.

Stratfor, una especie de CIA de las trasnacionales estadounidenses, comenta que Erdogan “mantendrá su política de línea dura contra los kurdos, socavará a sus rivales del movimiento Gulen, asentará la influencia de Turquía en todo Oriente Medio” y se posicionará como el líder del mundo islámico suní, pero “persistirán sus problemas económicos”, mientras se confronta con Europa, que practica un diferente tipo de “valores” en materia de derechos humanos debido a la Presidencia cada vez más autoritaria de Erdogan.

 

El rotativo turco Hurriyet expone al portavoz presidencial turco Ibrahim Kalm que no habrá “camino de retorno para la compra de los sistemas de defensa antimisiles rusos S-400 —que serán librados el año entrante—, pese a las amenazas de EEUU de aplicar sanciones”.

La tónica es hoy del nacionalismo: el portavoz agregó que, aunque Ankara, miembro bizarro de la OTAN, preferiría mantener buenas relaciones con su “aliado” EEUU, “no permitirá limitaciones a su soberanía”. El término “soberanía” está regresando al léxico universal después de haber sido borrado por los globalistas, hoy de capa caída cuando los liliputienses se rebelan contra el Gulliver ‘financierista’.

Tampoco Turquía hará caso a la exigencia de EEUU de cesar sus importaciones de petróleo de Irán: “Irán es nuestro vecino y un socio económico importante”, agregó el portavoz.Erdogan no se caracteriza por ser una persona fácil de doblegar, en particular ante la amenaza de una enmienda del Congreso de EEUU de imponer sanciones a los países y compañías que compran armas rusas con el pretexto de que el despliegue de los S-400 pondrían en peligro los vuelos de la OTAN, y en especial de los aviones furtivos F-35 que planea(ba) comprar Turquía.

Un artículo muy esclarecedor de Peter Korzun detalla cómo la “prohibición del Senado de EEUU de la venta de los aviones F-35 a Turquía es un ‘harakiri’ geopolítico”: alega que EEUU “no es un socio confiable” y alerta de que la India, quien también anhela obtener armamento ruso sofisticado, sufrirá similares presiones de EEUU.

Pese a los altibajos conocidos de Turquía y Rusia, con un pesado pasado de confrontación a cuestas —sumado del no muy lejano derribo de un avión ruso con la muerte de su piloto por los guerrilleros ‘turcomenos’ (en cielo y suelo sirios), además del asesinato del embajador ruso—, sus relaciones parecen haberse estabilizado a grado tal que Moscú librará sus S-400 a Ankara pese a las imprecaciones de EEUU, lo cual marcará el diapasón de la ‘operabilidad’ geopolítica y el verdadero margen de maniobra con el que dispone Erdogan, a quien le arrojarán todos los monstruos ‘financieristas’ de la City y Wall Street para devorarlo.

Alfredo Jalife-Rahme, 29 junio 2018

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