La tragedia de los refugiados y la hipocresía de la izquierda moral – por Jean Bricmont

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La acusación principal contra el ‘populismo”’se basa, no en el egoísmo, sino en el racismo: la ‘izquierda moral’, que se dice “anti-racista”, es mas bien favorable a una apertura que le favorece económicamente! J. Bricmont

 

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“Desconfiad de esos cosmopolitas que van a buscar lejos, en sus libros, deberes que desdeñan cumplir a su alrededor. Tal filósofo ama a los tártaros para estar dispensado de amar a sus vecinos“.

Jean-Jacques Rousseau, Emilio o la educación, primer libro.

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Nadie puede permanecer insensible ante la tragedia de los refugiados, incluso cuando se trata de “falsos refugiados” o de “refugiados económicos” y  uno sólo puede aplaudir los gestos de solidaridad con los refugiados, cuando son sinceros.

Pero el discurso de la izquierda moral sobre este asunto está lejos de ser tan noble. Por “izquierda moral” me refiero en Francias a gente como BHL [Bernard-Henri Lévy], Cohn-Bendit, Attali, los ecologistas, los periódicos como Libération y Le Monde, y una buena parte de la izquierda y de la extrema izquierda, que nos exhortan a “acomodar a los refugiados”, que constantemente critican al “pueblo” por su chovinismo, nacionalismo, racismo, o que sienten “vergüenza de Europa” (es decir, de los pueblos de Europa), con la falta de entusiasmo generado por la ola de refugiados en las poblaciones europeas. Esta falta de entusiasmo se refleja en las encuestas, en las manifestaciones en Alemania y en el apoyo popular en Hungría y en Inglaterra a la actitud firme de sus respectivos gobiernos.

Hay muchas preguntas que podemos plantear a la izquierda moral:

¿A cuántos refugiados quiere acoger? Se nos dice, y es verdad, que el número de refugiados que llega a Europa es mínimo en comparación con el número total de refugiados que huyen de diversas guerras. Pero es el tipo de información que no es probable que tranquilice a la gente a la que preocupa la actual ola de refugiados. En efecto, supongamos que ponemos un límite en el número de refugiados que un estado en particular está dispuesto a aceptar. ¿Qué hacemos si el número de refugiados que llega sobrepasa la cuota? ¿Los devolvemos, utilizando los métodos inhumanos que la izquierda moral condena? ¿Esperamos a que el flujo de refugiados se detenga espontáneamente?

Una vez que llegaron aquí, ¿que harán los refugiados? Se nos dice que buscan una vida mejor, lo que implica la búsqueda de un empleo. Pero ¿dónde encontramos puestos de trabajo? No dejamos de lamentar el desempleo masivo y hasta la izquierda moral reconoce esta realidad. Una posible respuesta es que en realidad hay puestos de trabajo, pero en la economía informal o sumergida. Pero decir esto es alentar a los gobiernos a “activar” a los desempleados todavía más, es decir, a obligarlos a tomar estos trabajos. Y es una ilusión creer que la llegada de nuevos trabajadores al mercado laboral (que es también un mercado) no ejerce una presión a la baja sobre los salarios y las condiciones de trabajo. Por lo tanto, no es sorprendente que sean las “clases populares” las que reaccionen, en general negativamente, a la llegada de los refugiados, y las capas privilegiadas, en las cuales se recluta el grueso de la izquierda moral, las que son favorables a esta llegada [1].

De manera más general, asistimos a una suerte de lucha de clases un poco novedosa y que no concierne sólo a los refugiados, todo lo cual se nos vende como “apertura”: las deslocalizaciones de empresas, la importación masiva de bienes producidos en los países con bajos salarios y la llegada de gente venida de tales países, principalmente de Europa del Este. Las clases populares son hostiles a eso y lo ven como un arma en manos de la patronal contra sus condiciones de trabajo y sus salarios, pero la gente que tiene un trabajo estable y cerrado a la competencia, los intelectuales, los profesores universitarios, los profesionales liberales, aplauden a menudo la “apertura” tratando de chovinistas y de racistas a quienes son reticentes a ella.

Podemos reprochar a los trabajadores que quieran evitar ser puestos en competencia directa con los más pobres que ellos, el ser egoístas. Pero la izquierda moral está en mala posición para dar lecciones de altruismo en momentos en los que el crecimiento de las desigualdades beneficia a los estratos sociales de los que forma parte. Sin embargo, tengo algunas dudas sobre la permanencia de su entusiasmo si los refugiados incluyeran un buen número de intelectuales y si estos pudieran competir directamente (como es el caso en los oficios de la construcción, la restauración o las tareas del hogar), con nuestros intelectuales. Pienso por el contrario que la opinión “ilustrada” consideraría rápidamente que “la situación es insostenible” y que “hay que hacer algo” para detener la afluencia de refugiados.

Es por eso que la acusación principal contra el “pueblo” se basa, no en el egoísmo, sino en el racismo, la izquierda moral es naturalmente “anti-racista”, es decir, favorable a una apertura que le favorece económicamente! Antaño, este tipo de altruismo tenía un nombre: hipocresía.

Por último, está la cuestión del terrorismo: por supuesto, la inmensa mayoría de los refugiados está, para repetir un lema, “en peligro y no [es] peligrosa”. Pero es suficiente con unos pocos individuos para desestabilizar un país. Después de todo, los recientes atentados en Francia y Bélgica fueron cometidos por unas pocas personas. Y si pensamos que la policía es tan omnisciente que puede detectar los raros terroristas potenciales entre los recién llegados, ¿cómo es que no impidió los atentados que ya se produjeron?

Mientras que no se responda a estas preguntas (¿y quién responde?), no deberíamos atribuirnos el derecho a insultar y a despreciar a los que las plantean.

A veces nos responden que “nosotros” tenemos que acoger a los refugiados porque “nosotros” somos responsables del caos provocado en los países de donde vienen. Pero, ¿quién es el “nosotros”? La población no tiene prácticamente nada que decir en materia de economia global (multinacionales) o de política internacional, al menos cuando toda la clase política y los medios de comunicación son unánimes sobre un tema dado, como fue el caso con las guerras humanitarias (por ejemplo, Libia) o el apoyo a las “revoluciones de colores”. Entonces, la izquierda moral casi siempre apoyó estas políticas en nombre del “derecho de injerencia humanitaria”. Hace falta un cierto descaro por parte de la izquierda moral para exigir a las poblaciones de aquí que acepten las consecuencias de una política catastrófica de la que no son responsables y que esa misma izquierda alentó con el mismo terrorismo intelectual (invocación a la religión de los derechos humanos, demonización “antifascista” de sus adversarios) utilizado hoy en día en el caso de los refugiados.

Se nos dice también que hay que resolver el problema “de raíz”. Pero, por ejemplo si hablamos del caso de Siria, no existen muchas soluciones: o bien el Estado islámico derriba el Estado sirio o bien éste último vence y contiene al Estado islámico. Es difícil ver que la oposición siria “moderada” (suponiendo que exista hoy en otro lugar que no sea en la imaginación de la izquierda moral y en las cuentas de la CIA) derroque tanto al gobierno sirio como al Estado Islámico. Obviamente, sólo la segunda solución podría tal vez ayudar a resolver el problema de los refugiados. Ahora, ¿quién está trabajando para poner en práctica esta solución? Rusia que, con su presidente, es constantemente demonizada por la misma izquierda moral. Los que pretenden hacer política de vez en cuando deberían dejar que la realidad interfiera en su forma de pensar.

En última instancia, en la cuestión de los refugiados se encuentra la cuestión fundamental de la soberanía nacional (esa misma soberanía que el derecho de injerencia humanitaria pretende combatir). Hay una gran diferencia entre ayudar libremente a la gente en peligro y ser obligado a hacerlo. O, en el caso de los refugiados y, en general, de la apertura de las fronteras y de la construcción europea, la población jamás es consultada. Las políticas de apertura son presentadas bien como una fatalidad, bien como un progreso que hay que aceptar sin discusión. De nuevo, la izquierda moral aplaude esta pérdida de soberanía y lo hace porque desconfía de la “xenofobia” del pueblo que podría rechazar estas políticas si se le pide su opinión.

Pero esto, en último término, sólo agrava la situación porque a nadie le gusta ser forzado a ser “altruista”, sobre todo cuando eso le es impuesto por personas que no lo son.

Siempre ha sido una locura creer que la situación de los derechos humanos sería mejorada por la guerra, y otra, creer que la amistad entre los pueblos va a aumentar debido a los desplazamientos de población, acompañados de cursos de moralidad.

Jean Bricmont, 06 octubre 2015

 

Fuente original

Fuente traduccion

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Nota:

[1] Según Le Monde, “Los altos directivos y profesionales que viven una mundialización feliz son claramente favorables a la acogida de los inmigrantes, mientras que las categorías más populares, particularmente los obreros, son hostiles”. También se puede pensar en la caricatura de Plantu, dibujante de Le Monde, que representa a los migrantes, en color y sonrientes, dispuestos a trabajar el domingo frente a los trabajadores franceses en gris, enojados y defendiendo el código del trabajo en contra de sus patronos.

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