El nacionalismo blanco de la “Alt-Right”, o la tentación identitaria estadounidense que elude la cuestión social

356247347467

El movimiento del pensamiento Alt-Right (Derecha alternativa) descrito en este artículo no tiene realidad institucional, o incluso una definición clara. El término, acuñado por Richard B. Spencer, ha tomado una nueva dimensión a la luz de la elección de Donald Trump. Se podría decir que la “Alt-Right” existe en el vacío, definida por sus oponentes: la prensa, los grupos de presión y los partidos dominantes. El sistema político-mediático, que fue rechazado de nuevo el 8 de noviembre de 2016 por una mayoría de los votos electorales, incluye bajo el término peyorativo “Alt-Right” todo lo que no le conviene: la derecha dura, el racismo, el fascismo, el nazismo. A imagen de lo que se ha hecho con el Frente Nacional en casa [Francia].

En su edición del domingo 2 de diciembre, el New York Times se interesa por la nueva nebulosa del “orgullo blanco” americano. Bajo el nombre de la Alt-Right (Derecha alternativa), ha surgido una tendencia con ocasión de la muy dura campaña presidencial, una tendencia minoritaria pero lo suficientemente inquietante a los ojos del muy influyente periódico de las élites de la costa este, como para justificar un largo artículo.

La Alt-right, movimiento político sin estructura política clásica, conocerá la consagración con un discurso dedicado de Hillary Clinton, a finales de agosto de 2016, en el que acusa a su oponente republicano de “explotar esta nueva forma de la supremacía blanca”. Es verdad que los principios de su fundador, Richard B. Spencer, son más bien directos:

“No estamos destinados a vivir en la vergüenza, la debilidad y la desgracia. No rezaremos para hacernos aceptar por algunas de las criaturas más despreciables que el mundo haya presentado jamás”.

Hacer América (blanca) grande otra vez

El NYT conecta este movimiento de derecha “blanco” o pro-blanco al mucho más estructurado y reconocido de Stephen K. Bannon, el ex-patrón de Breitbart News – Bannon mismo reconoce que su plataforma sirve a los intereses de la Alt-Right -, convertido en asesor del presidente Trump en materia de política interna. Esto incluye las minorías, sujeto cuán sensible y cuán explotado al otro lado del Atlántico. Durante la campaña, sin ser partidarios absolutos, los miembros de la Alt-Right sostuvieron a Donald Trump en todas sus salidas populistas o supuestamente racistas. Vieron detrás de los discursos del multimillonario que se comprometió a “hacer América grande de nuevo”, intenciones ocultas que se corresponden con las suyas: el reconocimiento de la raza blanca, que hizo América, y que sufre hoy de multiculturalismo, una cohabitación forzada debida a las élites anti-estadounidenses que se transformó en guerra interracial y en un tirar al pueblo de Estados Unidos hacia abajo. Las comunidades negras e hispanas están en el visor.

Curiosamente, a través del análisis del NYT, adivinamos sin dificultad que el sistema ve con malos ojos esta emergencia de un orgullo blanco, mientras que – por razones de dominación social – exalta el orgullo de las minorías negra, feminista y homosexual. Esta no es la menor de las paradojas de la problemática de la Alt-Right. Una cosa es segura: en este movimiento se mezclan tanto anti-sistemas como identitarios blancos. Las condiciones político-históricas de los Estados Unidos hacen que la contestación al sistema pase hoy por un reconocimiento de la comunidad blanca, lo que en última instancia conviene a los asuntos de la oligarquía, que siempre ha escamoteado la problemática social (la lucha de clases) con la problemática racial. En este sentido, el movimiento de la Alt-Right no es tan anti-sistema más que eso. Pero prosigamos con el análisis del NYT

Podría llamárseles unos super-identitarios, mucho más radicales que los identitarios franceses, que no son tan explícitos. Donald Trump no ha condenado las salidas de estos fundamentalistas blancos porque no eran parte de sus militantes oficiales, aunque para ello tuviera que explicar una vez que sus tesis no tenían nada de “nazi”. Los neonazis americanos se han reconocido sin embargo en él, pero no le dieron la victoria: estadísticamente y electoralmente, pesan poco. Aún así, fueron muy activos durante las grandes batallas mediáticas de septiembre y octubre de 2016, funcionando como un sólo hombre sobre los adversarios ideológicos declarados de “su” representante. Lo que entusiasmó – negativamente – a los medios de comunicación de masas, buscando sobrecargar el peso de la bolsa malpensante del candidato “equivocado”.

Por lo tanto, los periodistas pro-sistema han sido atacados en Twitter por norma, sobre todo si eran reconocidos como judíos. Los activistas de la Alt-Right establecieron a este propósito un conjunto de reglas tipográficas para denunciar a los periodistas judíos anti-Trump en las redes sociales, por ejemplo, dándoles tres pares de paréntesis, “!”. Para ellos, no hay duda de que estos periodistas trabajan para el sistema y contra Trump. A su vez, bajo la férula de Spencer, la Alt-Right defiende un programa muy simple: no perseguir a los periodistas judíos, sino imponer una moratoria de 50 años sobre toda inmigración a los Estados Unidos. Según él, “la raza es real, la raza cuenta, y la raza es el fundamento de la identidad”. Se puede ver fácilmente un eco del Black Lives Matter, “Las vidas negras importan”, coreado por los activistas negros contra las violencias policiales, sobrentendidas “blancas”.

Allí, las amalgamas se fusionan verdaderamente sin límites. Existe el riesgo real de ver al pueblo blanco, después de medio siglo de tolerancia con respecto a los negros, practicar una política de identidad antinegra. Algunos observadores acusan ya a Trump de ser un líder blanco para los blancos. Los brazos en alto en las reuniones de la Alt-right son bastante embarazosos para el nuevo presidente de Estados Unidos. Precisamente, y el artículo del NYT no repara en ello, Alt-right resuena extrañamente a “Alt-Reich” (Altreich), el Reich fantaseado que los nazis querían encontrar (mediante las investigaciones arqueológicas de Himmler y sus servicios) o reconstruir (por las armas). En primer lugar, por los territorios sobre la base de la historia europea, y, finalmente, por las creencias nórdicas. El Altreich era esa mezcla de alma y suelo. La Alt-Right norteamericana reivindica su compromiso con su comunidad y con la tierra americana. Un “Blut und Boden” a la salsa de Estados Unidos.

Veamos ahora cuáles son las personalidades que simbolizan esta nueva tendencia. En la nebulosa “blanca” encontramos a David Duke, el antiguo líder del KKK, a Jared Taylor al frente de la revista y el sitio web de American Renaissance, a Kevin McDonald, profesor de psicología retirado cuya “trilogía sobre la influencia judía es una piedra angular del movimiento”, o también a Andrew Anglin, que dirige el sitio web neonazi The Daily Stormer (en referencia al Stürmer alemán de los años 30). Su credo: el retorno de los inmigrantes a casa. Sin embargo, el New York Times reconoce que no todos son racistas. Por lo tanto, se trataría más de “nacionalistas blancos” que de “supremacistas blancos”, el supremacismo induce las nociones de racismo y de superioridad. Entonces, habría que hablar más bien de separatismo.

Según un especialista en los movimientos “blancos”, a los que sigue desde hace 17 años, “esta es la primera vez que se les ve declararse por un candidato”. Por su parte, Trump naturalmente rechazó a estos aliados embarazosos, particularmente los excesos de lenguaje de Spencer, pero sus ataques al establishment han encontrado un eco favorable en esta franja de población, en otro tiempo relativamente ignorada u ocultada por los medios de comunicación. Esto es lo que ha producido una ruptura con el aparato clásico republicano, que también está unido al establishment como el aparato demócrata. En este sentido, Trump llevó a cabo una campaña anti-sistema, basada sobre poblaciones y movimientos que no era evidente reunir. Su programa, muy coherente, consiguió esta exitosa fusión para disgusto de la clase política, de los medios y los encuestadores, que componen este sistema de dominación y contribuyen a su mantenimiento.

Así, Trump, ¿nacionalista blanco o político oportunista que supo sentir las aspiraciones de una América oculta, culpabilizada durante mucho tiempo por la ideología racista dominante?

Respuesta del bloguero Alt-right de Millennial Woes (Males milenarios):

“Creo que lo único que quiere restaurar es la América que conocía de joven o incluso de niño. Y creo que él sabe probablemente en algún nivel que la forma de lograr esto es tener más personas blancas aquí y menos personas de color”.

Spencer, piensa que “Trump es el primer paso hacia una política identitaria a favor de la euro-americanos”, una expresión que puede oponerse de manera segura a los afroamericanos. Desde 2014, Bannon trató de construir un puente entre el ala derecha estadounidense (Alt-Right) y algunos movimientos populistas europeos. Las gigantes manifestaciones contra el matrimonio gay en Francia e Italia fueron la ocasión de hacer emerger los mayores movimientos de protesta política contra la socialdemocracia. Bannon es muy optimista sobre el hecho de que el Frente Nacional francés podría, con el tiempo, reunir este movimiento de resistencia global. No ahorra elogios sobre Marion Maréchal Le Pen, a quien conoció después de la elección de Trump.

La Alt-right toca también a los cristianos conservadores (el movimiento Tea Party), más integrados en el sistema americano, pero tentados por la revuelta, dado el fracaso de sus representantes anteriores. Sin embargo, los jóvenes Alt-Right no son conservadores, ni siquiera nostálgicos: a menudo ignoran la historia de su país y casi la totalidad de la política clásica. Para ellos, el multiculturalismo tiene que combatirse, no para regresar a un pasado étnicamente “puro”, sino para no desaparecer en tanto que blancos. Casi podríamos decir que este movimiento de defensa identitaria es un componente cada vez más identificable del multiculturalismo global, a imagen de los movimientos identitarios negros y latinos.

Políticamente, el movimiento Alt-Right ciertamente no es masivo, pero su influencia en las ideas, en las estructuras mentales de una América dividida, acosada por la duda, aumenta gracias a su actividad en Internet. Por ejemplo, y esto no es nada despreciable, el joven pero muy numeroso público de los “gamers” está muy penetrado por las ideas de la Alt-Right. En Francia también, sin darse cuenta, y fueron censurados por esto por el muy polémico (para la prensa de masas) foro jeux-videos.com. Un foro no tan apolítico como se cree…

Precisamente, según el New York Times, internet habría liberado nuestros instintos más bajos (no se olvide que el NYT se ve amenazado por la influencia de la Red). Mientras que otros movimientos tenían sus discursos y sus militantes, la Alt-Right “trolleaba” a muerte en la red. Hay que decirlo: han acosado a periodistas (a veces duramente) opuestos a Trump enviándoles mensajes amenazantes, fotos de sus hijos… Los periodistas judíos fueron especialmente señalados, o aquellos cuyos nombres tenían una consonancia judía. La “Troll army” del Daily Stormer ha desplegado una agresividad jamás vista en este campo. Ante el flujo de ataques ad hominem, en noviembre de 2016, muchas cuentas de Twitter de autores Alt-Right fueron cerradas, incluso la de Spencer.

En conclusión, la Alt-Right es minoritaria demográficamente, pero son los precursores, de acuerdo con el politólogo Carol Swain, de una toma de conciencia que toca a toda la comunidad blanca, que en realidad no existía como tal hasta entonces, y que siente, al igual que una minoría, que su identidad está “under attack“.

El New York Times equipara el aumento del orgullo blanco a una amenaza para la democracia, mientras que este periódico pro-sistema, que encarna él mismo al sistema ya que es su portavoz mundial, siempre ha promovido la sociedad multicultural, que se ha convertido en una realidad. Incluso se puede hablar de una sociedad multiracista. Toca a los blancos organizarse en minoría activa según el modelo de los negros o de los latinos, lo que no llevará a América a ninguna parte, el modelo de apartheid de Sudáfrica no funcionó por mucho tiempo. El modelo racista de Israel no tiene tampoco mucho futuro.

Sin embargo, hay un apartheid político y un apartheid de hecho: este último está basado en duras realidades sociales. Este es el que une en la miseria a la mayoría de los negros, de los latinos y de los blancos pobres, cuya organización política – se le llama izquierda contestataria – no debe ver la luz en absoluto en los Estados Unidos, ya que la cuestión social vendría a asentarse sobre la cuestión racial. Que, de hecho, conviene al sistema. Porque mientras los explotados estén desunidos, los explotadores estarán tranquilos. Los “pequeños blancos” justamente anti-sistema del movimiento Alt-right, en lugar de entrar en un conflicto interétnico triangular, deberían ver más bien en su situación una solidaridad de hecho con los negros y los latinos, delante de los cuales no es necesario añadir el prefijo “pequeños”. Donde se adivina toda la ingeniería de la racialización o de la etnización de la protesta…

Redaccion Igualdad y Reconciliacion, 7 diciembre 2016

Fuente original

Fuente traduccion

 

Print Friendly, PDF & Email