Lo que la política de género esconde (2ª parte) – por Xavier Bartlett

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Cómo hemos llegado a la violencia de género

Actualmente, los espacios informativos de todos los medios de comunicación suelen abrir con noticias de gran impacto negativo, y en este sentido aprovechan ampliamente todos los casos de asesinato de una mujer, lo que se califica como violencia de género o violencia machista. ¿Es esto algo nuevo y alarmante, una lacra insoportable para la sociedad? No quiero en modo alguno minimizar los hechos ni su gravedad, desde un abuso o maltrato (ya sea físico o psicológico) hasta llegar al asesinato o al suicidio. Pero la historia nos dice que por desgracia esos hechos siempre han estado presentes en la vida conyugal o doméstica en todas las culturas, y tanto del hombre hacia la mujer como de la mujer hacia el hombre. Hace unas pocas décadas tales crímenes se consideraban “pasionales” o “conyugales” y salían esporádicamente en las noticias de sucesos. Por supuesto, el motivo de tales asesinatos no tenía que ver con el sexo de las personas, sino con cuestiones de celos, infidelidades, dinero, separaciones, disputas personales, drogadicciones, venganzas, desequilibrios psíquicos, y un largo etcétera. Esto lo entendía todo el mundo.

Sin embargo, desde hace unos 20 años, y coincidiendo con el auge de los fenómenos ya citados del activismo gay y el feminismo, esa “antigua” violencia conyugal o de pareja fue rediseñada política e ideológicamente a nivel global para crear un determinado estado de opinión social, acompañado de una difusión masiva de nuevas conductas. De repente, cualquier episodio de maltrato –ya no digamos asesinato– del hombre hacia la mujer pasó a un primer plano mediático y se creó un clima de grave alarma social. Al mismo tiempo, la violencia de todo tipo de la mujer hacia el hombre (física o psicológica) simplemente desapareció del mapa; dejó de existir. A modo de ejemplo, véase que la propia administración en España desde 2007 dejó de contabilizar en sus estadísticas los asesinatos de hombres, incluyendo los cometidos por sus parejas femeninas. Asimismo, tampoco existen, oficialmente, los actos de violencia o abusos entre parejas del mismo sexo. En otras palabras, estamos ante la negación de la realidad social, que es sustituida por la realidad del Gran Hermano.

El caso es que desde ese momento se dejó de hablar de crímenes conyugales y se pasó a hablar de violencia de género; esto es, del “género” masculino (y sólo heterosexual). Véase una vez más la maniobra manipulativa del lenguaje: es el género masculino el que maltrata y mata. La mujer es la sufridora y la víctima; esto es, es el hombre –por el solo hecho de ser varón– el que mata a la mujer “por ser mujer”. De este modo, se ha creado un estereotipo de hombre caracterizado por la agresividad y bestialidad propia de los “machos”, frente a la inocencia y pureza de las mujeres. En resumidas cuentas, el actual concepto de violencia de género da por hecho que hombre (heterosexual y tradicional) es sinónimo de control, posesión y finalmente violencia sobre la mujer. Como consecuencia de esto, se ha instalado un enorme sentimiento de culpa en muchos hombres por el hecho de ser hombres y por querer tener relaciones con las mujeres.

Pero todavía se ha retorcido más el asunto, al llegar actualmente al término de violencia sexista o machista (incluso he llegado a oír la expresión terrorismo machista). Vamos a ver, que yo recuerde, “machista” era el hombre que tenía actitudes arrogantes, prepotentes y de superioridad hacia las mujeres, pero no necesariamente despectivas ni mucho menos violentas. Era un modelo de cultura patriarcal y sobreprotectora de la mujer, muy tradicional en nuestra sociedad (y más marcada en las culturas islámicas, por ejemplo), que incluso era compartido por algunas mujeres. En realidad, estaríamos hablando de patrones de conducta heredados desde hace siglos, no de rasgos propios de uno u otro sexo[1]. En todo caso, el machismo, tal como se entendía convencionalmente, nunca mató a ninguna mujer, ni ahora tampoco. Podemos discutir y criticar tales conductas cuanto queramos, pero del machismo al maltrato y al asesinato hay un trecho enorme. Las causas subyacentes de los abusos o asesinatos –que ya hemos citado– son básicamente las mismas que hace décadas o siglos, y pueden aplicarse tanto a un sexo como a otro.

Inauguração do Serviço de Hidroterapia do Programa de Reabilitação em Câncer da Rede Lucy Montoro em comemoração ao Dia Internacional de Luta contra o Câncer Infantil + Descerramento de Placa do Departamento Regional de Saúde + Lançamento de Ed
Comisaría de polícia específica para la defensa de la mujer (Sao Paulo, Brasil)

 

En todo caso, esta táctica del lenguaje ha sido muy hábil porque el siguiente paso será saltar directamente a la “violencia masculina”, identificando lo machista a lo masculino en general, metiéndonos a todos los hombres en el mismo saco. O sea, tener actitudes masculinas (o viriles) hacia la mujer será considerado machista, y de ahí a criminal directamente. Con ello llegamos a los mensajes subliminales de gran potencia: los hombres tradicionales son unos trogloditas que sólo quieren explotar, someter y vejar a las mujeres. En cambio, los homosexuales no molestan a las mujeres; antes bien, son como ellas: modernos, libres, sofisticados, sensibles, etc. ¿Lo van pillando?

 

La legislación sobre la violencia de género

Tengo que confesar que escribir sobre esta cuestión del género me produce asco, repulsión y náusea, pero donde las cosas ya superan todo lo imaginable es en la política legislativa implantada por los estados (bajo órdenes superiores de los amos del mundo) sobre la violencia de género y muy especialmente en el caso de España, que es la campeona en esta materia. Vamos a diseccionar los hechos, a presentar datos y realidades, y luego que cada cual extraiga sus conclusiones.

Sólo a modo de introducción, cabe señalar que desde 1944, bajo mandato franquista, existían unas circunstancias agravantes que velaban por la especial protección de las mujeres en caso de violencia, por su propia condición femenina (supuestamente en una posición de natural indefensión). Esto fue abolido por los socialistas en los años 80 al considerar que el estado no podía atribuir a las mujeres un papel de inferioridad o incapacidad, como si fueran niños que necesitaran de una protección especial y constante. Esto cambió radicalmente a finales de 2003 con la aprobación de la Ley de protección integral en contra de la violencia de género, que ha sido muy recientemente actualizada y ampliada, con el consenso de todas la fuerzas políticas parlamentarias. Hace unos años el partido Ciudadanos intentó tímidamente proponer un cambio de orientación de dicha ley, igualando la violencia de uno y otro sexo y equiparando las penas. Apenas hecha la propuesta, les saltaron a la yugular desde todos los ámbitos institucionales y los medios de comunicación y, lógicamente, recularon de inmediato.

 

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Al varón se le supone como potencial agresor (pintada feminista en Barcelona)

Para los sucesivos gobiernos, el despliegue de esta ley ha sido uno de los pilares de la política de género y un elemento clave en toda su política social. Actualmente existen en España nada menos que 106 juzgados específicos para tratar de la violencia de género; es decir, sólo para juzgar a hombres, pues esta legislación presupone tres hechos básicos: 1) que sólo es el hombre el que tiene conductas agresivas y violentas contra su pareja femenina; 2) que dichas conductas son intrínsecas del varón (como si fuera algo genético e insalvable, parte de la propia naturaleza masculina), y 3) que la agresión o crimen se comete sobre la mujer por el solo hecho de ser mujer. En suma, la filosofía que sustenta la ley es que todo hombre –por ser hombre– es un potencial agresor, maltratador, violador o asesino, y que su mortal enemigo es la mujer.

Por consiguiente, la violencia de género sólo funciona en un sentido y la mujer es siempre la víctima que debe ser protegida y reivindicada por el estado. Como ya he apuntado antes, se elimina la posibilidad de la “maldad” en la mujer o en las personas homosexuales con sus parejas. Así pues, cualquier caso de violencia ejercida hacia el hombre por su pareja queda enmarcado en el apartado de la llamada violencia doméstica u otras categorías, con un tratamiento penal distinto y más leve. Pero con la nueva versión de la ley, ya no sólo se habla de violencia de género en el ámbito de la pareja o el entorno doméstico, sino que cualquier agresión a una mujer por parte de un hombre –sin que haya relación entre ambos– será considerada violencia de género. Por lo tanto, estamos en un escenario en que todos los crímenes contra mujeres lo son por razón sexista (“machista”) y como tal han de ser tratados y contabilizados por el estado.

 

Aplicación y efecto de la violencia de género

La ley española sobre violencia de género ya lleva más de una década de aplicación y ha instaurado un escenario de total discriminación y persecución del varón, por encima de la realidad de los hechos, con una serie de lesivas medidas preventivas (antes de juicio o de cualquier resolución) y posteriores a la sentencia, incluso aunque el hombre haya resultado absuelto. Por simplificarlo en un escenario típico, ante una disputa entre hombre y mujer, ésta puede denunciarlo y forzar el encarcelamiento preventivo de su pareja durante tres días aunque no haya pruebas aparentes de violencia. El hombre carece de presunción de inocencia y la palabra de la mujer es tomada como verdad indiscutible. De inmediato, con la denuncia en la mano, la mujer puede pedir al estado una pensión de 400 euros mensuales durante 11 meses, que será mantenida aunque luego se pruebe que la denuncia era falsa. Asimismo, podrá disponer de vivienda a precio reducido o incluso se le facilitará una gratuita, o estará exenta de pagar la Universidad. Además, tampoco abonará nada por las costas del juicio, que van a cargo del estado. Entretanto, el hombre pasará a engrosar una lista de “delincuentes sexuales”, aunque finalmente sea exculpado de las acusaciones.

Y por supuesto, ante estas denuncias, el varón ya se puede ir despidiendo de la custodia de los hijos (ni siquiera compartida), aunque hay que reconocer que el hecho de conceder la custodia a la mujer en casos de separación o divorcio se va extendiendo como una costumbre fuera de discusión[2]. Pero incluso cuando hay custodia compartida y un padre reclama legalmente ver a sus hijos, a los medios de comunicación les falta tiempo para montar escenas de drama, injusticia y reivindicación ante unos niños arrebatados a su madre por la fuerza.

Sin embargo, poco o nada se dice ni se hace en las situaciones en que es el hombre la víctima de una agresión (física o más habitualmente psicológica). Sólo a efectos mostrar el impacto de paranoia de género, incluyo a continuación el testimonio de una persona afectada, con todo el drama personal que ha tenido que acarrear. Un hombre llamado Manuel, residente en Valencia, explicaba lo siguiente[3]:

“Yo tenía una familia, mi mujer y mi hija, eran todo para mí. Mi esposa fue maltratada desde pequeña y siempre tuve miedo de que reprodujera conmigo lo que había aprendido. Y así fue, años y años de peleas, gritos, insultos, acusaciones falsas, patadas bajo la manta y burlas. Nunca era suficiente y nada era del todo bueno. Yo nunca me fui por mi hija, tenía miedo de que creciera con una imagen equivocada de su padre. Sin embargo, un fin de semana tuvimos una discusión muy fuerte y mi mujer me pegó. Mi reacción fue denunciarla porque me dije que si lo permitía una vez, volvería a ocurrir. Y a pesar, de ser yo la víctima, tuve que abandonar mi hogar y dejar a mi hija.” 

 

Casos como éste revelan que los hombres también son objeto de esa violencia y que normalmente no se atreven a denunciar por el ridículo (o el qué dirán), por no destruir el entorno familiar, por carecer de asesoría jurídica apropiada o por simple debilidad o complejo de culpa frente a la mujer. Lo peor es que el número de suicidios de varones a causa de esta problemática ha llegado a constituir un 70% del total de suicidios.

 

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Campaña de la Guardia Civil sobre la violencia a cargo de los dos sexos, que fue durísimamente atacada por las feministas

 

Aparte quedarían los casos de asesinatos de hombres a manos de sus mujeres, que si bien en un pasado reciente eran inferiores a las cifras inversas, tampoco estaban muy lejanas, pero –como ya se apuntó– tales datos han desaparecido de las estadísticas oficiales desde hace una década. Con todo, recurriendo a datos oficiales del Ministerio de Interior, podemos saber que en 2017 las mujeres cometieron 22 asesinatos u homicidios y 37 tentativas de asesinato u homicidio, la gran mayoría en el ámbito doméstico/familiar. No obstante, y con el apoyo incondicional de los medios, el poder sólo expone la brutalidad masculina día sí y día también a través de casos de maltrato y asesinatos, así como de violaciones, como el reciente caso de “la manada”. Por supuesto, como cualquier persona en su sano juicio comprende, se trata de situaciones muy duras y terribles, pero totalmente esporádicas y puntuales en el conjunto de la población. Es una táctica utilizada una y otra vez por los manipuladores en varios asuntos: se toma el todo por la parte, y se magnifica cuanto sea necesario. En este caso, se masculiniza el problema y así se justifican las medidas draconianas. En suma, en vez de afrontar el problema global de la violencia, se lo tergiversa y utiliza como estandarte de la política de género.

Por otra parte, para ir adoctrinando a los jóvenes se montan campañas públicas y mediáticas para denunciar el acoso del varón hacia la mujer (¡pero nunca al revés!), en temas como las llamadas insistentes al móvil u otras conductas obsesivas, que pueden ser perfectamente propias de los dos sexos. Y ya a estas alturas se está llegando a la paranoia de que los besos robados, los piropos, etc. pueden constituir “acoso sexual” a las mujeres y deben ser denunciados. Del mismo modo, cualquier insulto o palabra fuera de tono, o incluso no dejar ver a la mujer un programa de TV puede ser considerado “violencia de género”. Sin comentarios…

 

La perversión total de la verdad y del derecho

La activista británica Erin Pizzey decía que: “Las estadísticas británicas muestran que la violencia doméstica se reparte casi equitativamente entre hombres y mujeres. Da igual lo mucho que lo digas o que lo señales. Goebbels dijo que si cuentas una mentira el tiempo suficiente, puedes lavarle el cerebro a toda una comunidad. Y eso es lo que ha pasado”. En efecto, si se estudia a fondo y de manera imparcial la cuestión de la violencia de género, no se tarda en descubrir que se trata de una gran maniobra de ingeniería social, basada en la manipulación, el engaño y la injusticia.

Por de pronto, la fachada mediática e informativa es muy hábil en presentar cierta parte de la realidad de esta violencia, sobre todo la más emocional o dramática, pero los datos apuntan a cosas bien distintas. Así pues, las cifras muestran que España, el país donde mayor dureza adquiere la ley, es uno de los países europeos con menor número de mujeres agredidas por sus parejas. En efecto, España está en la cola de los casos de “violencia de género”, aunque las encuestas sobre la percepción de tal violencia ponen a España en los primeros lugares[4]. Esto indica que la maniobra propagandística hace bien su trabajo: la percepción no tiene correlación con la magnitud real del problema.

 

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Encuesta de la UE sobre violencia contra las mujeres (2012)

 

Por otro lado, no se hace público que, si bien el número de denuncias es muy grande, luego resulta que muchas de tales denuncias (hasta un 45% en 2016) se muestran falsas o al menos no probadas[5]. Si nos referimos a datos concretos, por ejemplo en 2011 se pusieron 134.002 denuncias por violencia de género; de éstas, 102.627 (un 76%) terminaron en exculpación, ya sea por absolución (en 20.893 casos) o bien porque ni siquiera se llegaron a juzgar (en 81.734 casos). A pesar de ello, aunque el hombre sea absuelto de los cargos, ya queda estigmatizado y deberá soportar una carga social, laboral y personal que le puede afectar gravemente durante toda su vida.

En cuanto a los asesinatos de mujeres, si bien una sola víctima ya es un drama humano, las cifras desde 2004 muestran que la cantidad total nunca ha superado las 76 víctimas por año, y más bien ha tendido a estabilizarse, sin que la ley haya hecho nada por mejorar la situación en todos estos años. Con todo, en una reciente encuesta de 2017 sobre los problemas que más preocupan a los españoles, la cuestión de la violencia de género sólo alcanzaba un mínimo 1%.

En cualquier caso, las denuncias no paran de sucederse porque ya se han convertido en un gran negocio que algunos llaman “la industria del maltrato”, dado que la propia Unión Europa subvenciona generosamente a las asociaciones feministas para que se interpongan las pertinentes denuncias y para que el problema se haga bien visible socialmente. Además, como ya hemos mencionado, la sola denuncia otorga a la mujer una prestación, que la hace dependiente de las consignas y los beneficios del estado protector. O sea, aunque los casos reales de violencia resulten ser muchos menos de los que la propaganda exhibe, las denuncias no se reducen porque las asociaciones feministas reciben fondos según la cantidad de denuncias presentadas.

No obstante, lo más grave de esta ley es que cualquier noción de equidad o justicia ha sido borrada completamente hasta el punto de recibir críticas tanto aquí como en Europa por su evidente quiebro al derecho internacionalmente reconocido e incluso a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU. Para muchos expertos, la ley es completamente anticonstitucional en muchos de sus puntos y vulnera de manera flagrante los principios de la igualdad de sexos, la no discriminación por sexo y sobre todo la presunción de inocencia. Me gustaría saber hasta dónde llegan las amenazas de los amos del mundo para acallar las bocas de políticos y de jueces y me pregunto si a estas alturas queda alguno que al menos tenga remordimientos, si bien entiendo que muchos simplemente han sido víctimas de un profundo lavado de cerebro. En resumidas cuentas, estamos ya ante la imposición del estado totalitario orwelliano en que la verdad no importa, y los conceptos de mal y bien son redefinidos a criterio de la autoridad.

Para finalizar este tema, adjunto aquí el vídeo de una interesante entrevista de la periodista Alish a la activista Prado Esteban sobre la cuestión de género en general y la ley de violencia de género en particular, y que incide en el trasfondo del asunto que más adelante ampliaremos: la destrucción del amor y la entronización del odio y el miedo.

 

Una maniobra que viene de lejos

Hemos visto aquí todo lo que supone la política de género implantada en todo el mundo y sus efectos sociales, más apreciables en determinados países. Lo que nos resta por tratar es la cuestión más importante: ¿de dónde ha salido esta política, qué motivaciones tiene y cuáles son sus propósitos finales? Reconozco que en mi modesta investigación me faltan bastantes piezas, pero lo que sí parece claro es que estos planes que ahora se aplican a toda velocidad se fraguaron hace nada menos que medio siglo, en los años 60.

A modo de introducción, citaré una anécdota del todo verídica para ponernos en situación y calibrar la profundidad de la ingeniería social desplegada. El 20 de marzo de 1969 en una conferencia anual de pediatras celebrada en Pittsburgh (EE UU), un médico llamado Richard Day (1905-1989) sorprendió a sus colegas con su ponencia, en la cual realizó un pronóstico a varias décadas vista de lo que iba a suceder en la sociedad americana (y mundial) en lo que se refiere al control de la población[6]. Básicamente, Day habló de que desde las instancias de poder se veía con preocupación el tema de la superpoblación del planeta y que se iba a actuar en consecuencia. Para ello se iban a implementar una serie de políticas que serían vendidas a la población con un discurso aceptable, aunque había otro discurso o propósito real subyacente que no se iba a expresar abiertamente.

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Generalización de los métodos anticonceptivos

 

Según Day, la gente se vería obligada a aceptar los cambios, porque así estaba dispuesto, y de este modo se irían imponiendo una serie de medidas tendentes al sometimiento de la población a los designios de los dirigentes. Estas medidas se centrarían sobre todo en la restricción y estricto control de la reproducción, favoreciendo el sexo sin reproducción y la reproducción sin sexo, así como la generalización de los métodos anticonceptivos y del aborto (que no sólo dejaría de ser un crimen sino que sería sufragado por el estado). A su vez, la educación sexual se orientaría cada vez más a los niños más pequeños y se les inculcaría la cultura de la contracepción. Asimismo, se impulsarían políticas globales de estímulo a la homosexualidad y de disolución de las familias, mediante el divorcio y modos de vida que entorpeciesen la vida familiar. Y finalmente, la guinda del pastel: se implementaría una tecnología de reproducción humana sin sexo; esto es, los bebés serían productos de laboratorio.

Aparte, se favorecería la eutanasia, evitando que los mayores viviesen demasiado y que fuesen una carga para la sociedad. Para ello, la sanidad se iría restringiendo progresivamente, obligando a una estricta identificación para poder acceder a los servicios sanitarios, lo que justificaría la posterior inserción de implantes (microchips) para otros menesteres. En cuanto a la atención médica en sí, sería llevada a cabo por profesionales corporativos que se plegarían a las directrices y protocolos superiores. Entre otras cosas, surgirían nuevas enfermedades incurables difíciles de diagnosticar y se ocultarían completamente las curas efectivas para el cáncer. En la misma línea, se procuraría una dieta cada vez peor, con comidas precocinadas, comida-basura, etc., y se procuraría una amplia difusión de las toxicomanías y adicciones (alcohol, drogas, tabaco…). Yendo más allá, Day afirmó que en un futuro cercano se podría llevar a cabo un estricto control alimentario creando artificialmente escasez de alimentos, e incluso que se podría modificar el clima con fines similares, forzando sequías o fuertes lluvias en zonas concretas.

El doctor Day también se refirió a otros aspectos de la vida cotidiana que serían objeto de control (o ingeniería), como por ejemplo una educación perfectamente medida y orientada a que los niños no aprendiesen nada y que en el futuro el conocimiento fuese súper-especializado. En otro orden de cosas, se fomentaría el miedo y la inseguridad mediante la propagación del crimen, el terrorismo, y los desastres y accidentes. Y el sexo pasaría a ser objeto de consumo con mayor presencia en todas partes. En general, tanto la pornografía como la violencia se harían cotidianas y explícitas en el mundo del espectáculo y en los medios. Day también pronosticaba una fusión de las religiones, instaurando una creencia única aceptada por toda la Humanidad (sólo le faltó decir luciferina), y una progresiva pérdida de las soberanías nacionales a favor de un régimen político global y de un sistema económico-financiero unificado.

Todo esto fue dicho, no lo olvidemos, en 1969 por un médico que era obviamente partidario de una política de eugenesia global. De hecho, Day era director del Centro Nacional Médico de la oficina de Planificación Familiar, una entidad sostenida con el patrocinio de la Fundación Rockefeller. Ahora podríamos decir que estas declaraciones fueron falsificadas o tergiversadas, si no fuera porque existen otros muchos datos y hechos de la misma época que concuerdan con este escenario y que ya expusimos en la primera parte de este artículo.

Las estrategias de la política de género

En efecto, la política de género empezó a diseñarse en los años 60 bajo los auspicios de ciertos poderes fácticos, y sus primeros planes se concretaron en el llamado informe Iron Mountain sobre el control de la población humana (o mejor dicho, de la superpoblación). Luego vino la intervención de la citada Fundación Rockefeller y otras entidades similares para la promoción de los movimientos gay y feminista, presentando ambas iniciativas como un enorme avance social de libertad y progreso. Esta preocupación por parte de las élites dirigentes se trasladó también al ámbito de la ecología y la preservación de la Madre Tierra, como ya vimos al abordar la cuestión de la religión ecologista, haciendo ver que el hombre es el enemigo declarado de la naturaleza y debe ser castigado y reprimido por ello. Esta postura de unir los términos “superpoblación” y “agresión al planeta” se puede apreciar en declaraciones tan inequívocas como éstas:

“El impacto negativo del crecimiento de la población en todos nuestros ecosistemas planetarios se está convirtiendo en algo terriblemente evidente.” (David Rockefeller)

“Tenemos que hablar con más claridad acerca de la sexualidad, de la anticoncepción, del aborto, asuntos de control de la población, debido a la crisis ecológica que experimentamos. Si conseguimos reducir la población en un 90%, ya no habrá suficientes personas para provocar grandes daños ecológicos.” (Mijail Gorbachov)

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Las masacres de las grandes guerras ya no parecen ser suficientes (apilamiento de cadáveres en Dresde, 1945)

 

Por lo tanto, vemos que existe una obsesión por controlar la actividad humana, y en particular su actividad reproductora, aduciendo que el mundo es demasiado pequeño para tanta gente. En el pasado, las guerras masivas –tal como admitió el doctor Day– habían cumplido su encomiable función de llevarse por delante a millones de personas. Véase al respecto que el gran crecimiento demográfico mundial producido por la revolución industrial fue “compensado” mediante dos brutales guerras mundiales (con un total de unos 60 millones de muertos), más otros conflictos locales desde mediados del siglo XX. Sin embargo, parece que esto no era suficiente y, por alguna razón que se me escapa, cada vez se hace más complicado montar una gigantesca carnicería global que ­–según el relevante masón Albert Pike– dejaría completamente exhausta a la Humanidad, y eso que no paran de intentarlo con toda la cuestión de Oriente Medio.

Como resultado de esta relativa “incapacidad” de la guerra, se ha decidido gestionar y solucionar el control de la población por otros medios, lo que ha llevado a implementar un plan para limitar o incluso eliminar la reproducción natural. Este plan en realidad es una combinación de varias estrategias complementarias:

  • Favorecer la expansión de los métodos anticonceptivos –para evitar embarazos y la consiguiente superpoblación– y mentalizar a la población sobre el peligro de las enfermedades venéreas u otras plagas terribles como el SIDA (a estas alturas me queda poca duda de que fue un montaje para crear miedo y control masivo… y muerte, por supuesto).
  • Despenalizar el aborto, hacerlo legal y pagado por el estado, según cierta casuística. A este respecto, el feminismo recogió la bandera del aborto como un derecho y una acto de libertad de la mujer con lemas como “aborto libre y gratuito” y “nosotras parimos, nosotras decidimos”.
  • Esterilizar sutilmente a la población –sobre todo a los varones– mediante medicinas y vacunas, productos químicos, alimentos desnaturalizados u otros agentes tóxicos. Con esto han conseguido que en las últimas décadas, en especial en el Primer Mundo, la calidad del esperma de la población masculina haya bajado en picado, hasta afectar gravemente a su fertilidad.
  • Promover e institucionalizar la homosexualidad y el feminismo radical con acciones diversas, que van desde la política a la economía, pasando por la constante presión ejercida por los medios y la visibilidad de las conductas deseadas relacionadas con la revolución de género, aunque a veces puedan parecer chocantes[7]. El objetivo es acabar progresivamente con la sociedad heterosexual y sustituirla por el batiburrillo de la sociedad de múltiples “géneros” e incluso una sociedad de personas asexuales o solitarias[8].

 

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Propaganda de talleres pagados por la Junta de Andalucía que inciden en las conductas deseadas
  • Extender la guerra de sexos mediante la violencia de género y otros medios (como la propaganda televisiva, la publicidad, el arte y la cultura, etc.), con el objetivo de que los varones se alejen de las mujeres o tengan miedo a iniciar una relación o un simple acercamiento, al verse cohibidos por las normas sociales y legales impuestas, pues su comportamiento masculino natural puede ser visto como agresivo o indeseable para las mujeres.
  • Imponer socialmente la corrección política a través de las consignas oficiales y los medios de comunicación, a fin de controlar el pensamiento y el comportamiento de la población, al tiempo que se contrarrestan las posibles críticas y oposiciones, que pasan a ser calificadas de ultras, fascistas, retrógradas, machistas, etc.
  • Obtener un mayor control del estado sobre las personas, y en especial sobre los niños, para que pasen a estar bajo la tutela y responsabilidad del estado (que dictará lo que es lo correcto y lo mejor para ellos) y de paso puedan ser aleccionados adecuadamente en las conductas deseadas mediante ingeniería educacional.
  • Destruir la familia natural, dificultando una vida familiar equilibrada a través de un el estilo de vida estresante y dominado por los condicionantes económicos, aparte de favorecer el divorcio, la separación o las familias monoparentales como algo normal. Por otro lado, se fomenta abiertamente la promiscuidad y la infidelidad, con múltiples ofertas en Internet de sexo y relación para “solteros”.
  • Generalizar la pornografía en todos los ámbitos, en especial en Internet. Desde hace una década, la pornografía se ha instalado en Internet de forma libre y gratuita e incluso es accesible a los adolescentes y los niños, pese a la existencia de controles parentales. Esto provoca que muchos jóvenes acaben recluidos en una sexualidad virtual que no sólo los aparta de las relaciones sexuales reales sino que les acaba obsesionando (como una drogadicción). Como colofón, se presenta sutilmente un escenario futuro próximo en que los seres humanos tendrán relaciones sexuales y afectivas con androides.

 

El propósito de todo esto

Acabamos de presentar lo que dijo en 1969 un “bien informado” (por llamarlo de alguna manera) y las actuales estrategias que conforman la política de género y que aplican los estados y los poderes fácticos. Obviamente, se parecen como dos gotas de agua, lo que nos da a entender que esta vasta maniobra de macro-ingeniería social se venía tramando desde hace medio siglo y que responde a un plan global eugenésico para el control de la población promovido por los únicos que pueden llevarlo a cabo: “los amos del mundo” (por llamarlos también de alguna manera, aunque tienen otros varios calificativos).

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El constante mensaje de culpabilidad hacia el ser humano

 

Si unimos ahora la maniobra ecologista a la de género, veremos que ambas confluyen en el papel de culpabilidad del ser humano en la degradación y explotación del planeta. En el discurso ecologista, la “Humanidad” en general es culpable de todos los males por su estilo de vida, producción y consumo, mientras que en el discurso de género es el varón el que crea violencia, desequilibrio y desigualdad. En resumidas cuentas, es la propia condición humana la que encierra todo el mal y debe ser reconducida. El hombre debe cambiar, pues sólo así podrá evolucionar favorablemente y evitar una catástrofe global de proporciones apocalípticas. La meta final es llegar a una especie de paraíso (el edén de los dioses, que decía el autor William Bramley), con un ser humano renacido y supuestamente perfecto.

No olvidemos ahora que la antropóloga Margaret Meade ya afirmaba a inicios de los años 70 que “no necesitamos tener más niños sino mejores niños”. Esto es, basta de “cantidad” y optemos por la “calidad”. (¿Y por qué clase de falacia perversa un niño pobre de raza negra nacido en África debería ser peor que un niño rubio nacido en Londres y educado en Eton? ¿Quién va a definir la “calidad” y en función de qué?) Y esta es la conclusión de la historia: una evidente política eugenésica global, en que se deberá eliminar a una enorme parte de la población humana[9], mientras que la otra (la post-Humanidad) quedará como superviviente y conectada al máximo desarrollo tecnológico, a una nueva era de inteligencia artificial. Ahora les sonará sin duda el auge del llamado transhumanismo, con la progresiva robotización del ser humano, la implantación de múltiples artilugios en nuestros cuerpos (microchips incluidos) y otros avances destinados a hacer que nuestra vida se alargue muchísimo hasta rozar la idea de la inmortalidad. Pero no se engañen; la meta es la de tener a todo el ganado controlado y en el redil mediante una interacción tecnológica sobre el cuerpo físico, sin renunciar por ello a la habitual estrategia del control mental masivo[10].

En este escenario, la reproducción humana natural será vista como un engorro y una antigualla, y ya vemos que la mujer está fuertemente presionada para aceptar un modo de vida “igualitario”, en el que el embarazo y la crianza de los niños sean considerados como una pesada carga. Así, la maternidad “tradicional” desaparecerá y será sustituida progresivamente por la reproducción en laboratorio, estrictamente controlada por las autoridades. Piensen en las técnicas de reproducción asistida (fecundación in vitro, etc.) que ya existen desde hace años. Y de nuevo esta especie de ciencia-ficción fue “pronosticada” hace décadas; fue el escritor Aldous Huxley[11] con su obra Un mundo feliz (1933) el que predijo esta reproducción artificial.

En definitiva, el objetivo final es que el humano del futuro se parezca mucho más a una máquina, fácilmente manipulable y controlable en sus pensamientos y emociones, y de este modo toda la parafernalia tecnológica “exterior” que tenemos ahora (los diversos dispositivos que hemos aceptado como un gran avance, cuando en realidad nos hacen mucho más débiles, dependientes, serviles y estúpidos) se convertirá en tecnología “interior”. Y aquí no hay buenos ni malos, pues hombres, mujeres, heterosexuales u homosexuales, acabarán siendo devorados antes o después por la implacable maquinaria transhumanista. Todos estamos siendo utilizados y manipulados, y llevados al habitual campo de los bandos y los enfrentamientos.

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Julian Rose

Durante milenios, los humanos hemos sido empujados a terribles guerras devastadoras, supuestamente por motivos políticos, económicos, patrióticos, ideológicos, etc. Pero ahora estamos ante el escenario de una guerra total, aparentemente no violenta: la guerra de sexos que involucra a todos los humanos sin excepción. En realidad, éste es un panorama de destrucción completa de la sexualidad natural, de la unión del ser humano en su dualidad, que es la energía espiritual que conforma el universo. Como señalaba el activista británico Julian Rose en su brillante artículo La agenda del fin de género: 

“La sexualidad es sagrada, fuente eterna de lo profundamente creativo; por lo tanto, en un mundo monótono, donde la supervivencia depende de la uniformidad materialista del pensamiento y de la estéril conformidad de la inacción, la sexualidad es peligrosa. Ese peligro ha llevado a un intento de neutralizar nuestra realidad cargada eléctricamente, y de hacer obsoleto el papel del hombre, de la mujer e incluso de la propia procreación, para dar paso a una carrera cibernética robótica y la posterior conquista transhumanista de este planeta.”

Más claro no se puede decir. Como remarca el propio Rose, están poniendo todo su empeño en “hacer lo distintivo, indistinto; lo profundo, superficial; lo divino, satánico; lo lleno, vacío”; esto es, en invertir completamente la Verdad. Quieren destruir nuestra sexualidad genuina porque con ello se destruye el Amor, nuestra energía divina, que es aquello que no pueden soportar de ninguna de las maneras. De ahí que los amos del mundo busquen pervertir y tergiversar la sexualidad para transformarla en una baja vibración de la que luego se nutren: odio, miedo, control, enfrentamiento, desconfianza, ansiedad, desasosiego… Ese es el terreno a donde nos quieren llevan con su política global de género, y que conllevaría la esclavitud del espíritu humano en un oscuro mundo antinatural. No obstante, pese a todo lo expuesto, me gustaría ser optimista y trasladar un mensaje de confianza y de esperanza: está en nuestras manos revertir todo esto, pues ellos sólo tienen el poder que les concedemos.

Xavier Bartlett , 19 febrero 2018


[1] Este clásico machismo tenía, de hecho, improntas de tipo cultural o social propias de las culturas patriarcales que marcaban la separación de funciones del hombre y la mujer, como se puede apreciar en refranes típicos como “La mujer y la sartén, en la cocina estén”.

[2] En este sentido, en caso de divorcio, cada vez se va extendiendo más entre los abogados de las mujeres la recomendación de que denuncien a su pareja por violencia de género para conseguir fácilmente la custodia de los hijos.

[3] Fuente: https://medium.com/@DaniJdc/una-realidad-silenciada-409366125e62

[4] La encuesta de 2012 en Europa sobre esta cuestión ponían a España en el puesto 25 de mujeres que decían haber sido víctimas de esta violencia. En cambio, al preguntar sobre la percepción de esta violencia en cada país, España ocupaba la 6ª plaza. (Fuente: Agencia de los derechos fundamentales de la Unión Europea)

[5] Oficialmente, no se reconocen las denuncias falsas. Ha de ser el hombre el que demande expresamente a la mujer por presentar falso testimonio, lo que casi nunca sucede.

[6] Este documento procede de unas cintas grabadas por el Dr. Lawrence Dunegan en 1988, que estuvo presente en la conferencia citada.

[7] Por ejemplo, se han creado fenómenos del todo artificiales como las feministas llamadas “Femen”, que aparecen asiduamente en los medios con acciones reivindicativas (aunque más bien parecen performances teatrales) y que resultan ser en su mayoría chicas jóvenes y guapas que protestan desnudas o semidesnudas, lo que más parece un acto de machismo y desvalorización de la mujer.

[8] A este respecto, ya se está promocionando un engendro narcisista llamado sologamia, esto es, casarse con uno mismo.

[9] Recuerdo aquí que existe en Georgia (EE UU) un monumento de piedra en que se plasma un ideario ecologista global, que –entre otras cosas– apuesta por una Humanidad no superior a los 500 millones de personas. Dado que la población humana actual del planeta sobrepasa los 7.000 millones, ya pueden hacer cálculos sobre la dimensión del genocidio propuesto.

[10] Para hacerse una idea de cómo quieren gestionar “su ganado”, véase lo que ya están haciendo con nuestras mascotas: ponerles un microchip nada más nacer, esterilizarlas lo antes posible, aplicarles durante años fuertes dosis de vacunas, darles un alimento prefabricado, encadenarlas y amordazarlas, resaltar su agresividad, reducir su presencia y libertad en los espacios públicos y someterlas a legislaciones cada vez más restrictivas. O sea, un adelanto para que nos vayamos haciendo a la idea de quiénes serán los siguientes.

[11] Perteneciente a una familia británica de alto poder e influencia; su abuelo Charles fue un acérrimo defensor de Darwin. Es oportuno mencionar que la mayoría de darwinistas apoyaron de un modo u otro el racismo, el elitismo y las medidas eugenésicas.

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