El Narcotráfico, El Negocio de la guerra y Las Elecciones Presidenciales de Mayo en Colombia y Venezuela

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“Una de las verdades que se empeñan en esconder es que la transnacionalización del conflicto social y armado que vive Colombia no la está conduciendo a “venezolanizarse”, sino a “mexicanizarse” en el peor sentido posible.”

Tiempo de elecciones presidenciales en Colombia. El miedo es la principal estrategia electoral. Se asusta el electorado colombiano con el fantasma del “castrochavismo“, con una guerrilla que se transforma en partido, con un ex guerrillero socialdemócrata o con una presunta “invasión” de venezolanos y venezolanas. La xenofobia como expresión del miedo al otro y la otra crece, las distracciones abundan. Todo vale para evitar que Colombia se mire a sí misma.

Una de las verdades que se empeñan en esconder es que la transnacionalización del conflicto social y armado que vive Colombia no la está conduciendo a “venezolanizarse”, sino a “mexicanizarse” en el peor sentido posible.

 

Reconversión de poderes, el narco y los paramilitares

En Colombia, ya no se mencionan los grupos paramilitares, en su lugar se habla de “sicarios” y “bacrim” (bandas criminales). Más allá de la legalización del paramilitarismo que logró Álvaro Uribe Vélez con su Ley de Justicia y Paz, la razón principal de esto es que la globalización del capitalismo incluyó uno de sus más importantes negocios en ascenso: el narcotráfico. Este negocio que genera grandes cantidades de dinero para lubricar la economía colombiana, pero sobre todo la de Estados Unidos y Europa, está pasando a control directo de los carteles del norte, los cuales forman parte de un plan global.

“Las drogas no entran en Estados Unidos por arte de magia. Importantes cargamentos de droga son enviados a veces a ese país con el consentimiento y/o la complicidad directa de la CIA”, denuncia el investigador y ex diplomático canadiense Peter Peter Scott, quien además detalla la vinculación entre la economía del narcotráfico y la maquinaria mundial de la guerra: “Estados Unidos ha tratado de ejercer su influencia en ciertas partes del mundo pero, siendo una democracia, no podía enviar el US Army a esas regiones. Así que desarrolló ejércitos de apoyo (proxy armies) financiados por los traficantes de droga locales”.

El poder de carteles mexicanos sobre el negocio de la droga en Colombia ha sido incluso denunciado por la Defensoría colombiana. Según ésta, detrás de la violencia paramilitar que se ha presentado en los últimos tiempos en Colombia, se evidencia la actuación del cartel de Sinaloa como financista de estas bandas.

Esa amplia variedad de grupos y organizaciones que producen y exportan droga en Colombia es tan solo la consecuencia de la forma cómo el negocio del narcotráfico cambió en las últimas décadas hasta quedar bajo el control de los carteles del país azteca.

El papel que cumplieran los carteles mexicanos frente a los antiguos carteles colombianos como el de Medellín y el de Cali, transportando la droga de México a Estados Unidos, cambió a partir de la década de los 90 cuando el gobierno estadounidense en alianza con el colombiano persiguieron a los grandes capos como Pablo Escobar y desarticularon los carteles.

Contrario a sus declaraciones públicas, esta arremetida no acabó con el negocio sino que lo atomizó y lo colocó en manos de grupos más pequeños. En enero de 2016 el ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, declaró que los grandes carteles del narcotráfico de hace 20 ó 30 años mutaron hacia pequeñas organizaciones criminales que siguen controlando el mercado de la droga, pero que a su juicio no representan una amenaza para la democracia.

La realidad es que paulatinamente estos pequeños grupos han ido subordinando a los carteles mexicanos el negocio de la droga en Colombia, y con ello dichos carteles se imbrican ahora en todo el aparato paramilitar, la paraeconomía y, por supuesto, en la parapolítica. Esta realidad ya visible para las comunidades colombianas está empezando a evidenciarse en decomisos y capturas hechas por la Fiscalía, siendo cada vez más difícil de ocultar. Es por ello que en los últimos años el negocio ha prosperado, aumentando la siembra de coca y la exportación de cocaína desde Colombia.

La paz está en un punto crucial en el continente con las elecciones en Colombia y Venezuela

Probablemente este panorama que ya se hace imposible de ocultar, ha llevado a la DEA a ordenar -“solicitar” en este caso sería un eufemismo- la detención de Jesús Santrich vinculándolo con el cartel de Sinaloa, por unos supuestos negocios hechos luego de la firma de los acuerdos de paz y presentando tan solo la supuesta transcripción de unos audios que estarían en poder de la Fiscalía y que no poseen en realidad ninguna información contundente. Lo que sí queda muy claro es que con esta acción se hieren de muertos los acuerdos de La Habana entre el gobierno y las FARC, que le valieron el Premio Nobel a Santos y seguramente impactará también en los diálogos con el ELN.

Lo importante para el sistema es que el negocio de la guerra seguirá andando y con ella todos sus negocios asociados.

 

Y Venezuela

Tiempo de elecciones presidenciales en Venezuela. Las historias de Colombia y de Venezuela jamás podrán comprenderse por separado y tampoco podrán resolverse de ese modo. La oligarquía colombiana continúa unida, como lo determinó Santander: a los pies de los Estados Unidos. Para los dos países es clave comprender cómo estos oscuros intereses económicos ligados al narco y al paramilitarismo determinan las jugadas en el gran tablero de la geopolítica.

Por ello se debe tener la claridad de que la hegemonía del narcotráfico en América se consolidaría si estas mafias consiguieran derrotar al actual gobierno venezolano que ha insistido tercamente en defender su soberanía. Esto lo tiene claro el complejo aparato económico extractivista mundial que se sustenta gracias al despojo de las riquezas del Sur.

Por eso da su aporte a las agresiones contra Venezuela para conquistar la tan anhelada salida al lago de Maracaibo y los miles de kilómetros de entrada por el Caribe, financiando el complejo paramilitar, las economías paralelas para el lavado de dinero como el contrabando de extracción, los juegos de azar, los ilícitos cambiarios, y por supuesto sostiene el “Bolívar Cúcuta”, apoyado en las resoluciones del Banco de la República de Colombia.

Convertir a Colombia en un segundo México “lejos de Dios pero cerca de los Estados Unidos”, tiene solo dos retos que superar: la resistencia interna de sectores del pueblo colombiano que continúan organizándose para oponerse al despojo sistemático y el Gobierno Bolivariano de Venezuela que le ha impedido controlar las riquezas venezolanas y la posición geoestratégica que posee, lo que hace de nuestro país uno de los pocos de América que no ha permitido la instalación de bases militares estadounidenses en su territorio.

Los intentos de estos carteles por incursionar en Venezuela comienzan a evidenciarse. En 2015 y luego en 2016, varios miembros del Cartel de Sinaloa han sido detenidos por la Guardia Nacional Bolivariana. Esto debe encender las alarmas del Gobierno Bolivariano y el pueblo venezolano en general, sobretodo en territorios donde los gobiernos regionales o locales están en manos de partidos de la oposición que han evidenciado sus vínculos con la parapolítica colombiana.

La decisión valiente de expulsar a la DEA de Venezuela y la negativa a ceder soberanía territorial, seguirán siendo algunas de las razones que garantizan el apoyo político y económico de estas redes transnacionales a la oposición venezolana y su conversión a la parapolítica cada vez más hermanada con la parapolítica colombiana, y por ende supeditada a los intereses del capitalismo mundial, el narcotráfico y el negocio de la guerra.

La parapolítica tiene sus candidatos para las próximas elecciones presidenciales a realizarse en ambos países durante el mes de mayo (20 de mayo en Venezuela, 27 de mayo en Colombia), y cada uno tiene su propio relato sobre las razones para seguir cediendo soberanía a favor de esos intereses transnacionales.

En el caso de Colombia, el propio Uribe y el actual presidente Santos siguen tratando de imponer sus candidatos para dar continuidad en el poder a la oligarquía más violenta del continente. En el caso de Venezuela, por el contrario, es sencillo dilucidar que sólo el actual presidente Nicolás Maduro representa una oposición clara a ese proyecto en el que se unen el narcotráfico y el negocio de la guerra para continuar el despojo de nuestras riquezas, por lo que del triunfo del proyecto bolivariano en las próximas elecciones presidenciales depende no solamente la paz de Venezuela, sino también que se abra paso una posibilidad real de paz para Colombia y todo el continente.

 

MissionVerdad, 11 abril 2018

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