Objetivos (globales) de la más reciente operación de bandera falsa en Siria

siriarusia

Hace algunos días la atención internacional estuvo centrada en el anuncio del presidente estadounidense Donald Trump sobre un posible retiro de tropas de Siria. Nuevamente el mandatario vuelve a virar los ojos del mundo a su figura, pero esta vez por una razón peligrosamente diferente.

Con un agresivo tuit publicado en horas de la mañana, Trump acusó a Bashar al Assad de perpetrar un presunto ataque químico en el distrito este de la ciudad de Guta (Duma) el pasado día sábado. A su vez calificó de responsables a Moscú y Teherán por su apoyo a Damasco en la guerra terrorista contra la nación árabe, amenazando al final de su mensaje con “hacer pagar un alto precio”. De esta forma se dio fin al amague sobre una reducción de la presencia estadounidense en Siria en el futuro cercano.

En el transcurso del conflicto sirio no es la primera vez que Estados Unidos apela a una operación de bandera falsa relacionada con un ataque químico para fraguar una escalada bélica en Siria y proteger sus frentes terroristas en el terreno.

Exactamente hace un año, el presidente Trump dio luz verde a un ataque de misiles Tomahawk sobre un campo aéreo en la ciudad de Homs a modo de respuesta por un “ataque químico” nunca demostrado más allá de los medios y supuestamente encabezado por el gobierno del país árabe en la ciudad de Idlib.

En aquel momento la ofensiva del Ejército Árabe Sirio (EAS) y sus aliados ganaba ventaja sobre los activos terroristas de Estados Unidos y la OTAN, factor que convirtió el bombardeo en una maniobra para intentar frenar el avance sirio más que en una  supuesta represalia moral contra Bashar por las víctimas.

Esta vez parece repetirse el mismo patrón de una bandera falsa. Según South Front la información del ataque provino de fuentes ligadas al frente terrorista Jaish al-Islam, la cual tampoco pudo comprobar que fuera llevado a cabo por el EAS  (Ejército Árabe Sirio) y los detalles del evento. La “primicia” poco tardó en ser absorbida y cartelizada velozmente por toda la constelación de grandes medios occidentales, la cifra de presuntas víctimas pasó de 15 a 70 en cuestión de horas, y la responsabilidad absoluta del ataque fue trasladada sin mostrar pruebas sólidas al Gobierno sirio.

Como en otras operaciones de propaganda similares, el brazo “humanitario” de al-Qaeda, los famosos “Cascos blancos” glorificados por Netflix, estaban en el sitio para moldear (y simular) la primicia y controlar el flujo de información para su exportación. Ya con anterioridad han mostrado su capacidad de fabricar fake news y sobre su sentido de la “oportunidad”.

A diferencia del año pasado el contexto actual de la guerra siria es crítico para los intereses de Washington y sus aliados en la nación árabe: luego de la liberación definitiva de la Guta la semana pasada, tras semanas de encarnizados enfrentamientos entre el EAS y las agrupaciones terroristas, la balanza del conflicto se inclinó definitivamente hacia Siria. El analista Elijah Magnier, en un artículo publicado en esta tribuna hace algunos días, se atreve a afirmar que la guerra acabó y que la operación de cambio de régimen mediante el uso de frentes mercenarios en el territorio es prácticamente imposible. Mangier coloca la reunión en Ankara entre Erdogan, Putin y Rouhani de principios de abril como un vector clave para mantener estable la situación siria.

Sume esto al anuncio de Trump de retirar de las tropas estadounidenses de Siria y tendrá un dibujo preciso sobre las urgencias del Estado profundo para apelar a una operación de bandera falsa que reintroduzca a Siria en una escala bélica transnacional.

Justamente donde se habría tenido lugar el ataque (Duma) el EAS avanza en una ofensiva militar dirigida a cercar y arrebatar el control de la zona a Jaish al-Islam.

Las pistas del ataque químico apuntan hacia los terroristas

En 2016 la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) confirmó que Siria destruyó todo su arsenal químico, cumpliendo con su adhesión al convenio en 2013 tras un acuerdo entre Rusia y Estados Unidos, suscrito en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Pese a la vigilancia internacional que impone este convenio, Estados Unidos busca demostrar insistentemente la vinculación del gobierno sirio con ataques químicos sobre la población civil, obviando que muchos de estos son realizados en zonas bajo control terrorista.

Revelaciones recientes, sin embargo, afirman que el arsenal para llevar a cabo este tipo de ataques está en manos de las agrupaciones terroristas respaldadas por Washington. A mediados de marzo en Guta fue encontrado un laboratorio para la fabricación de armas químicas, y hace par de días, según informa el medio Al Manar, el EAS también dio con una red de túneles, talleres y cámaras de tortura donde también se elaboraban “sustancias químicas”.

Ambas pruebas ubican internacionalmente a los grupos terroristas como las únicas fuerzas en medio del conflicto con capacidad real de llevar a cabo ataques químicos contra la población civil. Su mutación final como operación de bandera falsa con fines geopolíticos depende, en última instancia, de los Cascos blancos y los medios globales que secundan su performance  mortal en suelo sirio.

 

Implicaciones globales y crisis geopolítica

A raíz de las repercusiones que puede tener esta operación Rusia convocó una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU para el 9 de abril para tratar “las amenazas internacionales a la paz y la seguridad”. Minutos después la embajadora de EEUU ante la instancia internacional, Nikki Haley, convocó otra reunión para el mismo día en horas de la tarde buscando encabezar un nuevo capítulo de linchamiento internacional contra Rusia y promover acciones militares contra Siria para proyectar un mayor involucramiento en el conflicto.

Israel tomó primero el derecho de palabra empleando armamento pesado antes de que se inicie la reunión en el Consejo de Seguridad.

Es necesario destacar que Rusia viene advirtiendo desde hace semanas que un ataque químico se venía fraguando para salvaguardar los intereses estadounidenses en el país árabe, lo que podría tener consecuencias catastróficas para el desarrollo del conflicto.

La guerra siria encarna una amplia significación geopolítica, no sólo porque su desenlace reordenará el mapa político de Medio Oriente (zona crítica para la producción y suministro de petróleo y gas a nivel mundial), sino también por el enfrentamiento encubierto entre potencias grandes (Estados Unidos y Rusia) e intermedias (Irán, Israel y Arabia Saudita) que podría desembocar en una guerra a escala global.

Esta última operación de bandera falsa en Siria parece salir de la misma línea de producción del sonado caso Skripal, ambas enmarcadas en una agenda de asedio occidental contra Rusia que marcha a toda velocidad.

Lo atropellado del curso de acciones indica que Estados Unidos busca hacer coincidir la construcción de un “frente occidental” para aislar diplomática y financieramente a la nación euroasiática bajo el pretexto del caso Skripal con un nuevo capítulo de agresiones militares internacionales contra Siria. De esta forma intentarían desviar el tránsito del conflicto sirio hacia una salida pacífica e inducir un enfrentamiento militar directo con Rusia.

No se equivocaba el experto en Medio Oriente, Richard Falk, cuando en una entrevista el mes pasado expresaba que “la guerra siria se encuentra entre los patrones de conflicto más complejos en la historia de la guerra”. No únicamente por sus factores internos, sino por la cantidad de variables geopolíticas de distinto orden y jerarquía que allí se conjugan.

Específicamente en el país árabe Rusia, China e Irán se juegan su salida geopolítica al Mediterráneo, un escenario que trastocaría el orden internacional actual puesto que el bloque euroasiático ganaría una proyección geopolítica inédita hacia Europa y África (y al océano atlántico en consecuencia) mediante la interconexión de rutas energéticas clave en Medio Oriente y Asia Central.

Por su parte Estados Unidos juega a la balcanización de la región tratando de impedir que Rusia, China e Irán jueguen un papel central en Medio Oriente en cuanto a control de recursos energéticos y rutas estratégicas de suministro, cuestión que implica que sus aliados del Golfo Pérsico pierdan influencia a nivel regional.

Sobre las razones geopolíticas del conflicto sirio el analista Mark Witney ha precisado que “Washington quiere infligir el mayor dolor posible a Rusia porque ha frustrado su plan de controlar los recursos críticos y los corredores de oleoductos en Asia central y Medio Oriente”.

Mientras es utilizada esta operación de bandera falsa en instancias internacionales para ir nuevamente contra Siria, Estados Unidos adiestra a combatientes de ISIS en el este de la nación árabe preparando un próximo asalto sin garantías de éxito más allá de su intención.

Al final de cuentas es demasiado lo que está en juego, y la paz de una nación asediada no resulta beneficiosa para algunos.

 

Fuente Mission Verdad, Abril 9 de 2018

Print Friendly, PDF & Email