El (otro) abuso de menores – por Xavier Bartlett

boy_poorAntes de entrar en materia, y dado el título de esta entrada, creo que es de rigor plantear dos puntualizaciones previas. Por un lado, no voy a tocar este tema desde una perspectiva legal o delictiva, sobre lo conocido y definido convencionalmente como “abuso de menores”, con obvias connotaciones de tipo sexual. Por otro lado, tampoco voy a entrar en el muy truculento y siniestro ámbito destapado por varios investigadores sobre los presuntos crímenes execrables –y que superan todos los límites del horror– infligidos sobre niños y adolescentes por parte de ciertas élites de poder[1]. Existe información al respecto en Internet y en algunos libros, pero no tengo en principio intención de tocar este asunto, aunque es evidente que, si algún día se llegasen a confirmar estos hechos con pruebas fehacientes y fuesen expuestos al público en general, sería todo un terremoto para las conciencias de los ciudadanos.

Vayamos pues a centrarnos en el objeto de este artículo, que no es otro que mostrar el uso y abuso que se hace desde los poderes globales de los niños y adolescentes, en particular en las sociedades más avanzadas y opulentas, manejando sus mentes para controlar el futuro de nuestra especie y para emplearlos como auténticas “bombas sociales”. Como premisa, empero, es oportuno recordar que a lo largo de los siglos los niños siempre han sido la parte más vulnerable de la sociedad humana, pues hasta hace poco más de un siglo la mortalidad infantil era muy alta en todo el mundo y aún lo es en bastantes regiones subdesarrolladas. Precisamente en esas zonas más pobres del planeta, los niños a menudo están en situaciones límite por la falta de alimentos, la falta de higiene y sanidad, la explotación laboral (generalmente en condiciones de auténtica esclavitud), o la persecución en contextos bélicos. Todo ello por no hablar de la enorme cantidad de chavales que caen en la delincuencia y las drogas, o peor aún, que son reclutados como soldados en las guerras locales –sobre todo en África– o que son víctimas de la lacra de la prostitución infantil.

Además, es bien sabido que en el siglo XX –con la extensión de la guerra convencional a toda la sociedad– los niños sufrieron duramente los terribles efectos de las destrucciones masivas e indiscriminadas, sobre todo desde la Segunda Guerra Mundial, en la cual murieron millones de niños como consecuencia de las acciones bélicas, el hambre, las represiones políticas y raciales, y sobre todo los bombardeos aéreos, como en particular los casos de Alemania y Japón. Lo que vino después apenas hace falta relatarlo: Corea, Vietnam, Oriente Medio, las guerras locales en África y Latinoamérica, Afganistán, Irak, Siria y un largo etcétera. Esta situación se ha perpetuado hasta día de hoy, y prácticamente se puede decir que actualmente los civiles –y en particular los niños– padecen mucho más que los combatientes en liza.

Realmente, el siglo pasado fue testigo de salvajadas de todo tipo contra los menores, y no sólo en los países supuestamente más atrasados, sino también en los países más civilizados del mundo. Por ejemplo, es prácticamente desconocido que los vencedores aliados en la Segunda Guerra Mundial, al entrar en Alemania, cometieron incontables abusos, violaciones y asesinatos de niñas y adolescentes alemanas, que se pueden contar por centenares de miles, hasta edades tan cortas como los ocho años. ¿Habían oído algo al respecto? Tenemos miles de películas, documentales y libros sobre el llamado Holocausto, pero durante décadas a nadie –incluido el movimiento feminista– le ha parecido pertinente hacer una película o reportaje sobre la violación masiva y sistemática de esas niñas, más otra cantidad ingente de ellas que se suicidaron para huir del terrible destino que les aguardaba o por no poder soportar el trauma, una vez producida la agresión. Este trágico episodio está documentado y testimoniado en unos pocos libros[2] que denuncian esas acciones, más o menos abundantes en el frente occidental (cometidas en especial por las tropas coloniales francesas y las fuerzas americanas) pero del todo masivas y alentadas por los mandos políticos y militares en el frente oriental, a manos de las tropas soviéticas. Y aun en tiempos relativamente recientes esta situación, por desgracia, ha sido moneda común en ciertas regiones conflictivas del planeta, sobre todo en África y Asia, donde los abusos, violaciones y crímenes contra los menores han tenido proporciones enormes, con la casi total pasividad de la comunidad internacional.

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Tropas de EE UU en Alemania en 1945. Se ha calculado que unas 190.000 mujeres alemanas (incluidas menores) fueron violadas por soldados americanos. El total, contando el frente del este, es incierto, pero hay estimaciones de hasta 2.000.000 de mujeres violadas.

Todo este horror parece enterrado en nuestro moderno y desarrollado mundo del siglo XXI, pero hoy los niños de las sociedades avanzadas están sometidos a otros graves abusos que podrían pasar desapercibidos. En las últimas décadas hemos podido comprobar cómo de una forma progresiva los niños y jóvenes han pasado a ser el centro de atención de la industria, las grandes empresas, la economía en general… y, sobre todo, de los estados y de los organismos supranacionales. Parece que todo gire en torno a ellos, hasta el punto que se han convertido en usuarios avanzados de la sociedad de consumo ya desde muy corta edad. En este contexto, vemos que ha ido disminuyendo el papel protector y orientador de los padres y la familia y se ha ido potenciando el papel de la sociedad global, que determina de manera cada vez más preponderante la forma de vida de los más pequeños. Como resultado, en la actualidad los niños han quedado expuestos a toda una serie de controles, estímulos, tendencias e influencias que difícilmente pueden evitar o criticar, dada su escasa capacidad de filtro, contraste o raciocinio ante todo aquello que reciben.

En fin, no es ninguna novedad decir que, desde finales del siglo pasado hasta hoy mismo, los niños de las sociedades occidentales se han convertido en “adultos pequeños”, sujetos al consumismo y al materialismo más voraz, que les ha empujado a un cierto despotismo, pues esperan que sus padres, sus educadores y la sociedad en general estén a su servicio y les proporcionen todos los bienes que ellos creen imprescindibles… y, de paso, que no les molesten demasiado. Esto ha creado una serie de generaciones materialistas, hedonistas y tremendamente egoístas y narcisistas, que están malcriadas y subidas en su trono de poder en la familia, la escuela y el mundo que les rodea. En casos extremos esta situación se ha traducido en desobediencia y rebeldía ante cualquier barrera que coarte sus deseos, e incluso ha llegado a la hostilidad y la agresión física o psicológica hacia los mayores, en particular padres y docentes.

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El móvil: la droga dura para los chavales del siglo XXI

Y, por supuesto, la sociedad les ha dado todo tipo de productos, distracciones y juegos para llenar su vida, lo que actualmente incluye sofisticados artefactos tecnológicos, entre los cuales destaca con mucho el teléfono móvil. El resultado de la movilitis ya lo sabemos todos: chavales adictos a todas horas a esa droga dura de la comunicación viral, superficial y efímera típica de las redes sociales, y la proliferación de fenómenos tan desagradables como el bullying, el culto al cuerpo y a la imagen (véanse los selfies) y las prácticas estúpidas o a veces peligrosas como los challenges. Y la cosa ha llegado a una gravedad extrema cuando, ante la falta de control parental, los niños ya tienen acceso indiscriminado a Internet y consumen pornografía incluso antes de llegar a la adolescencia, lo que crea unos estímulos insanos y un alejamiento de la verdadera vida emotivo-sexual. Así pues, la juventud adolescente acaba desquiciada y en muchos casos apuesta por vivir en la permanente juerga de las discotecas, el sexo fácil, los botellones y las drogas[3]. Lo que durante siglos fue una cadena de trasmisión de valores y patrones por parte de las familias hacia los más pequeños se ha roto. La tradición se ha hundido y la sociedad del ocio y el consumo ha ocupado su lugar para corromper a los menores.

Pero si hemos de hablar de abuso con todos los efectos, hemos de empezar por el fenómeno de la educación pública o privada en todo el mundo, que permite hacer hombres y mujeres “de provecho” para el futuro de la sociedad, es decir, adaptados a los requisitos del sistema. La escolarización obligatoria, fruto de la Revolución Francesa, es un auténtico lavado de cerebro y formateado de mentes, enfocado a que los chavales adquieran los conocimientos, pautas y preceptos del sistema y se acoplen a ellos. De ninguna manera se quiere niños despiertos, libres, creativos o que vayan a contracorriente, o peor aún, que se hagan críticos en cuanto tengan uso de razón. Nada de libertad. Una educación igualitaria para todos. Y los que se muestran revoltosos o no adaptados, son “diagnosticados” de esa enfermedad fantasma llamada TDAH y sometidos a tratamiento farmacológico a base de drogas (los fármacos recetados son anfetaminas).

Si hacemos ahora un pequeño inciso en el tema sanitario, es obligado mencionar que los niños, ya desde el propio parto, están sometidos a la invasiva medicina alopática moderna, aunque tampoco se quedan cortas ciertas prácticas “tradicionales” o “religiosas” no poco dolorosas y traumáticas, como –por ejemplo– las relacionadas con la circuncisión o la ablación del clítoris. Con todo, el caso más sangrante a nivel mundial es el de las vacunas, que producen muertes y graves trastornos por efectos secundarios, con especial incidencia en el autismo, tal como demostró el Dr. Moulden. Podríamos seguir con los tóxicos tratamientos contra tantas enfermedades, como el cáncer, en que hasta los niños más pequeños son sometidos a quimioterapia y radioterapia. ¿Les parece todo esto poco abuso?

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Niños adoctrinados y cortados por un mismo patrón

Por lo demás, volviendo a la educación, lo que se enseña en las escuelas es cada vez más leve, vago y superficial, muy especializado y absolutamente ideologizado. En España, los chavales apenas consiguen una buena comprensión lectora. Entienden a medias lo que leen y apenas saben escribir con dignidad, pues toda la escritura ha derivado en el pseudo-lenguaje de la comunicación vía móvil. En fin, mucha tecnología para tan poca sabiduría. Sin embargo, todo esto es poco comparado con el salvaje asalto que se ha dado en los últimos años sobre la mente de los niños, de tal modo que el sistema ya abduce impunemente a los menores con adoctrinamiento político a través de las ciencias sociales (por ejemplo, hacia posturas ideológicas abiertamente nacionalistas) o mediante asignaturas creadas para establecer ciertos patrones de pensamiento y conducta social, disfrazadas como valores cívicos o progresistas. En general, podemos decir que los chavales saben y piensan cada vez menos, y están orientados a cumplir lo que el poder espera de ellos como “buenos ciudadanos y trabajadores”. No obstante, en este siglo XXI ya hemos entrado en una fase más avanzada, orientada a la conquista de la moral y la sexualidad los menores, que no tiene otro objeto que retirar la patria potestad, abolir la familia y sustituirla por los dictados estatales, que supuestamente representan “la voluntad del pueblo”.

En su momento ya dediqué algunas entradas a este asunto, para vale la pena recordar a grandes rasgos lo que ha supuesto el adoctrinamiento “de género” y “LGTBI” en términos de abuso desde hace un par de décadas y que se ha ido extendiendo por buena parte del planeta, sobre todo en Europa y América. Cabe destacar, empero, que en los países de fuerte tradición musulmana no se han atrevido a introducir tal iniciativa y es que allí sigue imperando el otro extremo: la persecución, el castigo e incluso la ejecución de homosexuales. Por eso, un educador de género para niños en un país islámico sería una aberración impensable, pues el propio estado –aun siendo formalmente laico– no toleraría esa afrenta a la religión y las costumbres musulmanas.

Pero en Occidente esta dictadura del pensamiento políticamente correcto está haciendo un daño enorme a los más pequeños, pues ellos no tienen capacidad para valorar o criticar lo que les dicen los educadores o activistas LGTBI. Así, en muchos países se adoctrina a los críos desde muy pequeños en una nueva visión de la moral y la sexualidad y se demoniza a los que se oponen a ella tachándolos de retrógrados, reaccionarios o apegados a la tradición cristiana. Esta doctrina, como ya expuse, elimina la sexualidad natural y los valores de la familia para sustituirlos por una entelequia psicológica de tintes freudianos que no hay quien la entienda y que apela básicamente a la libertad del individuo para autodefinirse por encima de lo que marcan la propia biología y la naturaleza. De este modo, se destruye la dualidad de los dos sexos complementarios para entrar en el mundo de los múltiples géneros (¡hasta más de 100!) y de una vida sexual abierta y sin cortapisas. Eso sí, por encima de todo se habla de igualdad e igualitarismo, pero enfatizando que el varón clásico (heterosexual) es malo por naturaleza y que el principio femenino es poco menos que divino.

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Educación “de género” para niños

En la práctica, la imposición de esta doctrina va de lo relativamente leve, como la censura de cuentos tradicionales como La caperucita roja (por machista) hasta lo más drástico y traumático, como la promoción de cambio de sexo en niños (los “trans”) que aún no han alcanzado la pubertad y que –aparte de no tener esa madurez física– carecen de la comprensión de lo que les va a suponer ese cambio para el resto de sus vidas. Y entre medio, tenemos juegos eróticos para niños menores de 6 años, condena del amor romántico (también por machista), favorecimiento de las conductas homosexuales, prevención ante la LGTBIfobia y fobias similares, formación para evitar las agresiones machistas de los niños varones[4], etc. Y todo esto es una política global perfectamente organizada y planeada en su ejecución, pues es la propia ONU la que difunde estas directrices que luego son tomadas prácticamente como órdenes por los gobiernos nacionales. Así, en los propios documentos de la ONU[5] ya se aconseja, por ejemplo, que se inicie a los niños en la masturbación y en las tipologías de género desde los 5 años. Y a partir de los 12 años se propone instruir a los niños en los métodos para abortar y en la necesidad de esta práctica. Prefiero no seguir.

El objetivo, publicitado sin pudor por los poderes políticos, es que los chavales se autodefinan al margen de lo que digan sus progenitores, y por tanto su libertad y voluntad pasa por encima de cualquier opinión, creencia o valor que puedan tener éstos. A este respecto, una diputada de izquierdas de Navarra ya dijo que la educación de género no es negociable, ni es un asunto de los padres; es un deber ciudadano que debe implementarse sí o sí por parte de las autoridades. Y por supuesto, la Justicia corrobora lo que se ha dictado desde el poder político. En este contexto, ya podemos entrever una progresiva política de secuestro de los menores por parte del estado sin que los padres puedan hacer gran cosa, porque tendrán que acatar “la ley”.

Sólo por poner un ejemplo de los de los últimos abusos o delirios en este campo, bastaría citar la actuación de una feminista de cuyo nombre no quiero acordarme, profesora de ESO y concejal por el PSOE en una localidad de Canarias. La tal señora, ante sus alumnos menores de edad, afirmó seriamente que a los niños varones se les debería castrar al nacer. Literalmente dijo: “Si tú les cortas los huevos a los niños nada más nacer, no sólo no van a poder tener hijos, sino que no van a desarrollar una serie de hormonas, que no le van a dar fuerza física. Porque la fuerza física está en las gónadas de los huevos. Otra cosa es que jamás van a dejar de hablar con el tono de voz de los niños”. Si hubiera sido al revés (un maestro opinando sobre la castración de las niñas), estas mismas palabras hubieran causado un escándalo mayúsculo y se hubiera desatado una persecución mediática, social y judicial sin precedentes. A todo esto, una niña de la clase le cuestionó a la profesora que cómo iban a nacer niños entonces, y la maestra reconoció que debería hacerse una castración selectiva, claro está. En fin, me abstengo de escribir lo que pienso.

Estamos pues ante un escenario que roza, si no lo traspasa, el delito de corrupción de menores, tal y como está tipificado legalmente, aunque hasta ahora los únicos perseguidos han sido los padres y entidades que han alzado la voz para denunciar estos hechos y a los cuales se les ha aplicado el martillo inquisitorial de la corrección política, achacándoles un discurso del odio, que –por cierto– es el perfecto bozal instituido para silenciar y reprimir cualquier opinión que desafíe las políticas progresistas que se implementan a ritmo acelerado en tantísimos países. Por lo demás, la educación o política de género hacia los menores ya ha sido denunciada por especialistas imparciales (por el ejemplo, el Colegio de Pediatras de EE UU) por provocar toda una serie de graves problemas físicos y psicológicos, sobre todo por el desconcierto creado por la confusión de “género”, que comporta en última instancia tratamientos hormonales dañinos y cirugías irreversibles, que a su vez pueden causar enfermedades, traumas e incluso suicidios. Por tanto, debemos hablar en toda regla de un abuso a menores patrocinado por la ONU y los estados.

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La imagen de niños es usada para vender causas de todo tipo

Todo lo visto hasta ahora nos podría definir un oscuro panorama de abuso en que los niños son influenciados o adoctrinados como sujetos pasivos, pero actualmente el poder global ya ha pasado a la fase de explotación de los menores como sujetos activos de sus planes, en algo que podíamos calificar como “activistas”, con el rol de ejercer de auténticas bombas sociales frente al resto de la sociedad (la de los adultos). De hecho, esta estrategia no es algo novedoso, pues los gobiernos, las ONG, los medios de comunicación y muchas entidades han estado usando durante años la imagen de niños –en situación lastimosa, generalmente– como trampa emocional para promocionar sus políticas, campañas o propagandas. Por ejemplo, basta recordar las apelaciones a la “caridad” para el Tercer Mundo y las vacunaciones obligatorias, o ya más recientemente a la necesidad de reciclar para luchar contra el “cambio climático” o al deber moral de acoger y mantener a todos los inmigrantes que llegan a los países occidentales. Y en esta misma línea tendríamos la masiva explotación mediática de determinados temas críticos a partir de desgracias sucedidas a menores, como ha sido en España el reciente caso del niño Julen, fallecido en extrañas circunstancias al caer a un pozo. (Y luego se habló largo y tendido de los pozos ilegales…)

Sin embargo, todo esto no era suficiente. Ahora se trata de movilizar en masa a los menores, sacarlos a la calle, mostrarlos enojados y enrabietados, y hacer que defiendan las banderas de los globalistas para que nadie pueda oponerse a lo que las jóvenes generaciones demandan a la sociedad. Así pues, no es extraño ver cada vez más movimientos de menores que, por supuesto, nada tienen de espontáneo, pues los chavales simplemente son usados y manipulados con un fácil lavado de cerebro (si con los adultos es sencillo, se pueden imaginar con los niños…). El resultado es una protesta creciente por parte de niños y adolescentes, que echan en cara a los adultos que no hagan lo que se tiene que hacer. Y ya decididos a poner toda la carne en el asador, los poderosos no han dudado en instrumentalizar a los menores en asuntos tan críticos como la ideología de género y el feminismo, o el inevitable cambio climático.

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Manifestación feminista con gran cantidad de adolescentes

De este modo, ya vemos muchas manifestaciones con una gran presencia de chicas adolescentes que son bien aleccionadas para corear los eslóganes feministas más radicales, pues se les ha insertado un mensaje totalitario y agitador que casa muy bien con la típica rebeldía de esa edad. Posiblemente, empero, dialogando con ellas y profundizando un poco en sus razones se vería que –fuera del discurso aceptado e interiorizado que repiten robóticamente– no hay nada en el fondo que sustente su creencia o su proceder. Son simples peones movidos por el jugador. No obstante, la manipulación está ahí y no es poco peligrosa. He visto vídeos y fotos de tales manifestaciones y la cosa es ciertamente preocupante porque revela una conducta que en otro tiempo se hubiera calificado de paranoica o desequilibrada, pero que hoy en día parece ser el modelo a seguir por los menores. Sólo por poner un ejemplo, recuerdo las imágenes de una joven con el eslogan “muerte al macho” pintado en su espalda, mientras que otra menor llevaba una pancarta que no necesita ningún comentario: “No quiero tus flores, quiero que te mueras”.

Igualmente, resulta muy significativo que cuando la información veraz sobre la farsa del cambio climático se está empezando a difundir, surjan como setas –y simultáneamente– manifestaciones ecologistas de jóvenes en muchas ciudades del mundo, con las mismas consignas y con una amplia repercusión mediática. Pero mientras los chavales protestan de modo furibundo, tienen bien cerca su preciado teléfono móvil, que va dejando su buena dosis de radiación electromagnética de baja frecuencia, cuyo efecto directo sobre sus células es mucho más dañino que todo el calentamiento atmosférico que puedan percibir. Evidentemente, esto es otra forma de abuso: bombardear con la información sensible deseada, al tiempo que se ocultan o se tergiversan otras informaciones críticas para su salud y su bienestar.

Por otra parte, esta estrategia de captar y movilizar a los menores para causas grandilocuentes crea un fenómeno indeseable de imitación y de aceptación grupal. “Si no haces esto, entonces no eres de los nuestros”. Así, se va creando un ambiente cerrado e intimidatorio de pensamiento único, pues como ya he repetido varias veces, los chavales no tienen capacidad de crítica y contraste y, de hecho, tampoco han sido educados para ello. Ahora mismo, los estados y las organizaciones que canalizan los mensajes deseados por el poder han tomado la mente de los menores y el papel de las familias va quedando cada vez más desdibujado. Al final, se puede llegar a comportamientos agresivos o represivos dentro del mismo grupo de menores, como sucedió hace no mucho en una escuela española, donde una niña sufrió un escrache por parte de sus compañeros por no querer secundar la preceptiva protesta organizada por las autoridades escolares por el consabido cambio climático. En suma, ya se está obligando a los niños a ser sujetos activos en la defensa y difusión de las políticas oficiales y se espera que respondan en consecuencia so pena de quedar marginados.

Con todo, aún quedaba un último paso en la manipulación total de los menores y que los globalistas no han dudado en implementar: la creación, mediante ingeniería social, de líderes adolescentes como figuras de repercusión nacional o incluso mundial con la misión mesiánica de agitar las conciencias y luchar por las causas justas, al estilo de unas modernas Juanas de Arco.  Ahora se trata de crear fuertes impactos mediáticos en todo el mundo con acciones y proclamas propagandísticas que no casualmente son difundidas hasta la saciedad por todos los medios de comunicación y las redes sociales. Hoy en el mundo ya no hay “realidad”. Todo es opinión y fachada, y si esa fachada está sustentada por alguien aparentemente inocente y bienintencionado como un adolescente todo será más creíble. Y, en consecuencia, su ejemplo no sólo arrastrará a los más jóvenes, sino que provocará cierta vergüenza en los despreocupados adultos, que se verán obligados a reaccionar ante los retos planteados por esas voces desesperadas.

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Greta Thunberg convertida en estrella mediática

Así, actualmente tenemos el caso de la famosísima adolescente Greta Thunberg, una jovencita sueca de 16 años de mirada fría y desapacible, siempre concienciada y dispuesta a clamar al cielo para defender el planeta de la agresión humana. Es una joven sin duda inteligente que ha estado bien instruida en su papel y que pretende convertirse en la conciencia mundial sobre el tema del calentamiento. Para ello recurre a mensajes directos y contundentes que están en la línea más catastrofista, alarmista y apocalíptica de los que han urdido este siniestro teatro climático, y luego el resto del trabajo lo pone –como ya hemos dicho– el gran altavoz globalista. Sin embargo, esta especie de heroína internacional ya ha despertado más de una sospecha y recelo, y al final se ha acabado de destapar lo más obvio: que todo es un montaje perfectamente diseñado, detrás del cual hay un lobby verde (bajo la etiqueta We don’t have time) que ha utilizado a esta menor para difundir el miedo, conseguir visibilidad e influencia y de paso hacer un buen negocio[6].

Otro caso bastante menos conocido, que actúa a nivel local en España, es el del menor barcelonés Massin Akandouch. Se trata de un activista de 17 años que a los 12 años se hizo vegano y que ahora enarbola la bandera del movimiento internacional animalista liderando una organización llamada Action for Liberation, muy activa en las redes sociales y siempre dispuesta a realizar actos de protesta y concienciación bajo el lema Meat the victims[7], como las ocupaciones –presuntamente pacíficas– de granjas, que en realidad son más bien escraches. Akandouch está en la misma línea tremendista e intransigente de su colega sueca y ha declarado literalmente que “no hay medida política ni social que nos pueda parar: estamos actuando por la emergencia climática y la emergencia animal, que nos debería preocupar a todos. Esto irá a más”. Entretanto, el jovencito vegano ya vive de esta actividad (¿quién se la paga?), y viene a confirmar que todos los movimientos supuestamente contestatarios y antisistema en los que hay implicados jóvenes y menores están muy bien organizados, subvencionados, ensalzados por los medios y protegidos legalmente, pese a que a veces tengan que vérselas con la policía[8]. Akandouch insiste, empero, en que ellos sólo obtienen dinero de las donaciones y que su movimiento no está sostenido por ningún lobby. Difícil de creer.

Concluyendo, tras haber repasado estos varios frentes sociales, no debería quedar mucha duda de que los menores de buena parte del planeta están siendo abusados y utilizados como instrumentos de cambio social, político, económico y hasta sexual-conductual. Los grandes poderes políticos y económicos ya han asaltado la mente de los menores y pretenden desligarlos del ambiente familiar para hacer de ellos los peones del nuevo mundo diseñado para una nueva humanidad trans, robótica, asexuada y sumisa. Son demasiadas las tendencias globales que se van uniendo hacia unos propósitos comunes y a estas alturas difícilmente se puede alegar ignorancia y decir que todo esto es espontáneo, o que los chavales se están espabilando a edades cada vez más tempranas. Esto es ingeniería social con todas las letras, y forma parte de la estrategia de extender la confrontación y la división entre todos los pueblos, capas sociales e individuos: izquierdistas contra derechistas, musulmanes contra cristianos, indígenas contra blancos, mujeres contra hombres… y ahora, los niños contra los adultos. Este es el otro abuso de menores.

Xavier Bartlett, 3 septiembre 2019

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[1] El caso es que miles y miles de menores (muchos en España) desaparecen de sus hogares en todo el mundo y nunca son encontrados por la policía. Sólo ocasionalmente trasciende a la opinión pública alguna noticia o escándalo sobre este tema, y a menudo se acaba en una vía muerta o se inculpa a algún desgraciado.

[2] Sobre todo, destacaría las obras en lengua inglesa del investigador Thomas Goodrich sobre los crímenes cometidos contra la población civil alemana al final de la guerra y aun después de esta, en concreto Hellstorm (2010) y Summer 1945 (2018), que por su crudeza precisan de estómago para poder leerlas.

[3] Lo que suele pasar luego, tras cumplir los 18 años, es que el joven “se rebota”. Su antiguo reino idílico de niños-emperadores choca contra la dura realidad de la sociedad de los adultos, con su trabajo, sus imposiciones, sus limitaciones, sus reglas. Ante esto, bastantes jóvenes optan por rechazar las alternativas del mundo adulto: no quieren ni trabajar ni estudiar (los “ni-ni”) y esperan que sus padres los mantengan de por vida.

[4] La doctrina LGTBI / género es muy explícita en la condena de masculinidad y comportamiento natural de los niños varones, al considerar tal conducta una “agresión” hacia las niñas. Incluso que un niño dé un beso a una niña podría considerarse un acto de “violencia de género”.

[5] El más destacado es la Guía de Educación Sexual para el Empoderamiento de los Jóvenes, publicado por la UNESCO en 2009.

[6] Gracias a la investigación del periodista sueco Andreas Henriksson, hoy se sabe que detrás de Greta está un comercial sueco de relaciones públicas llamado Ingmar Rentzhog, que creó We don’t have time en 2016 como instrumento de influencia política y económica a escala internacional, con la intención de promover un desarrollo económico sostenible (la expresión mágica del ecofascismo). No obstante, entre los accionistas de esta empresa hay conocidos empresarios y especuladores suecos, y tampoco faltan las relaciones con políticos de alto nivel. En suma, no hay nada inocente ni espontáneo en este fenómeno, ni mucho menos relacionado con el medio ambiente.

[7] Es un juego de palabras en inglés que se refiere a la palabra “carne”. Fonéticamente significa “encuentra a las victímas”, pues meet (encontrar) se pronuncia igual de meat (carne). Meat the victims es una campaña que nació el pasado año en Australia y que se ha ido difundiendo a otros países

[8] Véase en la misma línea la enorme cantidad de dinero y subvenciones que reciben del erario público y de generosas empresas filantrópicas organizaciones que rescatan a inmigrantes en el mar tras pactar con las mafias (todos deben tener el mismo amo) o a las entidades feministas que viven muy bien gracias a las millonarias aportaciones oficiales bajo el amparo de las políticas de género.

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