El ecofascismo y la sistemática manipulación de la realidad – por Xavier Bartlett

hands_earthA estas alturas, ya me queda poca duda de que el movimiento ecologista fue concebido hace décadas como un proyecto de ingeniería social destinado a establecer una nueva era de control y explotación de los seres humanos, poniendo como excusa la “salvación del planeta”. En artículos previos remarqué que las directrices globalistas sobre el cambio climático y el supuesto calentamiento global antropogénico son estrategias que pretenden crear ciertos impactos políticos, sociales y económicos a partir de una mera fachada pseudocientífica. De hecho, los postulados oficialistas no se sustentan en análisis científicos rigurosos –según las metodologías y principios aceptados– sino más bien en potentes campañas propagandísticas para crear una verdad mediática que se hace pasar por científica, pero que no lo es. Así, el poder global ha aleccionado a todos los gobiernos y a sus voceros –los medios de comunicación– para que transmitan día sí y día también el mensaje apocalíptico y amenazante del cambio climático, de forma plana, contundente y sin fisuras. No debe quedar ni una sombra de duda en la población.

No quisiera repetirme en lo que ya escribí en anteriores documentos, pero sí me gustaría reincidir en un hecho que considero evidente. En este terreno, no estamos ante meros errores, chapuzas o elucubraciones sin sentido. La falibilidad es humana y se entiende perfectamente, pero la generalización oficial de la mentira –a sabiendas de que lo es– constituye un acto criminal deliberado, y por ello deberíamos hablar de ecofascismo, término que ya corre por Internet, y que hace referencia a la imposición dogmática y autoritaria de un ideario falsamente ecológico basado en el miedo y la mentira, aunque intente revestirse con un halo científico serio y una política buenista. Se trata, en efecto, de una especie de religión o creencia totalitaria que nadie puede discutir abierta e imparcialmente (todo lo contrario que la ciencia verdadera), pues a los detractores se les ignora o se les llama despectivamente “negacionistas”. Y la primera mentira justamente consiste en afirmar que existe un consenso total sobre la cuestión[1]. Por tanto, en el ecofascismo ni hay verdad ni hay libertad. En su modus operandi, la realidad es negada y sustituida por una farsa.

Research
La obtención y buen uso de datos fiables es fundamental

En este punto, es pertinente recordar que en toda disciplina científica existen corrientes y opiniones, debates y disensiones, y que el conocimiento completo e indiscutible es considerado una quimera en muchos campos de estudio. Y sobre todo, hay un elemento esencial para poder empezar a contrastar los diversos enfoques: la obtención de datos fiables, contrastables y reproducibles sobre los cuales pueda establecerse el estudio científico compartido y las posteriores conclusiones sujetas a crítica y verificación. Y en este ámbito importa tanto la calidad como la cantidad de los datos y no se puede jugar con ellos a menos que optemos por el fraude deliberado o el autoengaño. En ciencia no vale eso de taparnos los ojos cuando surgen pruebas que no concuerdan con nuestra tesis. Y tampoco se puede jugar con el lenguaje para engañar a las personas. Vamos pues a explorar brevemente cómo funciona la propaganda de los medios y su absoluto desprecio por la razón y la objetividad.

Si echamos un vistazo a la difusión popular del mensaje ecofascista, podremos ver que aparece constantemente en los medios de forma directa y oficial cuando se hace referencia a las decisiones políticas, las cumbres climáticas, las nuevas leyes verdes, las restricciones y prohibiciones, las tasas de emisiones de CO2, etc.), pero también de modo indirecto y quizá más sutil –para engañar mejor al cerebro– cuando se habla de la vertiente “científica” o “ecológica”, al mencionar las subidas de la temperatura, la aparición de ciertas enfermedades, la extinción de algunas especies, la fusión de los hielos en los polos, etc. Ahora bien, desde hace unos años se tiene mucho cuidado en citar el término “calentamiento global” porque los datos recogidos –y la experiencia de las personas en su entorno– apuntan justamente a un enfriamiento cada vez más notable. En fin, nada extraño, pues hace medio siglo no se hablaba de otra cosa, pero en los años 30, una década calurosa en general, ya se atizó –aunque débilmente– el fantasma del calentamiento. O sea, que según gire la veleta, ahora nos congelamos o nos asamos; el caso es que todo es un desastre y lo vamos a pasar muy mal.

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Huracán meteorológico… y mediático

Sin embargo, el gran peso probatorio del cambio climático es ofrecido en los espacios informativos a través de un torrente inacabable de noticias sobre catástrofes de toda clase, como sequías, tornados, erupciones volcánicas, lluvias torrenciales, inundaciones, terremotos, y múltiples variaciones o irregularidades climáticas en todo el planeta. Si hace un calor tórrido es culpa del cambio climático. Si hace mucho frío y nieva en abundancia, es culpa del cambio climático. Si no llueve, es culpa del cambio climático. Si llueve demasiado, es culpa del cambio climático. Si tenemos un veranillo inesperado en invierno, es culpa del cambio climático. Si tenemos un verano fresco y lluvioso, es culpa del cambio climático. Si hay un gran incendio forestal, es culpa del cambio climático. Si se produce un tsunami que devasta las costas, es culpa del cambio climático. Y de todo ello, el espectador deduce de manera intuitiva lo siguiente:

  1. Que están pasando muchas cosas raras y que estamos en una época de total inestabilidad.
  2. Que sufrimos cada día una serie de catástrofes naturales nunca vistas antes.
  3. Que todo ello se debe al famoso cambio climático, que ha sido provocado sin duda alguna (porque así lo dicen todas las instituciones oficiales) por la acción criminal del hombre y sus emisiones industriales de CO2.

Y este es el punto al que quería llegar. Estamos ante la sustitución de la razón y la ciencia por la mentira política, que a veces consiste simplemente en ocultar lo que no conviene y exponer sólo una parte de los hechos. Es eficaz y no compromete; se trata de ser estrictamente selectivo y de presentar una cierta parte de la realidad como la realidad total. Esto es lo que han hecho los medios de comunicación desde siempre y en todos los ámbitos, y con el cambio climático han llegado a la excelencia. Después, basta confiar en dos factores no poco importantes:

  • El ciudadano medio, incluso el que tiene estudios superiores, carece de la suficiente comprensión científica para discernir los entresijos técnicos y posibles lagunas (en campos como la física, la química, la geología, la biología, etc.) de lo que le están explicando en un espacio informativo o un documental.
  • El ciudadano medio no concibe ni contempla la posibilidad de que las máximas autoridades nacionales e internacionales le estén engañando, manipulando o perjudicando de alguna manera en un tema tan sensible como éste.

Dicho de otro modo, la población practica el acto de fe como en otros tiempos se tenía fe en todo lo que decía el sacerdote desde el púlpito. El quid de la cuestión radica pues en que casi nadie se molesta en contrastar la información, documentarse a fondo, ver otros puntos de vista o adentrarse un poco en los elementos básicos de las teorías oficialistas. Y no me refiero a adoptar una posición partidista e intentar destruir a priori los postulados oficiales, sino simplemente informarse de manera imparcial y a mantener una postura sanamente crítica y escéptica, a fin de construir una opinión propia basada en el estudio de los datos y hechos disponibles y que inevitablemente comporta salir de los canales de comunicación e información habituales.

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Uno de los muchos libros críticos

Actualmente, la disidencia científica prácticamente no tiene voz ni visibilidad en los medios de comunicación de masas –ya sean públicos o privados– y queda restringida al universo Internet, donde sí podemos tener acceso a materiales de todo tipo, algunos muy técnicos pero otros no tanto, lo que nos puede permitir al menos emprender la mencionada labor de contraste. Una vez asumida esta fase de exploración, llegaremos a la paradoja de la contradicción; esto es, la constatación de que –según cientos de expertos– lo que se dice en medios oficiales es falso, especulativo, cuestionable o, en el mejor de los casos, parcialmente verdadero, lo cual es todavía más malicioso, pues no hay peor enemigo para la búsqueda científica que la mezcla confusa (e intencionada) de verdades y mentiras.

En este contexto, para hacernos una idea de hasta dónde llega la manipulación oficial, es obligado ahora volver a la situación ya expuesta sobre las muchas calamidades naturales de nuestro tiempo e intentar validar la afirmación propagada por los medios de que todo ello es muy excepcional, extraordinariamente grave y que además está causado por la acción humana (y no olvidemos aquí que la expresión “cambio climático” se ha asociado tácitamente a la actividad industrial humana de los últimos 150 años, a partir de la quema de combustibles fósiles y las emisiones insoportables de CO2). Así pues, voy a exponer seguidamente una serie de datos e informaciones disponibles en Internet que posiblemente jamás aparecerán en ningún reportaje o noticia de los grandes medios.

Como ya hemos reconocido, el constante bombardeo mediático sobre cualquier pequeña incidencia medioambiental –ya no digamos una gran catástrofe– nos aporta la sensación de un mundo natural decadente, herido, desgarrado, agonizante, etc. (¿recuerdan el lenguaje apocalíptico de cierto famoso presentador de noticias?). Frente a esto, en tiempos pasados, la población no tenía tanta información ni sabía de las cosas que pasaban en el otro extremo del mundo. Por el contrario, actualmente los medios propagan al instante y a todas horas noticias sobre desastres en cualquier parte del planeta. Eso provoca que la mente se sature de continuos impactos negativos, lo que puede generar la impresión de que todo va mal y que nunca antes había ido tan mal. ¿Pero qué ocurre si empezamos a investigar al respecto?

El científico especialista en clima extremo Roger Pielke Jr. ha estudiado precisamente los desastres naturales a través de la historia y en un artículo de 2017 decía lo siguiente:

“El mundo está en la actualidad en una era inusualmente baja en desastres climáticos. Esto se sustenta en los fenómenos atmosféricos que históricamente han causado los mayores daños: ciclones tropicales, tornados y sequías. Dado cómo se han llegado a politizar los eventos climáticos en los debates sobre el cambio climático, algunos encuentran que esto es difícil de creer.”[2]

En efecto, si uno se informa sólidamente sobre esta cuestión empezará a comprobar que los grandes desastres naturales –con tremendas repercusiones sobre la población– no son ahora más numerosos ni más serios, ni están ligados a ninguna actividad humana industrial, ni tienen ninguna correlación con la mayor o menor presencia de dióxido de carbono en la atmósfera. De hecho, se tiene noticia de muchas y enormes catástrofes tanto en tiempos recientes como en épocas remotas. Sin alejarnos demasiado, en 1900 tuvo lugar el gran huracán de Galveston, que se cobró entre 6.000 y 12.000 vidas y arrasó por completo la ciudad, destruyendo unos 3.600 edificios. Esta es hasta la fecha la mayor catástrofe producida en EE UU a causa de un huracán, superando por mucho a los recientes eventos calamitosos en aquella región del planeta que aparecen continuamente en las noticias. Asimismo, un gran ciclón tropical mató a cerca de medio millón de personas en Bangladesh (entonces Pakistán oriental) en 1970, cuando nadie hablaba de calentamiento global, sino más bien de una inevitable Edad de Hielo, a la cual ya se empezaba a achacar todas las calamidades.

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Aspecto desolado de la ciudad de Galveston (Texas, EE UU) tras el huracán de 1900

Naturalmente, existen otras muchas catástrofes de proporciones formidables que han quedado registradas en los anales de la historia, como la famosa erupción del volcán Vesubio (en Italia) que destruyó la ciudad de Pompeya en época romana o la del Krakatoa (en el Pacífico), a finales del siglo XIX, que tuvo un tremendo impacto local e incluso global. Esto por no citar otros desastres en forma de terremotos, sequías, inundaciones, etc. y otros hechos muy luctuosos, como las terribles epidemias que se llevaron por delante las vidas de millones de personas o los pavorosos incendios que devastaron ciudades enteras (construidas sobre todo en madera), como sucedió en Londres en 1666.

Sólo por hacer un breve recordatorio en cuanto al impacto real de tales eventos, basta remarcar que la epidemia de “gripe española” de 1918-1919 mató a entre 50 y 100 millones de personas en todo el planeta. Nadie sabe cómo apareció ni cómo desapareció súbitamente[3], pero fue algo similar a lo que ya sucedió en 1349, con la terrible mortandad causada por la peste negra, que liquidó hasta 1353 a casi la mitad de la población europea de entonces. Por tanto, la historia está bien jalonada de fatalidades de grandes proporciones y en aquellos tiempos la capacidad de reacción ante estos eventos era notoriamente menor que en la actualidad.

Con todo, los apóstoles del cambio climático apelan a que ahora estamos en una época continuada de alteraciones de mucha gravedad, con una previsión (basada en proyecciones estadísticas, no en la observación de la realidad) que apunta hacia un escenario bastante peor. Y nuevamente se ignora la historia y se quiere presentar nuestra era como el final de los tiempos. Pero déjenme poner un ejemplo[4]. En la Alta Edad Media, a mediados del siglo VI, se produjo en el mundo una catástrofe humanitaria de gran magnitud. Según las crónicas recogidas de la época, alrededor del año 536 empezó a darse una terrible secuencia de acontecimientos centrada en un notable descenso de temperaturas. El cielo estuvo oscurecido y tapado por una especie de niebla espesa que provocó una noche perpetua que duró unos 18 meses. Nevó en China en pleno verano, y las cosechas se echaron a perder en amplias regiones del mundo, causando una hambruna generalizada. Además, en el 541 estalló un fuerte foco de peste bubónica en Egipto, que se extendió por todo el imperio bizantino, dando lugar a la llamada “plaga de Justiniano”, que causó la muerte a entre un tercio y la mitad de la población del imperio. A todo esto, no está de más decir que en aquella época no había “emisiones de dióxido de carbono causadas por la actividad industrial humana”.

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Una terrible erupción volcánica causó el gran desastre del siglo VI

Hoy en día disponemos de datos paleoclimáticos que nos indican que tal desastre fue debido probablemente a una gigantesca erupción volcánica que quizá tuvo su origen en Islandia hacia el 535, seguida por otra hacia el 540. Ello explicaría que en el hemisferio norte la atmósfera quedara cubierta por un espeso velo formado por polvo, gases y ceniza que frenaría la natural radiación solar que recibe el planeta. Los científicos creen que entre el 536 y el 545 la población del planeta vivió la era más dura –en cuanto a frío– en los últimos 2.000 años. Frente a esta situación extrema, el ya citado suceso del volcán Krakatoa, de una escala bastante menor, fue poco menos que un juego de niños. Sin embargo, es muy oportuno recordar que este fue un episodio esporádico que duró unos cuantos años y que el clima volvió luego a un beneficioso calentamiento progresivo, que de hecho dio lugar al periodo cálido medieval, que ha sido ocultado o negado por los oficialistas del calentamiento global, ya que ello estropea gravemente su hipótesis de un clima estable que se ha calentado exageradamente en los últimos 150 años.

En fin, por la historia ya sabemos que en esos contextos antiguos tan poco científicos las autoridades político-religiosas, a fin de explicar las catástrofes, tenían por costumbre apelar al papel justiciero de Dios ante la impiedad humana. O sea, la naturaleza y sus comportamientos regulares o irregulares no tenían ninguna influencia: era el hombre el que provocaba de algún modo esas desgracias (“la ira de Dios”) a causa de su mala conducta. Han pasado muchos siglos, y estamos en las mismas, sustituyendo la religión por la nueva creencia dogmática científica. El hombre es culpable y debe hacerse responsable y pagar por ello. No ha cambiado nada en el fondo, y hasta el actual Papa Francisco se ha metido en la arena científica como paladín del alarmismo climático.

Pero jugar con el pasado parece cosa relativamente fácil. Incluso ahora aparecen de vez en cuando noticias en los medios sobre los efectos desastrosos de cambios climáticos “arcaicos” que causaron la caída de imperios y sociedades. Nada que ver, por supuesto, con nuestro modo de vida actual ni con nuestra modernidad industrial y tecnológica, pero el efecto mental y emocional de amenaza y represión es exactamente el mismo. Con todo, estas tácticas se quedan en meras anécdotas en comparación con la constante ocultación o tergiversación sistemática de la realidad observada en los últimos años (¡nada de proyecciones, simulaciones y predicciones a 100 años vista!). Mientras tanto, los calentólogos no quieren saber nada de las muchas investigaciones que apuntan de modo sólido a la determinante influencia del Sol sobre los ciclos climáticos y se aferran a su dogma porque de él viven (gracias a generosas subvenciones). Sobre este punto ya me extendí en artículos anteriores y no voy a incidir más en ello.

No obstante, la ocultación o tergiversación de los hechos ya ha llegado al terreno de la propia investigación (el mundo académico) e incluso al de las políticas y estudios oficiales, lo que hace aún más esperpéntica la propaganda oficialista. Y es evidente que algo huele a podrido en el reino de Dinamarca, pues si esta cuestión fuese un simple asunto científico, los medios de intoxicación (perdón, quise decir “comunicación”) presentarían los diversos enfoques o puntos de desacuerdo entre los científicos, o sea tratarían de informar objetivamente, de tal modo que la audiencia pudiera extraer sus propias conclusiones. Pero eso no ocurre. Y da igual que haya 100, 200 ó 500 medios de comunicación, grupos, canales, emisoras, etc. supuestamente libres e independientes… todo es una fachada monolítica con mismo mensaje porque en realidad sólo hay seis grandes grupos mundiales de comunicación, que en la práctica se reducen a uno: la voz de su amo.

IPCC
Emblema oficial del IPCC

En el tema del famoso consenso, cabe decir que existe actualmente un grupo organizado de más de 1.000 científicos de todo el mundo (reputados expertos en ámbitos relacionados con el clima, incluyendo algunos premios Nobel) que disienten de la teoría del cambio climático provocado por el hombre y así lo han hecho saber en los foros oficiales, trasladando su parecer a las máximas autoridades políticas internacionales. Muchos de ellos son antiguos miembros del IPCC (organismo falsamente científico de la ONU para estudiar y combatir el calentamiento global) que han abandonado dicha institución a causa de su falta de rigor y de imparcialidad. Asimismo, estos científicos pusieron sobre la mesa el escándalo del Climagate de 2009 en el que salieron a la luz miles de correos electrónicos que mostraban las burdas manipulaciones y mentiras que estaban empleando los oficialistas para construir el montaje del calentamiento global antropogénico.

Como resultado de esta situación, el número de disidentes crece cada vez más a cada año que pasa. Y regularmente se organizan congresos internacionales –a los que asisten cientos de especialistas– en que se habla del clima real. En este sentido, ya hay un creciente número de expertos que están admitiendo que hemos entrado en una fase de fuerte enfriamiento y han alertado que las muertes a causa del frío serán mucho mayores que las debidas a un clima cálido. Entretanto, en el otro lado, un grupo de calentólogos escribió hace poco un artículo científico reconociendo que sus predicciones a unos pocos años vista habían fallado lastimosamente[5]. ¿Habían oído algo de todo esto en las noticias de los informativos? ¿No, verdad?

Lo más chocante sin duda es que incluso el IPCC, pese a toda su parafernalia oficial y manipulación política e ideológica, se ha tenido que bajar del burro y admitir implícitamente su fracaso o su falta de solidez científica a la hora de respaldar las políticas medioambientales (en realidad, de tipo social y económico) impuestas desde lo más alto. Pero les da igual, porque lo importante para ellos es continuar vendiendo su propaganda a los gobiernos y al gran público. Es como si el fiscal que debe aportar las pruebas incriminatorias no fuese capaz de poner nada fiable ni coherente sobre la mesa, y aun así el juez interpretase lo que le diese la gana y dictase la sentencia condenatoria. En otras palabras, en el IPCC a día de hoy aún siguen jugando a ser nigromantes, tarotistas y augures con sus modelos informáticos tan queridos, aunque sus datos no tengan ninguna validez científica real.

Eso sí, cuando los calentólogos disponen de datos objetivos, ya se cuidan muy mucho de presentarlos de forma favorable (para ellos). Esto se puede ver en el siguiente ejemplo[6] relativo a un informe del IPCC de 1995. En la gráfica oficial aportada en el informe (figura 1) se mostraba una tendencia de subida de temperaturas en la parte alta de la atmósfera entre los años 60 y 80 del pasado siglo. Sin embargo, los datos completos (figura 2) del estudio de referencia –que abarcaba entre mediados de los años 50 y 1995– desmontaban la pérfida maniobra, al ofrecer una habitual secuencia de altibajos, con una temperatura media que apenas oscilaba. Por tanto, no es tan difícil engañar al público: basta un corta y pega muy selectivo. En fin, como ya dije en otra ocasión, estamos ante una mera bazofia pseudocientífica.

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Figura 1. La gráfica presentada por el IPCC para mostrar una tendencia alcista de las temperaturas.
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Figura 2. La gráfica original con los datos completos. El truco de magia salta la vista.

Aparte de estos despropósitos, los propios informes del IPCC han sido confusos y tibios en reconocer los datos que revelaban que no había habido calentamiento global en más de una década y que las previsiones habían fallado. En concreto, el informe estrictamente científico del IPCC (denominado AR5) de 2013 presentaba buenas noticias sobre el supuesto cambio climático, pero tal información no llegó al conjunto de la población. En dicho informe se admitía que el clima es mucho menos sensible de lo que se creía a los efectos de los gases invernadero (entre los que está el dióxido de carbono). De igual modo, se constataba que las concentraciones de dichos gases en la atmósfera habían aumentado y sin embargo las temperaturas no eran más elevadas. Y en otros fragmentos se decían cosas como éstas:

“Sigue existiendo una falta de pruebas, y así pues una baja fiabilidad, en lo concerniente al signo de la tendencia en la magnitud y/o frecuencia de inundaciones a una escala global.”

“Hay una baja fiabilidad en la detección y atribución (a los seres humanos) de cambios en las sequías sobre áreas globales desde mediados del siglo XX.”

Por supuesto, no convenía para nada que estas minucias y pequeñas adversidades para los calentólogos fueran difundidas en los medios, a riesgo de generar fuertes dudas o incluso el descrédito de la ONU, y por consiguiente se ocultaron a la opinión pública. “Que la verdad no estropee una buena historia”, como afirman los narradores.

Pero una cosa es maquillar o seleccionar la información disponible y otra muy distinta es suprimirla directamente. Y eso fue lo que intentó en Estados Unidos la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration), que sugirió en un informe de 2015 desestimar el registro de las temperaturas de los últimos 15 años, pues tales datos no mostraban la esperada tendencia ascendente, sino una especie de pausa. Ante semejante maniobra, 300 científicos de primer orden tuvieron que enviar una carta a las autoridades políticas reclamando que se respetase la calidad, integridad, objetividad y validez de la información científica. Al final, la NOAA ajustó sus registros al alza con lecturas claramente contaminadas por fuentes de calor, lo cual les permitió salvar su reputación y mantener su discurso. Sin comentarios.

Dicho todo esto, no hay que olvidar que para que el mensaje cale entre la población no basta con la acumulación fría de datos y hechos, sino que se debe apelar básicamente a factores emocionales que toquen la fibra sensible de las personas. Así, estoy casi seguro que todos los que leen estas líneas han oído, leído o visto más de una vez alguna noticia o información sobre la pronta extinción de los bellos osos polares, pues los hielos del Ártico se están fundiendo a un ritmo imparable (eso dicen los ecologistas). Y nuestros amigos de Greenpeace, vasallos de los globalistas, insisten aún más en el drama con sus fotos de osos flotando en bloques de hielo y con la recogida de firmas para “salvar el Ártico” del desastre humano.

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Si los osos pudiesen hablar…

Este icono del cambo climático ya forma parte de nuestras vidas y lo aceptamos como algo indiscutible. Pero… ¿es la realidad? Los estudios in situ de biólogos y expertos de este mismo siglo desmienten esa imagen, como ya indiqué en un artículo anterior. Las poblaciones conocidas de osos polares no sólo no han decrecido sino que se han estabilizado e incluso están creciendo a buen ritmo. Mientras que en las décadas de los 50 y 60 se estimaba que había una población de entre 5.000 y 10.000 osos en el Ártico, los estudios más recientes de 2015 situaban la población de osos blancos en unos 26.000 individuos (en un margen de entre 20.000 y 32.000)[7], la cifra más alta observada en los últimos 50 años. ¿Y qué dice Greenpeace al respecto? ¿Y el resto de ecologistas y animalistas? ¿Y los líderes políticos? ¿Y las noticias de la televisión o Internet?

Los osos polares llevan milenios adaptándose a las duras condiciones de su entorno, con subidas y bajadas de temperaturas y periodos extremos. Los seres humanos también nos hemos adaptado a climas dispares y hostiles, desde el desierto hasta las regiones heladas, y hemos pasado por todo tipo de variaciones climáticas, desastres naturales y épocas duras. Y aquí estamos, hemos sobrevivido y además hemos prosperado, aunque haya muchas cosas que no nos gusten y que quisiéramos cambiar, y que posiblemente tengan más que ver con nuestra conciencia que con nuestro entorno o paisaje. Porque tal vez quisiéramos un mundo más equilibrado y natural, pero sobre todo un mundo sin miedos, imposiciones, amenazas, prohibiciones, mentiras y fatalismos.

Xavier Bartlett, 17 enero 2019

Fuente

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REFERENCIAS


[1] Cabe señalar que el consenso es en realidad un acuerdo político, e incluso en caso de darse en el 100% de los científicos (lo que es bastante extraño), no garantiza la posesión de ninguna verdad científica.

[2] Fuente: https://riskfrontiers.com/weather-related-natural-disasters-should-we-be-concerned-about-a-reversion-to-the-mean/

[3] Según he podido leer en fuentes alternativas, se ha especulado que el origen del desastre fue una vacunación masiva que tuvo lugar a finales de la Primera Guerra Mundial.

[4] Fuente: https://www.sciencemag.org/news/2018/11/why-536-was-worst-year-be-alive

[5] Véase la entrada de este mismo blog: El hundimiento del calentamiento global antropogénico

[6] Fuente: http://www.john-daly.com/sonde.htm

[7] Fuente: https://polarbearscience.com/2015/05/31/global-polar-bear-population-size-is-about-26000-20000-32000-despite-pbsg-waffling/

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