El ascenso de la falsa derecha occidental – por Juan Gabriel Caro Rivera

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“Lo que sucede ahora en Europa, con el ascenso de la falsa derecha, no es un regreso al feudalismo o a los valores del cristianismo, sino otra vuelta de tuerca al humanismo laico que busca reafirmar su poder”

El 21 de enero del año pasado, se dieran cita, en la ciudad alemana de Coblenza, los movimientos identitarios europeos. Entre los participantes más destacados de esta reunión figuran Marine Le Pen (candidata del Frente Nacional francés), Frauke Petry (co-directora de Alternativa para Alemania), Geert Wilders (del Partido para la Libertad holandés), Mateo Salvini (de la Liga del Norte italiana) y Harold Vilimsky (secretario del Partido de la Libertad austriaco). Mientras las instituciones liberales europeas entran en una crisis terminal, golpeadas por la salida de Gran Bretaña y el crecimiento de las tensiones diplomáticas con Turquía, se ha vuelto un tema muy común hoy ver como los medios de comunicación de masas promocionan el ascenso electoral de los grupos de “ultraderecha” en Occidente. Una vez más se prenden las alarmas ante el regreso de los monstruos y los nubarrones oscuros que se ciernen sobre una Europa dividida, invadida por los musulmanes y cercada por Rusia. No obstante, lo que más preocupa a las élites políticas y económicas europeas es el enemigo interno, es decir, el crecimiento de los partidos euro-escépticos y la creación de un proyecto político alterno que parece demoler los cimientos mismos de la Unión Europea.

De este modo, el aparato político-mediático oficial presenta este ascenso del “populismo derecha” como un regreso a los días más nefastos del período de entreguerras: un retorno a los antecedentes más oscuros de la Segunda Guerra Mundial y el restablecimiento del fascismo en toda Europa. Es común escuchar cómo se llama a los líderes rebeldes de  nuevo cuño “los nietos de Hitler, Pétain, Mussolini…” (1), según la formula popularizada por Frank Biancheri. Para muchos, estos “nietos de Hitler, Pétain, Mussolini” son Marine Le Pen, Geerts Wilders y Mateo Salvini presentados como las sombras del nuevo totalitarismo fascista del siglo XXI. Son bien conocidas las posiciones de estos políticos contra la inmigración, la islamización de la cultura y su patriotismo declarado, lo que los ha llevado a ganarse el apelativo de líderes de “extrema derecha” según la mayoría de los sectores de la izquierda.

Sin embargo, no podemos aceptar estas conclusiones. Desde nuestra perspectiva el ascenso de estos líderes representa una nueva ofensiva de la sociedad occidental, consumida por el sensualismo y el orgullo, para nivelar las caóticas naciones modernas en vías de disgregación. Un análisis rápido de la mayor parte de los representantes de estos partidos no resulta para nada alentadores y despiertan, en muchos casos, una gran desconfianza… Al respecto, vale la pena comentar que estos partidos políticos identitarios rechazan el flujo ilimitado de personas y capital que se han apoderado de las redes de intercambios a nivel mundial, sin embargo, aceptan por completo las reglas de juego de la democracia moderna y defienden sus posiciones relativistas en cuestiones morales como veremos más adelante. Vale la pena recordar como las anteriores tentativas de lucha contra la unificación técnica del mundo terminaron impulsando finalmente la desestructuración de los límites entre las naciones, la ruptura de las tradiciones y propiciaron la construcción de la actual Torre de Babel en la que vivimos. Es muy probable que esto mismo se repita ahora.

Durante los años treinta del siglo pasado, el profesor Plinio Correa de Oliveira, solía llamar a los movimientos nazis y fascistas, que crecían en Europa y América, como “falsas derechas”, es decir, falsas propuestas ideológicas dedicadas a desviar la verdadera reacción en un sentido productivo. Estos partidos políticos, que florecieron en el período de entreguerras, fueron el resultado de la expansión ideológica de la democracia de la mano de Woodrow Wilson después de la Primera Guerra Mundial. La imposición de este sistema de gobierno provocó en Europa una serie de convulsiones y desordenes dentro de la mayoría de las naciones acostumbradas a las monarquías e imperios. Estos desordenes sociales, frutos del parlamentarismo burgués, tuvieron como consecuencia el aumento del proselitismo comunista y anarquista, que terminó por romper la unidad política e hizo colapsar a los nacientes Estados nacionales en medio de una guerra civil inducida por la dialéctica de la lucha de clases. Como es sabido a la actividad desestabilizadora de los grupúsculos socialistas, comunistas y anarquistas siguió una reacción restauradora de la orden guiada por las fuerzas fascistas que se extendieron por todo el continente europeo: desde la Guardia de Hierro de Codreanu hasta las camisas negras de Mussolini.

Ahora bien, muchos de los líderes que hicieron parte de esta restauración del orden social en Europa, como Mussolini, Hitler o Codreanu fueron, en su momento, parte de movimientos socialistas. Es bien conocida la filiación de Mussolini al partido socialista italiano o la participación de Hitler, en sus años de juventud, en la fundación de la República Soviética de Baviera. Los falsos profetas nunca faltan y el fascismo, surgido de los restos de los imperios europeos, no es la excepción. Sabemos que el fracaso de los movimientos de “ultraderecha”, después de la Segunda Guerra Mundial, llevó, en la Europa del siglo pasado, a la destrucción de los últimos restos de orden devorados por el torbellino de sangre, violencia y muerte. Las dictaduras nacional-socialistas, que siempre se jactaran de que su revolución sería decisiva, acabaron pulverizando las ruinas de la Alemania Guillermina y de la Italia de las ciudades autónomas. Semejantes antecedentes nos llevan a desconfiar de los sucesores del fascismo europeo y los movimientos identitarios que constituyen el núcleo duro de las reacciones políticas actuales. Dado que son partidos de masas, los actuales partidos euro-escépticos han adaptado todos los elementos constitutivos del resto del espectro político: un liberalismo económico que se diferencia bien poco de los actuales programas seguidos por el resto de los partidos socialdemócratas en crisis, sin hablar de que rescatan los aspectos más desagradables de la ingeniería social mundialista en boga (“derechos LGTBI”, secularismo, aborto, etc.). Un programa antropológico que no se diferencia mucho del promovido por los actuales liberales pro-globalización.

No de extrañarnos, por tanto, que la mayoría de los militantes de estos nuevos partidos identitarios salgan de los viejos militantes de izquierda o del liberalismo clásico, como por ejemplo la ya difunta periodista Oriana Fallaci, una de las más conocidas figuras de este movimiento contra la islamización, que atacaba a los musulmanes por despreciar la herencia de la Europa moderna, antropocéntrica e iluminista: “¿qué va a quedar de Europa, de la Europa del Renacimiento, de la Ilustración? Nada más que los escombros. Eurabia es una colonia del Islam”. Al mismo tiempo que despreciaba la mezcla racial, celebraba el laicismo y los derechos de las mujeres como el gran avance del mundo Occidental. También Robert Spencer, otro de los ideólogos favoritos de los partidos identitarios, considera que “una religión irracional y primitiva (como el Islam) es incompatible con una sociedad moderna” y hace un llamado a su modernización bajo los parámetros de una adaptación a la Europa de hoy. O el sociólogo Pim Fortuym que, rechazando ser “reaccionario”, llamaba a la defensa de las conquistas europeas en cuestiones sociales, las cuales consideraba amenazadas por una “ideología hostil a nuestra cultura”, islamismo radical, que amenazaba el actual modelo social constituido por las repúblicas democráticas modernas. Veía como un fracaso las sociedades multiculturales y clamaba el regreso a una homogenización nacional de antaño.

Es bien sabido que Marine Le Pen apoya el aborto y pretenden mantener el laicismo de Estado frente a un Islam que no separa la religión de la política. Igualmente, líderes de la “ultraderecha” como Geert Wilders, del Partido de la Libertad holandés, defiende con ahínco los valores seculares del Occidente moderno, como la igualdad entre hombres y mujeres, así como los derechos gays, contra el tradicionalismo musulmán al que consideraba un elemento inasimilable a las actuales sociedades laicas. Al parecer, muchos de estos “salvadores” están más interesados en desvestir a las mujeres musulmanas (a las que les prohíben usar “burkinis” en lugar de “bikinis”) y establecer un control efectivo sobre las fronteras. Como se puede ver se trata en realidad de una reafirmación de la Europa laica, materialista e ilustrada que está en la base de la actual crisis histórica.

Todos estos valores secularistas y laicos tienen su origen en el humanismo renacentista, mas solo alcanzaron su plena expresión con la Ilustración y la Revolución francesa. Los pensadores ilustrados tenían como objetivo central emancipar al hombre de las “heteronomías de la voluntad”, es decir, de todas las coerciones exteriores que impedían su plena libertad individual. Fue así que el liberalismo se convirtió en el paladín de la plena libertad humana, disolviendo los vínculos exteriores del individuo: primero los de la religión, luego los de la sociedad y finalmente los de la propia naturaleza humana, promoviendo todas las aberraciones antinaturales como la ideología de género o el transhumanismo. Y es precisamente esta cultura ilustrada, positivista y laica la que constituye el sustrato del que emergen los actuales partidos identitarios europeos, preocupados por el hecho de que se tambalean los fundamentos históricos de las revoluciones burguesas del siglo XIX. No es la cultura cristiana ni su milenaria herencia la que reclaman los nuevos patriotas de Europa, sino el regreso de los Estados nacionalistas y racistas que hicieron reventar los fundamentos de la Cristiandad como Imperio e Iglesia universal, poniendo fin a la Edad Media.

Aun siendo cardenal, el Papa emérito Benedicto XVI advertía contra este modelo político y cultural que estaba imponiéndose a las sociedades europeas, haciendo énfasis en los daños sociales, históricos y morales que semejante imposición estaba causando. Partiendo de la constatación de esta disyuntiva socio-política, rechazaba los intentos banales de fundar “una sociedad sin Dios” y hacia un llamado a no olvidar las raíces histórico-religiosas del continente Europeo: “según la tesis de la cultura ilustrada y laicista de Europa, solamente las normas y los contenidos de la cultura ilustrada pueden determinar la identidad de Europa”  y por lo tanto “esta nueva identidad, determinada exclusivamente por la cultura ilustrada, comporta también que Dios no tiene nada que ver con la vida pública y con los fundamentos del estado”. Y terminaba concluyendo que la verdadera lucha que se desataba hoy enfrentaba a la cultura Ilustrada contra las tradiciones históricas de los pueblos. “La auténtica contraposición que caracteriza al mundo de hoy no es la que se produce entre las diferentes culturas religiosas (entre el Islam y la Iglesia), sino entre la radical emancipación del hombre de Dios, de las raíces de la vida, por una parte, y las grandes culturas religiosas por otra” (2). Aunque vale la pena aclarar que para nosotros este choque pasa hoy día por una persecución doble al cristianismo por parte de los partidarios de la yihad y la república.

Lo que sucede ahora en Europa, con el ascenso de la falsa derecha, no es un regreso al feudalismo o a los valores del cristianismo, sino otra vuelta de tuerca al humanismo laico que busca reafirmar su poder frente a los cuestionamientos “pre-políticos” nacidos de la Cruz y la Media Luna. Y mientras la ilustración se reafirma como el único camino válido de felicidad de los pueblos europeos, la misma alma de la Cristiandad se hunde en la noche oscura de la razón cargada de pesadillas. Al final, la reacción liderada por los movimientos de Le Pen, Salvini y Wilders no conducirán a una recuperación de Europa, sino que allanarán el camino a una nueva dictadura tecnocrática bajo lemas nacionalistas, preparando la demolición final de los Estados nación que dicen defender y adaptando a sus pueblos a la llegada de la república universal democrática. Este proceso, que ya está muy avanzado, no podrá pararse simplemente con consignas y llamados a la acción, sino que constituyen una verdadera prueba de fe para quienes no se dejan llevar por sus falsas promesas.

Ante este panorama desolador, solo podemos seguir afirmando nuestra posición; solamente una verdadera resistencia tradicionalista y católica puede parar la actual decadencia en la que se hunden todos los países de América y Europa. A pesar de que los nuevos partidos de “derecha” han aceptado sin vergüenza el juego democrático, el relativismo moral y el secularismo destructor de los vínculos sagrados de la sociedad, los verdaderos contrarrevolucionarios rechazamos con un “no” rotundo sus propuestas. Los tradicionalistas seguiremos defendiendo a Dios, la Iglesia, la Monarquía, el Imperio, lo Estamental y las costumbres populares como la forma ideal y perfecta de organización social. Frente al mundo deprimente y depravado del consumismo materialista actual o a la imposición por la espada de la sharía, oponemos la contemplación de lo sagrado y el regreso de la Edad Media.

Juan Gabriel Caro Rivera, 5 septiembre 2018

Fuente

Publicado por Red Internacional

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REFERENCIAS

1. Geab N° 100, diciembre de 2015

2. Conferencia pronunciada en Subiaco el 1 de abril del 2005.

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