Macron se estrella contra el Aquarius

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La Unión Europea ha naufragado en su política de inmigración por la ceguera de algunos de sus miembros, que se negaron a aceptar que la llegada masiva de inmigrantes era una bomba de tiempo que llegaría a definir el rumbo político de sus gobiernos nacionales.

La crisis del barco Aquarius ha sido el elemento definitivo que ha hecho trizas la actitud de la Europa institucional, que ha preferido hasta ahora mirar hacia otro lado mientras algunos de sus socios hacían frente a la acogida masiva de personas en busca de refugio o una vida mejor.

Si hace pocos meses cualquier comentarista que pusiera de relieve la crisis que se avecinaba era tachado de xenófobo y derechista, hoy todas las capitales europeas tiemblan ante lo que algunos han definido como “el 11-S de Europa”. Y los medios de comunicación que se unían en su campaña de insultos a los que alertaban del problema, dedican ahora sus editoriales a dar lecciones de moral, que envuelven el apoyo a medidas más rigurosas contra la entrada de migrantes en territorio europeo.

 

La canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Emmanuel Macron, se autoproclamaron líderes de esa Europa que da lecciones de comportamiento al resto de sus aliados. Merkel, a quien se puede calificar de principal causante de la crisis que vive hoy la UE por su política de puertas abiertas a la inmigración en 2015, lucha ahora por salvar su gobierno.

Pero no son los socialdemócratas, sus compañeros de ‘gran coalición’, quienes ponen en peligro la viabilidad del gabinete, sino sus tradicionales socios bávaros de la CSU (Unión Social Cristiana), que le exigen una solución drástica al problema migratorio.

Lejos queda ya el ‘Welcome Refugees‘ de las estaciones de tren alemanas, cuando algunos ciudadanos de ese país recibían con pancartas de bienvenida a los cientos de miles de personas que cruzaban Europa desde Grecia, y a través de los Balcanes, hasta el norte del continente atraídos por el efecto llamada de Berlín.

En tres años, una buena parte del electorado alemán ha dado sus votos a la formación Alternativa para Alemania (AfD), cuyo principal ‘leit motiv’ es la lucha contra la inmigración. Merkel no solo obtuvo el peor resultado de la historia de su partido en las elecciones de septiembre, sino que se ve en la cuerda floja política por la presión de los conservadores bávaros, que le exigen el control de las fronteras alemanas.

Macron se estrella contra el Aquarius

Emmanuel Macron ha visto su imagen europea bastante tocada tras su actitud con el Aquarius. Cuando los gobiernos de Malta e Italia informaron que no abrirían sus puertos al buque que transportaba más de 600 personas, el mandatario francés insultó al nuevo Gobierno de Roma.

Navegando en la ola de desprecio y críticas que algunas élites europeas han dirigido a la coalición entre La Liga Norte, de Matteo Salvini, y el Movimiento 5 Estrellas, de Luigi di Maio, Macron tachó la actitud de Italia de “cínica” e “irresponsable”.

Las injurias estuvieron a punto de hacer cancelar el encuentro del presidente francés y el jefe del Gobierno italiano, Giuseppe Conte, que aprovechó para reprochar a París su actitud en la frontera que ambos países comparten. Francia ha sido denunciada por diferentes organizaciones por devolver a la fuerza a menores inmigrantes hacia territorio italiano. Y no siempre con el trato respetuoso que la autodenominada “patria de los derechos humanos” exige a otros países.

París ofendió al gobierno italiano, pero hizo la vista gorda al problema del Aquarius. La oposición (a la izquierda) de Macron y diferentes voces dentro de su propio partido pusieron el grito en el cielo ante la pasividad de Francia, cuya justificación podría bien calificarse de cínica e irresponsable:

“El barco estaba muy lejos de las costas francesas y en su interior había personas en mal estado de salud”.

Cuando el nuevo Gobierno español de Pedro Sánchez anunció que la ciudad de Valencia acogería al Aquarius, Macron no tuvo más remedio que reaccionar, manifestando que estaría dispuesto a recibir a los inmigrantes del buque con derecho al estatus de refugiado político.

A Macron, la crisis del Aquarius le ha sorprendido en plena aplicación de su nueva política de asilo e inmigración, que restringe las posibilidades de acogida para refugiados y hará muy difícil la entrada a la inmigración económica. Francia sigue siendo un polo de atracción por las generosas ayudas sociales que destina a los aspirantes al asilo. Pero, como en otros países europeos, la situación se hace insostenible.

En el año 2017, más de 100.000 personas pidieron cobijo oficial en Francia. De ellos, el gobierno calcula que solo (unos 13.000) 13% son auténticos aspirantes al asilo por razones de persecución política, religiosa o sexual. Las estructuras de acogida están desbordadas. Más de 15.000 inmigrantes viven en hoteles sufragados por dinero público. El gasto anual en acogida se cifra en 3.500 millones de euros.

 

La nueva ley pretende remediar el hecho de que un aspirante al asilo al que se le deniega la petición pueda quedarse en territorio francés de forma clandestina. De las 90.000 órdenes de expulsión dictadas el pasado año, solo 16.500 fueron ejecutadas. Los que escapan a la medida entran en la clandestinidad e intentan buscarse la vida. El Gobierno pretende también agilizar los trámites de cada caso. Hasta ahora, en Francia el estudio de un dosier puede llevar más de dos meses.

Emmanuel Macron sabe también que su reforma es apoyada por la opinión pública. Los ejemplos de la llamada ‘Jungla de Calais’ —solo un ejemplo entre muchos— de campamento salvaje donde se hacinaban inmigrantes esperando pasar al Reino Unido, o las acampadas improvisadas en algunos barrios de París u otras ciudades, carentes de las mínimas condiciones higiénicas y sanitarias, tienen más impacto que cualquier declaración de grupos considerados xenófobos.

En el último sondeo hecho público hace seis meses, más de un 60% de los franceses se declaran opuestos a la acogida de refugiados.

Macron y Merkel han perdido mucha fuerza en su pretensión de actuar como los líderes de Europa. La crisis de la migración les ha dejado desarmados ante el sentimiento unánime que recorre el Viejo Continente: ¡Basta de Welcome refugees!

La cumbre que los 27 celebran a finales de junio pretende poner solución al problema. Pero París, Berlín y las instituciones europeas tendrán que hacer frente a una mayoría de gobiernos elegidos por sus promesas de frenar o impedir la inmigración.

 

Y no se trata solo de nacionalpopulistas; hay también gobernantes socialdemócratas, como el sueco, tradicionalmente generosos, que no tienen ya recursos para seguir el ritmo de acogida. Y, por supuesto, tampoco quieren perder las elecciones ante un fenómeno que centra las contiendas electorales en la mayoría de los países europeos.

 

España, que tras el episodio del Aquarius se convierte en destino humanitario preferente, con el consecuente efecto llamada que ello implica, ha querido dejar claro que su gesto no implicará la acogida de inmigrantes sin examen individual de cada caso. Pero la atracción de las imágenes es más fuerte que las declaraciones, las leyes y los muros de espino.

El nuevo ministro del Interior español, Fernando Grande-Marlaska, vuelve a hablar de cuotas de migrantes para cada país europeo. Una medida rotundamente rechazada por muchos gobiernos, encabezados por el polaco y el húngaro, a los que se van uniendo otros vecinos, como el italiano, checo, el eslovaco, el esloveno o el austriaco. Con los escandinavos va a ser difícil contar también para el reparto.

 

Campos de internamiento para seleccionar inmigrantes

Como en otras ocasiones, la UE puede responder con el maná financiero a la ausencia de acuerdos. Aumentar el presupuesto para reforzar los controles exteriores es una posibilidad sobre la mesa. Macron y Merkel celebraron el 19 de junio su precumbre europea en la que decidieron presentar a Bruselas un plan para reforzar el contingente de policías que forman la agencia europea de control fronterizo, Frontex, hasta llegar a los 10.000 efectivos.

París y Berlín aceptan ahora la idea de crear “plataformas de desembarco”, en realidad campos de internamiento, en países fuera de Europa, para llevar a cabo allí la selección entre los inmigrantes con derecho a refugio por persecución política, religiosa o sexual, y los inmigrantes económicos, que no accederán al sueño europeo. Una solución que, propuesta hace meses, fue considerada casi como una aberración por los dirigentes franceses y alemanes.

Europa parece abordar por fin el inmenso problema de la acogida de inmigrantes, atrapada entre el deber de auxilio humanitario y el temor a ver crecer en sus sociedades a partidos que han hecho de su oposición a la inmigración su principal argumento de atracción política.

El presidente francés, que ha demostrado con la crisis del Aquarius una evidente falta de decoro diplomático, afirma ahora que hay que tener en cuenta los argumentos de Italia. Emmanuel Macron sabe que ni para Roma ni para Europa el problema de la inmigración  puede solucionarse solo con dinero.

Luis Rivas, 20 junio 2018

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